ANOMALÍAS HISTÓRICAS (5)

 

¿UNA LENGUA MADRE?

 

El arzobispo de Armagh, James Usher (1581-1656), consideró que la creación de todo lo existente en la Tierra y en el Cielo tuvo lugar el año 4004 aC. Y esta creencia fue dogma hasta el siglo XIX en los países anglosajones. Ahora nadie se atrevería a asegurar que antes del 4000 aC. todo era caos o vacío; pero casi... De hecho, muchos dan por imposible averiguar qué lenguas se hablaban en el mundo hace 6.000 años.

            Generalmente, esta renuncia tácita a buscar una lengua madre viene dada por la dificultad de encontrar las raíces universales, tan variables en el tiempo (a causa de las transformaciones fonéticas) y en el espacio (variaciones dialectales).

Pero en ocasiones pesan más consideraciones de otro tipo. Por ejemplo, un lingüista asegura que aunque en lengua persa y en lengua inglesa la palabra "bad" signifiquen lo mismo (malo), y se escriban de la misma manera, eso no implica que tengan el mismo origen. Ni siquiera teniendo en cuenta que ambas lenguas pertenecen a la familia lingüística indoeuropea... Creemos sinceramente que esta cautela es un poco excesiva.

Coincidimos plenamente con la idea de que la similitud entre las palabras no supone necesariamente que dos lenguas estén relacionadas. Por ejemplo, en lengua ainu "eraman" equivale a "comprender", y en vasco "eraman" es "transportar".

En definitiva, contamos con dos palabras idénticas con significados diferentes (dos palabras "homónimas"). Pero cuando dos palabras se parecen y además significan lo mismo, eso es otra cosa.

En este artículo pretendemos mostrar variados casos de palabras que cumplen estas dos condiciones:

 

a) Son homófonas (es el caso de "eraman" en lengua vasca y ainu).

b) Tienen además el mismo valor semántico (es el caso de "bad" en inglés y persa).

 

Generalmente los lingüistas cuentan con una amplia panoplia de palabras homófonas, con un mismo o parecido valor semántico, a la hora de juzgar si entre los idiomas hay afinidad de algún tipo. Por nuestra parte, nos limitaremos a mostrar unas cuantas, creemos que suficientemente significativas. Todas ellas hacen referencia a objetos o a ideas básicas, propias de un modo de vida extremadamente simple. Ésta es otra de las características que definen las homologías lingüísticas: han de ser expresivas de un tiempo remoto, y por tanto, con un modo de vida poco avanzado.

Es de sentido común pensar que mientras más distan entre sí dos países donde se hablan lenguas con palabras homófonas (y con un mismo significado), más cercanas han de estar éstas a una hipotética "lengua madre". Y vicecersa: mientras menos distancia geográfica existe entre dos países donde se hablan lenguas con palabras homófonas, más posibilidades hay de que estas homologías sean debidas a "préstamos lingüísticos" (por ejemplo, del latín al vasco, o del vasco al español), o de que ambas compartan una raíz común (es el caso del español en relación al italiano: la raíz común sería el latín).

El análisis comparado de las lenguas es una herramienta imprescindible en el estudio de la protohistoria. Es de sentido común pensar que si las gentes tienen un origen común (la célebre Eva mitocondrial, la madre de todos los humanos actuales), las lenguas también lo tengan. El problema es identificarla.

Se han establecido múltiples tipologías por lo que se refiere al establecimiento de subgrupos, grupos y supergrupos de lenguas. Y ni siquiera hay consenso sobre la necesidad de establecer dichas clasificaciones: en términos de filología comparada se habla de "lumpers" (contrarios a establecer clasificaciones) y de "splitters" (partidarios de ellas). Los principales grupos lingüísticos propuestos hasta la fecha son los siguientes:

 

a) Nostrático: en éste se incluirían las lenguas afroasiáticas, altaicas, dravídicas, indoeuropeas, esquimoaleutianas y urálicas. Últimamente se ha propuesto la tesis de que las lenguas muertas sumeria y elamita formarían parte del grupo dravídico. (Dejaremos de lado el grupo eurasiático propuesto por J. Greenberg.)

b) Sinodenocaucasiano: en el que se incluirían las lenguas sinotibetanas, vasca, na-dené (de las llanuras norteamericanas) y caucasianas. E incluso algunas lenguas muertas como la etrusca, u otras lenguas anatólicas extinguidas.

c) Amerindio: en el que se incluirían todas las lenguas de los nativos americanos, excepto la na-dené (del grupo b) y la esquimoaleutiana (del grupo a).

d) Áustrico: en el que integraríamos las lenguas malayopolinesias, thai, mon-khmer y otras del Sudesde de Asia y de las islas del Pacífico.

 

Últimamente se están proponiendo agrupaciones todavía más amplias, uniendo los grupos nostrático, sinodenocaucasiano y amerindio en un solo paquete (innominado), y convirtiendo el grupo áustrico (del Sudeste Asiático y del Pacífico) en otro llamado "Nueva Guinea". Según Stephen Oppenheimer ("Eden in the East"), Irén Hegedus considera a la primitiva lengua austronesia un miembro temprano de la superfamilia nostrática; el lingüista Paul Manansala, por su parte, relaciona la lengua austronesia con lenguas muertas como el sánscrito y el sumerio.

Estas disputas, y el "tira-y-afloja" de listas y contra-listas de familias lingüísticas, son un resultado inevitable en la ardua búsqueda de dicha "lengua ancestral". ¿Cuál sería ésta? Los especialistas en filología comparada han tratado de reconstruir la lengua primordial, la "madre" de todas las lenguas (vivas y muertas, actuales y pretéritas). Hasta el punto de identificar algunas decenas de etimologías que, según los especialistas, serían realmente universales. He aquí algunos ejemplos:

 

MANO (hombre): "min" (dios fálico) en antiguo egipcio, "mantar" (gente) en tamil, "man" en inglés...

 

KUNA (mujer): "qena" (dama) en la lengua oromo (africana); "quani" (mujer) en Tasmania; "kunu" (esposa) en kirguiz (turco centroasiático); "queen" (reina) en inglés...

 

k'OLO (agujero): "kuli" (ano) en lengua kanuri (nilosahariana); "kolo" (agujero) en finlandés; "hole" (agujero) en inglés; "culo" (idem) en español...

 

PUTI (vulva): "butu" (vulva) en malinke; "puti" (vulva) en tulu (lengua dravidia); "puta" (idem) en español...

 

TIK (dedo, o uno): "tok" (uno) en dinka; "teki" (uno) en coreano; "tikiq" (dedo) en esquimal; "digitus" (dedo) en latín...

 

AQ'WA (agua): "kwe" (nyimang, lengua nilosahariana); aka (japonés); wakka (ainu); aqua (latín)...

 

      En fin, tras el abismo del tiempo aún somos capaces de vislumbrar la "lengua madre". ¿Seria ésta la que, según la Biblia, era hablada antes de la "confusión de las lenguas", sucedida durante el episodio de la Torre de Babel? No lo sabemos, pero estudiando las homologías lingüísticas entre dos lenguas tan separadas en el tiempo y el espacio como el sumerio y el idioma hopi nos llevaremos algunas agradables sorpresas.

El pueblo hopi de Arizona, descendiente de la cultura anasazi, habla una lengua de la familia uto-azteca. Se considera a sí mismo un "pueblo de paz", con una responsabilidad que cumplir: ser "guardián de la Tierra" ("tutskwa"). Por ello se ha visto rodeado de una aureola de sacralidad, que le ha permitido sobrevivir en un ambiente hostil, a pesar de su filosofía irreductiblemente pacifista.

Su caso es de las más intrigantes singularidades en el campo de la etnología: no sólo porque su dios Sol (Taiowa) recuerde a la palabra que expresa el astro rey en Japón (Taiyo-wa); ni siquiera por las evidentes similitudes entre su mitología y la del Viejo Mundo. Sino fundamentalmente por su constancia en la preservación de su cultura, al modo del pueblo hebreo; aunque, a diferencia de éste, empleando para ello únicamente la tradición oral.

Pero hay otro aspecto que lo convierte en un caso especial: su lengua. Estamos convencidos de que en ella podemos encontrar vestigios de una protolengua universal, en la que se englobaría la lengua sumeria.

La lengua sumeria es del tipo "aglutinativo". Es decir, cada idea (sea nominal o verbal) es expresada por una sílaba (o polisílaba), que puede ser modificada por una serie de prefijos o sufijos, como ocurre con el moderno turco. Por ejemplo, tenemos:

 

She (cebada) + Gu (buey), y por tanto: Shegu (buey alimentado con cebada).

 

Creemos que esa fantasmagórica lengua llamada "nostrática" es algo más que un producto de laboratorio: tiene consistencia real. Nótense los siguientes términos hopi, y su (posible) transcripción sumeria:

 

Baho (bastón de plegaria). En sumerio encontramos el término "bar-ús", es decir: "bastón con una punta de cobre".

 

Kiva (casa subterránea). En sumerio encontramos "ki" (tierra, lugar, área, suelo, grano) y "ba4" (casa).

 

(Nótese que los pueblos de la cultura de Andronovo [en las estepas euroasiáticas, durante el II milenio aC.] residían asimismo en casas semienterradas. Significamente, el término de iranio antiguo alusivo a casa era *kata, que significa "excavado".)

 

Mana (kachinas [espíritus de la Naturaleza y de los ancestros] femeninas). En sumerio encontramos "mu10" (mujer) y "na" (ser humano).

 

Piki (un tipo de pan). En sumerio encontramos "ki" (tierra, lugar, área, suelo, grano).

 

Shongopavi (el primer lugar donde los hopi habitaron; nótese que los hopi viven en el desierto de Arizona). En sumerio encontramos "shum4" (antiguo), "gú" (tierra) y "parim" (tierra árida).

 

Sipapu (agujero por el que los hopi alcanzaron, subiendo por una caña de bambú, el Cuarto Mundo). En sumerio encontramos "si" (antena, permanecer vertical [¿el bambú?]) y "pú" (pozo, profundo).

 

Tiponi (mazurca de maíz a la que se le enganchan plumas, que tiene fuerte poder mágico). En sumerio tenemos "ti" (asustarse), "pa" (ala, pluma), y "ní" (fuerza, miedo, respeto).

 

Toho (aceite para untar el cuerpo con fines rituales). En sumerio encontramos "tu5,17" (lavar, derramar, hacer libación).

 

(Nótese que en sumerio no existe la vocal "o".)

 

            Creemos que detrás de estas homologías se encuentra al menos una expresión de la "lengua madre" que estamos buscando. Ésta, por supuesto, evolucionaría de forma diferente en cada punto. Y también pensamos que la lengua sumeria (y tal vez también la lengua turca) puede ser la llave para descifrar un cierto número de lenguas muertas, hasta el momento ininteligibles para los historiadores.

No quisiéramos terminar este artículo sin hacer una breve digresión acerca de ciertas "coincidencias" lingüísticas que creemos que no deben pasar desapercibidas. Es difícil explicar las similitudes que a continuación exponemos si no es a través de la existencia de una hipotética "lengua madre".

(Nótese que hemos subrayado ciertas palabras vascas, intentando demostrar que esta lengua no se trata en absoluto de una "lengua huérfana", como tan a menudo se ha dicho.)

 

      1) Las raíces indoeuropeas "*arg" (blanco, brillante) y "*bhel" (brillar) están emparentadas con las de otras muchas lenguas:

 

Sánscrito         arko             

Tocario           arci

Vasco             argi

Eslavo            bel

Lituano           baltas

Turco             beyaz

Japonés           byaku

Chino             bai

 

      2) Y ahora fijémonos en la palabra "negro":

 

Sánscrito         kala

Mongol            har

Turco             kara

Árabe             qara

Japonés           kuro

Tamil             karuppu

 

      3) Nótese las siguientes similitudes en relación a la idea "agua":

 

Indoeuropeo       *vara, *var (agua, río)

Sánscrito         var (agua)

Guaraní           beru (agua)

Hebreo            beer (pozo)

Sirio             biro (pozo)

Vasco             bera (remojar)

Árabe             bahri, bahr (mar, río, río Nilo)

 

Indoeuropeo       *mar (mar)

Sánscrito         samudra (océano)

Finlandés         meri (mar)

Bretón            mor (mar)

Alemán            mar (ciénaga)

Georgiano         imer (de más allá del mar)

Egipcio           mer (canal, lago)

Turco             kemer (río)

 

      4) La raíz "mala", alusiva a "montaña", está extendida por todo el mundo:

 

Maladeta (España)

Malasia

Maldivas

 

      5) La palabra "muerte" ofrece asimismo pasmosas coincidencias a nivel universal:

 

Sánscrito         mrta

Avesto            mrete

Latín             mors

Egipcio           mut

Bereber           muth

Hebreo            mut

Árabe             mawt

Arameo            mota

Sirio             mawto

 

      6) Ahora fijémonos en la raíz del numeral "siete":

 

Latín             septem

Gótico            sibun

Sánscrito         saptan

Tocario           spat

Árabe             sab

Hebreo            seva

Sirio             savo

Húngaro           set

Tuareg            sa

Copto             sasf

Swahili           saba

Camboyano         satta

Malayo            sapta

 

      7) La palabra "perro" también parece estar emparentada en muchos idiomas:

 

Griego            kurós

Latín             canis

Japonés           ken (o ku)

Chino             quan

Vietnamita        cho

Tibetano          khyi

Coreano           kae

 

      8) Ahora examinemos la palabra "rey":

 

Sánscrito         rajah

Latín             rex

Tailandés         rat

 

      9) Y seguidamente la palabra "Dios":

 

Griego            Theos

Latín             Deus

Germano           Teiwa, o Tiwaz (antiguo nombre de Odín)

Sánscrito         Dewan

Aymará            Tia

Nahuatl           Teotl

Dialecto orinoco  Theos

Chino             Tien

Malayo            Tuan

 

      10) Para acabar, nótense las siguientes homologías entre hebreo y vasco:

 

Hebreo            eretz (pueblo-nación)

Vasco             herri (pueblo-nación)

 

Hebreo            araba (llanura)

Vasco             araba (probablemente "país entre montañas")

 

Hebreo            ama (sirvienta)

Vasco             ama (madre)

 

Hebreo            abar (cruzar [un río o un mar])

Vasco             ibar (río en vasco antiguo)

 

Hebreo            haran (cruce)

Vasco             haran (valle)

 

            En definitiva, detrás de estas coincidencias podemos vislumbrar tal vez la antigua "lengua madre" que pretendíamos encontrar.

 

TIERRAS MÍTICAS

 

En numerosos corpus míticos se asocia a una isla (preferentemente situada en el Poniente, y en ocasiones sumergida) con un supuesto Paraíso donde residen las almas de los bienaventurados.

Esta tierra mitica (el Amentis egipcio, los Campos Elíseos griegos, el Aztlán azteca, el Paraíso de la Reina Madre del Oeste chino, el Avalón o el Brasil célticos, el Buyan eslavo, etc.) es sin duda una más de las reliquias de nuestro pasado ancestral, llegadas hasta nosotros a través de la tradición oral. Pero se da el caso de que dicha "memoria racial" (por llamarla de algún modo) no sólo ha sido preservada en los mitos y en las fábulas, sino que también ha sido plasmada en los mapas, hasta fechas tan recientes como el siglo XVIII.

De acuerdo con el famoso mapamundi de Ptolomeo (siglo II dC.), en las regiones más remotas del sur del planeta existiría un continente desconocido. Este célebre cosmógrafo y geógrafo griego lo caracterizó como un gran puente de tierra que uniría, en el extremo meridional del mundo, los continentes de África y de Asia. Lo llamó Terra Australis Incognita.

Durante la Edad Media y la mayor parte de la Edad Moderna esta creencia siguió viva, hasta el punto de que no en pequeña medida impulsó la exploración del Pacífico Sur, durante la llamada Edad de los Descubrimientos. A diferencia de otros mitos geográficos (al estilo de El Dorado, del Reino del Preste Juan, o del tan ansiado Paso del Noroeste), la existencia de un "continente austral" era vista, más que como una posibilidad, como una certeza.

Esta tradición ancestral, transmitida desde la Antigüedad por autores como Ptolomeo o Pomponio Mela, fue en parte racionalizada con el dudoso razonamiento de que "debe existir una gran extensión de tierra en el hemisferio Sur que contrarreste la masa constituida por el Viejo Mundo en el hemisferio Norte". En palabras de Gerardus Mercator, si no existiera dicho hipotético continente "nada impediría que la Tierra perdiera el equilibrio y saliera de su órbita entre las estrellas".

Según Pomponio Mela, tal continente sería tan vasto como para incluir a Ceilán en su extremo septentrional. Teopompo, hacia el 350 aC., dijo de él: "Existe un continente o superficie de tierra seca que es infinita e inconmensurable en sus dimensiones; dispone de pastos verdes, grandes y poderosas fieras, y hombres gigantes que nos excede en estatura en al menos el doble; tiene muchas y diversas ciudades, con leyes y ordenanzas justas, al contrario que entre nosotros" (extraído de "Eastern Island, Southern Seas", 1973). Mercator, por su parte, consideraba la Tierra de Fuego descubierta por Magallanes (en 1520) como un promontorio de dicha supuesta Terra Incognita (entre Sudamérica y la Terra Australis se situaría el estrecho de Magallanes).

El céltico Brasil es otro de los mitos geográficos que, como el de la isla de San Brandán (que Martin Behaim sitúa en su mapamundi de 1492 a medio camino entre Europa y Japón), han ocupado las mentes de los cartógrafos europeos desde el siglo XIV hasta el siglo XVIII. Éste dice así:

 

"Según la mitología irlandesa, Brasil (o más correctamente: Hy Breasal) es un paraíso acuático situado en una isla del oeste: un lugar de dicha eterna, poblado por hombres virtuosos y por mujeres puras. Allí se refugió una parte de los Tuatha De Danaan (el pueblo de la diosa Danu) cuando fueron derrotados por los mortales (los Mil Spaniae). Aunque está sumergido, es visible por encima del agua una vez cada siete años".

 

Al igual que en en el caso de la Terra Australis, según la tradición Hy Breasal fue ciertamente un lugar real (es decir, no imaginario). De hecho, la moderna Brasil adquirió su nombre porque sus descubridores pensaban que habían llegado al mítico Hy Breasal.

Y como hemos señalado algo más arriba, la búsqueda del continente austral motivó buena parte de los viajes transoceánicos en el hemisferio Sur, que se saldaron con importantes descubrimientos geográficos: Australia (en 1605) y Nueva Zelanda (en 1642), entre otros. Hay que esperar a 1775 (con el retorno de James Cook de su segundo viaje a los mares del Sur) para ver disiparse el convencimiento general en relación a la existencia de tal tierra mítica: "He realizado el circuito del Océano Sur en una alta latitud y lo he atravesado de tal manera como para no dejar la más mínima posibilidad de la existencia de un continente, a no ser que se encuentre cerca del Polo, y lejos del alcance de la navegación" (Diario, 21 de febrero de 1775). Poco tiempo después (hacia 1820) la Antártida sería descubierta.

A estas alturas es lícito preguntarse si la creencia ancestral en la existencia de una mítica tierra austral no formará parte de la tradición universal que comparte buena parte de los pueblos (al modo de mitos tales como la montaña sagrada, el Diluvio, o el Paraíso primordial, ya referidos). Lo curioso del caso es que en esta ocasión el tiempo ha acabado dando la razón al mito.

Bien es verdad que los pensadores griegos anticiparon conceptos tan modernos como los átomos, la evolución de las especies, o el carácter heliocéntrico de la órbita terrestre, a través de razonamientos filosóficos. No obstante, estas intuiciones geniales estaban fundadas en la razón, mientras que el convencimiento de la existencia de una tierra austral no estaba basado en nada, como no sea en la tradición. ¿Cuál es el origen de esta tradición? Nuevamente, nos encontramos perdidos en el abismo del tiempo. Sólo en los polvorientos y apolillados atlas de la edad de oro de la cartografía (el siglo XVI), podemos encontrar algunas respuestas a esta duda inquietante.

Durante el siglo XVI la ciencia geográfica estaba lastrada por la hegemonía del legado ptolemaico y por la escasez de información fiable, por lo que se refiere a las zonas del mundo insuficientemente conocidas y/o exploradas.

            Sin embargo, existen otros mapas que ni se ajustan al "canon" ptolemaico, ni se distinguen por su carácter fantasioso: muy al contrario, si por algo se caracterizan es por su pasmosa correspondencia con la realidad. Estamos hablando de mapas que, significativamente, representan zonas australes o meridionales del mundo.

            En la figura 1 observamos el llamado "mapa de Piri Reis". Fue hallado en 1929 en el palacio Topkapi, durante las tareas de limpieza del harén del último de los sultanes turcos. Pintado sobre una piel de gacela, este mapa fue realizado en 1513, supuestamente por el almirante y pirata turco Piri Reis. En un principio este descubrimiento generó un gran revuelo en el mundo académico, porque se lo relacionó con un hipotético mapa perdido que dibujó Cristóbal Colón.

 

             Cuando se comprobó que podría tratarse de una pista falsa, volvió a caer en el olvido. No fue hasta mediados de los años 1950 cuando recobró una cierta celebridad: esta vez a consecuencia de algunas extrañas características del contorno de sus costas.

            Si se observa con atención (véase el recuadro inferior izquierdo), se comprobará que las costas de Sudamérica y del África Occidental representadas en dicho mapa se ajustan con suma precisión a la realidad. Y lo que es más chocante: África y Sudamérica están separadas por la distancia correcta. En otras palabras: están colocadas en una longitud casi acertada, dos siglos antes de la invención del cronómetro, instrumento de precisión que permitió (en el siglo XVIII) la medición de la longitud terrestre.

            Se ha especulado también con que el contorno de la tierra que bordea el extremo sur del mapa se asemeja al litoral del continente antártico: al menos al que existía hace ¡entre seis y nueve mil años! Por nuestra parte, debemos confesar que esta última aseveración no parece suficientemente probada.

            Ahora obsérvese la figura 2. En ella el continente antártico aparece representado con todo lujo de detalles; que, como podemos comprobar, no difieren en mucho de su fisonomía real. Este mapa fue realizado en 1531 por el francés Orontius Fineus, un famoso cartógrafo de su época que influyó (entre otros) sobre Mercator, como veremos más adelante.

            Bien es verdad que la representación que Fineus hace del continente antártico difiere de la realidad en al menos tres detalles:

 

             1) No coincide en escala: la Terra Australis representada por Fineus es mucho más grande que en la realidad.

            2) Está rotada unos 20º en relación a la realidad.

            3) No aparece la larga península antártica característica del continente antártico.

 

            Pero si descontamos las citadas discrepancias, de todos modos la similitud con la realidad es pasmosa. Nótense especialmente los siguientes detalles:

 

            1) La forma de América es sorprendentemente ajustada a la realidad, en contraste con otros mapas contemporáneos.

            2) La forma general del continente antártico es muy similar a la real, si se observa con atención.

            3) La Terra Australis representada por Fineus está encarada de forma correcta, en relación a los continentes americano y africano, excepción hecha de la rotación de 20º a la que hemos aludido anteriormente.

             4) Al este de la isla de Madagascar, y no muy lejos de la costa antártica, encontramos una gran isla, en el lugar aproximado donde se sitúa el archipiélago de las islas Kerguelén (véase el mapa 1).

            5) El perfil de los continentes antártico y americano tiene una alta correlación con el que tenían hace más de 12.000 años, es decir, cuando las plataformas continentales estaban emergidas (y el nivel del mar era unos 105 metros inferior al de la actualidad).

            6) Y, sobre todo, la orografía expuesta por el mapa de Fineus se corresponde casi a la perfección con la que existe debajo de los casquetes polares de la Antártida. Tal correspondencia sólo pudo ser observada durante la época paleoclimática conocida como Óptimo Holocénico (hace entre seis y nueve mil años).

 

            Como es evidente que los escépticos no pueden aducir que el mapa de Fineus es una falsificación (como sí se ha afirmado en el caso del mapa de Piri Reis), se ha argumentado que dichas correspondencias ni son precisas al cien por cien (¿acaso esperan que lo sean?), ni van más allá de la mera casualidad.

            Más arriba hemos aludido al hecho de que ya desde la más remota antigüedad existía la certeza de que en el hemisferio austral debía existir una Terra Incognita. La "ortodoxia" utiliza esta circunstancia (la existencia pretérita del mito de una tierra austral) como un argumento en contra de la idea de que los mapas originales habrían sido confeccionados hace miles de años por una civilización desconocida.

            Alternativamente, pensamos que este razonamiento está viciado desde el principio: más bien el carácter antiquísimo de la creencia en la Terra Australis es un elemento que prueba que dicho mito subsiste como un elemento más de la "memoria racial", al igual que los mitos de la montaña sagrada o del Diluvio universal.

            Respecto al reproche de que los geógrafos antiguos tendían a "embellecer" sus mapas con falsas montañas, bahías, ríos o ciudades, sólo cabe decir que, si ese fuera el caso, la correspondencia entre esas fantasías y la realidad sería asombrosa.  Explicar las coincidencias cartográficas aquí expuestas como una mera casualidad es lo mismo que afirmar que un mono con una máquina de escribir, en un millón de años, sería capaz de escribir una página del Quijote (lo cual no deja de ser, en sí mismo, un argumento quijotesco).

Por otro lado, ¿por qué otros mapas antiguos no son igual de exactos en su representación del hemisferio septentrional? ¿Por qué argucia del destino el divino azar favorece las zonas inexploradas o desconocidas (como América o la Antártida), y no otras tierras conocidas desde hace siglos (si no milenios) que, como el Extremo Oriente, son deformadas hasta llegar a extremos grotescos?

Somos de la opinión de que si han llegado a nosotros representaciones casi perfectas del hemisferio austral, es porque un pueblo navegante frecuentó y estudió sus aguas (posiblemente por motivos económicos o comerciales), miles de años atrás. En el mapa 1 podríamos tener una prueba de ello.

 

En él hemos superpuesto (a grandes rasgos) la representación que Fineus hace del Sudeste Asiático con su fisonomía real. A primera vista, podemos llegar a las siguientes conclusiones:

 

1) Fineus, a diferencia de otros cartógrafos de su época, no hace uso del "canon" ptolemaico.

2) Tampoco se inspira en ningún otro modelo conocido a la hora de perfilar este territorio. La península malaya (como sabemos, muy estrecha) tiene un perfil parecido al de la India (¿el Queronesus Aureus ptolemaico?). A su derecha encontramos un golfo (¿el golfo de Tailandia?) y una península (¿la península indochina?).

 

Si no fuera porque en el hemisferio austral Fineus representa la Antártida de la forma en que lo hace, rápidamente llegaríamos a una de estas dos conclusiones: o bien Fineus simple y llanamente se ha inventado este perfil, o bien ha representado de una forma harto burda lo que sería en realidad las penínsulas malaya e indochina. Pero nótese que la forma en que representa la supuesta península indochina se corresponde casi a la perfección con el perfil que tenía el subcontinente sumergido de Sunda (el actual archipiélago indonesio) hace 12.000 años (representado por su plataforma continental).

¿Una nueva casualidad? Significativamente: 1) todas estas homologías se refieren a una misma zona (meridional o austral), y 2) todas se ajustan a un horizonte temporal correspondiente a hace 12.000 años.

Y si en algún momento se ha dudado de la autenticidad del mapa de Fineus, compárese éste con el mapamundi de Mercator del año 1538. Este último lo usó como modelo, efectuando sobre él sus propias "mejoras" (tendentes a ajustarlo al "canon" ptolemaico).

En definitiva, creemos que Piri Reis y Ortemius Fineus emplearon, para la confección de sus mapas, unos mapas más antiguos que tal vez constituían una reliquia de un tiempo ancestral.

 

LOS PRÍNCIPES NAVEGANTES

 

Existe la convicción generalizada de que hace miles de años los seres humanos se encontraban en un estado tal de "primitivismo", que eran incapaces de navegar en mar abierto. La experiencia (y la lógica) ha demostrado que esta presunción es errónea. No en vano, el hombre antiguo ocupó no sólo Australia, sino también islas bien alejadas de la costa (como por ejemplo las Canarias). Y es posible que se desplazara desde su lugar de origen (África) hasta los confines más remotos del Extremo Oriente no únicamente por tierra, sino también por vía marítima.

La evidencia arqueológica ha aportado varias pruebas en este sentido. Por ejemplo, la presencia de restos de bacalao, de delfines, y de ballenas en las costas de Escandinavia son indicativas de que durante el período mesolítico se practicaba la pesca de altura mediante embarcaciones (tal como evidencian algunos petroglifos en el ártico noruego).

Tampoco es descartable la realización de largas travesías marinas, al modo de las llevadas a cabo por los navegantes polinesios. Éstos, con una navegación no instrumental, son capaces de orientarse mediante la interpretación de diversos tipos de signos: el movimiento de estrellas, constelaciones y planetas (durante la noche), la evolución del sol (durante el día), la presencia y los hábitos de peces y pájaros, los cambios de color de las aguas del mar, la localización de hitos y puntos de referencia durante el trayecto, la dirección y la fuerza de los vientos, la observación de nubes en el horizonte, etc.

Los polinesios pueden conocer su velocidad y su trayectoria observando la estela de espuma que deja la embarcación a su paso, o cronometrando su velocidad (arrojando un objeto por la borda mientras canturrean una frase repetidamente). Éstos no disponen únicamente de "cartas mentales", sino también de auténticas cartas marinas en las que unas conchas representan islas y unos bastoncitos representan corrientes y mareas.

Como prueba de su pericia tenemos que, partiendo del Sudeste Asiático, poblaron todas las islas del Pacífico, incluso navegando contra la corriente predominante (del Este), a veces en trayectos que superaban las 2.000 millas marinas (3700 km.). La practicabilidad de estos viajes no es descabellada: no en vano, Thor Heyerdahl viajó en su célebre balsa Kon-Tiki 4.300 millas  marinas en 101 días (de Callao, en Perú, a las islas Tuamotu), si bien -en su caso- con la corriente a favor.

Es decir, incluso en condiciones consideradas "primitivas", el ser humano ha sido capaz de realizar auténticas proezas de navegación que hoy día nos parecen inverosímiles. Bien es verdad que estamos hablando de pueblos en un estado muy simple de desarrollo. ¿Qué decir de un prehistórico pueblo de "príncipes navegantes"?

Es evidente que un pueblo que fuera capaz de cartografiar de forma aceptable todo el Hemisferio Sur (véase el artículo titulado "Tierras Míticas") estaría capacitado asimismo para realizar grandes travesías transoceánicas. Pero, ¿por qué habría de cartografiar un continente yermo e inhospitalario como la Antártida? Tal vez con fines comerciales: para explotar sus riquezas pesqueras, o para adquirir pieles, minerales o materias preciosas. Si con este mismo fin un pueblo desconocido pobló las regiones más remotas del occidente europeo (las islas Hébridas, por ejemplo) hace más de 5.000 años, dejando un rastro de su paso en forma de monumentos megalíticos, ¿por qué no lo habría de hacer un hipotético pueblo de "príncipes navegantes"?

Significativamente no existen mapas antiguos que registren con la misma precisión los mares septentrionales, lo que sería indicativo de que este pueblo habría explorado, explotado comercialmente y/o colonizado únicamente un área limitada del mundo: el Extremo Oriente (desde el norte de China hasta Indonesia), tal vez la Antártida y, ¿por qué no?, Sudamérica. Precisamente las áreas que aparecen representadas con extrema precisión en los mapas de Piri Reis y Orontius Fineus.

El lector se preguntará: "¿qué credibilidad se le puede conceder a un supuesto pueblo antediluviano del que no existen pruebas de ningún tipo?" Este razonamiento sería indisputable sino fuera porque sí que pueden existir pruebas documentales que avalen la existencia de los llamados "príncipes navegantes". Y éstas las encontraríamos en el sitio más inesperado: en Australia.

 

FIGURA 3: Dibujo aborigen que representa una embarcación. Nótese la puerta en el costado y los botes salvavidas.

 

En la figura 3 podemos observar la representación gráfica de una embarcación hallada en Australia. Según la interpretación convencional, se trataría de un "prahu" (o "proa") malaya, dibujada en época temprana sobre corteza de árbol. Esta representación, según los entendidos, demostraría que los asiáticos habían descubierto esta isla-continente siglos antes de que lo hicieran los europeos. (Por otro lado, compárese el término malayo "proa" con el homónimo español. ¿Únicamente una coincidencia?)

Según Stephen Oppenheimer ("Eden in the East", 1998) existen homologías entre la mitología de las Indias Orientales (Maluku y Nusa Tenggara) y la mitología de Melanesia y Australia (más concretamente, de Arnhem Land). Los estudios genéticos parecerían confirmar esta asunción: los habitantes del noroeste de Australia comparten genes con los nativos del Sudeste de Asia. Bien es verdad que, desde tiempos inmemoriales, pesqueros malayos se habían dirigido desde las costas de Macassar hasta el Norte de Australia en busca de "trepang" ("pepino de mar"), babosa marina que, una vez seca, es considerada por los chinos una exquisitez culinaria. Sin embargo, tal como apunta Oppenheimer, la frecuencia, naturaleza y penetración de estos marcadores genéticos no podrían ser explicados por estas intrusiones comerciales y/o pesqueras del Sudeste de Asia.

Cabe decir que la embarcación representada en la figura 3 tiene ciertamente algunos rasgos comunes con los "prahu" malayos:

 

            1) Tiene dos mástiles, y velas similares.

            2) Como ellas, dispone de una caseta en medio.

 

            En cambio, no tiene ningún punto en común con los juncos chinos, ni con ninguna otra embarcación conocida de la Antigüedad (ya sea del Viejo, como del Nuevo Mundo). Algunas de sus características la convierten en un caso ciertamente singular:

 

            1) Dispone de unos botes salvavidas claramente visibles, ¿o tal vez se tratarían de botes para la captura de la ballena?

            2) Tiene unas dimensiones muy considerables.

            3) Parece tener un timón (¿o se trataría de una ancla?), y sobre todo:

            4) Podemos ver lo que parece una puerta en uno de sus costados.

 

            Ahora léase el siguiente párrafo de la Biblia: "Hazte un arca de madera de ciprés. Haz compartimentos dentro de ella, y calafatéala por dentro y por fuera. La harás así: trescientos codos de largo, cincuenta de ancho, y treinta de alto [un codo tiene aproximadamente 50 cm.] Hazle un techo al arca, y acábalo por arriba a un codo de altura [es decir: dispondría de un techo a dos aguas]. Pon la puerta del arca a su lado, y hazle tres pisos" (Génesis 6:14-16).

            Sugerimos al lector que intente recordar un solo ejemplo de navío con una puerta en el costado. Seguramente no lo encontrará hasta al menos principios de este siglo. Sin embargo, en la figura 3 observamos una embarcación de tales características, que presumiblemente disponía de una caseta con tejado a dos aguas (como es común entre los "prahu" malayos). ¿Se estaría refiriendo este pasaje del Génesis a una embarcación similar a la dibujada en dicha representación australiana? ¿Se trataría, tanto en un caso como en otro, de barcos pilotados por los "príncipes navegantes" a los que nos hemos referido? Si la respuesta a esta pregunta fuera positiva, tanto la descripción del Arca de Noé, como la fisonomía de los modernos "prahu" malayos, serían pervivencias de estos antiquísimos navíos.

            No sólo en Australia se han encontrado representaciones pictóricas de embarcaciones antiquísimas; también en el Sudeste de Asia, si bien el estilo difiere del característico en el arte aborigen de Australia. En Borneo, así como en otros puntos de Indonesia, estos navíos reciben el nombre de "barcos de los muertos". Algunas de estas representaciones tienen carácter rupestre, y milenios de antigüedad. El motivo conocido como "barco de los muertos" lo encontramos no sólo en pinturas rupestres: también en tapices, en tambores de bronce de la cultura Dong Song (Vietnam, segunda mitad del I milenio aC.), o en diseños rituales del Sudeste asiático.

            Se puede objetar, con razón, que dicho dibujo de los aborígenes australianos, por el mero hecho de estar realizado sobre corteza, no puede tener tal fabulosa antigüedad (recordemos que estamos hablando de miles de años). Pero dado que dicho navío no es comparable con ninguno conocido (en la actualidad o en el pasado), no podemos descartar que se trate de una pervivencia transmitida por tradición oral (o pictográfica) desde un remoto pasado.

             Hay un aspecto que convierte esta hipótesis en algo más que plausible: el arte de los aborígenes australianos es un arte ritual, secreto, sagrado. Nada representado por ellos está carente de significación religiosa. Y notablemente, todo este arte tiene relación con algo que los anglosajones denominan "Dreamtime" (Tiempo de los Sueños): el tiempo de la creación, en el que los "ancestros" conformaron el mundo tal como lo conocemos hoy día. Las representaciones pictóricas son un complemento importante en la narración pública de un mito, con propósitos rituales y ceremoniales. Y lo que es más importante: el conocimiento de estos diseños (con carácter ancestral), y el derecho a pintarlos, está regulado por un elaborado sistema político y social que distribuye el acceso al conocimiento sagrado.

            En definitiva, el arte aborigen:

 

            1) Es altamente sagrado, y tiene propósitos rituales.

            2) Por lo general, tiene carácter mítico, y se refiere al período conocido como "tiempo de la creación" (“Dreamtime”).

            3) Dicho momento mítico tiene una enorme antigüedad.

 

            Por lo tanto, la representación de la figura 3 debe tratarse de algo más que una alusión incidental a la visita de un barco chino o malayo. El arte australiano tiene carácter sagrado, y hace referencia a los ancestros. ¿Pero quiénes serían tales ancestros?

 

 

FIGURA 4: Representación de "wandjina" hallada por el explorador George Grey en una cueva de Kimberley range (Australia). Nótese los signos escritos en el halo de este personaje.

 

            En la figura 4 tal vez podamos observar a uno de ellos. Como se ve, se trataría de un individuo que viste una especie de vestido sacerdotal, con cabeza ovalada, grandes ojos y un halo alrededor de su cabeza. Compárense los signos grabados en el interior del halo con los de la llamada "placa Gradesnica", hallada en Bulgaria en 1969, de entre seis y siete mil años de antigüedad. Podemos comprobar que algunos de esos signos serían similares a los que A. Haarmann denomina como "antiguo europeo", y como resulta evidente, también a los del llamado "lineal A" cretense.

            El personaje de la figura 4 representa un "wandjina" (portador de la lluvia). Los "wandjina", en la tradición aborigen del norte de Australia, son considerados los seres creadores del "Dreamtime" (literalmente, "tiempo soñado", porque sólo a través de los sueños se puede acceder a este período de creación ancestral). Ellos establecieron las reglas que dirigen la conducta humana (recuérdese los "me" sumerios), y los rituales necesarios para vivir en armonía con la Naturaleza.

Generalmente estas pinturas, situadas en cuevas y abrigos naturales, han llegado hasta nuestros días intactas, merced a que los aborígenes se han esforzado por mantener su color fresco y vívido, repintándolas cuando era necesario. Para los aborígenes, los diseños de los "wandjina" en las pinturas rupestres, tal com las encontramos hoy día, son encarnaciones literales de los seres ancestrales.

            Otras formas artísticas que se conservan en Australia son los petroglifos y las pinturas sobre corteza. En la figura 5 vemos un petroglifo que representa un personaje con extrañas orejas (o doble pico de ave) y, significativamente, ¡camiseta, botas y pantalones! En la figura 6 encontramos un dibujo realizado sobre corteza: un calamar gigante ataca a un hombre con pelo liso y con sandalias en los pies. Cabe preguntarse: ¿cómo es posible que un pueblo tan apegado a tierra firme como el australiano conociera este enorme animal, que habita en las profundidades marinas, y que en muy escasas ocasiones ha sido observado por los hombres de mar?

 

 

FIGURA 5: Petroglifo australiano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FIGURA 6: Dibujo sobre corteza australiano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

           Estamos convencidos de que los "wandjina" australianos del tiempo de la creación son los "príncipes navegantes", que, tras recalar en las costas de esta isla-continente, dejaron una huella imborrable en su Historia, su cultura, y sus tradiciones.

 

LOS CONSTRUCTORES DE HIPOGEOS

 

            En la obra "Ancient Egypt. Myth & History" (publicada por la editorial británica Geddes & Grosset, 2001) se desvelan una serie de detalles sorprendentes sobre el antiguo Egipto. Dado su interés, nos limitaremos a comentar dichos contenidos con la máxima fidelidad al original.

            En la página 29 se nos dice que el "trabajo diestro de la piedra caliza, característico de Memphis, tuvo lugar de forma tan súbita como para suponer que este arte fue desarrollado en otro lugar". Dada la extraordinaria calidad del trabajo en piedra caliza, y su rápida aparición, el autor supone que sus introductores en Memphis habrían acumulado una larga experiencia en algún punto ajeno al territorio egipcio.

            ¿Quiénes serían estos artesanos de la piedra? En la misma obra se nos da una pista: podrían tratarse de unos primitivos habitantes de Palestina, de cultura pre-semítica, que racialmente estarían emparentados con los bereberes. Sus rasgos físicos, tal como aparecen en algunas pinturas funerarias, serían diferentes del tipo mediterráneo predominante en la zona; en concreto, se caracterizarían por su elevada estatura y por su pelo y ojos claros. 

            Los registros egipcios no hacen referencia a este supuesto pueblo "de gigantes con pelo claro" que construían cuevas subterráneas, por lo que es presumible que su cultura florecería en tiempos predinásticos. Sin embargo, en la Biblia (Números 13:33-34) sí se hace mención de ellos:

 

      "Y desacreditaron entre los hijos de Israel la tierra que habían visto, diciendo: La tierra que hemos recorrido se traga a sus habitantes; el pueblo que hemos visto es de una altura agigantada.

      Allí vimos unos hombres descomunales, hijos de Enac, de raza gigantesca, en cuya comparación nosotros parecíamos langostas".

 

            ¿Qué querrá decir la expresión "La tierra que hemos recorrido se traga a sus habitantes"? El explorador y etnólogo británico R.A.S. Macalister, que participó en excavaciones en el sur de Israel a inicios de este siglo, parece darnos una solución. Según éste, un pueblo presemítico cananeo construyó galerías y cuevas artificiales, con gran cuidado y exactitud, en paredes de roca calcárea blanda:

 

      "Varían mucho en tamaño y en complejidad; una cueva contenía no menos de sesenta cámaras. Ésta era más bien excepcional; pero no eran extrañas cuevas con cinco, diez o incluso veinte cámaras grandes y pequeñas. Los pasajes eran en ocasiones tan estrechos como para hacer su exploración difícil; y las cámaras eran a veces tan grandes que hacía necesario una luz muy brillante -de magnesio- para iluminarlas suficientemente de cara a facilitar su examinación. Una cámara, ahora derrumbada, tenía unas dimensiones de 122 metros de longitud y 24 metros de altura. Para haber excavado esas catacumbas gigantes se requería un trabajo permanente y una población asentada desde antiguo... Los constructores de las cuevas artificiales conocían el uso del metal, tal como evidencia las marcas de instrumentos metálicos".

 

            Dichas estructuras (amplias cámaras con pasajes angostos) son características de las pirámides y de sus parientes lejanas: las mastabas. Significativamente, en el norte de Jerusalén se han encontrado monumentos prehistóricos que, según Père Vincent, recuerdan a las mastabas egipcias.

            No únicamente en el plano arquitectónico encontramos referencias a un supuesto pueblo con características nórdicas, introductores del trabajo de la piedra en Egipto. Nótese que en este país se describía tanto a Osiris como a su hermano Seth como "hombres pelirrojos, con piel clara". Dicho pueblo habría introducido el dios egipcio Ptah (dios creador y artesano por excelencia) en la mitología memfita. Según el autor de estas páginas, los hipogeos del Valle de los Reyes podrían haber sido modelados a imitación de las cuevas artificiales de Palestina a las que hemos hecho referencia en este artículo.

 

 

Volver