Fundamentos de Economía Factorial - SECCIÓN OCTAVA

SECCIÓN OCTAVA

(Contrastación empírica)

 

     En este capítulo integraremos este modelo en el contexto actual. Es decir, comprobaremos hasta qué punto la realidad confirma o deniega la validez de las hipótesis expuestas hasta el momento. Por lo general, el análisis económico se ha limitado a validar hipótesis o doctrinas preconcebidas, con análisis parciales de la realidad, no integrados en una hipótesis global. Pero como sabemos, la realidad no es ni más ni menos que un sistema con diferentes sectores interrelacionados por un flujo de intercambios (monetarios, comerciales, de información, etc.), que actúan según los principios de la prestación-contraprestación (en terminología inglesa: feed-back). Así pues, la realidad económica no es más que una forma de interrelación entre las personas, con bienes y servicios como principal objeto de intercambio, y con ciertos objetivos (objetos económicos) como fines a conseguir; siendo los individuos, sociedades y organizaciones los sujetos económicos de tal intercambio.

     De ahí que el análisis que cabe efectuar necesariamente ha de tener carácter holístico, es decir, global e integrado. Pero hemos de tener en cuenta otro condicionante: el análisis económico, a diferencia de cualquier materia de estudio en ciencias físicas, no estudia hechos inamovibles, mecánicos. La Economía se ocupa del comportamiento agregado de una miríada de unidades económicas autónomas, que actúan a partir de múltiples motivaciones: crematísticas, culturales, espirituales, solidarias, irracionales, etc. Es decir, la Economía no es la materia que se ocupa del estudio del comportamiento racional de un hipotético individuo-estándard, que representa un arquetipo ideal, al cual se le aplican ciertas convenciones: es un hombre plenamente racional, omnisciente, bien informado, cuyo objetivo es la maximización de su satisfacción, etc.

     Bien al contrario, la Economía es el estudio del comportamiento medio de los mercados, que están influidos por múltiples factores: psicológicos (expectativas), sociales (modas), culturales (costumbre), crematísticos (afán de lucro) o altruistas (solidaridad). Con lo cual, la interpretación neoclásica (marginalista, utilitarista, neoliberal) está sesgada y falta de fundamento real, pues pretende dar verosimilitud a un enfoque doctrinario clasista (que bendice y da por bueno un reparto previo de los recursos), justificador de una realidad dada. Este enfoque es un puro sofisma, pues parte de la base de que la realidad funciona a partir del mecanismo de la ley determinista conocida como Self Fulfilment Prophecy (profecía que crea las condiciones para su propio cumplimiento). Efectivamente, según los clásicos, liberales y utilitaristas, la existencia de una noción, de un arquetipo, aceptada por todos, comporta un funcionamiento ordenado de los mercados, y por tanto su equilibrio y su comportamiento predecible (en aplicación de la llamada ley de Say, de equilibrio de los mercados). Pero, como hemos visto, son múltiples las motivaciones que determinan el comportamiento agregado de los mercados, por lo cual esta visión es reduccionista, tergiversadora de la realidad.

     Como decía un poco más arriba, los economistas clásicos tienen respuestas parciales ante problemas parciales, pero no disponen de una visión global ante un mundo global. Se sabe que el avance tecnológico ha influido y sigue influyendo en el mercado de trabajo, creando una gran precariedad y escasez de empleo; se sabe que la productividad laboral tiene tendencia a descender, y que las crisis se agudizan; se sabe que la inversión es el motor de la economía, y que el consumo va a la baja... Sin embargo, no se ha sido capaz de unificar todos estos elementos para realizar una síntesis global. La ilusión monetaria disfraza cualquier disfunción cíclica bajo el vestido de los mercados de capitales (volátiles y especulativos). Pero poca gente ha ido más allá del velo monetario (o en su caso, de la constatación de la existencia real de crisis de sobreproducción), para encarar los hechos desde una perspectiva más amplia.

     La tecnología ha sido al mismo tiempo la vedette y la gran olvidada de la economía. Se la ha entronizado como la variable que multiplica y acrecienta la acumulación, el crecimiento y la capacidad de producción; se ha visto acertadamente que ella determina el paro estructural permanente, y que provoca grandes desajustes entre la oferta y la demanda de productos (tangibles e intangibles), y entre sectores productivos (productores de bienes de consumo y de bienes de inversión); se ha afirmado, asimismo, que ella alivia las fatigas y minimiza los riesgos. Pero al mismo tiempo se ha ignorado su responsabilidad en la estrategia —consciente o no— de incrementar la productividad aparente para maximizar los beneficios por unidad laboral. El aumento de la capacidad productiva del capital corriente, junto con el acceso a discreción de una reserva de trabajo desocupada, son los factores esenciales que explican el comportamiento cíclico.

     En la tabla 4 hemos expuesto las principales magnitudes de la realidad macroeconómica en España durante los últimos años, centrándonos en la esfera de la producción (economía factorial). A la interpretación de estas cifras hemos dedicado las figuras B-1 a B-5; pero antes se hace necesario exponer, como recordatorio, los principales supuestos de nuestro modelo. En la figura A-26 hemos resumido dichos supuestos de forma gráfica: hemos dibujado dos períodos cíclicos, con la circunstancia determinante de que la inversión (I) supera a la renta en los momentos de auge, y se sitúa por debajo de ella en los momentos de depresión.

     El ciclo comienza con unos niveles de inversión que se sitúan por debajo de los de la renta. Ello supone un incremento de la eficiencia global (CT), que se traduce en acumulación de recursos productivos que no encuentran vía libre, por la atonía del mercado. Se inicia un proceso de inversión (1) que desencadena un mecanismo de retroalimentación positiva (multiplicador), hasta llegar al punto de "empleo natural" (notemos que el desencadenamiento del proceso inversor es previo al de la renta). En (2) la eficiencia global es negativa; los costes en ineficiencia recortan los beneficios medios, por lo que se hace preciso desinvertir (notemos que CT se iguala, con signo opuesto, a los beneficios medios: punto de reversión de fase). Aquí se inicia el proceso multiplicador de la desinversión, que nuevamente se adelanta a la evolución de la renta, hasta el punto en que la inversión vuelve a ser negativa, siendo la renta todavía positiva (3).

     Aquí se vuelve a recuperar niveles positivos de eficiencia global: la productividad del capital acumulado rellena la brecha entre la renta y la inversión (4). Observemos que los beneficios medios (Q/2) superan a la renta (en términos económicos, gracias a la evolución positiva de la eficiencia global). Tal como afirmábamos anteriormente la productividad relativa (-Q/2) es equiparable a los rendimientos de la inversión por factor invertido: ello explica que su signo sea opuesto al de los beneficios medios. La brecha entre los beneficios medios y la renta (brecha de la ineficiencia) da idea de la evolución que sigue la productividad relativa (-Q/2): en el área de las Q+, mientras más grande es la brecha de la ineficiencia, menor será la eficiencia global (CT¯); y viceversa en el área de las Q- (5).

     Si acumulamos los beneficios medios comprobaremos de qué modo un proceso cíclico efectúa periódicamente recortes de renta agregada, es decir, desanda el camino andado con anterioridad, con el coste de quiebras (en las empresas más débiles o menos consolidadas), paro y atonía general. Ello lo podemos observar en los límites superior e inferior de la inversión, que jalonan el nivel de "empleo natural" (cuando se ha llegado al límite de inversión con productividad positiva y equilibrio de factores monetarios) y de "desempleo tecnológico" (el que marca la reserva máxima de paro estructural de origen tecnológico); puntos éstos que en nuestro modelo están representados por Q-L=0 (empleo natural) y BT=0 (paro tecnológico).

     La tendencia del ciclo no es más que la acumulación de los niveles de crecimiento, una vez compensados los vaivenes coyunturales. Esta tendencia viene determinada por el punto de partida del ciclo y, fundamentalmente, por el nivel de I respecto a Q. Ya hemos hecho notar (gráfico A-18) que un nivel de Q por encima de I determina niveles positivos de eficiencia global, y que, en cambio, cuando I>Q, sucede lo contrario, lo que acaba induciendo al sistema a desinvertir. Si bien K, primero, y L, más tarde, sirven de locomotora de arrastre de Q, el proceso de crecimiento se verá inexorablemente frenado si la productividad del capital es sistemáticamente negativo, a causa de los costes en ineficiencia global que ello comporta.

     En el gráfico B-1 hemos resumido los rasgos esenciales de la evolución de la renta, de la inversión, de la eficiencia global y de los beneficios totales (beneficios medios más eficiencia global) en España. (Adjuntamos también gráficas similares de otros tres países representativos: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia.) Se puede observar que I y CT suelen tener signos opuestos, y que Q evoluciona de forma paralela a I. Ello no obstante, podemos comprobar que Q es positiva durante casi toda la crisis petrolera, a pesar de los bajos niveles de I. Aquí juega un importante papel el protagonismo de los beneficios totales: una situación de atonía, caracterizada por una renta baja o negativa (Q£0), una productividad del trabajo positiva (Q-L>0), una eficiencia global positiva (CT>0) y una evolución negativa de la inversión (I¯), puede perdurar durante largo tiempo siempre que los beneficios totales sean positivos (BT>0).

     (En su momento vimos que cuando los beneficios totales bajan de cero se pone en marcha el mecanismo disparador que nosotros denominamos como "punto de reversión de fase". Qué mayor prueba de la validez de este indicador que la constatación de que el sistema económico puede mantenerse indefinidamente en un estado de atonía siempre que BT>0; aquí, nuevamente, CT juega un papel importantísimo.)

     Durante la primera mitad de la década de los setenta, en España, unas tasas de crecimiento del capital muy altas (por encima de las de la renta), y una evolución del empleo irrelevante, permitió que la inversión creciera a niveles ligeramente inferiores a los de la renta, y por tanto la existencia de un nivel de eficiencia global positivo, pero muy reducido (véase gráficos B-1 y B-2). Esta evolución, típica de la postguerra europea, permitió la perduración de una situación estable, con fenómenos cíclicos moderados (es decir, una larga estabilidad económica dentro del marco del crecimiento continuo). Era indicativa también de un cuadro permanente de pleno empleo.

     Sin embargo, más allá de 1975, la creación de una importante bolsa de desempleo aportó un nuevo combustible a las oscilaciones cíclicas. Si durante el período 1950-1975 (aproximadamente) Europa vivió una época —inédita— de crecimiento con estabilidad y pleno empleo, la introducción de cambio tecnológico fuertemente ahorrador de mano de obra (un fenómeno relativamente contemporáneo, aplicado a gran escala) empezó a jugar un papel desequilibrador: la estabilidad dentro del crecimiento fue sustituida por la inestabilidad con tendencia neta al crecimiento.

     Con ello pretendo afirmar que no fue la llamada "crisis del petróleo" (de 1973-1979) la que desencadenó la atonía e incertidumbre de los setenta y ochenta, sino la estrategia más o menos consciente hacia la automatización y la desregulación de las relaciones laborales, a través de un aumento de la composición orgánica del capital. La sustitución de mano de obra por máquinas (o el aumento de la productividad del trabajo a través de una profundización de la tecnología: es decir, el recurso a la productividad aparente) fue acompañada por una estrategia precarizadora, desreguladora y liberalizadora que, entre otras cosas, pretende hacer la empresa más flexible, más pequeña (por ejemplo, mediante el recurso de la subcontratación o de la sumersión), y menos concentrada (a través de la deslocalización). En el plano ideológico se introdujo el argumento de la "legitimación técnica" como recurso justificativo de estos cambios, supuestamente "inexorables".

     Un aspecto a resaltar del análisis de la gráfica B-1 es de qué manera se puede mantener unas cifras aceptables de crecimiento con una atonía tal de la inversión. Podemos comprobar una vez más que es la eficiencia global del capital acumulado la que salva esta brecha. Y aún más interesante: compruébese cómo I tiene un límite que es el que nosotros definido en su momento como "límite de reversión de fase"; tal límite está establecido, aproximadamente, por el nivel de inversión I=3/2Q (en España), que es aquel donde los beneficios totales se anulan. Generalmente, cuando se alcanza este límite (es decir, cuando BT=0), el sistema tiende a desinvertir, si no median factores monetarios (calentamiento de la demanda; cuellos de botella en la oferta a corto plazo, que hacen atractiva la inversión, etc.) Hemos de resaltar, sin embargo, que como la inversión siempre se adelanta a la renta en el ejercicio que da inicio a los períodos de auge, ese año los beneficios totales pueden bajar de cero de forma significativa: el residuo (con signo negativo) entre inversión y renta es muy grande, y los beneficios medios son muy pequeños.

     Veamos la figura A-27. Aquí podemos comprobar cómo una misma productividad laboral (Q-L) puede ir acompañada de niveles diferentes de eficiencia global (CT). En esta gráfica hemos escogido dos niveles diferentes de inversión en capital corriente y los hemos relacionado con el límite de reversión de fase, dado por el punto BT=0. El nivel K1=8,4, con un nivel de renta Q=5,6, y un nivel de empleo L=4, se sitúa en el punto donde BT=0. Pero como la inversión es la suma ponderada del capital corriente y del trabajo, su valor se sitúa lejos del límite de reversión de fase, si bien por encima de Q (Q<I1<BT=0). De tal manera, el nivel de eficiencia global, dados unos valores K1=8,4, I1=6,2 y Q=5,6, tiene valor negativo para un nivel de empleo tal cual L=4 (5,6-6,2=CT=-0,6); sin embargo está lejos del límite de reversión de fase, pues aquí BT=2,8-0,6=2,2.

     El nivel K2=14, en cambio, supone un nivel I2=9, que rebasa el límite de reversión de fase (5,6-9=CT=-3,4; BT=2,8-3,4=-0,6). Aquí los beneficios totales son negativos, y si el sistema no inicia el proceso de desinversión, es porque sin duda el efecto monetario todavía hace provechosa la inversión. En la gráfica hemos rellenado el margen afectado por el desfase monetario, que depende de las condiciones de la oferta y de la demanda, y que no tiene límites claros, pues como sabemos la segunda es muy volátil.

     (Observemos un importante detalle: en la gráfica A-12 comprobamos que, con el coeficiente multiplicador igual a 1/2, cuando K=Q/2®CT=0 en L=(BT=0). En cambio, cuando K=(BT=0)®CT=0 en L=Q/2. Ello indica que CT se desplaza a la izquierda cuando K se desplaza a la derecha, y viceversa.)

     El valor L determina que la eficiencia global sea una u otra en función del desplazamiento horizontal de CT, que asimismo depende del valor relativo de K, cuando L es la variable independiente. Así pues, en un contexto estable (Q dada), un mismo nivel de productividad laboral (en términos coloquiales, de "competitividad") comportará diferentes niveles de eficiencia global dependiendo del nivel de K en relación al límite de reversión de fase. En definitiva, no es Q-L el indicador del nivel de "eficiencia global", sino CT (CT=Q-I): en L=4®Q-L=1,6, tanto para I1=6,2 (con CT=-0,6 y BT=2,2) como para I2=9 (con CT=-3,4 y BT=-0,6).

     (Observemos otro detalle: la productividad del trabajo en el punto I coincide con la eficiencia global en el punto L, si el valor I es el mismo en ambos casos; o dicho con otras palabras, si, con Q y K dados, el valor L es el mismo.)

     Todo ello tiene importantes implicaciones. En primer lugar, indica que es I el que determina el límite de reversión de fase, y no K. En segundo lugar, las funciones Q-L y CT explican cosas diferentes: la primera, la tendencia del sistema a largo plazo, y la segunda, el estado coyuntural. En tercer lugar, una productividad del trabajo aparentemente satisfactoria (por supuesto positiva) es compatible con infinidad de niveles de eficiencia global, en función del nivel relativo de inversión en capital corriente.

     Así pues, y volviendo a la gráfica B-1, podemos extraer las siguientes conclusiones: 1) es el nivel de inversión global el que indica el punto de reversión de fase (en el caso expuesto, en España, cuando I>3/2Q®BT<0); 2) este último está en parte contrarrestado por el desfase monetario antes enunciado; 3) la productividad laboral es compatible con infinidad de situaciones de eficiencia global; y 4) la eficiencia global marca el estado real de "competitividad" del sistema, no la productividad del trabajo. En la gráfica observamos que durante un quinquenio (desde 1985 hasta 1990) la eficiencia global fue negativa: aquí cabría remarcar la influencia, aludida repetidamente, del desfase monetario que se experimentó durante esa época.

     En la segunda mitad de los ochenta, ya sea por el aludido desfase monetario, o por el impulso autónomo de la demanda, se forzó la máquina hasta incluso rebasar (ligeramente) el límite de reversión de base. Durante ese período, a costa de ineficiencia global, los niveles de inversión desbordaron los límites razonables. De todos modos, reténgase el hecho de que, en cualquier caso, el límite de reversión de fase (calculado a partir de los beneficios totales) no fue rebasado de forma significativa; y asimismo, que el período de atonía de los setenta y primeros ochenta persistió precisamente porque los beneficios totales eran altos. (Esta situación se repite en los otros países considerados.)

     En la figura B-2 hemos representado un desglose de la inversión entre su componente capital corriente y su componente trabajo. Podemos comprobar cómo el capital corriente adquiere unos niveles, en momentos de auge, muy superiores a los del trabajo, pues este último tiene una evolución rígida, frente al carácter volátil del capital. Hasta 1974, aproximadamente, el mercado de trabajo gozaba de una gran estabilidad; a partir de 1975 se inicia un proceso de desinversión en trabajo, que inicia un momentáneo reflujo en 1986. Como en B-1 respecto a Q, K se adelanta a L en el inicio de la fase expansiva, y se mantiene a niveles muy altos (en torno a trece puntos positivos) mientras que el poder negociador de los trabajadores no es fuerte (como vemos, en 1989 se rompe esta tendencia).

     En la figura B-3 analizamos la evolución de la productividad. Nuevamente podemos observar que CT es la agregación ponderada de las productividades del capital y del trabajo; y que la productividad del trabajo, si bien es positiva, tiene tendencia a descender. También vemos que, como explicamos en su momento, K (y Q-K) arrastra a CT, dado su carácter más volátil, de tal manera que la evolución de CT tiene una correlación alta con la de Q-K. Volviendo a la tendencia descendente de la productividad del trabajo, comprobamos que este fenómeno es paralelo a una disminución de L y a un fuerte aumento relativo de K, así como a un evidente descenso en los niveles de Q. Obsérvese también cómo fuertes incrementos de K vienen acompañados de fuertes recortes de productividad del capital y de la eficiencia global. Ello puede ser explicable también por desfases entre la renovación del capital obsoleto y su pleno rendimiento, o por pura y simple ineficiencia en el proceso de recambio técnico o de recualificación del personal (paradoja de Solow).

     En resumidas cuentas, el recambio expreso de L por K viene acompañado, a partir de B-2 y B-3, por fuertes recortes en la eficiencia global, y por ende por la reducción en los ritmos de crecimiento de la renta y de la productividad laboral. En B-4 intentamos esbozar una respuesta de la siguiente constatación: el aumento de la composición orgánica del capital provoca una disminución colateral de la renta y de la productividad del trabajo. Comprobamos cómo, excepto entre 1972 y 1974 (período en el cual la eficiencia global tenía signo positivo, y la productividad del capital signo negativo), la productividad relativa del capital se mantiene estable por encima de cero, en general a niveles superiores a 0,4 (su nivel natural: si x y 1-x fuesen iguales, las productividades relativas de ambos factores tendrían el valor 0,5); por otro lado, el hecho de tener generalmente signo positivo, implica que el signo de CT y de Q-K suele ser el mismo: en definitiva, Q-K arrastra el valor de CT.

     La productividad relativa de los factores nos informa de la relación entre la productividad del capital o del trabajo y la eficiencia global: lo que da carácter relativo a la productividad relativa del capital o del trabajo es que cuando una sube, la otra baja, y viceversa. El gráfico B-4 nos informa de que, si entre 1975 y 1984 (con la excepcionalidad ya mencionada de los años 1971 a 1974) las productividades relativas del capital y del trabajo habían oscilado regularmente en torno a un nivel medio de 0,5 (por lo cual capital y trabajo evolucionaban a ritmos parecidos), entre 1985 y 1990 la productividad relativa del capital pasa a adquirir signo netamente positivo (procíclico) y la del trabajo signo netamente negativo (anticíclico), alejándose ambas de su nivel natural (0,6). Ello significa que la productividad del capital, fuertemente volátil, arrastra a CT: de ahí el signo generalmente positivo de la productividad relativa del capital, en relación al de la productividad relativa del trabajo (recordemos que la productividad del trabajo, en todo caso, tiene signo positivo, aun cuando la eficiencia global tenga signo negativo).

     Esta constatación demuestra que: 1) la productividad del capital, con signo anticíclico en períodos de auge, arrastra la eficiencia global; 2) la productividad relativa del capital, muy por encima de su nivel natural, es indicativa de una alta composición orgánica del capital; y 3) la alta composición orgánica del capital genera una alta productividad aparente que repercute sobre la renta y, por ende, también sobre la productividad del trabajo. La gráfica B-4 indica que el sistema no puede estar largo tiempo alejado del nivel de equilibrio que iguala, a largo plazo, las productividades relativas del capital y del trabajo. Pasado un cierto nivel, el sistema tiende a hacer converger de nuevo ambas tasas, lo que tiene una incidencia directa sobre la renta, y ésta, sobre la productividad del trabajo.

     En B-5 pasamos a hacer un análisis general sobre nuestra contrastación empírica. Valgan las siguientes reflexiones: 1) la renta tiene una tendencia positiva constante (es decir, no se produce una evolución del tipo "dientes de sierra") gracias al papel de "comodín" que ejerce CT, al rellenar en momentos depresivos la brecha entre Q e I; 2) la fuerza de trabajo ocupada recupera sus niveles de 1975 en 1989, justo cuando comienza un nuevo período contractivo (¿punto de "empleo natural"?); 3) la productividad del trabajo tiene en todo momento signo positivo, aunque su tasa de crecimiento tiende a ralentizarse; 4) el factor capital corriente tiene un fuerte componente procíclico, y se adelanta siempre a la evolución de la renta agregada, en los momentos previos al auge; 5) dada su rigidez, el componente ocupación varía con menor intensidad, pero tiene también carácter procíclico; y 6) la eficiencia global sigue una evolución opuesta a la de la inversión.

     En definitiva, en esta sección hemos comprobado cómo a pesar de los determinantes de la ley de los rendimientos decrecientes, hay dos circunstancias que alteran la decisión de invertir en un momento dado: la coyuntura de la demanda, así como el desfase monetario (dada la situación relativa de la oferta y de la demanda), por un lado; y el precio relativo del factor trabajo, en función de la coyuntura del mercado de trabajo, por otro. Aquí juega un papel importante el poder de negociación de los trabajadores, siempre que el "ejército industrial de reserva" esté lo suficientemente menguado para poder permitir tal presión obrera. De todos modos, como sabemos, la respuesta de los empresarios suele ser inmediata: mayor aplicación de avance tecnológico y de automatización de cara a ahorrar aún más factor trabajo, y de debilitar aún más la posición obrera.

     En la próxima y última sección, encardinaremos someramente el ciclo en el contexto del crecimiento, sin olvidar hacer mención del papel que juegan los límites impuestos por la escasez de recursos naturales.