El canasto mágico
En una pequeña ciudad vivía un zapatero, que a duras penas ganaba para vivir... Un día sólo le quedaban dos monedas, y se dijo para sí:
"¿Qué voy a hacer con dos monedas? Sólo podré comprar una manzana y un poco de pan".
Pero ¡qué remedio! El zapatero se las tendría que arreglar con ese dinero... Y mientras iba hacia al mercado, encontró a una viejecita, que le rogó...
"Oiga, señor: Le vendo esta canastilla por una moneda... Cómpremela por favor, porque tengo mucha hambre".
Ella no era la única que tenía hambre... De hecho, el zapatero no había comido durante dos días... Pero la viejecita le dio tanta pena, que decidió comprarle la canastilla...
Ahora, el zapatero sólo tendría suficiente para comprar una de las dos cosas...
El zapatero fue al mercado con su nueva cesta y compró una manzana... "Qué hambre voy a pasar hoy", se dijo para sí... Pero a pesar de todo estaba muy contento de haber ayudado a aquella anciana.
¿Pero sabéis lo que pasó? Cuando llegó a su casa, en su canasto encontró no una, sino diez manzanas...
Entonces se dio cuenta de que esa anciana era en realidad una hada buena. El zapatero pensó para sí...
"Si con este canasto puedo multiplicar por diez las cosas que compro, ¡me haré rico!"
Así que a partir de ese día, el zapatero compraba manzanas, y lechugas, y judías, en su ciudad, y las vendía, multiplicadas por diez, en la ciudad de al lado... ¡Y todo gracias a su canasto mágico!
Un día, cuando estaba vendiendo las verduras que había conseguido gracias al canasto mágico, llegó una mujer con un niño y le preguntó...
"Oiga, señor: ¿me regala una manzana? No tengo dinero y no se la puedo pagar... ¡Pero es que mi hijo tiene tanta hambre!"
Desde que tenía el canasto mágico, al zapatero le había ido todo bien... El problema es que se había vuelto muy egoísta... Por eso respondió a la mujer...
"Lo siento señora, pero si no hay dinero, no hay manzana".
¡Oh! ¡Qué egoísta!: gracias al canasto mágico el zapatero tenía nueve manzanas gratis por cada una que compraba, y sin embargo no quiso regalar una a aquella mujer... ¿Creéis que la hada buena se enfadó cuando se enteró de eso?
¡Claro! Y en ese preciso momento el canasto dejó de ser mágico... A partir de entonces, el zapatero tuvo que trabajar de nuevo remendando zapatos, porque el canasto mágico volvió a ser... Un canasto normal y corriente...
Moraleja: La avaricia rompe el saco.