Miénteme, miénteme mucho

La publicidad suele ser un buen reflejo del mundo en que vivimos, como tuve ocasión de explicar en el artículo Es tan bueno... Ser malo. En él hacía alusión a la estética y a la ética actual, reflejadas en los medios, en los que se ensalza el fenómeno que he denominado como “malismo”.

Ahora nótese la siguiente foto:

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En ella aparece un individuo joven, en el que se ha resaltado -desde mi punto de vista- dos características esenciales: su juventud (y por tanto, su inexperiencia) y sus -aparentes- escasas luces. Con ello no quiero decir que el modelo (el individuo que posa) sea tonto, sino que los sesudos publicitarios le han animado a adoptar una postura y una actitud no especialmente favorecida (tú ya me entiendes). El mensaje publicitario subyacente parece ser el siguiente: “Como sabemos que tú no tendrás ideas brillantes [de ahí el nombre del aparato, Midea], ahí estamos nosotros para aportarte una idea que satisfará todas tus necesidades: Midea”. En definitiva, Midea es la idea que el consumidor moderno (representado por dicho individuo con aspecto no especialmente inteligente) necesita para resolver sus problemas de climatización.

Este recurso publicitario no es nuevo. Ha sido empleado en todo momento, en variadas circunstancias, para vender una idea: ya sea un producto comercial, o una identidad nacional, o una creencia religiosa. En mi libro El sueño de Hitler, en el capítulo El triunfo de la Propaganda, aludo a las estrategias publicitarias del régimen nazi, de cara a mantener el respaldo al régimen, a pesar de los duros reveses en la guerra:

Es indiferente que una cosa sea verdadera en sí, pero tiene gran importancia que se la crea verdadera” (Friedrich Nietzsche, El Anticristo).

La ideología nacionalsocialista, al menos la difundida entre sus clases dirigentes, parte de la base de que el pueblo es primitivo, y que por ello la información que se le ofrece también ha de serlo. Las masas conforman un cuerpo informe exento de pensamiento racional. A este respecto, Goebbels afirma en su diario:

La realidad es que nuestros grandes triunfos del pasado no se debieron ni al llamado sentido común ni a la pretendida sabiduría de la experiencia. Fueron el resultado de una inteligente comprensión psicológica del razonamiento de las grandes masas de la población.

Este pasaje da idea de la visión que los nazis tenían de las masas. Y cuando hablamos de estas últimas, nos estamos refiriendo a su estrato más privilegiado, el llamado Herrenvolk, el pueblo con intachables cualidades arias. Ésta es la interpretación que Goebbels tenía de sus conciudadanos alemanes: “Las masas forman un conjunto informe. Sólo las manos de un artista político transforman las masas en pueblo y el pueblo en nación». Únicamente un cínico redomado, como el doctorcito Goebbels, puede emplear tales palabras para referirse a un conjunto de personas, con legítimos valores y aspiraciones, tendentes a una vida digna y próspera. Dichas palabras denotan un talante autoritario, y al mismo tiempo mefistofélico (o luciferino). Es la expresión de un individuo que no siente simpatía por el género humano, que está muy lejos de compartir los valores del humanismo, puestos en relieve por las sucesivas “declaraciones de los derechos del hombre”, proclamadas en las más relevantes revoluciones liberales (tanto la francesa como la norteamericana).

Tal como he expuesto al citar el pasaje de Nietzsche, en la cabecera de este apartado, los nazis (y en particular Goebbels) consideran que el éxito de sus campañas de adoctrinamiento depende de la repetición de los argumentos, sin atender a su veracidad. Es el caso de la implantación del antisemitismo en el argumentario básico del régimen nazi:

El Führer concede gran importancia a una enérgica campaña antisemita. También cree que el éxito depende en buena parte de una constante repetición de los argumentos. Le agrada extraordinariamente la orientación marcada a la propaganda, tanto en la radio como en la prensa. Le informé acerca de la extensión con que tratamos la propaganda antisemita en nuestras emisiones radiadas en el extranjero. En este momento del 70 al 80 por ciento de nuestras emisiones se consagran a este tema.

Cuando la propaganda tiene un único objetivo ―es el caso nazi―, es decir, conquistar a las masas a través de la repetición de un mensaje de forma insistente e ininterrumpida, lo más probable es que dicha campaña publicitaria tenga un carácter totalitario. Así lo reconoce Goebbels en su diario:

Desarrollé ante el Führer mis ideas con respecto a la propaganda. Creo que cuando se crea un Ministerio de Propaganda, deben estarle subordinadas todas las materias relacionadas con ella: las noticias y la vida cultural, tanto dentro del Reich como en los países ocupados… Subrayé que quiero llevar con un sentido totalitario la propaganda y la política de noticias del Reich. El Führer coincidió conmigo de manera plena y sin la menor reserva.

La propaganda, con un talante negativo y totalitario (como hemos visto más arriba, apelaba a los instintos más básicos, en contra de la “raza semítica”), movilizó al régimen, y a las masas, de forma notable, hasta el punto de prolongar la guerra más allá de lo previsible, a la vista de la situación real del frente. Pero el adoctrinamiento y la fe son incapaces de superar las dificultades inherentes a la realidad de las cosas; en este caso, la superior potencia científica y bélica de las fuerzas aliadas.

El peligro pasó, y sin embargo aún no estamos a salvo de incurrir en errores similares a los que experimentaron nuestros antepasados. Una nueva ola de irracionalismo puede volver a despertar a la bestia que creíamos enterrada tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial.

Escribí este pasaje a principios del milenio, hace ahora más de 20 años, y desgraciadamente la realidad me ha dado la razón. Tal como expongo en el artículo El carácter carismático, las masas informes (porque sí, ciertamente existen) se inclinan por mensajes siimplistas, de carácter intolerante y/o totalitario, y se está imponiendo una corriente irracionalista que lo envuelve todo. Éstos son los ingredientes que dieron lugar al nazismo y a los totalitarismos de la primera mitad del siglo XX. Parece que el ser humano está condenado a repetir sus errores una y otra vez.

El mensaje publicitario que he expuesto más arriba es un síntoma de los nuevos tiempos. Los sesudos publicistas que lo han diseñado tienen muy claro que en las condiciones actuales el consumidor es idiota (así lo representan en la imagen), y que para eso están ellos: para aportarles las ideas de las que los futuros clientes sin duda carecen.

Algo parecido sucede en otros terrenos del acontecer humano. Me centraré en el ámbito de la Historia, que es el que ahora nos interesa.

La Historia, como la Geografía, “es un arma para la guerra”. Ha sido empleada en todo momento como un recurso de adoctrinamiento y de identificación racial, social y nacional. La Historia nos distingue de los demás y nos une a los nuestros. La Historia es difícilmente objetiva, puesto que, como se suele decir, la escriben “los vencedores”, y nos sirve para justificar nuestras preferencias ideológicas, políticas, raciales o nacionalistas.

De ahí que exista una Historia Oculta que trato de desentrañar, en la medida de mis posibilidades, en mis libros y en mi blog. Para hacerlo debo trascender los prejuicios, colocarme en una posición de objetividad y de distanciamiento. A esta actitud vital yo la llamo “universalismo”, puesto como decían los antiguos, “nada humano me es ajeno”.

No hay nada más triste, o más patético, que ver a un “profesor de Historia” repetir como un loro (o una cotorra) las mentiras que los creadores del relato histórico han reflejado en sus libros de divulgación. Me explicaré. Fue a raíz de una conversación con un profesor de bachillerato, a quien llamaré A.A. (éstas eran sus iniciales), que me decidí a escribir mi obra Colón, su verdadera identidad al descubierto. Una vez que, con su cinismo y su sarcasmo característicos, me echó en cara mi falta de profesionalidad por lo que se refiere al desempeño de la materia (puesto que, según él, lo que no es bendecido por la ortodoxia no es serio), me puso como ejemplo el caso de Colón. Me contó, con satisfacción, cómo había visitado su casa en Génova (que sin duda no lo era, puesto que la casa de los Colombo había sido arrasada en un bombardeo francés, y la que se exponía como “casa de Colón” era al menos cien años posterior), y la risa que le producía el "nacionalismo catalán”, que afirma que Colón (Colom) tenía dicho origen. No me aportó ningún otro argumento; únicamente que el relato de la “ortodoxia” va a misa, y él no tiene ningún problema en exponerlo. Como decía, su sarcasmo y su cinismo eran tan evidentes, que desde ese momento dicho individuo dejó de ser mi amigo, y me puse a trabajar en serio en la elaboración de mi libro sobre Colón (véase más arriba).

El caso de Colón (el más misterioso de la Edad Moderna, como expongo en la contraportada de mi libro) es característico del uso que se hace de la Historia. En mi libro Colón, su verdadera identidad al descubierto, así como en mi artículo Los puntos fuertes de mi teoría sobre Colón, expongo algunas de las patrañas y mentiras que han sustentado la tesis genovesista del Cristoforo Colombo hijo de Domenico Colombo. No me extenderé sobre ello. Sólo diré que si esta teoría ha perdurado en el tiempo, absurda e inconsistente como es, es porque favorecía los intereses del reino de Castilla, de cara a incorporar los nuevos territorios descubiertos en Ultramar. Y como no podía ser de otra manera, Colón entró en este juego, para asegurarse sus privilegios en este nuevo Status Quo, así como los de su familia. Lo que sucedió con los Colombo, los Colom, los Bertran y los Casanova (es decir, lo que no sabemos de ellos) sin duda tiene que ver con dicha política de ocultamiento que, iniciada por los mismos Colón, fue ejecutada de forma sistemática por la corte castellana. Lo cual explicaría la desaparición de no pocos documentos: entre ellos, los Diarios de Colón, su Carta del Descubrimiento (en catalán) a Lluís de Santàngel, la carta de los Colombo de Génova a los Colón de Sevilla (de 1496), etc.

Pero si Castilla ha jugado sus cartas para difundir su relato, de cara a asegurar su hegemonía en España, y su dominio de las indias, en Cataluña ha sucedido algo similar, aunque en sentido contrario. Es natural que un país asediado cultural y políticamente por parte de una potencia más poderosa (es el caso de Cataluña, dominada por lo que podríamos llamar, en sentido amplio, Castilla), cree su propio relato de resistencia. De ahí que se centre en amasar información sobre su historia, y su papel en el mundo. Eso es sano, siempre que se ajuste a los hechos. Y así ha sucedido entre la mayor parte de los historiadores competentes del país. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, han surgido entidades que han dado un paso más allá, y han tratado de alterar manifiestamente la Historia, catalanizando personajes que no tienen un vínculo evidente con Cataluña: es el caso del Institut Nova Història, y su apropiación de figuras históricas reales o ficticias (Teresa de Jesús, el anónimo autor del Lazarillo de Tormes, Cervantes, o el mismo Leonardo), para convertirlas en catalanas de origen.

Ambos casos (el castellano, en relación a Colón, o el del Institut Nova Història, en relación a Santa Teresa o a Cervantes, por ejemplo) son ejemplos de “manipulación histórica” interesada, de cara a convertir esta materia en un “arma para la guerra”, o para la “confrontación con el otro”. El hecho de que Castilla sea la dominadora, y Cataluña sea la dominada (desde un punto de vista político o hegemónico) no justifica que se falsee o retuerza la Historia de cara a hacerla coincidir con determinados intereses, los cuales a veces son más personales que patrióticos.

Haciendo un uso selectivo de la información se puede fundamentar cualquier mentira. El fenómeno de las “verdades alternativas” no nació con el nazismo. Como hemos visto, tiene origen en el siglo XVI, cuando se creó el “relato” del Colombo genovés, que tanto convenía a Castilla.

Cuando tratas de combatir la mentira desde una perspectiva de objetividad y distanciamiento, recibes de todos lados. En mi caso, de un lado y del otro. Cuando escribí mis libros sobre Leonardo, al menos hasta que saqué a la luz mi página web (que calló algunas bocas), recibí una andanada de críticas y de burlas de los medios españoles, tanto escritos como radiofónicos y televisivos (por no hablar de Internet). Por lo que se refiere a Cataluña, las críticas no fueron menos feroces, especialmente entre aquellos exaltados que me consideraban (y me consideran aún) un títere de determinados intereses españoles, o bien un “submarino” español especialmente diseñado para hacer daño a la identidad catalana. Otros me han considerado -y me siguen considerando- un simple charlatán, de esos que peinan el gato porque no tienen otra cosa que hacer.

Por lo que se refiere a mi libro sobre Colón, me sorprende ver cómo entre los ambientes intelectuales castellanos la respuesta ha sido mucho más abierta y receptiva que entre ciertos medios catalanes. Estos últimos dicen que, como la teoría del Colombo genovés ya no se sostiene, a los españoles ya les va bien una alternativa histórica híbrida, que sea una síntesis de ambas tesis (la genovesa y la catalana), como sería -supuestamente- la mía. Sin tener en cuenta, por supuesto, que mi teoría no está armada y salida de un taller de reparaciones, o de un laboratorio, sino que se fundamenta a partir de documentos y pruebas sólidas. Nuevamente, la visión conspiranoica del “títere” o del “submarino” aplicada a mí. Por fortuna, esta interpretación no es mayoritaria, aunque sí que está muy extendida entre los “colombinistas” catalanes.

¿Y qué decir de la prensa? De momento, el diario Segre, de Lleida, es el único que ha reseñado mi libro sobre Colón. Clíquese aquí para entrar en la noticia. Debo decir que el periodista, que no había mirado el libro (pues no lo tenía), ni grabó la entrevista, comete un grave error histórico (atribuible a él), al confundir al Juan II padre de Fernando el Católico con el Juan II padre de Isabel la Católica, y además me atribuye una relación entre el Colón histórico y la villa de Tarroja de Segarra que yo no he sostenido en ningún momento. Sea como sea, para curarse en salud, escribe al final de su artículo:

Numerosos historiadores del sistema académico y universitario oficial han discutido siempre la tesis del origen catalán de Cristóbal Colón, publicitada a través de libros que ofrecen visiones alternativas de la historia. Estas han crecido de forma exponencial después de la creación hace siete años del polémico Institut Nova Història, con el escritor Jordi Bilbeny al frente.[Error: El Institut Nova Història tiene mucho más que siete años; no sé cuántos, pero bastantes más.]

El punto culminante contrario a esta ‘pseudohistoria’ llegó hace cuatro años con la publicación del libro Pseudohistòria contra Catalunya. De l’espanyolisme a la nova història, en el que historiadores, filólogos y profesores universitarios criticaron publicaciones sobre el origen catalán de personajes históricos de acuerdo con argumentos sin base científica. Historiadores también han lamentado el desinterés académico por la divulgación histórica, lo que abona la publicación de estas tesis alternativas.

Una amiga me dice que estos párrafos sólo están ahí para “contextualizar” el tema. Yo no lo creo así. Más bien pienso que el citado artículo del diario Segre pretende colocarme en el mismo paquete de los “pseudohistoriadores” que han creado una historia alternativa, de acuerdo a sus propios intereses. Más que “contextualizar”, “estigmatiza”. Así pues, me veo inmerso en una situación realmente chocante: por un lado el Institut Nova Història me veta y censura, hasta el punto de que no hacen una mala critica o una mención de mi libro sobre Colón en su boletín oficial; y por otro lado el diario Segre me mete en el mismo saco en el que están ellos, al insinuar que soy otro pseudohistoriador. Tanto en un caso como en otro, significativamente, no se han tomado la molestia de mirar el libro. Tanto en un caso como en otro hablan y actúan a partir de sus prejuicios.

En definitiva, la Historia ha sido, y sigue siendo, “un arma para la guerra”, un recurso por parte de determinados intereses para preservar un Status Quo determinado. Por una razón u otra mentir es aceptado siempre que ayude a crear “verdades alternativas” que favorezcan determinados intereses. A veces la mentira es fruto de la “convicción”, en cuyo caso estamos hablando de otra cosa: de “autoengaño”, de “manipulación” (pasiva, no activa). No dudo que haya instancias interesadas en difundir bulos, o mentiras (como afirma Nietzsche, “Es indiferente que una cosa sea verdadera en sí, pero tiene gran importancia que se la crea verdadera”), con determinados propósitos; o personas que mientan, o difundan mentiras, para favorecer intereses personales. Pero donde hay un manipulador, siempre hay un manipulado.

En otras palabras, donde hay un tonto sin ideas, siempre habrá una idea para ese tonto. Y las ideas no caen del Cielo.

 

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