ANOMALÍAS HISTÓRICAS (1)
DATACIONES NO TAN CLARAS
Mucho se ha hablado del llamado "monumento de Yonaguni", en la isla homónima de las islas Ryukyu, cerca de Taiwan. Esta supuesta estructura piramidal, con un eje este-oeste, habría sido datada en fechas anteriores al 8.000 aC. Sin embargo, existe un enconado debate acerca de si se trataría de una mera rareza geológica, de un "monumento" íntegramente construido por la mano del hombre, o bien de una estructura natural modificada por el hombre.
No es de este tema -todavía abierto al debate científico- del que pretendemos hablar aquí, sino de otra "anomalía" histórica no menos reseñable: la verdadera datación de la Esfinge de Giza.
Generalmente se afirma que la Gran Esfinge de Giza fue tallada durante el reinado del faraón Kefrén, hacia el 2.500 aC. Pero recientes estudios realizados por el profesor Robert Schoch han dejado entrever que esta presunción es sencillamente insostenible. Según este eminente geólogo, dicha estructura habría sido construida en diversas etapas, y su núcleo central -que inicialmente no habría tenido la forma actual- habría que datarlo entre, al menos, el 5000 y el 7000 aC.
El razonamiento es el siguiente: las paredes de la Esfinge muestran unos efectos claros de escorrentía (erosión caracterizada por unos perfiles ondulados) producto de fuertes lluvias, no habituales en la meseta de Giza (con una precipitación media de 25 mm. anuales, y en la que predomina la erosión eólica, que se traduce en formas más angulares). Según Robert Schoch, dicha escorrentía debió tener lugar en fechas muy anteriores a las establecidas por las modernas dataciones. En concreto, sería contemporánea del llamado "óptimo Holocénico", que entre el 9.000 y el 4.000 aC. propició un incremento notable de la precipitación, hasta el extremo de permitir la ocupación humana en lo que actualmente es la zona más árida del Sahara: el macizo del Tibesti.
Esta teoría es consistente con lo que sabemos acerca de la arqueología del Norte de África. Es sabido que el lago Chad tenía, hacia el 4000 aC., una extensión enormemente superior a la actual (en torno a un millón de km. cuadrados; un tamaño dos veces superior a la superficie de España), con una profundidad media de unos 60 m., frente a los 2 ó 3 metros actuales. Unos frescos del Tassili, datados entre el 6000 y el 4000 aC., representan enormes rebaños de ganado doméstico pastando en la zona. Nótese asimismo la presencia en el área de una cerámica antiquísima (del 7.000 aC.), anterior a la encontrada en el llamado Creciente Fértil. En definitiva, entre el 9.000 y el 4.000 aC., en lo que actualmente es el desierto del Sahara, existían las condiciones que habrían permitido desarrollar las bases de una protocivilización que, por qué no, podría estar detrás de la primera fase de la construcción del "complejo de Giza".
Se cree que la Esfinge fue reparada, y modelada con su aspecto actual, en algún momento de la época de las pirámides, pero en ese tiempo su cuerpo central ya estaba profundamente erosionado. Por otro lado, algunas investigaciones sísmicas realizadas "in situ" han sacado a la luz la existencia de cavidades o cámaras subterráneas. El profesor Schoch insinúa la existencia de un antiguo templo que acompañaba a la Esfinge.
Frente a estos argumentos, los geólogos "ortodoxos" han respondido con tres teorías alternativas que explicarían las singularidades geológicas a las que hace referencia Robert Schoch:
a) Una primera alude a la posibilidad de que fuertes y esporádicas precipitaciones, aun incluso en el actual régimen de lluvias de la zona, podrían explicar la erosión de la Esfinge.
b) Una segunda es que la exfoliación producto de la humedad del aire, y de la disolución de sales en las grietas de la roca, podría estar detrás de todo ello.
c) Una tercera alude a un fenómeno no demostrado experimentalmente: la acción erosionadora de las aguas subterráneas, absorbida por los poros de la roca por acción capilar.
Frente a estos razonamientos esgrimidos "ad hoc", Schoch presenta dos formidables objeciones:
1) Si cualquiera de estas teorías fuera correcta, ello no explicaría la erosión diferencial en las paredes de la Esfinge (unas paredes están más erosionadas que otras), y de la Esfinge respecto al resto de los monumentos del complejo de Giza (es el único monumento con las citadas características de erosión, lo que la convierte en un caso singular). Por poner un ejemplo, las mastabas de la meseta de Saqqara, datadas hacia el 2800 aC. (es decir, construidas anteriormente a la datación oficial del complejo de Giza), no muestran en absoluto evidencias de un desgaste similar al que presenta la Esfinge (lo que evidencia la extrema sequedad del clima de la zona).
2) Aunque cualquiera de dichas teorías fuera correcta, existe una circunstancia que la haría inaplicable: la Esfinge ha sido protegida de la acción del viento y del agua, durante 3.100 de sus supuestos 4.500 años de antigüedad, por las arenas del desierto. No en vano, durante todo este largo período la Esfinge ha estado enterrada, lo que implica que no ha pasado suficiente tiempo a la intemperie como para que pudiera recibir la acción erosionadora del agua o del viento.
Robert Schoch, a partir de la erosión diferencial entre la pared oeste, y el resto de las caras de la Esfinge, ha estimado que ésta debe tener una antigüedad de entre 7.000 y 9.000 años. Según dicho autor, este cálculo es conservador, puesto que generalmente la erosión tiene un comportamiento no lineal; así pues, la Esfinge puede ser contemporánea, si no anterior, a los primeros asentamientos de la cultura natufiense de Palestina, considerada oficialmente el origen de la Edad de Piedra Pulimentada (Neolítico).
EL MISTERIO DE LAS MANOS EN NEGATIVO
En la obra "Ancient Man in Britain", de Donald A. Mackenzie (1922), este autor afirma que en la "Grotte des Enfants" (noroeste de Italia, datada en torno al 20.000 aP.), acompañando a dos cadáveres de niños, se hallaron ejemplares de un tipo de concha (Cassis rufa) que únicamente se puede encontrar en los océanos Índico y Pacífico (más allá del Golfo de Adén: en las Seychelles, Madagascar, Mauricio, Nueva Caledonia, Sudeste de Asia y Tahití).
¿De qué manera pudieron llegar a Europa en fechas tan tempranas? Téngase en cuenta que esa especie de concha nunca ha prosperado en las costas europeas, ni en sus inmediaciones.
A primera vista, parece descabellado pensar que puedan haber existido contactos comerciales, a tan gran escala, hace tanto tiempo. Pero ésta no es la única evidencia de interrelaciones a larga distancia entre el Pacífico y el Mediterráneo. No en vano, los genetistas hablan de un cinturón de la talasemia (un grupo de condiciones hereditarias de la sangre que provoca diversos grados de anemia) que une ambos mares. Y ello, según algunos expertos, podría marcar una antigua ruta de migración o comercio ¡existente en pleno Paleolítico!
Sin embargo, la prueba más "gráfica" de esta posible ruta comercial transpaleolítica la encontramos en la distribución en todo el mundo de una rareza arqueológica: las manos en negativo; es decir, aquellas manos que resaltan merced al contorno de ocre o manganeso que las rodea.
Éstas las encontramos en cuevas de Europa Occidental (España, Italia y Francia, con una antigüedad de 25.000 años), en el Sudeste de Asia (Gua Tewet, Borneo, hacia el 23.000 aP.?), en Australia (Kenniff Cave, hacia el 20.000 aP.) y en América (hacia el 10.000 aP.) Curiosamente, por lo visto, es norma que la mano izquierda es la predominante (supuestamente, porque con la mano derecha el autor de tal "huella" habría sostenido el tubo con el que soplaba el pigmento en la pared).
En fin, no sólo la evidencia genética, sino también la arquelógica, demuestra que pudieron haber existido contactos a larga distancia a escala continental, e incluso intercontinental (lo que explicaría la presencia del fenómeno de las manos en negativo asimismo en América), en fechas tan tempranas como el 20.000 aP. Estos contactos podrían haber continuado con posterioridad, lo que explicaría el comercio a larga distancia de piedras preciosas como el jade (que los chinos importaban desde Asia Central) o el ámbar (que los cretenses obtenían de las orillas del Báltico).
¿INDICIOS DE UN ANTIQUÍSIMO COMERCIO TRANSPACÍFICO?
Es norma común afirmar que productos como el maíz, el tabaco, el tomate, la calabaza, el boniato y la patata tienen origen en América, y no llegaron a Europa antes de su "descubrimiento" por Cristobal Colón, en 1492. En este artículo pretendemos demostrar que esta afirmación es, cuanto menos dudosa, y con ello, la "sabiduría convencional" en torno a los "orígenes de la Civilización" ha de ser puesta en cuarentena.
Comenzaremos hablando del maíz. ¿Existen evidencias de su presencia en el Viejo Mundo, antes del descubrimiento de América? Así parece confirmarlo el hallazgo, en templos de los siglos XII y XIII, en Hoysala (cerca de Mysore, sur de la India), de más de 63 figuras esculpidas que supuestamente sostendrían mazorcas de maíz (a tamaño natural) finamente talladas, todas diferentes entre sí. Algunos expertos niegan esta posibilidad, y aseguran que dichas supuestas mazorcas de maíz serían en realidad ornamentos cubiertos de cuentas.
Hay quien asegura que el mismo nombre del maíz podría tener origen asiático. Según Kumar y Sachan, Ashraf (1990) argumenta que en el Vishnu Purana, y en el Apasthamba Saruta Sutra, antiguos textos religiosos indios escritos en sánscrito, el maíz aparece mencionado como "markataka". Su derivación posterior, desde la raíz sánscrita "maka", pasando por la palabra azteca "maza" (puré de maíz), hasta el actual "maíz", parece bastante convincente. (Las palabras castellanas "mazacote" y "mazapán" podrían tener este origen.)
Alfred Wallace efectuó entre 1854 y 1862 un célebre viaje a las llamadas Indias Orientales, que inmortalizó en su libro "The Malay Archipielago". En él hace mención repetidas veces al cultivo del maíz. En el siguiente párrafo afirma que este cereal estaba asentado en el Sudeste de Asia desde tiempos antiguos. Hablando de la isla de Timor, asegura:
"El arroz crece bien en las marismas que a menudo bordean la costa, y el maíz prospera en todas las tierras bajas, siendo el alimento más común entre los nativos, al igual que cuando Dampier visitó la isla en 1699".
La literatura especializada, ya desde el siglo XVI, ha barajado la teoría del origen no americano del maíz. Leonard Fuchs (en "De Historia Stirpium Comentarii", 1542) asegura que éste proviene de Asia. (Nótese que, según Pius Font i Quer, se afirma que el maíz alcanzó España hacia 1520. Su primera representación gráfica es del mismo Leonard Fuchs.) No todos los botánicos de la época estaban de acuerdo. Por ejemplo, Mattioli (1548) afirma lo siguiente: "Entre los géneros de trigo, también puede contarse aquella casta de grano que llaman turco. Pero no se debe decir turco, sino índico, porque por primera vez nos vino de las Indias Occidentales, no de Turquía y Asia, como cree Fuchs" (citado por Font i Quer, "El Dioscórides Renovado").
En esta disputa, el español Andrés de Laguna ("Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos", 1570) se sitúa del lado de Fuchs. Nótese lo que dice Font i Quer a este respecto:
"Dioscórides no pudo conocer el maíz, ni figura por consiguiente en sus escritos, pero Laguna en los comentarios al capítulo 88 del libro II se expresa así: 'Hállase a cada paso una suerte de mijo llamado turquesco que produce unas cañas muy grandes, y en ellas ciertas mazorcas llenas de muchos granos amarillos o rojos, y tamaños como garbanzos, de los cuales, molidos, hace pan la ínfima gente, y éste es el maíz de las Indias, por donde méritamente (añade Laguna), le llamó milium indicum Plinio'. El milium indicum [de Plinio] no pudo ser en modo alguno el maíz americano; pero la figura de Laguna [extraída del Dioscórides de Gualtherus Ryffi, publicado en 1544] corresponde efectivamente al maíz".
No cabe duda de que el español Andrés de Laguna se refiere en su descripción al maíz por todos conocido (de procedencia americana). Pero, ¿es cierto que Plinio el Viejo se refirió realmente a esta planta? En su Historia Naturalis, Libro XVIII, párrafo X, este naturalista romano dice así:
"En los últimos diez años ha sido introducido en Italia, procedente de la India, un tipo de mijo que tiene color negro, con un grano grande y con un tallo como el de una caña. Crece hasta siete pies de altura, con pelos muy grandes -son llamados la crin-, siendo el tipo de cereal más prolífico... Se cultiva en terrenos húmedos".
Para que no exista margen para la duda, transcribimos asimismo el original en latín:
"milium intra hos X annos ex India in Italiam invectum es nigrum colore, amplum grano, harundineum culmo, adolescit ad pedes altitudine VII, praegrandibus comis -iuvas vocant- omnium frugum fertilissimum: ex uno grano sextarii terni gignuntur. seri debet in umidis".
Efectivamente, el maíz tiene un aspecto exterior similar al del mijo; tiene un grano grande; el tallo se parece al de una caña (aunque es simple, sin ramificar), puede llegar a los siete pies de altura (más de dos metros), y en ocasiones los rebasa; tiene unos filamentos alargados (las flores femeninas, situadas en la mazorca), que alcanzan los 20 centímetros, en forma de barba o cabellera (¿o crin?); produce un grano abundante, y se cría en terrenos húmedos.
Curiosamente la mención de un tipo de cereal con grano negro puede probar que Laguna tiene razón al considerar que Plinio se refería al maíz, y no a una especie de mijo. Efectivamente, existen variantes de maíz de color negro, cultivadas desde tiempos inmemoriales en México. De nuevo, el mito explica por qué el maíz adquirió este color:
"En el mito del hallazgo del maíz, el dios Nanahuatzin, con la ayuda de los cuatro Tlalocs (los dioses de los vientos y de las lluvias), abrió la montaña Tonacatepetl por medio de un rayo. Este rayo quemó algunos de los granos de maíz, que adquirieron un color negro. Por su parte, los granos que se situaban debajo de aquéllos conservaron su color amarillo o rojo".
Ante tal cúmulo de coincidencias, no es extraño que el español Andrés de Laguna identificara el supuesto mijo procedente de la India (milium indicum), al que hace referencia Plinio, con el maíz que todos conocemos.
No obstante, cabe preguntarse lo siguiente: si fuera verdad que los romanos conocían, e incluso cultivaban, el maíz, ¿cómo es que no ha perdurado hasta el día de hoy en el Viejo Continente? Quizás la planta a la que se refiere Plinio no sea el maíz, sino otra especie que desconocemos. O tal vez, simplemente, esta gramínea se dejó de cultivar ya en tiempos antiguos, siendo sustituida por otra (por ejemplo, el arroz), más productiva o más resistente a las plagas. El lector es libre de sacar sus propias conclusiones a partir de los materiales que le hemos presentado.
Nótese sin embargo la denominación popular del maíz. En castellano: maíz de Indias, mijo turquesco, trigo de Turquía; en portugués y gallego: milho de Turquia; en catalán: blat de moro... Como afirma Font i Quer, estos nombres (alusivos a Turquía y a las Indias Orientales) podrían hacer referencia a su carácter exótico, asimilado a unas "tierras lejanas". Sin embargo, significativamente, el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller denominaba en 1507 a la Península Malaya (es decir, a las Indias Orientales) como Regnum Turc: un elemento más que invita a la reflexión.
Independientemente de que algún día se demuestre (o no) el origen no americano del maíz, no cabe duda de que en América esta planta experimentó un proceso autónomo de "domesticación", como resulta evidente si comparamos las primeras mazorcas que se conservan (en torno al VI milenio aC.), las cuales producían únicamente de 6 a 9 granos, con las comunes en tiempos de la conquista española. (Según Michael D. Coe, se habrían encontrado restos de polen de maíz salvaje con ochenta mil años de antigüedad en el Valle de México.)
En el caso del tabaco, disponemos de evidencias -que prueban su cultivo inveterado en el Viejo Mundo- si cabe más convincentes: su presencia física en momias del Antiguo Egipto.
El 16 de septiembre de 1976 los restos momificados del faraón Ramsés II fueron trasladados a París. Un equipo científico dirigido por la Dra. Michelle Lescot, del Museo de Historia Natural de esa ciudad, pretendía reparar los daños sufridos por la momia. Para su sorpresa, entre las vendas, encontró un fragmento vegetal que, una vez analizado con el microscopio, resultó ser un resto de tabaco. Temiendo haber cometido algún error, Michelle Lescot volvió a repetir los análisis. Las resultados eran incuestionables: una planta del Nuevo Mundo había sido encontrada en una momia del Viejo Mundo.
Ante la sugerencia, por parte de algunos arqueólogos, de que tales fragmentos vegetales podrían proceder de algún manipulador poco cuidadoso (por supuesto, adicto al tabaco), la Dra. Lescot extrajo nuevas muestras de la momia, esta vez del mismo abdomen de Ramsés II. Nuevamente, encontró restos de tabaco: definitivamente, la momia no había sido "contaminada" durante su proceso de manipulación.
En 1992, la toxicóloga Svetla Balabanova, del Instituto de Medicina Forense de Ulm (Alemania), analizó los restos momificados de Henut-Tawy (Señora de las Dos Tierras), así como otras seis momias egipcias. Esta vez no sólo encontró nicotina, sino también cocaína y haschís. Tras publicar sus resultados en un artículo titulado "Primera Identificación de Drogas en Momias Egipcias" (Naturwissenschaften 79, 358 (1992) Springer-Verlag 1992), recayó sobre ella una avalancha de mensajes desacreditándola y acusándola de fraude.
Más adelante, Rosalie David, del Manchester Museum, analizó muestras de cabello de momias de su propio museo (esta prueba es considerada "invulnerable a contaminaciones"). Nuevamente, estas momias tenían restos de tabaco. La Dra. Balabanova repitió su experimento con 134 cuerpos del antiguo Sudán: una tercera parte de ellos tenían trazas de cocaína y de nicotina. Con los años, se han analizado miles de restos humanos provenientes de África, Asia y Europa, y un buen número de ellos contenían restos de cocaína o nicotina.
Significativamente, los niveles de nicotina hallados en las momias egipcias son tan altos, que habrían resultado necesariamente fatales para la persona que los hubiera ingerido. Por ello se ha sugerido que la nicotina, así como el resto de estas drogas, podría haber sido usada en el proceso de momificación. De hecho, el tabaco es conocido por sus propiedades antibacteriales e insecticidas, lo cual sería de gran ayuda para la preservación del cuerpo.
Los egiptólogos conservadores han replicado: si es verdad que los egipcios empleaban tales substancias para momificar sus muertos, ¿por qué no lo especificaron en sus papiros de medicina o magia? Lo cierto es que, según los entendidos, hay una docena de sustancias empleadas por los sacerdotes y médicos egipcios que no han sido identificadas.
¿De qué forma los egipcios se aprovisionaban de tal tipo de drogas? La nicotina no se encuentra sólo en el tabaco, sino también en otras plantas de diversas partes del mundo. Pero únicamente el tabaco tiene niveles importantes de esta sustancia. Y como es bien sabido, el tabaco es nativo de América.
La explicación más difundida entre los historiadores críticos alude al fenómeno denominado como "navegacionismo": entre las civilizaciones antiguas del Viejo y el Nuevo Mundo habrían existido contactos más o menos regulares, con carácter comercial, que explicarían las más que notables coincidencias en la arquitectura, la religión, la mitología y el simbolismo de ambos lados del Atlántico (o del Pacífico, según se mire).
En su lugar es más fácil pensar que la fuente de tales mercancías (recordemos: la coca y el tabaco) se hallase no en América, sino en el Extremo Oriente. Es bien sabido que la llamada "Ruta de la Seda", desde China hasta el Mediterráneo, es varias veces milenaria, como el hallazgo de las momias del Tarim parece indicar. ¿Existen pruebas históricas de que productos hasta el momento considerados como nativos de América, como el tabaco, pudieran haberse cultivado desde tiempo inmemorial (ciertamente, antes del "descubrimiento" de América por Colón) en algún lugar de Asia Oriental o de Oceanía? Una vez más, la respuesta a esta pregunta es positiva.
Pipa de Nueva Guinea, tal como la representa Alfred Wallace.
Véase la figura: como resulta evidente, ésta representa una pipa para fumar tabaco. Ello no tendría nada de excepcional si no fuera porque esta pipa era usada en Dorey (Nueva Guinea Papúa) a mediados del siglo XIX, cuando el naturalista Alfred Wallace visitó esas tierras. Éste afirma en su obra "The Malay Archipielago" (1869):
"Mientras conversaban, [los indígenas] fumaban tabaco cultivado por ellos mismos, en pipas talladas a partir de un único pedazo de madera, con un largo mango vertical".
Los nativos de Nueva Guinea no sólo tallaban las pipas con primor, sino también las cajas de tabaco:
"... Sus cajas de tabaco, y otros artículos domésticos, están tallados con un diseño elegante y no exento de sentido del gusto".
Podemos suponer que la introducción del tabaco en esas tierras pudo tener lugar en algún momento después del siglo XVI, con la llegada al Extremo Oriente de los primeros exploradores occidentales, pero el elaborado estilo y diseño artesanal de la pipa mostrada en dicha figura hace pensar de forma diferente: no cabe duda de que el tabaco, así como el maíz (véase más arriba), han sido cultivados en el Sudeste Asiático y en Melanesia desde tiempos inmemoriales.
(Una prueba de ello es que, a pesar del completo aislamiento, durante más de 40.000 años, de los "negritos" de las remotas islas Andamán, éstos fueron filmados por una expedición pionera norteamericana, en el año 1934, ¡fumando en pipa! Desde entonces hasta ahora sólo dos expediciones occidentales han entrado en contacto con dichos nativos, que viven todavía en la Edad de Piedra. ¿Hemos de pensar que los exploradores y comerciantes europeos lo hicieron mejor que las modernas expediciones científicas? Y en cualquier caso, ¿qué interés tendrían en enseñarles el "noble arte de fumar"? ¿Acaso podrían obtener provecho económico de ello?)
Carl Lumholtz, en su obra "Through Central Borneo" (1920), hace mención en numerosas ocasiones del tabaco como de un producto de amplio uso en esta isla. No sólo eso: el tabaco forma parte del mito y de la tradición del país. El consumo de tabaco entra dentro de las costumbres funerarias:
"Al día siguiente estuve presente en las exequias de la mujer difunta. En la larga galería había hombres sentados en dos largas filas, encaradas entre sí, fumando su tabaco nativo (de tono verdoso) en grandes cigarrillos, cuyos envoltorios eran obtenidos a partir de grandes hojas de dos especies de árbol" ("Through Central Borneo").
Entre los penyahbong "[al difunto] se le pone tabaco en su boca, y cuatro cigarrillos en su abdomen"; entre los katingan los contenedores de tabaco forman parte de las posesiones del fallecido que se entierran con él, junto con su cuchillo, su espada, su cerbatana y su caja de betel.
El tabaco no crece espontáneamente, sino que es cultivado (por ejemplo, entre los penyahbong). Su consumo no está reservado a los hombres: las mujeres fuman grandes cigarros con fruición (entre los kenyah). Y como ya hemos indicado, el tabaco aparece asimismo en el folkore de Borneo. Así, lo encontramos en los siguientes cuentos: "Mohaktahakam, que mató un antoh [un espíritu]", entre los samputan; "Semang, el mal chico", entre los long-glat; y "Aventuras en búsqueda de la magia", asimismo entre los long-glat.
El carácter inveterado de su cultivo y su consumo en Extremo Oriente explicaría el hallazgo de nicotina en las momias egipcias: el tabaco formaría parte del conjunto de mercancías que, desde muy antiguo, habían sido transportadas a través de la Ruta de la Seda. Su lugar de origen cabría encontrarlo en las orillas del Índico y del Pacífico Occidental, no en América. No negamos que tanto el tabaco, como el maíz, pueden ser nativos de este último continente; pero desde allí pudieron llegar a las orillas del Extremo Oriente en tiempos muy remotos, por supuesto mucho antes del "descubrimiento" de América por Colón.
Una buena manera de demostrar esta afirmación sería echar una ojeada sobre los libros de viajes de algunos naturalistas del siglo XVIII y XIX, tales como Wallace, Lumholtz, Darwin o el capitán Cook. Alfred Wallace dice en "The Malay Archipielago", de su estancia en Nueva Guinea:
"Tenía la costumbre de buscar vegetales [para comer], y encontré un gran tesoro en unas plantas de tomate que crecían salvajes, y daban pequeños frutos del tamaño de 'gooseberries' [un tipo de grosellas]. También hervía las partes superiores de las calabazas...".
El tomate crece de forma espontánea en Perú, Ecuador, y en otras partes de América tropical, si bien su área de domesticación se cree que fue México ("tomate" deriva del nahuatl "tomatl"). En 1522 fue introducido en Europa por los españoles. Su color era probablemente amarillo-naranja; de ahí su nombre italiano: "manzana de oro". Los tomates fueron criados en Europa no como un alimento, sino como una planta ornamental, llamada por los franceses "pomme d'amour" (corrupción del italiano "pomo dei mori", es decir, "manzana de los moros"). No, en vano, como afirma Pius Font i Quer:
"En aquellas fechas, no sólo en la vecina Francia, sino también en Alemania, se creía que los tomates eran nocivos, que producían vómitos y diarreas incontenibles y mil calamidades más".
Según el español José Quer, en 1760 seguía siendo considerado, en el Norte de Europa, una planta venenosa. El tomate se empezó a consumir (sólo en salsa) a principios del siglo XIX en Inglaterra, aunque no fue cultivado masivamente hasta la década de los 1880. Según Font i Quer, en Alemania empezó a ser cultivado en la década de los 1870.
(La calabaza tiene asimismo origen americano. La encontramos en México en fechas tan tempranas como el 7000 aC.)
En definitiva, es altamente improbable que los holandeses, o los mercaderes de cualquier otro país, hubiesen introducido en Nueva Guinea un alimento, el tomate, del que hasta fechas muy tardías se pensaba que era tóxico, y se criaba únicamente por motivos ornamentales. Y nótese, asimismo, que en Nueva Guinea no era cultivado, sino que crecía espontáneamente.
Alfred Wallace alude no sólo al maíz, al tomate y a la calabaza, productos todos ellos con supuesto origen en América, sino también al boniato: lo encontramos en Lombock, en Ceram y en las islas Aru. Pero es el capitán Cook el más explícito en este sentido. Éste encuentra boniatos en Nueva Zelanda y la isla de Pascua. Bien es verdad que es común reconocer que el boniato es un producto cultivado en toda Polinesia. Pero no lo es tanto aceptar que no sólo el boniato, sino también la patata, formaba parte de la dieta de los polinesios antes de la llegada de los europeos.
James Cook alude en su diario al cultivo de patatas en Nueva Zelanda (primer viaje, 30 de Noviembre de 1769) y Hawai (tercer viaje, lunes 19 de Enero de 1778). Ningún pueblo europeo pudo haberlas introducido en estos archipiélagos, porque fue precisamente Cook el primer occidental que pisó tierra en Hawai (que él llamó "islas Sandwich") y en Nueva Zelanda.
Y para acabar este repaso de "anomalías nutricias" haremos referencia a una breve nota de la obra "Quest for the Past" (Reader's Digest, 1984). En su página 51 se afirma que en las provincias costeras chinas de Kiangsu y Chekiang se han hallado restos de cacahuetes, datados (con radiocarbono) hacia el 3000 aC. Y recordemos que el cacahuete es otro producto con indudable origen americano. Los expertos coinciden en afirmar que el cacahuete no puede sobrevivir la larga travesía del Pacífico, bien sea flotando en agua de mar, o bien reposando en el estómago de un ave. Aunque China es en la actualidad uno de los países líderes en la producción de este alimento, se sabe que no llegó al citado país hasta el siglo XX. No cabe más explicación de tal hallazgo que la siguiente: alguien, hace al menos 3.000 años, lo llevó allí desde su lugar de origen, en América. Y posiblemente nunca fue cultivado en el Viejo Continente. Como en la actualidad, algún marinero hambriento lo habría empleado para, como se dice vulgarmente, "matar el gusanillo". Así se explicaría una larga serie de coincidencias entre las culturas americana y china: el empleo del jade en ritos funerarios, el culto del felino (tigres en China, y jaguares en México), etc. No en vano, la mitología china habla de un paraíso situado más allá del Océano del Este llamado Fu-sang.
Nuevamente, la "sabiduría convencional" parece ignorar una serie de evidencias que echarían por tierra las nociones tradicionales en torno al "origen de la civilización".
¿Qué pueblo introdujo el maíz, el tabaco, el tomate, la calabaza, el boniato, la patata y los cacahuetes en el Viejo Mundo? Tal vez nunca lo sabremos, pero sea como sea es indudable que su gesta (atravesar el Pacífico de lado a lado) debió producirse hace miles de años. Si no no se explica que en torno a productos como el maíz o el tabaco, exista una tradición y una artesanía perfectamente arraigada en las tierras del Sudeste Asiático.
BARBUDOS EN AMÉRICA
Son abundantes las obras artísticas de culturas precolombinas en las que aparecen personajes barbudos con rasgos caucasoides. En el Dresden Codex maya simbolizan dioses de la buena fortuna, y acompañan una figura con piel escamada que, en otro contexto, se diría que es un dragón chino; el dios andrógino azteca Ometecuchtli, principio supremo del Universo, al igual que el Zeus griego o el El cananeo, es representado convencionalmente como una figura barbuda; la escultura olmeca conocida como "El luchador" nos deja ver a un individuo con nariz aquilina, ojos semirasgados y barba de chivo (caracterizado como "tío Sam" por los arqueólogos norteamericanos), etc.
Estos personajes barbudos los encontramos asimismo en los relatos mitológicos. Según Bernardino de Sahagún, la estatua de Quetzalcoatl en Tula mostraba a un hombre muy feo, barbudo y con cara alargada; como el cananeo Baal, era representado con un gorro cónico encima de su cabeza (llamado "copilli"). Los sacerdotes aztecas creían que a su retorno aparecería como un hombre alto y viejo, con cara blanca, barba negra, larga capa y portando joyas (éste es el atuendo que usó Hernán Cortés a su entrada en México, para impresionar al clero mexica).
Por su parte, los incas representaban a su dios creador, Viracocha, como un hombre viejo y barbudo. Los españoles que vieron su estatua en Cuzco lo describen como un personaje de tez pálida, barbudo, con una larga túnica. Según la leyenda, desde el lago Titicaca Viracocha difundió la civilización al mundo; allí fue confundido con el dios/héroe Thunupa Viracocha, un hombre con larga barba gris, que hacía milagros y predicaba un alto mensaje moral (se oponía a la guerra, a la embriaguez, y a la poligamia). A este último personaje (en ocasiones una personificación de Viracocha, y en otros casos uno de sus asistentes) se le llama también Tonapa, descrito como un héroe civilizador que llegó del Norte con cinco seguidores. Era descrito como un hombre con aspecto sobrecogedor, con una larga barba y ojos azules; su símbolo, curiosamente, era una cruz. Pero aunque pueda parecer que detrás de estos mitos puede existir una contaminación cristiana, no cabe ninguna duda de que son anteriores a la llegada de Colón a América.
¿Qué evidencia tenemos de ello? La misma mitología precolombina. Por regla general, los dioses barbudos tenían carácter civilizador. Según Sahagún, los seguidores de Quetzalcoatl eran reputados artesanos del jade y expertos metalúrgicos; Quetzatcoatl enseñó al pueblo a cultivar sus alimentos, a tejer, y a medir el tiempo. Viracocha enseñó a los humanos las artes de la Civilización (la agricultura, la música, las artes), y los rudimentos de la moral.
No cabe descartar que ambos héroes civilizadores se traten efectivamente de un único mito, proveniente de una misma fuente, y elaborado de forma independiente en ambas culturas. Una prueba de ello la tenemos en las numerosas coincidecias de ambas tradiciones por lo que se refiere al relato del origen mítico del maíz:
En la mitología azteca, de acuerdo con los Anales de Cuauhtitlán, tras la cración del Quinto Sol y de los seres humanos, Quetzalcoat extrajo las primeras espigas de maíz del interior de una montaña, llamada Tonacatepetl. En la mitología incaica, Manco Capac (ancestro del pueblo inca) obtuvo el maíz del interior de una montaña, llamada Tambo Toco. Es decir, en ambas tradiciones se hace referencia a un motivo común: el maíz fue hallado por el héroe civilizador en el interior de una montaña.
Pero ésta no es la única coincidencia entre las dos mitologías: al igual que los aztecas, los incas hablan de cinco edades desde la creación del mundo; su pueblo emergió de unas cuevas (situadas en la montaña Tambo Toco, equivalente al Chicomoztoc azteca), a instancias del dios solar Viracocha (equivalente al Huitzilopchtli azteca); y tras un prolongado éxodo, llegaron a una tierra prometida (el Cuzco inca, equivalente al Tenochtitlán azteca). Al igual que el dios azteca Quetzalcoatl, el inca Viracocha abandonó el mundo en un barco, y el pueblo continúa esperando su retorno.
En definitiva, tal cantidad de similitudes demostraría el carácter extremadamente arcaico del mito. Sería tan antiguo como para estar en la base de los corpus mitológicos de toda la América precolombina. ¿Pero cuál sería el punto de origen de esta "sopa mítica"?
Hasta hace poco, se consideraba que la cuenca del Amazonas se trataba de un desierto arqueológico, pero recientemente se han encontrado, en las desembocaduras de los ríos Orinoco y Amazonas, los restos cerámicos más antiguos de todo el continente: datados en el 4000 aC. en Guyana y en el 3000 aC. en la boca del Amazonas. Estos restos serían anteriores en al menos dos milenios a los primeros ejemplares del Perú o de Mesoamérica. ¿Cuál sería el origen de esta protocultura americana?
En 1956 el empresario ecuatoriano Emilio Estrada localizó en Valdivia (Ecuador) más de 36.000 vasijas con entre 3.500 y 4.000 años de antigüedad. Significativamente, esta cerámica tiene abundantes similitudes con el estilo Jomon del Japón: según expertos de la institución Smithsonian de Washington, 24 de las 28 características del patrón predominante en la cerámica de Valdivia son idénticas al estilo Jomon. ¿Probaría ello la existencia de una remota conexión transpacífica entre el Este de Asia y América? ¿Tendrían los "barbudos", que supuestamente estarían en el origen de la civilización en América, un origen remoto en Asia?
La evidencia arqueológica así parece atestiguarlo. En 1996 se halló, en el estado norteamericano de Washington, el cráneo dolicocefálico de un hombre previsiblemente caucasoide, grácil, y con una altura de 170 a 176 centímetros. Su nombre: "hombre de Kennewick".
El "hombre de Kennewick" está datado entre el 7600 y el 7300 aC. Por lo visto, tenía incrustado un proyectil de un tipo común en la zona entre el 8500 y el 4500 aP. Pero lo más significativo de todo es que sus características dentales son del tipo SUNDADONT, es decir, propias del Sudeste de Asia, lo que contrasta con los rasgos dentales SINODONT (propios de China) predominantes en el área. Los expertos aseguran que este especimen humano tiene rasgos que lo asemejan más a los polinesios o a los japoneses "ainu" que a los nativos norteamericanos. ¿Podría formar parte, dicho "hombre de Kennewick", de los barbudos a los que tan machaconamente se refiere la tradición americana? No lo sabemos, pero ahora no cabe ninguna duda de que América, en algún momento de sus -tal vez- 40.000 años de Historia, estuvo habitada por el hombre blanco.
No sólo eso. Los registros arqueológicos olmecas asocian con profusión al hombre blanco con una raza de hombres negros de poca estatura. En numerosas ocasiones se ha hecho notar el carácter foráneo de los personajes que aparecen en las cabezas gigantes (con su característico gorro ¿de jugador de pelota?) de la cultura olmeca, datadas entre el 1200 y el 900 aC. Sus características "negroides" parecen ciertamente singulares en el entorno mesoamericano, en fechas tan tempranas. Hay quien ha vinculado a estas figuras con la raza de "negritos" existente en el Sudeste de Asia (entre Malasia y Filipinas).
Hay representaciones en los que barbudos y negritos aparecen "codo a codo", en una relación de igualdad. Por ejemplo, en la cueva de Juxtlahuaca, cerca de Chilpancingo (estado de Guerrero, México), encontramos unas pinturas rupestres con la siguiente escena: un jefe majestuoso tiene barba negra y un tocado de plumas de quetzal; en su mano derecha porta una vara, dirigida hacia otro personaje barbudo, pero con cabeza negra y cuerpo rojo. ¿Encontraríamos representados aquí a los razas dominantes en la zona: la caucasoide y la negroide? ¿Hemos de asumir que, por su parte, la población nativa mesoamericana estaría sumida en una situación de inferioridad social?
No lo sabemos, pero lo cierto es que los principales centros urbanos de la cultura olmeca (La Venta y San Lorenzo) fueron destruidos a conciencia por lo que pudo ser una revolución, y en San Lorenzo, 24 de sus 40 esculturas fueron deliberadamente mutiladas. Ello pudo ocurrir en el período que se denomina Preclásico Medio. Y, curiosamente, sobre estas mismas fechas fueron esculpidas las llamadas "estelas de los danzantes" en Monte Albán: 150 relieves de figuras, con rasgos negroides y caucasoides (barbudos), que han sido probablemente ajusticiados, y que aparecen (desnudos) con posturas grotescas, y con sus órganos genitales emasculados.
¿Podrían ser estos "danzantes" los cabecillas de una élite foránea que, de un modo u otro, lideraba una sociedad en la que la población amerindia tenía un rol secundario?
Nuevamente, existen evidencias que probarían esta presunción. Según Garcilaso de la Vega, los incas hablarían una lengua diferente a la predominante en la zona (el quechua). Algunos han identificado dicha lengua con el aymara de Bolivia, pero ello no está claro. Por lo que se refiere a la cultura maya, el carácter foráneo de su élite parece todavía más evidente. Nótese la diferencia entre los dos calendarios en uso en dicha cultura:
En el "calendario ritual" maya (llamado "Tolzkin") encontramos términos con cierto sabor semita (entre paréntesis, un homófono semita): Ik (Ikhlas), Imix (Immanuel), Akbal (Akka), Kan (Kanah), Manik (Manahath), Lamat (Lamech), Muluc (Moloch), Oc (Ochran), Eb (Ebal, Eber), Ben (Benjamin, Beni Israel), Ix (Hizkiah), Men (Menora), Caban (Cabala), Esnab (Esek, Abner), Ahau (Ahab), etc. Nótese asimismo los llamados textos religiosos de Chilam Balam (¿el Balaam bíblico?)
Compárese con su llamado "calendario solar" (con el nombre de "Haab"): Pop, Uo, Zip, Zotz, Tzec, Xul, Yaxkin, Mol, Chen, Yax, Zac, Ceh, Mac, Kankin, Muan, Pax, Kayab, Cumku y Uayeb. ¿Nos encontraríamos ante dos lenguas diferentes, una de carácter religioso y otra de uso profano? Tal cosa es lo que sucedió en Mesopotamia tras la conquista acadia de Sumeria (el sumerio era la lengua religiosa, y el acadio la lengua profana), o en la Europa medieval (el latín era la lengua religiosa). En ambos casos, dichas "lenguas de culto" (el sumerio y el latín) se tratarían de reliquias del pasado.
También en las costumbres funerarias encontramos indicios que apuntan a la existencia de dos estamentos: el de la élite foránea, y el del pueblo común. Entre los mayas era corriente que la aristocracia fuera incinerada, y sus cenizas depositadas en urnas; en contraste con la práctica funeraria entre el pueblo llano, que era inhumado debajo del suelo de su residencia, o detrás de las casas.
En definitiva, estamos convencidos de que la repetida alusión mítica a la casta de los "barbudos" (y también, la de los "negritos") se ajusta a la realidad histórica. Los "barbudos" serían probablemente los "héroes civilizadores" que introdujeron en América el culto a la Montaña Sagrada, así como otros rasgos de la tradición mitológica del Viejo Mundo (los mitos del Diluvio, del Éxodo, de la Torre de Babel, de los gigantes, etc.) que encontramos repetidos en la mayor parte de las civilizaciones históricas del supercontinente euroasiático.
Los "barbudos" habrían regido en una civilización protohistórica que, en un determinado momento, fue derrocada. Dicha élite habría sido exterminada, aunque no es de descartar que su sangre se hubiese mezclado con la de la población predominante en la zona. Sus restos (a excepción del "hombre de Kennewick" antes de reseñado) habrían desaparecido como consecuencia de la extrema humedad de las áreas donde se enclavan la cultura olmeca y maya, o bien porque al practicar el rito de la cremación sencillamente no se hubiesen conservado.
Y como hemos visto, el origen de esta protocivilización de los barbudos habría que buscarlo en áreas hasta el momento poco investigadas: la cuenca del Amazonas y la costa ecuatorial del Pacífico. Aún queda mucho por descubrir sobre el origen de la civilización en América.
EL ENIGMÁTICO PUEBLO SERES
Comenzaremos exponiendo los hechos:
En ÁFRICA, los pueblos bereberes eran caucasoides, y los españoles describieron a los guanches de Canarias como altos, rubios y con ojos azules. James Frazer, en su obra "The Golden Bough", aludía a la curiosa costumbre, practicada por los egipcios, de sacrificar pelirrojos en honor del dios Osiris. Y como afirma el mismo autor: "Podemos conjeturar que las víctimas representaban al mismo Osiris... Porque cuando un dios es representado por una persona viva, es natural que su representante humano sea elegido bajo el supuesto de su parecido al original divino". No sólo Osiris, sino también su hermano Seth, era habitualmente representado con pelo rojo y piel muy blanca.
(En el arte egipcio, durante las cinco primeras dinastías, aparecen numerosas esculturas de personajes con ojos azules. Por ejemplo, la de Rahotep, la del escriba del Louvre, la figura conocida como Sheik el Beled, etc.)
En ISRAEL, David era descrito (I Samuel 16:12) como "rubio, de bella presencia y de hermosos ojos".
En SUDAMÉRICA, bordeando las riberas del lago Titicaca (Bolivia), se describía a Tanapa como un profeta con ojos azules y barba. Los incas del Perú hablaban de un misterioso "pueblo de la nube", alto, con ojos azules y piel blanca, que supuestamente vivía en siete grandes ciudades en el área Chachapoya de los Andes.
En NORTEAMÉRICA se han encontrado individuos de complexión y fisonomía caucasoide (algunos rubios y pelirrojos) en las praderas norteamericanas. Así al menos lo atestigua George Catlin, en su descripción de la tribu de los mandan, durante su visita (en los años 1830) al alto río Missouri.
Stephen Oppenheimer, en su obra "Eden in the East" (1998), alude a la existencia de rubios con ojos azules en MELANESIA. Carl Lumholtz, en su libro "Trough Central Borneo" (1920), los encuentra en el interior de BORNEO.
No sólo allí: también los hallamos en AUSTRALIA, y en las islas del Pacífico. En la obra "Eastern Islands, Southern Seas" (1973) se nos dice: "Duncan MacIntyre [a mediados del siglo XIX] exploró el río Leichhardt, que desemboca en el golfo de Carpentaria [Australia], y lo que es más intrigante, informó de haber visto niños con ojos azules claros, pelo rojo, y cuerpos casi blancos entre las tribus aborígenes".
En Nueva Zelanda (POLINESIA) existe una raza de rubios llamada "turehu" (los albinos son llamados "korakorako"). Habitan en las montañas, y fueron derrotados y absorbidos por nuevas migraciones hacia el siglo XIV. (En general los polinesios llaman "keu" a los pelirrojos y "ehu" a los rubios.)
En la obra "Eastern Islands, Southern Seas" hallamos la siguiente afirmación: "La mayor parte de los polinesios son altos y bien construidos, con cuerpos masivos. Su color de piel es apreciablemente más claro, y en lugar de pelo rizado (típico de los verdaderos negroides), en su mayor parte tienen pelo liso u ondulado. También hay ejemplos de polinesios con piel clara, pelo rojo y barba". Según el autor de estas líneas, los "pukao" (bloques rojos encima de los "moai" de la isla de Pascua) representarían el pelo rojo de los primeros polinesios.
La convivencia de caucasoides altos y "negritos" bajos (especialmente en Melanesia) podría haber dado origen al mito universal de los pigmeos (llamados "menehune", que en Polinesia están asociados a la construcción de megalitos), y de los gigantes (que cuando son rubios son confundidos con las hadas). En las principales islas de Polinesia encontramos tradiciones parecidas a las europeas: pigmeos, hadas, gigantes y ogros.
Por último, en CHINA se habla de un pueblo, residente en su frontera occidental, con ojos "cerúleos" (azules) y barbas rojas, que parecen monos (por su abundancia de pelo): los caucasoides Wusun. En el relato de Nu Gua (o Nu Wa) se relata cómo un dios de pelo rojo (Gung Gung), que encarnaba el espíritu del agua, provocó el Diluvio al romper uno de los pilares del Cielo.
En definitiva, encontramos referencias a trazas caucasoides en los cinco continentes: África (bereberes, egipcios), Asia (hebreos, pueblo wusun, habitantes del interior de Borneo), América ("pueblo de la nube" en Perú, y pueblo mandam en las orillas del río Missouri), en Oceanía (los turehu de Nueva Zelanda, algunos aborígenes de Australia, así como también en Melanesia y Polinesia), y en Europa (por supuesto). ¿Existen evidencias genéticas que confirmen esta presunción?
Stephen Oppenheimer, en su libro "Eden in the East", hace repetida alusión a los vínculos genéticos de diferentes pueblos de Asia y Oceanía con el Occidente europeo. Por ejemplo, en la página 196 nos informa de una relación genética próxima entre los nativos de los Highlands meridionales de Nueva Guinea y los habitantes de Europa, a partir del estudio del DNA mitocondrial (materno).
(Eric Linklater, en "The Voyage of the Chalenger", que entre 1972 y 1876 circunnavegó el planeta en una misión de recogida de datos, especialmente en el entorno marino, alude a la leyenda en Nueva Guinea acerca de la presencia en el interior de un pueblo llamado korongei, con pelo rubio y piel clara.)
En la página 211 de "Eden in the East" Stephen Oppenheimer nos dice que el cromosoma Y (paterno) indica una ligamen genético entre las regiones mongola-china (e incluso japonesa) y el Norte de Europa (posiblemente a través de la población de lengua urálica que se instaló en el borde septentrional de Escandinavia y Rusia). También señala:
"Las mutaciones del gen de la beta-globina respalda la visión de que el cinturón de la talasemia [un grupo de condiciones hereditarias de la sangre que provoca diversos grados de anemia], desde el Pacífico hasta el Mediterráneo, no es sólo una coincidencia..., sino que sólo puede marcar una antigua ruta de migración o comercio".
Otros estudios genéticos demuestran la existencia de vínculos remotos entre los nativos americanos y los europeos. Douglas Wallace, del Centro de Medicina Molecular de la Emory University School de Medicina (Atlanta, Georgia, USA), afirma:
"Los nativos americanos se sitúan entre eurasiáticos y habitantes del Asia oriental, indicando un ancestro común con ambos. En otras palabras, no sólo descienden de una población del Pacífico, sino de un grupo que asimismo viajó en dirección Este y se convirtió en el fundador del 'stock' europeo". (The Guardian Weekend, 18 de agosto del 2001).
Otro estudio, del Dr. Spencer Wells (Wellcome Trust Centre for Human Genetics, Oxford), señala que "parece como si esta población [proveniente de la parte meridional de Asia Central] fuera el ancestro común tanto de los europeos occidentales como de los nativos americanos" (Ibid.)
¿Cuál podría ser el "ancestro común" de estos pueblos caucasoides repartidos por los cinco continentes? Tal vez nunca lo sabremos, puesto que su rastro se pierde en la noche de los tiempos: se estima que los polinesios, una de las ramas de este protopueblo caucasoide, ocupaban el este de Indonesia hace al menos 17.000 años (Stephen Oppenheimer, "Eden in the East"). Pero la tradición escrita nos aporta una pista que podría resolver tanto el misterio del oscuro origen de los indoeuropeos, como el de los pueblos caucasoides que hallamos en Japón (ainu), África (bereberes), Oceanía (polinesios), o incluso en América (mandam), como hemos visto más arriba.
Plinio el Viejo, hacia el 77 dC., hablaba de un pueblo situado en el Este ("con talla mayor que la normal, pelo rubio y ojos azules") llamado SERAS (Historia Naturalis, libro VI, # XXIV). Este hecho no sería en sí llamativo a no ser por dos circunstancias: 1) como hemos visto, recibe un gentilicio alusivo a la raíz SARA; 2) también ha sido confundido con los SERES (pueblo de la seda, o del algodón) que viven en la costa del mar del Este (¿los chinos?).
(Significativamente, en la provincia china de Xianjiang todavía se habla una lengua escita llamada SARIKOLI.)
Más modernamente, la SERINDIA de los relatos antiguos ha sido identificada con el valle del Tarim (más concretamente, con el oasis de Khotan). Ptolomeo, a su vez, hablaba de la región de SERICA (donde habitaban los Isedones).
(Nótese asimismo los antiguos nombres del monte Ararat, SARANDIB, del monte Everest, SARAGMATA, o de la "montaña sagrada" del Perú, SARASARA.)
Sea como sea, el pueblo tocario ha sido insistentemente identificado con una población caucasoide, residente en el valle del Tarim (situado en la provincia china de Xianjiang), y cuya denominación real sería, posiblemente, algo así como SARA (Serai, Seres, Serindia, Serica). Los tocarios (o "arci", como se llamaban a sí mismos) constituían una población con características nórdicas, y portaban atuendos con un estampado parecido al "tartán" escocés. Algunas de sus momias tienen hasta 4.000 años de antigüedad.
El valle del Tarim parece haber sido habitado desde hace al menos 11.000 años (el hallazgo allí de microlitos del períódo Mesolítico lo atestiguaría). Hay quien incluso identifica a los "Yuezhi" (posiblemente, el nombre con el que los chinos denominaban a los tocarios) con la cultura neolítica china de Yangshao: según esta interpretación los indoeuropeos tendrían, asimismo, origen en dicha región. En cualquier caso, parece probable que los primeros habitantes del valle del Tarim pertenecieran a la raza caucasoide. ¿Cuál sería su origen?
Una teoría defiende la tesis de que la cuna del pueblo tocario habría que buscarla en el Altai, entre los ríos Yenisey y Obi (cultura de Afanasevo, de los milenios IV y III aC.) La pertenencia al grupo "centum" de su lengua (junto a las lenguas germánica, griega, latina y céltica), así como el haber conservado la desinencia "r" del mediopasivo, le da un toque de arcaísmo.
Es decir, ello podría significar que la lengua tocaria: 1) se desgajó pronto del núcleo originario de las lenguas indoeuropeas, tal vez situado en las estepas euroasiáticas, ó 2) forma parte del núcleo originario de las lenguas indoeuropeas, si es que éste se encontraba originariamente en algún lugar de las estepas euroasiáticas.
Sin embargo, cabe otra posibilidad: nótese que en tocario A el número uno tiene la misma raíz "sa" que en indonesio ("sas" versus "satu", respectivamente), por no hablar de los numerales del dos al tres ("wu" y "tre" en tocario A, versus "dua" y "tiga" en indonesio).
Cabría preguntarse: ¿Podría encontrarse el lugar de origen del protopueblo indoeuropeo en un lugar tan al Este como el Sudeste de Asia? ¿Podría ser el pueblo tocario (el "Tokharoi" de los griegos) el eslabón que une la cadena entre el Extremo Oriente y los pueblos indoeuropeos que se extienden desde la India hasta el Atlántico? ¿Sería el pueblo tocario un residuo de las hordas de pueblos caucasoides que ocuparon, en tiempos remotos, los cinco continentes del planeta, y cuyas trazas son perceptibles aun hoy día? ¿Serían los tocarios los primeros en abrir la llamada "Ruta de la Seda"?
Tradicionalmente se ha descartado como irreal la posibilidad de que los indoeuropeos pudieran provenir de algún lugar que no estuviera en el entorno del mar Cáucaso o del Báltico. Se ha alegado que una serie de coincidencias en el vocabulario relativo a la flora enmarcaría su núcleo primigenio en un entorno boreal. Pero más adelante, en otro artículo, comprobaremos cómo no es descabellado pensar que, si bien la protolengua indoeuropea se podría haber forjado en el este de Europa o en Asia Central, sus antecedentes más remotos podrían remontarse mucho más atrás en el tiempo.
No sabemos si el pueblo tocario es realmente el "eslabón perdido" que estamos buscando. Pero tal vez habría que buscar las raíces de la cultura indoeuropea mucho más al Este de lo que se suponía hasta ahora.
J. P. Mallory, y V.H. Mair, en su obra "The Tarim Mummies" (2000), hacen referencia a un antiguo pueblo que, según sus propias palabras "los chinos consideraban descendientes de los saka [escitas]". Este pueblo, instalado en la provincia de Yunnan, la región del alto Mekong, ha dejado restos comúnmente asociados al pueblo escita: figuras de animales en lucha, imágenes de hombres a caballo, cuernos usados para beber, dagas típicas de las estepas euroasiáticas, etc. Según los mismos autores, muchas de las figuras representadas en el arte de la civilización prehistórica Dian de Yunnan tienen rasgos caucasoides, y visten ropas similares a las empleadas por los habitantes del Tarim (véase más arriba). Es decir, la influencia caucasoide, de la cual no conocemos ni su origen ni su filiación, parece haber llegado tan al Este como al sudoeste de la China, bordeando con la península indochina. Según algunos autores, estos movimientos de población pudieron haberse producido antes del 1000 aC.
La cadena de topónimos y gentilicios con la raíz universal SARA podría ser un marcador de la transmisión étnica, lingüística y cultural, tal vez llevada a cabo por una antiquísima migración caucasoide, que estaría en la base de las homologías mitológicas, artísticas y simbólicas que podemos encontrar en todo el mundo.