El hombre que buscaba la sabiduría

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Hace unos días nos dejó Selín, el hombre más sabio que he conocido; tal vez mi mejor amigo; porque él, a diferencia de otras personas, que también se han hecho un hueco en mi corazón, es quien verdaderamente ha llegado a conocer lo más profundo de mi alma y de mi ser.

Si observamos su retrato, arriba, destacan tres rasgos de su personalidad: su bondad, su serenidad, y su humanidad.

Tuve un primer contacto con él a finales de los ochenta, en circunstancias peligrosas. Como activista político, exiliado de su país (Chile), estaba bajo la mirada del régimen. Entre unos cuantos amigos hicimos todo lo posible por ayudarlo y protegerlo. Ésta es una de sus características más relevantes: siempre fue una persona comprometida (con su país, con su gente, y con el mundo). Fue un espíritu generoso que puso en riesgo su seguridad -y la de su familia- en defensa de sus ideales: los de la democracia y los del progreso, en una época en que su país padecía una de las más férreas dictaduras del mundo.

Sus estudios de medicina y de ingeniería (electrónica e informática) lo convirtieron en un auténtico erudito en materias técnicas y científicas, pero siempre sintió una atracción especial por el conocimiento del entorno social. Nada de lo que es humano le era ajeno. De ahí su interés en contribuir -en la medida de sus posibilidades- en la instrucción pública, mediante unos cursos de autoaprendizaje en materias tan útiles como la medicina y la informática. En tiempos recientes desplegó una actividad académica, tanto en Chile como en Argentina (su patria de adopción), centrada en enseñar a otros "a enseñar"; es decir, a dejar una huella en el mundo a través del compromiso pedagógico, para convertirlo en un lugar mejor.

Si tengo algo claro de él, y de su mensaje, es que todos debemos aspirar a un compromiso básico: el de cambiar el mundo. Al contrario de lo que se pueda pensar, ello no es síntoma de envanecimiento, sino de grandeza, porque si algo hemos de tener claro es que el mundo no tiene futuro en las circunstancias actuales. Personas como Selín son las que hacen que la sociedad, nuestro entorno, evolucione, tanto a nivel político, como ideológico, como social. Selín era un humanista, en el mejor sentido de la palabra.

Selín tenía una mente científica, y un corazón generoso. Pero era sobre todo, y fundamentalmente, una persona abierta a todo tipo de inquietudes. Fruto de sus experiencias personales, y de sus lecturas, alcanzó una sabiduría a la que muy poca gente se atreve a aspirar, puesto que nos retrotrae a aquel período de la Humanidad en el que el ser humano tenía acceso franco al espíritu universal y a la divinidad. Selín era un hombre en búsqueda permanente de la sabiduría; no aquella que se adquiere en los libros, sino la que deriva de nuestro propio ser; aquella que se esconde en el rincón más precioso: nuestra propia alma, abierta al Cosmos, y por tanto a Dios.

Como símbolo y recordatorio de esta búsqueda continua, Selín portaba un colgante que representa la esencia de la sabiduría: el "udjat", el "ojo que todo lo ve".

Como dije, conocí a Selín en una etapa fundamental de su vida, pero también de la mía. En esos tiempos, con poco más de veinte años (ya hace 36 años de eso), acababa de salir de una crisis personal muy severa: de una depresión recurrente. Yo era una persona en busca de una motivación, de un sentido. Él me lo dio. Él me contagió su entusiasmo: su búsqueda del conocimiento, de la sabiduría, y de la trascendencia. Él encaminó mis pasos, me hizo más fuerte (pero tal vez no más valiente). No sé qué habría sido de mi vida si no lo hubiera conocido.

Por eso puedo afirmar que fue él quien más influyó en mí, desde el punto de vista intelectual. Él ha sido, y sigue siendo, mi mejor amigo. Hasta aquel momento en que nos volvamos a reunir en la fuente de toda trascendencia.

Siempre te recordaré, amigo.

Adiós, Selín.

 

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