El niño sabio
Una vez, en la lejana Arabia, tres comerciantes llegaron a una posada... Y los tres le dijeron a la posadera: "Posadera, mientras nos damos un baño, ¿podrías guardar esta bolsa de oro?"
Pero la cosa no era tan sencilla: como no se fiaban el uno del otro, le pidieron además que no se la diera a nadie por separado, sino ¡sólo a los tres juntos!...
La buena posadera así lo prometió. Pero resulta que cuando los tres comerciantes se estaban bañando, ¡se dieron cuenta de que les faltaba el jabón! Así que decidieron que uno de ellos fuera a pedírselo a la posadera. Y éste, que era muy listo, en lugar de pedirle el jabón le pidió el oro. Pero ella dijo...
"El oro no te daré, si no me lo pedís los tres".
Y para cerciorarse de ello, la posadera preguntó a los otros dos, que estaban en el baño: "¿Se lo doy o no se lo doy?" Y éstos contestaron: "¡Dáselo, buena mujer!" (por supuesto, se referían al jabón).
Entonces, la posadera le dio el oro, y este hombre salió corriendo todo lo rápido que pudo... ¡Menudo sinvergüenza estaba hecho!
Pero fue la posadera la que se llevó la peor parte... Porque los otros dos comerciantes le culparon de haber dado el oro a su compañero huido. Ella se excusó asegurando que ellos no le habían aclarado, cuando estaban en el baño, que era el jabón, y no el oro, lo que le tenían que dar.
La posadera y los comerciantes fueron al juez. Y éste le preguntó: "¿Es verdad que estos hombres te pidieron que no dieras el oro a nadie por separado, sino a los tres juntos?" Ella lo reconoció... "Entonces, ¡no has guardado tu palabra, y debes pagar por ello!", sentenció el juez...
¡Pobre posadera! Ahora tendría que pagar a los comerciantes, una a una, todas las monedas que éstos le habían confiado, ¡y se quedaría completamente arruinada! Por este motivo, se puso a llorar desesperadamente...
"¿Y ahora qué voy a hacer? ¡Para pagar la multa, mi posada tendré que vender...!"
¡En menudo lío se había metido la buena posadera!
Pero afortunadamente, ella había ido al juzgado con su hijo, que era realmente muy listo... Y cuando todos habían dado el asunto por zanjado, el niño le dijo al juez:
"Señor juez, con su permiso, mi madre no ha obrado mal... Estos hombres le pidieron que entregase la bolsa a los tres... ¡Y así lo hará, cuando los tres se lo pidan a la vez!"
"¡El niño tiene razón!, contestó el juez... ¡Que venga el otro comerciante, y entonces que entregue el dinero a los tres!"
O sea, que ¡ahora los dos comerciantes tendrían que encontrar a su compañero para recuperar su dinero! Porque la posadera había quedado libre de culpa gracias al sabio consejo de su hijo.
Y el juez quedó tan impresionado, que tomó al niño como aprendiz, ¡y en pocos años fue el juez más respetado del país!
Moraleja: Cuando la maña no es suficiente, bueno es el ingenio.