Lustrosa, un modelo social fallido

Con este artículo quiero cerrar el ominoso viacrucis que hace un año y medio vengo arrastrando: los males de Lustrosa, y cómo ello me afecta a mí y a los habitantes de esta ciudad. 

Alguna persona me ha dicho que mis quejas no sirven de nada si no aporto soluciones. Alguna otra me ha sugerido que de nada sirve criticar tan ásperamente a las élites de la ciudad, si no aclaro en qué son responsables de la situación que he descrito en artículos anteriores. 

En este artículo pretendo dar respuesta a ambos reproches, porque creo que he dado con la solución del problema, que explicaré más abajo. Pero antes quisiera reconocer que a mí también me ha costado identificar el problema en sí. Empecé a ser consciente de él cuando una pandilla de jóvenes me acosaron (a mí y a mi local) de forma completamente gratuita. Luego empecé a ser consciente de que aquí, en Lustrosa, pasan cosas que no ocurren en otros lugares; al menos con tanta intensidad. Sugiero al lector que lea mi último artículo sobre el particular, titulado Una generación a la deriva. A los ejemplos de anomias y disfunciones sociales que describo en él, he de añadir uno más: en las últimas jornadas se han puesto de moda las carreras de motos en una avenida próxima a mi domicilio, por lo general durante la madrugada; esas motos, de gran cilindrada, hacen mucho ruido, de modo que es difícil conciliar el sueño. Un caso más de incivismo propio de esta ciudad desquiciada. 

Para contestar dichos interrogantes, en primer lugar he hablado con una de las personas que mejor conocen la ciudad: mi buen amigo A. O. Éste tiene clara memoria de cómo era Lustrosa 50 años atrás, y de su evolución posterior. La conoce tan bien, que ha editado un libro de referencia sobre su historia. Me ha dicho que en los años setenta Lustrosa tenía una rica vida social, gran parte de la cual se desarrollaba –como sucedía asimismo en Sant Boi, mi ciudad de origen- en los casales parroquiales, y más tarde en las asociaciones de vecinos. Dicha vida social se fue diluyendo, y con la llegada de la democracia la efervescencia ciudadana empezó a languidecer, hasta el punto de que la mayoría de los habitantes de Lustrosa, hoy día, no son conscientes de que realmente existe un problema social de convivencia y de civismo. 

A estas interesantes reflexiones de mi amigo, he de añadir algunas de mi cosecha. He tenido la ocasión de vivir en numerosos lugares. En Sant Boi (mi ciudad), en Hospitalet, en Barcelona y en Terrassa, pero también en Inglaterra y en Estados Unidos. Una de las cosas que me llaman la atención es que habiendo conocido dos sociedades tan elitistas y clasistas (por no decir “capitalistas”) como la inglesa y la norteamericana, e incluso la de ciertas ciudades del Ampurdán (la comarca más rica de Cataluña), el lugar que se lleva la palma de la ostentación y del “voyeurismo” pequeñoburgués es Lustrosa. Aquí, excepto un pequeño local de venta de electrodomésticos de ocasión, no existe comercio de segunda mano, aparte de mi librería.

En Inglaterra y en Estados Unidos encuentras “charities” (es decir, locales de venta de artículos de segunda mano) en casi cada calle; eso mismo sucede en Francia, y hasta en ciudades “pijas” del Ampurdán. En Estados Unidos es normal sacar tus cosas a la calle y venderlas en la acera. Es decir, en el mundo rico y opulento no es extraño –sino todo lo contrario, muy normal- comprar ropa, objetos, muebles o libros de segunda mano. Yo mismo lo he hecho centenares de veces. A eso se lo llama “economía circular”, o bien “reutilización”. En todas las sociedades cultas y ricas (por no llamarlas simplemente “civilizadas”) es de lo más común. En Barcelona son habituales asimismo los comercios de segunda mano. Aquí, en Lustrosa, en cambio, no existen establecimientos de ese tipo (al menos, yo no los conozco). Recordemos, en Inglaterra los hay en cada calle, y están muy concurridos. Eso quiere decir que algo falla: en Lustrosa no hay conciencia acerca del reaprovechamiento de artículos en buen estado; una tónica ya popular incluso en las redes sociales. Eso me hace pensar en multitud de comentarios de personas que han entrado en mi librería, y han dicho con disgusto: “las páginas de este libro están amarillas”; “este libro está subrayado”, o bien “no me gusta leer libros que otros han leído”… Supongo que esas mismas personas dirán, de una chaqueta usada: “uy!, esta chaqueta ya no está de moda”, o bien, “a esta chaqueta le falta la etiqueta”, o bien, “no me gusta ponerme una chaqueta usada por otro”… 

Todo nuevo, todo grande, todo ruidoso… Eso es lo que se estila en Lustrosa. Lo cual es indicador de una falta de sensibilidad ante el medio ambiente, y de un sentido de la ostentación excesivamente acentuado. 

En artículos anteriores, y especialmente en Una generación a la deriva, identifico los síntomas del problema (del que hablaré después) como una rebeldía juvenil nihilista y gratuita, que es provocada por una desatención de los padres y por una desidia de las élites de Lustrosa ante una situación que ni siquiera reconocen. Éste es el argumento más interesante que ha apuntado mi amigo A.O. Resumiendo: ¿Cómo van a interesarse las élites del lugar por un problema que ni siquiera reconocen que exista? 

El problema existe, y en el artículo antes referido he hablado de él. Así pues, es hora de saber, ¿cuáles son las causas del problema? 

Para averiguarlo me limitaré a revelar unas cifras. Para ello realizaré una comparativa de tres localidades: Lustrosa, con 60.000 habitantes; Sant Boi de Llobregat, con 85.000 habitantes; y Terrassa, con 230.000 habitantes. He elegido estas tres, porque he residido en ellas; también en Barcelona, durante bastantes años, pero me basta con emplear aquéllas, para no cansar al personal (si comparásemos las cifras de Lustrosa con las de Barcelona, la diferencia sería aún más enervante y escandalosa). 

Mi objetivo es comparar la actuación cultural y social en estas tres ciudades. Comencemos con las bibliotecas. Lustrosa dispone de una sola biblioteca pública (con menos ejemplares que mi librería, y con los horarios muy restrictivos, lo que ya en sí hace pensar que su desempeño es manifiestamente mejorable). Sant Boi de Llobregat dispone de dos (una en el centro, y otra en Ciudad Cooperativa, un núcleo de población aislado del resto de la ciudad). Terrassa de seis, la central (que es monumental, y está dotada de un catálogo extensísimo), y cinco más, una en cada distrito. Ello por no hablar del número de librerías, nuevas o de segunda mano, en cada lugar; y especialmente del número de libros vendidos (un amigo me decía ayer que en una librería que visitó ese mismo día en Sant Cugat del Vallès había cola para pagar; desgraciadamente no es mi caso). 

Sigamos con los casales de barrio (o bien centros cívicos, o casales cívicos, porque en cada lugar se llaman de forma diferente). Lustrosa dispone de tres centros cívicos, con una superficie total (y esto lo subrayo) de 1.350 metros cuadrados. Sant Boi dispone de siete casales de barrio, uno de los cuales, el de Marianao (que es el que más conozco), con una superficie de 1.500 metros cuadrados (sólo éste supera en superficie a los tres casales de Lustrosa juntos). Terrassa tiene 19 casales cívicos; el de Ca n’Aurell (barrio donde viví) tiene una superficie de 800 metros cuadrados. En definitiva, si dividimos el número de habitantes por el número de casales de cada ciudad, a Lustrosa le toca uno por cada 20.000 habitantes, y a Sant Boi y Terrassa uno por cada 12.000 habitantes aproximadamente (con el añadido de que tanto en Sant Boi como en Terrassa los casales de barrio tienen una superficie mucho mayor). 

Los casales en Terrassa y Sant Boi están dedicados a distintas funciones: concentran las actividades “de día” de la gente mayor, pero también las de la juventud, las de las asociaciones, las de las sedes de distrito, etc. En Lustrosa, por lo que me ha dicho mi amigo A.O., son fundamentalmente centros de día de la gente mayor. Aquí hay sólo un “casal de joves” (centro cívico para jóvenes), bastante pequeño, que se emplea sobre todo para reuniones de asociaciones de todo tipo y para ensayos de grupos musicales. Prácticamente no hay espacio para los jóvenes. Como vemos, en general, tanto en Sant Boi como en Terrassa, con unas “ratios” de superficie para actividades sociales similares, la actuación social y lúdica está descentralizada, y tiene un número de recintos y unas dimensiones que parecen razonables. No se puede decir lo mismo de Lustrosa. 

¿Qué supondría revertir la situación de esta ciudad? Para responder esta pregunta hemos de tener en cuenta tres aspectos: 1) El dinero disponible; 2) los espacios físicos disponibles (locales y edificios a disposición del ayuntamiento); y 3) el personal disponible. 

Comencemos por el dinero: según cifras del mismo ayuntamiento de Lustrosa, el año fiscal de 2023 tuvo un superávit de 5,2 millones de euros, y un remanente de tesorería de 17 millones de euros. Sigamos por los espacios públicos: que yo sepa, alrededor del lugar donde estoy escribiendo este artículo (a unos cuantos centenares de metros a lo sumo) existen cuatro edificios de gran tamaño, vacíos o desaprovechados y rehabilitados, que podrían cumplir la función de centros cívicos, o centros de actuación social del tipo que sea; por ejemplo, C. Ll. y T. V. en la calle S. R., o bien el edificio –en uso, pero desaprovechado- que aloja la oficina de empleo de la localidad (que se podría trasladar a otro lugar actualmente disponible), y especialmente la antigua biblioteca, situada entre la A. P. y la A. C.  

El tercer aspecto a tener en cuenta es tal vez el más complicado: la no existencia de personal especializado en intervención social; es decir, de técnicos de dinamización sociocultural, con desempeño concreto en casales cívicos, en casales de juventud, o en casales de gente mayor, así como en otro tipo de actividades dirigidas a la población más joven. Además, equipamientos como el Ateneo están infraempleados. Podría utilizarse por ejemplo para realizar una auténtica actividad musical, teatral o de cineforum, que hoy día es escasa o está sesgada a favor de determinados intereses, de los que hablé en su momento. 

Todo ello me hace pensar en las siguientes consideraciones:

1. Los problemas de Lustrosa están motivados por una estructura social pequeño-burguesa que nunca ha estado interesada por integrar o resolver determinados problemas de las clases populares, a través, por ejemplo, de la cultura o de la animación sociocultural. De ahí los déficits estructurales de equipamientos socioculturales, o de otro tipo: por ejemplo, sanitarios (la construcción del hospital se eterniza, pues parece que no interese demasiado a las “fuerzas vivas de la ciudad”) o de transporte (¿a quién le importa que los habitantes de Lustrosa hayan de padecer el peor transporte ferroviario del país?).

2. Los padres de la “generación de la COVID”, que tantos problemas está dando, fueron asimismo víctimas de esta falta de integración sociocultural de las clases populares; y lo que es peor, han hecho suya la visión pequeño-burguesa que ha propiciado dicha falta de interés por lo social y lo colectivo. De ahí –en parte- la problemática actual.

3. Los poderes dominantes en Lustrosa han priorizado lo visible y ostentoso (las avenidas, el urbanismo, el arbolado) a la implementación de una política social integradora. El pequeño-burguesismo de nuevo en acción. Ello es un ejemplo de que el olvido de las cuestiones sociales acaba teniendo un coste; un coste muy grave.

4. Mi insistencia en que son las élites de Lustrosa las verdaderas culpables de esta situación reside en el hecho evidente de que son éstas las que han determinado, por acción u omisión, la política municipal de Lustrosa. Como mínimo, era su responsabilidad detectar el problema (la falta de inversión en política socio-cultural, para llegar al menos al nivel de ciudades suburbanas como Sant Boi y Terrassa, por no hablar de Barcelona), y por supuesto corregirlo. Como bien ha dicho mi buen amigo A. O., la cuestión no es que ignoraran este problema (al igual que han ignorado el de la sanidad o el del transporte deficientes, que castigan sobre todo a los más vulnerables), sino que simple y llanamente “pasaban de él”, puesto que estaban más interesadas en sus gilipolleces elitistas. 

Aún no es tarde para solucionar esta grave situación (recordemos, la anomia y la rebeldía nihilista de la generación de la COVID, y la insensibilidad y estúpida emulación pequeñoburguesa de sus padres). Como hemos visto más arriba, ya existe el dinero necesario; e incluso unos cuantos buenos espacios (edificios en buen estado, acabados de restaurar). Sólo falta una cosa: preparar una hornada de técnicos de animación socio-cultural, y por supuesto voluntad política para llevarlo a cabo. 

Ésta es mi contribución: al menos identificar la naturaleza y la magnitud del problema, cosa que las élites no se han molestado en hacer (si lo hubieran hecho, otro gallo nos cantaría). Depende de otros (políticos y “prohoms” de Lustrosa) que todo ello se lleve a cabo. En caso contrario pronto lamentaremos las consecuencias. No hace falta mirar a Weimar y a Núremberg. Basta con mirar lo que está sucediendo en Florida y en Wisconsin.

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