Con el debido respeto, señor Vecce...
Acabo de leer su último libro, Vida de Leonardo. Me ha gustado, y me ha interesado. Es una obra recomendable para cualquier persona curiosa por la vida del singular artista y filósofo florentino. En ella he encontrado abundante información, en ocasiones inédita, lo que es de agradecer. Sin embargo, me parece evidente que usted ha adoptado una postura en extremo conservadora, que va incluso más allá del academicismo y de la ortodoxia imperante en este momento. Tanto es así que el personaje, Leonardo, le ha salido plano, sin sustancia, superficial, tal vez porque no ha querido profundizar en las motivaciones que le inspiraban. Por eso sostengo que ha adoptado un punto de vista equivocado, y una actitud cobarde.
Me explicaré. Es comprensible que, cuando no tenemos pruebas de un hecho, sencillamente lo dejemos de lado. Un ejemplo: para despachar el misterio del paisaje de la Gioconda, usted dice que es producto de su imaginación (quizás inspirada por lugares conocidos de su entorno). Pero caben otras posibilidades: tal vez no sea imaginario, sino el “collage” de un paisaje “vivido”. Podemos discutir si es italiano, o como yo afirmo, catalán; pero es una cuestión no desdeñable que como mínimo merece un comentario, sin que ello implique adoptar una determinada posición. Otro ejemplo: en la Gioconda existen una serie de letras y criptogramas escondidos, descubiertos por el investigador Silvano Vinceti, que siendo tangibles y reales usted simple y llanamente ha ignorado. En el presente artículo le demostraré que esos criptogramas son una buena pista para conocer las motivaciones que inspiraron a Leonardo, en su vida y en su carrera. En su lugar, ha adoptado un discurso en cierta medida sensiblero, como si el hecho de que su madre hubiera sido esclava -y circasiana-, si es que lo fue, hubiera de determinar toda su vida. Y por otro lado ha desdeñado la influencia que sobre él pudo ejercer su abuelo Antonio, en casa del cual vivió durante su infancia y primera adolescencia. Desde mi punto de vista ello le ha hecho errar el tiro en la línea argumental de la obra.
Sé que conoce mi trabajo, y la tesis principal que inspira mis libros sobre Leonardo. Usted y yo participamos en un documental producido por TV3 (Televisió de Catalunya), que versaba precisamente sobre algunos aspectos de mi teoría:
https://www.3cat.cat/tv3/ficcio-i-cinema/desmuntant-leonardo/noticia/2834732/
Yo no acabé satisfecho con dicho documental, por razones que ahora no vienen al caso. Creo que usted tampoco. Pero sólo por este hecho doy por sentado que usted ha ignorado mis teorías, que conoce bien; y que muy posiblemente leerá este artículo. Para ponérselo más fácil lo traduciré al inglés. Me gustaría conocer su opinión sobre él. Quede claro que doy a sus puntos de vista una atención especial. Su primera biografía sobre Leonardo me gustó sobremanera, incluso más que la versión actual. Creo que era más valiente y atrevida. Por ello no entiendo que se haya desentendido de las evidencias que tanto el señor Vinceti como yo hemos aportado, en el desarrollo de los estudios leonardianos. Espero que este comentario-crítica le haga reflexionar, y diga en público lo que sin duda piensa en privado: que no todo está dicho sobre Leonardo.
Caterina
Comenzaré por aquí mi disertación. Uno de los pilares de su obra, que según su opinión determina en buena parte el futuro de Leonardo, es el origen extremadamente humilde y exótico de su madre, así como su no “regularización” a partir de su condición de hijo natural (bastardo) por parte de su padre (al ser excluido de la herencia). Es bien cierto que el hecho de que Leonardo fuera fruto de un desliz de su padre, Piero, con una antigua esclava circasiana a la que habría liberado, Caterina, así como el matrimonio de conveniencia de esta última con un bracero un tanto turbulento (Accatabriga di Piero del Vacca), sin duda habría influido en su carácter; pero también es verdad que Leonardo fue acogido por su abuelo Antonio, padre de Piero, durante bastantes años. Por lo cual su infancia, entre una madre que sin duda lo quería, y un abuelo que lo cuidaba, en un entorno rural, no habría sido infeliz, sino seguramente todo lo contrario. Por otro lado, hasta que su padre tuvo su primer hijo “legítimo” (Antonio), una vez en Florencia, le dio una educación esmerada; primero en el ramo de la escribanía, y posteriormente en el taller de Verrocchio, que él costeaba.
Por lo que se refiere a Caterina, su madre, usted la identifica con una esclava circasiana liberada por Piero, su padre (página 36), el mismo año en que nació Leonardo (1452). Ante el comentario, que encontramos en el llamado Anonimo Gaddiano, según el cual Leonardo era nacido, por parte de madre, “de buena sangre”, usted argumenta que “una joven esclava circasiana vale mucho porque es sana, alta, musculosa, fuerte, de buena sangre, una perfecta máquina reproductora…” (página 38). He de decir que en España “de buena sangre” significa “nacido de una familia de posibles, noble o adinerada”; no se emplea dicha expresión para indicar que una muchacha es una “máquina reproductora de hijos sanos”, como usted parece indicar aquí. Pero en fin, no pongo en duda que Caterina, madre de Leonardo, pudiera ser la esclava circasiana liberada por Piero, su padre, a la que usted alude. Si bien he de decir que muchos años atrás, en concreto, en el 2008, el escritor Luis Racionero (que fuera director de la Biblioteca Nacional de Madrid entre el 2001 y el 2004, que conocía muy bien la vida de Leonardo al haber escrito una biografía sobre él, y que tuvo bajo su custodia los Códices Madrid I y II), me comentó que Leonardo era hijo de una esclava judía: Caterina. No sé cuál fue su fuente, pero ahí lo dejo.
(Por cierto, Luis Racionero me firmó un ejemplar de su biografía sobre Leonardo con la siguiente dedicatoria: “Per a José Luis Espejo, agraint-li aquesta idea espectacular sobre en Leonardo. Cordialment, Lluís Racionero. 7 Juny 2008”. Dos años después, el 2010, prologó mi libro El viaje secreto de Leonardo da Vinci.)
Usted da una especial relevancia al origen exótico -circasiano- de su madre Caterina, de cara a explicar su amor por la Naturaleza, que Leonardo convirtió en una obsesión (de ahí sus estudios sobre geología, anatomía y medicina, cosmología, vuelo de las aves, mecánica, matemáticas, etc.). Así, usted considera que la sonrisa de la Gioconda es la de Caterina (página 561), que la madre “inmaculada” de la Virgen de las Rocas es asimismo su propia madre (página 153), y que la Giovannina que suplanta a Juan Evangelista en la Última Cena es de igual modo su progenitora (página 274; Códice Forster II, f. 3r.). Todo sea dicho, bueno es reconocer que el Evangelista es efectivamente una mujer, como ya hice en su momento, hace ya más de diez años (en el 2014). Véase aquí:
José Luis Espejo - El San Juan Andrógino y la Magdalena embarazada (y Leonardo)
Quisiera puntualizar una cosa más. Tal vez influyeran sobre Leonardo no una, sino dos Caterina. La primera, su madre, habría muerto -supuestamente-, según usted afirma, en su taller de Milán, en 1494 (página 255). Y digo “supuestamente” por varias razones: 1) Dicha Caterina recibe una remuneración por parte de Leonardo, tal vez por servicios prestados (“a Caterina, 10 sueldos”, dos veces; J.P. Richter, nota 1517), y 2) según Jean Paul Richter, Caterina (su madre) habría muerto en 1519, el mismo año que su hijo (J.P. Richter, nota 1372). Es más, según dicho autor, Leonardo le habría enviado una carta, fechada el 5 de Julio de 1507 (nota 1559), si bien existen dudas sobre su destinataria. Richter añade lo siguiente: “Leonardo nunca la menciona en sus manuscritos”.
Pero supongamos que usted tenga razón, y que su madre Caterina muriera en el taller de Leonardo, en Milán, en el año 1494. ¿Quién es la segunda Caterina a la que me he referido más arriba? Más adelante, cuando comente el paisaje de la Gioconda, haré mención a que las tierras del entorno de Martorell (provincia de Barcelona), las cuales sostengo que son el escenario de dicha obra, pertenecían a una mujer llamada Caterina Vilar. Sobre ella digo, en una obra aún no publicada:
En el apartado “Algunas consideraciones”, al final de mi biografía –ficcionada- de Leonardo (Memorias de Leonardo da Vinci, publicada por Editorial Base), aludo a la intrigante posibilidad de que Battista de Vilanis, beneficiario –junto con Salai- de una buena parte del patrimonio de Leonardo en Milán, pudiera ser en realidad hijo de éste y de Caterina Vilar, originaria de Sant Andreu de la Barca, localidad cercana a Martorell. No en vano dicha Caterina, usufructuaria de unas tierras en la demarcación conocida como El Palau, desapareció de los archivos catalanes poco antes de la década de 1490. Su hijo, Joan, heredó sus tierras, de las que fue desposeído años después (en 1496 se le considera “pobre y miserable”; la propiedad de las tierras del Palau pasan entonces a manos de un tal Bartomeu Pedrís) …
Volvamos al Testamento de Leonardo. Aquí se menciona a dos personas que podrían estar fuertemente vinculadas a él: por un lado Maturina (su cocinera), cuyo extraño nombre permite pensar, nuevamente, en Caterina (Vilar, aunque en edad “madura”); y por otro lado, a Battista de Vilanis, que recibe la parte del león de la herencia: la mitad de la propiedad de Leonardo detrás de los muros de Milán, las rentas del Canal de Santo Cristoforo de Milán, así como los muebles y los utensilios de la mansión de Cloux en Amboise. Nótese que el nombre de Battista de Vilanis … podría ser la latinización de Vilar, apellido de la Caterina Vilar de Martorell. Es más, podemos llegar a pensar que Vilanis sería en realidad Vilaris, pues en la escritura gótica francesa del siglo XV la “r”, unida a la “i”, cambia de forma, pudiéndose confundir con una “n”.
Así pues, Battista de Vilanis podría ser en realidad Battista de Vilaris. ¿Acaso hijo de Caterina Vilar? ¿Es por ello que le cede la mitad de la herencia, en perjuicio de su discípulo Salai? Es importante hacer constar que Caterina llega al taller de Leonardo en julio de 1493, menos de un año después de la expulsión de los judíos en España (sucedida en agosto de 1492). ¿Era acaso judía? ... Desgraciadamente, esto es algo que no podremos confirmar, pues –como suele suceder cuando se estudia la figura de Leonardo- hemos perdido el original de su testamento.
Así pues, Caterina Vilar, la segunda Caterina que podría haber influido en la vida y en la obra de Leonardo, podría ser la madre de Juan (Bautista) Vilar, que -supuestamente- habría sido criado de Leonardo y habría recibido, junto con Salai, la mitad de sus rentas y propiedades. Ello explicaría que Leonardo hubiese estado tan ligado a Battista de Vilanis (o Vilaris), que recibe una porción muy notable de su herencia. Ello sólo tendría sentido si tal Battista fuera hijo suyo, o de su amante Caterina (creo que el Juan Vilar que perdió las tierras del Palau en 1496 sería otra persona; Battista sería tal vez hijo de dicha Caterina Vilar y de Leonardo). Pero como en el caso de la Caterina esclava y circasiana, señor Vecce, mi Caterina campesina y catalana no deja de ser una conjetura. Si bien fundamentada empíricamente.
Antonio
En mi tierra el vínculo del abuelo de Leonardo, Antonio, con la ciudad de Barcelona, que usted ha mencionado en su obra, ha causado una gran sensación. De ello ya hablé en un artículo publicado el año 2019:
José Luis Espejo - La casa de los Da Vinci en Barcelona
Sobre Antonio usted escribe lo siguiente (página 22):
Durante casi quince años [Antonio] estuvo involucrado en las transacciones de su primo [Frosino], especializándose en la compraventa de especias y materias primas necesarias para la actividad que constituía el centro del poder económico de Florencia y Toscana, la industria textil. Navegó entre Barcelona, Valencia, Mallorca y Marruecos, desafiando los peligros de las tormentas y de los piratas, se adentró en las rutas caravaneras hasta Fez, capital del sultanato, envió detalladas cartas comerciales desde los puertos marroquíes. Posteriormente su actividad se concentró en Barcelona, junto a Frosino, en la recaudación de impuestos a los comerciantes florentinos en nombre del rey Martín el Humano.
En las cartas de su primo Frosino aparece incluso el nombre de una de sus mujeres, Violante. Luego, en un momento determinado, no sabemos por qué, Antonio lo dejó todo y regresó a Toscana. Solo. Con más de cuarenta años, sin patrimonio, sin profesión ni inscripción en los gremios, tuvo que empezar de nuevo desde cero.
Así pues, el abuelo de Leonardo, Antonio, pasó al menos la mitad de su vida activa, hasta más allá de los cuarenta años, comerciando, viviendo y haciendo negocios en Barcelona. Sin duda ello le dejó huella, como demuestra el hecho de que a su primogénito, Piero, lo llamara Piero Frosino, en memoria de su aventurero primo toscano-catalán (éste escribió al menos cuatro cartas en catalán, conservadas en el archivo Datini de Prato; cartas que yo he podido consultar on line).
Yo me pregunto: si Antonio, su abuelo, organizó su bautizo (al que acudieron sus propios amigos), hizo el registro bautismal en un libro notarial de su padre (Piero di ser Guido), y lo acogió en su propia casa durante su infancia y primera juventud (página 24), ¿no habría de influir en la vida y en el carácter de Leonardo en igual o mayor medida que su madre natural, Caterina? Como veremos más adelante, Leonardo estuvo en prisión (primero por sodomía, y posteriormente por herejía) en dos ocasiones. ¿Acaso, en esos momentos de dificultad, no habría de buscar refugio en la casa de sus parientes de Barcelona, que tan bien habría de conocer por referencias de su abuelo? ¿Es tan extraordinario que acudiera a Barcelona para dejar calmar las aguas, en dichos momentos de apuro, o simplemente para buscar nuevas oportunidades, cuando las cosas le iban tan mal en su propio país?
Es curioso, e incluso indignante, que cuando describe el escudo de Piero da Vinci en la Badia Florentina escriba esto: “La sepultura -hoy desaparecida en las distintas reformas de la iglesia- estaba cubierta por una sencilla losa rectangular de piedra, de 2,75 metros de largo por un metro y medio de ancho, con una tapa redonda de mármol y el escudo familiar compuesto por ‘listones amarillos 4 y rojos 3’, tal vez una incrustación de mármol rojo y bronce dorado” (página 99).
(He de decir que fue precisamente la biografía que Luis Racionero hizo sobre Leonardo la que me puso sobre la pista de dicho emblema, cuando afirma: “no queda, de su época, [en la casa de Anchiano] más que un curioso emblema de piedra adosado a una pared en el que aparece un león y -más curioso todavía- un escudo con cuatro barras”. Tres en realidad: una variante del escudo de la Corona de Aragón, o de la Casa de Barcelona; puesto que de las dos maneras se puede llamar.)
Es insultante para un catalán que un extranjero describa dicho escudo de la siguiente manera: “listones amarillos cuatro y rojos tres”. Desde mi punto de vista, ello es un nuevo ejemplo de “ninguneo”, porque como se suele decir “el mayor desprecio es no hacer aprecio”. Señor Vecce, si no quiere reconocer que dicho escudo es una variante del de la Casa de Barcelona, o de la Corona de Aragón (idéntica a la existente en el Condado de Foix, o en el Reino de Mallorca), podría decir que se parecía al escudo de Provenza, o al de Ambois (en Turena), o al gonfalón papal, o al de Borgoña. Se podría tratar, incluso, de una derivación de la “oriflama” francesa. A este respecto, le invito a leer el siguiente artículo:
José Luis Espejo - El escudo de los Da Vinci
Sea como sea, todo parece lícito para hacer desaparecer la influencia que Cataluña-Aragón, a través de su abuelo Antonio, pudo haber ejercido sobre Leonardo. Hacerlo descendiente de circasianos (en el Cáucaso) es cool. Pero, ¡ni hablar de relacionarlo con Cataluña! No sé si esto es así, pero si no lo es lo parece.
El arte de ocultar la realidad
Señor Vecce, me parece decepcionante que haya mencionado diversas obviedades -pues saltan a la vista- sin aludir a su verdadera significación. Comencemos por la primera gran obra de Leonardo: su Anunciación, datada entre el 1472 y el 1475. Usted afirma muy acertadamente que el punto de fuga es la gran montaña, a la que explícitamente llama “montaña sagrada” (página 81). Como bien sabe, a su lado existe otra montaña, más pequeña, que parece una repetición de la existente en la Gioconda. Ésta tiene una cueva, a la que quizás aluda asimismo en su descripción de la caverna y del monstruo marino, hacia el año 1482 (página 130). También menciona la existencia de una ciudad portuaria (que yo identifico con Barcelona). Cómo no, una vez más, considera que este paisaje podría corresponder a la patria originaria de su madre Caterina, no al lugar de adopción de los Da Vinci de Barcelona: “Para Leonardo esa montaña y esa ciudad evocan algo más, un desgarrón en el tiempo y en el espacio: el mundo fabuloso de su madre Caterina, la montaña sagrada del Cáucaso…”. De nuevo Caterina. ¿Y por qué no evocar Barcelona, durante su paso por esta ciudad en torno al año 1482, huyendo de la persecución de la Iglesia? Es bien cierto que su primer viaje a Barcelona tendría lugar al menos siete años después de acabada esta obra, pero no es menos cierto que la Anunciación sufrió varios retoques y “pentimenti”, como señalan Angela Ottino Della Chiesa o Frank Zöllner.
¿Cuándo, y por qué, se produjo la citada huida, azuzado por la persecución de la Iglesia? La Adoración de los magos está datada en torno al año 1481. He aquí la descripción que hago del cuadro en mi obra El viaje secreto de Leonardo da Vinci:
Debajo del árbol frondoso se aprecia un clon de ti mismo [de Leonardo] que levanta el dedo, dando la espalda a la escena. ¿Por qué digo que es un clon? Porque es muy parecido al joven de la derecha, tiene la misma expresión, y casi la misma inclinación de cabeza … Más allá, en el extremo superior derecho, plasmas unas rocas de formas caprichosas … E inmediatamente delante de ellas... ¡Qué horror!
Me sorprende que no se le haya dado la relevancia que merece a esta espantosa escena. Unos caballeros con escudo y un perro acosan a un grupo de desgraciados que se consumen en la hoguera, sin duda representando a los perfectos cátaros que fueron ejecutados en la pira por sus creencias religiosas. Sí, este cuadro es un grito de rabia y de desconsuelo por la injusticia perpretada por la Iglesia de Pedro contra la Iglesia de Juan. Los individuos que arden en la hoguera de la derecha serían víctimas de la intolerancia demostrada por la Iglesia oficial contra otras corrientes religiosas discordantes con su doctrina. El individuo que señala (¿acaso tú mismo, Leonardo?) dirige su dedo hacia la cruel matanza que acabo de describir, poniendo énfasis en este detalle, enmascarado por la abigarrada composición del cuadro.
El Jesús infante, a diferencia de su madre (cariñosa y angelical), tiene una expresión poco edificante. Más bien se antoja como un niño consentido, caprichoso, que pide de malos modos el objeto que le ofrece el Rey Mago. Esta actitud nada enternecedora es confirmada por el viejo que está a su derecha, que se echa la mano a la cabeza con una mirada desaprobadora. Llaman también la atención los individuos a su alrededor: demacrados, suplicantes, imploran compasión... Pero el niño —¿egoísta?— es ajeno a todo ello, y sólo se preocupa por la bagatela que recibe, desmintiendo las Escrituras: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (san Mateo, 5: 5). Todo es dolor y decepción por parte del pueblo llano que rodea a la madre y el niño; contenido y reprimido por los caballeros armados que tratan de poner un poco de orden en la escena.
Creo que pretendiste expresar en esta obra tu visión más que negativa de la Iglesia: “Fariseos, es decir, frailes”, dijiste en una ocasión; y “Veo a Cristo vendido y crucificado de nuevo y a sus santos sufriendo martirio”, en otra. El catolicismo es a tus ojos un mero engaño, una impostura, una abominación horrenda que limita la libertad y pone en peligro la vida de tus “hermanos en la fe”. La Adoración de los Magos es por ello un testimonio de tu desafección hacia la Iglesia establecida, más que un manifiesto de tus creencias neoplatónicas. No me extraña que no lo llegaras a acabar. De hacerlo, posiblemente, habrías acabado como los desgraciados que aparecen aquí consumiéndose en el fuego.
Señor Vecce, usted considera que todo este caos, este despropósito de la Adoración, alude a los trágicos acontecimientos que siguieron a la Conspiración de los Pazzi, que tuvieron lugar escasos tres años atrás. Así pues, esta obra haría referencia a la construcción de un nuevo templo, el templo de la “convivencia civil” (página 125). No puedo estar más en desacuerdo: si lo que más le llama la atención es el “cachorro de elefante” que aparece aquí plasmado (página 123), es que o bien no ha comprendido nada, o es que quiere correr un tupido velo sobre el verdadero significado de esta obra.
Cuando Leonardo escribió (Códice Atlántico, f. 680 r): “Quando io feci Domene Dio putto, voi mi mettesti in prigione; ora, s’io lo fo grande, voi mi farete peggio” (cuando hice un Hijo de Dios pequeño me pusisteis en prisión, ahora, si lo hago grande, me haréis algo peor), se refería sin duda a un problema grave con la Inquisición por alguna cuestión de iconografía religiosa. No se me ocurre una situación como la descrita aquí que no sea aquella que tendría lugar durante la confección de la Adoración, arriba explicada. Ante tamaño atrevimiento, sin duda Leonardo padeció prisión (no sabemos por cuánto tiempo). Desde mi punta de vista, este hecho es el que le habría obligado a huir a Barcelona, para reunirse con su familia de ultramar (los parientes de su abuelo Antonio), hasta que se “calmaran los ánimos” en su propio país. (Todo sea dicho, el Cristo grande podría ser el Cristo de la Última Cena, del que hablaré más abajo.)
Continuemos con el San Jerónimo, datado convencionalmente hacia el 1481. Usted opina que fue un encargo de los Jesuatos de Florencia. Y señala que en el hueco que se ve entre las rocas se distingue la iglesia de Santa Maria Novella (páginas 128 y 129). En fin, todo queda en casa (Florencia). Nada más lejos de la realidad. Todo apunta a que Leonardo lo pintó (y lo dejó inacabado, como solía hacer) en el monasterio de Montserrat. En El viaje secreto de Leonardo da Vinci escribo lo que sigue:
Éste es, desde mi punto de vista, el recorrido del San Jerónimo. Debiste de pintarlo en Montserrat —dejándolo inacabado— hacia 1482. Permaneció allí hasta que en 1776 Pau Serra lo empleó como modelo del tímpano de la fachada antigua. Ninguno de los personajes ilustres que visitaron el santuario se hizo eco de él porque —seguramente— desconocían su importancia. Las tropas del mariscal Suchet, en julio de 1811, lo habrían robado durante el saqueo del monasterio (puesto que objetos de este calibre no son fáciles de esconder). Lo partirían en dos —para su transporte— y se lo habrían regalado al cardenal Fesch. Éste lo habría atesorado —inventándose la descabellada historia de su hallazgo en dos establecimientos de Roma— hasta su muerte. A mediados del siglo XIX fue vendido por sus herederos a la Pinacoteca Vaticana. Así acabaría la rocambolesca peripecia de este cuadro, digna de servir de argumento para una novela.
Le sugiero que lea el siguiente artículo recopilatorio para ver las evidencias en las que me baso para hacer las citadas afirmaciones:
José Luis Espejo - Mis puntos fuertes sobre Leonardo da Vinci
Por lo que se refiere a la Gioconda, me llama la atención -y me duele- que no aluda a los grandes hallazgos de Silvano Vinceti, en relación a los criptogramas que se esconden allí. En el artículo José Luis Espejo - Mis puntos fuertes sobre Leonardo da Vinci tendrá ocasión de encontrarlos. En concreto, el número 72 debajo del puente, asociado a las letras S y A situadas un poco más arriba, aluden a un pasaje de San Agustín, en la Ciudad de Dios, donde se habla de los 72 pueblos que se distribuyeron por el mundo tras el Diluvio. Ello da idea del carácter “universal” que da a dicho mensaje.
Por lo que respecta al personaje retratado, creo que es la Caterina Vilar de Martorell de la que he hablado más arriba, pues la ubica en las tierras de su propiedad (finca del Palau). Como he anticipado, con ella habría tenido un hijo, Juan Bautista Vilar, que seguramente sería el Battista de Vilanis (o Vilaris), su criado personal, que se llevó la “parte del león” de su testamento. El paisaje, que puede encontrar en el artículo antes citado José Luis Espejo - Mis puntos fuertes sobre Leonardo da Vinci, se trataría de un collage donde hallaríamos las rocas del Matauet, el río Llobregat, la montaña de Montserrat al fondo y el puente medieval de Monistrol de Montserrat. Lo dejo a su discreción. La Gioconda que vio Vasari no sería, seguramente, la de París, sino la de Madrid, lo que explicaría su alusión a pestañas, a cejas, a aperturas rosáceas en la nariz, al rojo de los labios o a la fontanela de la garganta… Nada de ello lo podemos encontrar en la Gioconda de París, y sí en cambio en la de Madrid.
¿Y qué decir de la Última Cena de Milán? Aparte de recordar que aquí dibuja a un San Juan con fisonomía femenina (como era común en la Cataluña de su época), a quien llama Giovannina, y que se lamenta de que esta obra le puede provocar las complicaciones que ya le ocasionó la Adoración (el famoso “Cristo niño” que le llevó a prisión), un somero estudio iconográfico demuestra que podría estar inspirada en una pieza del gótico catalán muy anterior: la Santa Cena de Solsona de Pere Teixidor:
José Luis Espejo - La Santa Cena de Solsona, ¿modelo para la Última Cena de Leonardo?
De esta misma obra catalana podría haber obtenido la iconografía de su Salvator Mundi, que usted, señor Vecce, reputa como pieza atribuible a Leonardo (página 480).
¿Cómo y cuando podría haber observado Leonardo la Santa Cena de Pere Teixidó, también llamada Santa Cena de Solsona, poco antes de elaborar la Última Cena de Milán? Se da la circunstancia de que en una nota del Códice H (folio 94 r.), datada hacia 1494 (un año antes de la Última Cena), aparecen los siguientes nombres: Niccolao y Ferrando. Ese mismo año, en concreto en otoño del 1994, el Diario de Viajes de Jerónimo Münzer narra el encuentro de este viajero alemán, en Barcelona, con un tal Leonardo y un tal Nicolás, amigo de Leonardo. Desde mi punto de vista, estos dos personajes serían Leonardo da Vinci y Nicolás Maquiavelo, acompañados tal vez de Fernando Yáñez de la Almedina, que en años posteriores (en 1505) le haría compañía en su taller de Florencia. Ese mismo año, en 1494, habría observado la Santa Cena de Solsona en una ermita situada cerca de la propiedad de un monje de Montserrat llamado Benedictus Solivella, cerca de Navès. A este respecto, véase el siguiente artículo:
José Luis Espejo - Leonardo, ¿en Barcelona en 1494?
En los años que coinciden con su servicio a César Borgia (en torno a 1502) Leonardo se dedica al estudio de la cartografía, a la confección de mapas, y al diseño de fortalezas. Usted, señor Vecce, alude a su invención de “fortalezas fantásticas” (página 361), sin mencionar la copia, en el Códice Madrid II, de la que sería la fortaleza más avanzada y poderosa de su tiempo: el castillo de Salses, acabado en 1504, tal como expongo en José Luis Espejo - Mis puntos fuertes sobre Leonardo da Vinci.
Coincidiendo con el año 1504, Leonardo realiza el dibujo de un altozano, con una construcción arriba, y en la otra cara del folio escribe un listado de ropa que llama “In cassa al munistero” (Códice Madrid II, f. 4 r-v). El dibujo del altozano rocoso representa un monasterio, situado a medio kilómetro de la ciudad de Martorell, llamado Sant Genís de Rocafort, en esos tiempos ya derruido (por un terremoto). Leonardo escribe al lado “Rocafor”. Véase: José Luis Espejo - Mis puntos fuertes sobre Leonardo da Vinci). En la cara opuesta su listado de ropa, como usted señala (página 414), incluye una “capa catalana” de color rosa, lo que no parece extraño teniendo en cuenta que en ese momento se encontraba en Martorell (Cataluña). Usted, por supuesto, puntualiza que tal monasterio es en realidad Santa Maria Novella (páginas 413-414).
Señor Vecce, usted no habla del mapamundi de Leonardo da Vinci, y sí menciona en cambio los mapas que tenía guardados en casa de los Benci, en Florencia (página 374). Dicho mapamundi, desde mi punto de vista, podría ser el primero en el que aparece la palabra America. Seguramente sería el resultado del contacto que habría tenido lugar entre Leonardo y Americo Vespucci, a quien hizo un retrato, hacia 1504. De todo ello hablo en mi libro Los mensajes ocultos de Leonardo da Vinci. Es notable asimismo que Leonardo plasmara en una esfera su concepción del mundo. Dicha esfera era en realidad un huevo de avestruz, como desvelo en el siguiente artículo:
José Luis Espejo - Un Leonardo desconocido
Curiosamente en casa de su padre, en Via Ghibellina, había dos huevos de avestruz (página 412); uno de los cuales podría haber empleado para elaborar su globo terrestre.
Un pequeño detalle no carente de importancia
Señor Vecce, usted destaca el interés que Leonardo sentía por los libros y por las bibliotecas. Alude a ello en varias ocasiones: en concreto, sus visitas a la biblioteca viscontea-esforcea de Pavía (página 174) en busca del “Vitolone”; o bien a la biblioteca del monasterio de San Marcos, en Florencia (página 348); o a la biblioteca de la Via dei Pandolfini (página 374); o a la de Santo Spirito (página 377). También menciona en varias ocasiones libros que busca, que le dan, o que le dejan, como el libro de Geometría que le quiere dar el Vespucio (página 377), o el Arquímedes que le ha de dar César Borgia, a quien llama Borges, en catalán (página 354).
Es por ello de notable importancia la carta a la que aludo en el siguiente artículo:
José Luis Espejo - Leonardo, espía en Montserrat (año 1482)
Fue enviada por el canónigo Joan Boada al cortesano de Madrid Francisco de Zamora, en el año 1789. La pude encontrar en el legajo II-2520 de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid:
Ja ha alguns anys, que mon Parent canonge Pasqual de las Ave []
me referí haver llegit un itinerari de un fingit peregrí. Est []
molt. Era italià. Referia en son llibret tot lo mes repa []
tractant de Montserrat. Entre altres cosas diu que demaná per lo que []
daba de la llibreria. Preguntá a molts de ells, no trovaba qui []
per ultim un mirá la llista dels empleats, y aixý adquirí que []
aná per ell, y li digué haver perdut la clau. Cercant la trová, []
traren en ella [la llibrería], y veu que tot era de teranyinas, y pols. Li digué lo [pere]
grí es llastima que en un monastir com es aquest, estigan de eixa []
los llibres. Diu li respongué que vastant havia estudiat, y eren []
lo Pe_ [permanent?] fay[ç]ó para los presentes, e venideros. Penso estan a[b] []
mateixa maxima. Informat del Sr. Rull lo Illm [Illustrissim] elemental [Clement?]
modus vivendi que ja tenian en aquell temps, no obstant de que []
era admes a la Comunitat, a forsa de instancias de dit Illm,
Más adelante el tal Joan Boada le dice al ministro de la Corte de Madrid:
Si eixas cartas tiran tal qual, al fi del frare, que deuhen fer
las que van enclosas per aquell[s] subjecte[s] que tant doná que
murmurar, y que tantas diligencias practicá perque vm [vuestras mercedes?] []
vinguesen a fernos missió, valentse perque lo vicari tercer []
desocupás la Casa de la Rectoria. Deu lo encamini.
En definitiva, Joan Boada alude a un “fingido peregrino” italiano que insistió en visitar la Biblioteca del monasterio, donde se quedó finalmente como invitado del Ilustrísimo Rull, que no puede ser otro que Llorenç Marull, Abad en el monasterio de Santa Cecília de Montserrat, y Vicario en Santa Maria de Montserrat del Abad Giuliano della Rovere, futuro Papa Julio II. Ello nos sitúa hacia el año 1482, puesto que el Abad renunció un año después a la titularidad de dicho puesto. Al lado de esta carta vemos el dibujo de una escultura de Santa Cecilia, con unas letras escondidas (“l”, “d”, “v”; Leonardo da Vinci). Dicho dibujo sería realizado por Francisco de Zamora, quien señaló en su diario que realizó varios dibujos de las piezas que halló en el monasterio. Por otro lado, Leonardo realizó en sus años jóvenes varias esculturas de terracota (página 67).
Por lo que se refiere a Rull, es notable el hecho de que Leonardo abreviaba en no pocas ocasiones los nombres, como “io, morando dant, sono contento” (página 77), en alusión a su abuelo Antonio, o bien “Antonio Gri”, refiriéndose a Antonio Grifo (página 223). Así, no es extraño que convirtiera Marull en Rull. Lo que es en sí un indicio seguro de que estamos hablando de Leonardo. ¿Por qué no hay constancia de Leonardo en Montserrat? En mi libro El viaje secreto de Leonardo da Vinci explico que los archivos montserratinos fueron destruidos por los franceses en el año 1811. Pero además, como vemos en la carta de Joan Boada, se están “tirando” ciertas cartas que “dieron tanto que murmurar”, y que hicieron venir al monasterio al citado Francisco de Zamora. Dichas cartas, que se destruyen, podrían ser las que informan de la presencia de Leonardo en Montserrat. La única referencia escrita de ellas la vemos aquí, en la misiva del humilde Joan Boada al poderoso ministro de Madrid.
Pero el indicio más claro de que Leonardo estuvo en Montserrat, a partir de la atenta lectura de la citada carta, es su insistencia en querer ver la biblioteca. Su obsesión por los libros y las bibliotecas queda plasmada en este pequeño, pero al mismo tiempo significativo, detalle.
El verdadero propósito de Leonardo
A la luz de todo lo dicho, queda claro que Leonardo, amén de querer conservar la piel, como cualquier otra persona, tenía un propósito vital, un objetivo que lo motivaba. En mis libros El viaje secreto de Leonardo da Vinci y Los mensajes ocultos de Leonardo da Vinci, defiendo la idea de que fue influido por las creencias de sus antepasados, muy probablemente adeptos cátaros, y que sus repetidas estancias en Cataluña le habrían puesto en contacto con concepciones gnósticas y heréticas, que habría plasmado tanto en su obra artística como en sus escritos.
Encontramos un ejemplo en su carta alegórica al Diodario de Siria (página 471), en la que habla del profeta y de la profecía. Dicha carta (Códice Atlántico, f. 393 r-v) está acompañada de diversos dibujos de rocas al estilo de las montserratinas, así como de mensajes como “molti che tengon la fede del figliolo e sol fan templi nel nome della madre” (muchos que tienen la fe del hijo sólo hacen templos en el nombre de la madre), o bien “gran parte de’ corpi animati passerà pe’ corpi degli altri animali” (gran parte de los cuerpos animados pasarán por el cuerpo de otros animales). Ambas expresiones aluden a conceptos cátaros: el culto a la Virgen inmaculada, por encima del culto al Salvador (Cristo); y la idea de la reencarnación, o transmigración de las almas. A ello se refiere con su mención al profeta, a la profecía, y a la inundación que destruye el valle.
Señor Vecce, usted identifica como un “emblema” la expresión “albero tabliato che rimette, ancora spero, falcon-tempo, 1200” (árbol cortado que rebrota, todavía espero, halcón-tiempo, 1200), que es más bien una “profesión de fe”. Dicho mensaje alude al símbolo esotérico del “rebrote”, en este caso de la religión cátara que fue exterminada por la iglesia, al halcón (el emperador) que habrá de vencer a la Iglesia, a la esperanza en que algo así suceda, y a la fecha (año 1200) en que fue exterminada la fe cátara de sus antepasados.
Recordemos la frase, en el Códice Atlántico 680 r: “Quando io feci Domene Dio putto, voi mi mettesti in prigione; ora, s’io lo fo grande, voi mi farete peggio” (cuando hice un Hijo de Dios pequeño me pusisteis en prisión, ahora, si lo hago grande, me haréis algo peor). Como he apuntado más arriba, ello le supuso la prisión, y el exilio en Barcelona por unos meses (o algo más de un año). Lo que es poco sabido es que dicha frase, sumamente clara por lo que se refiere a sus convicciones religiosas heréticas, fácilmente discernibles en su Adoración, viene acompañada por la siguiente sentencia: “Quando io crederò imparare a vivere, e io imparerò a morire” (cuando yo crea, aprenderé a vivir y a morir). Nuevamente, una clara alusión a sus creencias heterodoxas: ¿cómo va a creer, si ya es cristiano? Si ha de creer, ha de ser en algo nuevo. De ahí que me parezca sorprendente la siguiente frase, señor Vecce: “Como buen cristiano, Leonardo encomienda su alma a Dios, a la Virgen, a San Miguel y a todos los santos y ángeles del Paraíso” (página 570). Supongo que lo dirá de broma, porque si algo nos queda claro tras esta última reflexión, es que Leonardo era más hereje que cristiano.
Unas últimas palabras
En definitiva, señor Vecce, su obra me parece útil y necesaria, pero manifiestamente insuficiente, porque “no se ha atrevido”, porque “no ha profundizado”, porque ha descrito un Leonardo irreal: títere del destino, sin motivación ni propósito. Leonardo no sólo fue un gran anticipador, sino también un gran humanista, en busca de una filosofía total, de una belleza total, y de una religión basada en la tradición de sus antepasados. Leonardo no era perfecto, como bien sabemos, pero a pesar de que traicionó a su patria y a sus benefactores en no pocas ocasiones, nunca traicionó sus propias convicciones. El Leonardo real es mucho más complejo del que usted describe. Y para hallar las causas de esta complejidad, hay que poner el foco en Barcelona, donde forjó en buena parte su visión heterodoxa.