El príncipe feliz (recreación de un cuento de Oscar Wilde)
En una ciudad del Norte se alzaba una estatua muy alta de un príncipe que había sido muy bueno y feliz... Por eso lo llamaban "El príncipe feliz".
Aunque la gente no lo supiera, esa estatua tenía vida, y el príncipe se pasaba el día y la noche mirando desde su columna todo lo que pasaba en la ciudad...
Un día, una golondrina que se dirigía a Egipto, para pasar el invierno, descansó a los pies de la estatua. De repente le empezaron a caer gotas encima de su cabeza... Y al mirar hacia arriba, vio a la estatua llorar...
"¿Pero a ti no te llaman "príncipe feliz"? ¿Cómo es que estás llorando?" Preguntó la golondrina.
"Sí, pero desde aquí arriba puedo ver todas las desgracias que suceden a mi pueblo. ¡Y no puedo evitar ponerme muy triste!" Respondió la estatua.
Ésta le pidió un favor a la golondrina: que arrancase el rubí de la empuñadura de su espada, y se lo llevase a una costurera que estaba cosiendo un pañuelo para una rica dama de la corte... Era tan pobre, ¡que a duras penas podía alimentar a su hijo!
Y así lo hizo la golondrina. ¡Qué contenta se puso la costurera cuando vio el rubí encima de su mesa! Con él, podría comprarle naranjas a su hijo, el cual ¡no las había probado en su vida! ¿Y creéis que la golondrina se fue entonces a Egipto?
¡Por supuesto que no! La golondrina le había tomado cariño al príncipe, y decidió quedarse con él un poco más... Éste le pidió que le arrancara uno de sus ojos (de puro zafiro) y se lo llevase a un pobre escritor que se moría de frío en su casa, ¡porque no tenía leña para encender el fuego!
Y así lo hizo la golondrina. Y después, ¿creéis que marchó a Egipto?
No, aún no... Esta vez el príncipe le pidió que le arrancara el único ojo que le quedaba para dárselo a unos niños que dormían bajo un puente... ¡Qué contentos se pusieron también éstos!
¿Y creéis que la golondrina le abandonó entonces?
¡Qué va! El príncipe le pidió que arrancara una a una las hojas de puro oro que recubrían su cuerpo, y las repartiera entre los más pobres de la ciudad... ¡Y así lo hizo la golondrina!
¿Y creéis que después de hacerlo, la golondrina marchó a Egipto?... Sí, esta vez sí, porque si no lo hacía, muy pronto se moriría de frío...
Ahora la estatua del príncipe estaba ciega (porque había perdido sus dos ojos de zafiro). Pero éste ya no estaba triste: ¡porque desde su pedestal podía oír la risa de las gentes a las que había ayudado con su rubí, sus zafiros y su oro! Ese invierno hubo más alegría que nunca en la ciudad...
¿Y qué creéis? ¿La golondrina volvió la primavera siguiente, para visitar la estatua del príncipe feliz?
¡Por supuesto! Pero la estatua ya no estaba allí... El alcalde la había mandado fundir, y con ella se construyó una gran campana. Ahora el el príncipe sí que era realmente feliz, porque cuando sonaba su "ding-dong" ayudaba a alegrar la vida de los habitantes de la ciudad.
Moraleja: No hay mayor felicidad que hacer felices a los que nos rodean.