INVENTOS - MEDICINA
Los orígenes de la medicina se pierden en la noche de los tiempos. Las enfermedades, así como sus remedios, han cambiado a lo largo de la Historia, y al contrario de lo que se suele pensar, no siempre para bien. Las transformaciones económicas no sólo han resultado ser bendiciones para la forma de vida de la gente, sino que en ocasiones han tenido efectos colaterales devastadores para la vida humana.
Desde que existen seres humanos sobre la faz de la Tierra, éstos han sufrido las más diversas enfermedades. En un principio, cuando tenían hábitos caníbales, habrían sido infectados por los primates con los que compartían un hábitat tropical (ya sea por consumir su sangre, o a través de sus mordeduras). Virus, hongos, bacterias, protozoos o parásitos han hecho su vida si cabe más molesta. Muchos de estos agentes infecciosos son transmitidos a través de insectos (malaria y fiebre amarilla, por ejemplo).
Pero no pensemos que con la implantación de formas de vida sedentaria las cosas mejoraron significativamente. Muy al contrario: empeoraron. Con el establecimiento en asentamientos a menudo masificados, se difundieron enfermedades como la tuberculosis y la fiebre tifoidea. Las ratas (más en concreto, sus pulgas), en busca de los desechos humanos, transmitieron la peste (una enfermedad con origen oriental, descrita por vez primera en Occidente hacia el siglo II dC.)
Está demostrado que las sociedades cazadoras-recolectoras estaban mejor alimentadas, y tenían una talla más alta, que las comunidades agrícolas o ganaderas; en definitiva, su salud era considerablemente mejor. Con la llegada de las formas de vida sedentarias, la salud sufrió un rápido deterioro: la esperanza de vida disminuyó. Ello puede ser debido a las primitivas técnicas de cultivo (todavía no se había inventado el arado), a la variabilidad del clima, o a las enfermedades transmitidas por la domesticación de animales (la lepra o la difteria, entre otras).
El primer tratado de medicina conocido son los llamados "papiros Eber", escritos en Egipto hacia el 1550 aC. Éstos describen las prácticas terapéuticas de su tiempo. (Se dice que Imhotep, contemporáneo del faraón Zóser, hacia el 2630 aC., es el primer médico de la Historia.) Los griegos veneraban, desde el 1200 aC., un médico-dios llamado Asclepio, que posiblemente fue un personaje real (en ocasiones se le identifica con el egipcio Imhotep). Hipócrates de Cos (nacido el 460 aC.) es reputado como el primero y más grande médico griego. Éste propuso que la enfermedad es causada por un desorden en el cuerpo, no por los efectos malignos de una influencia sobrenatural.
La cirugía puede tener unos antecedentes remotísimos: operaciones craneales conocidas como "trepanación" se remontan a hace al menos 10.000 años. Los egipcios y los mesopotámicos practicaban operaciones simples (por ejemplo, en el caso de dislocaciones y fracturas). Sin embargo, como las infecciones a menudo resultaban fatales, las operaciones eran contempladas como un último recurso. Los egipcios empleaban cuchillas y agujas de cobre. Los mesopotámicos usaban instrumentos similares, a los que hemos de añadir sierras para cortar hueso. Los cretenses, hace 3.500 años, disponían de fórceps, taladros y escalpelos. Los babilonios operaban cataratas ya hacia el 1800 aC.
La salud dental era práctica común en Egipto, pero las técnicas eran a veces un tanto crudas: por ejemplo, los dientes enfermos eran arrancados mediante golpes de piedra, o con la mano, si estaban más o menos sueltos. Se dice que el sabio egipcio Hesy-Re practicaba operaciones dentales simples (como empastes o extracciones) hace unos 5.000 años. En Egipto, así como en el resto de Oriente Próximo, se insertaban dientes postizos de marfil hace al menos 5.600 años. Los etruscos, hacia el 700 aC., colocaban prótesis dentales con puentes de oro. Este pueblo itálico, los más reputados dentistas de la Antigüedad, llegaron a confeccionar dentaduras postizas hechas con dientes de animales, que tallaban a medida del cliente. La moderna dentadura postiza (realizada empleando marfil de hipopótamo) nace en la última década del siglo XVIII. El presidente norteamericano George Washington fue uno sus primeros usuarios.
Los preservativos destacan asimismo por su notable antigüedad. Los egipcios, hace 4.000 años, empleaban espermicidas a base de hojas de acacia, la cual contiene ácido láctico (mortal para los espermatozoides). Aristóteles y Galeno recomendaban a su vez otros tipos de espermicidas y contraceptivos: aceite de cedro, junípero o extracto de asafetida. Es ocioso decir que muchos de estos remedios, además de desagradables e inefectivos, podían llegar a ser peligrosos. El moderno preservativo masculino se lo debemos al médico de cámara de Carlos II de Inglaterra, un tal Condom, que se quejó ante su soberano (y con razón) de que estaba llenando el país de bastardos reales. Sin embargo, este invento no pudo llegar en peor momento: como consecuencia de la epidemia de 1665, corrió el rumor de que contraer la sífilis era un potente preventivo contra la peste. El diafragma femenino nació en 1823 en Alemania (a finales de siglo se pasaron a fabricar de goma). La píldora anticonceptiva tiene origen en Estados Unidos en 1956, pero empezó a comercializarse en la década de los sesenta.
Otro útil remedio que nos llega de la Antigüedad es el bicarbonato. Ello no es extraño, dado que -a causa de las obvias dificultades en la cocción de los alimentos- los problemas grásticos han sido uno de los más temibles tormentos de la más remota Antigüedad. Los primeros antiácidos (remedios contra la indigestión o el ardor de estómago) se elaboraron a partir de sustancis alcalinas (carbonatos). Entre los sumerios era común el consumo de bicarbonato de sodio, en vigor hasta que en 1873 apareció en el mercado la llamada "leche de magnesia", que combina un antiácido en polvo y la magnesia laxante. El bicarbonato de sosa fue inventado en 1801 por el francés Valentín Rose.
La Edad Media no es prolija en avances médicos, pero sí sanitarios: es entonces cuando se generaliza (e institucionaliza) el uso de hospitales. Éstos tenían, en un principio, carácter de enfermerías anexas a los monasterios; en ellos se practicaban tratamientos de medicina herbal . El primer hospital conocido propiamente dicho es el Hôtel de Dieu de Paris, fundado por el Obispo Landry el año 651 dC. La primera leprosería fue fundada por Rodrigo Díaz de Vivar (el Cid) en 1067. El primer hospital para enfermos mentales fue fundado en 1409 también en España.
Las gafas se las debemos a un vidriero italiano, que en 1280 tuvo la simple -pero brillante- idea de unir dos discos convexos de vidrio en frente de los ojos para permitir ver los objetos con mayor claridad. La referencia más antigua de ellas data de 1289. Las primeras gafas eran sostenidas con cadenas o cuerdas alrededor de la cabeza. Las primeras gafas con montura rígida fueron fabricadas en Inglaterra en 1727. Las gafas bifocales fueron inventadas por Benjamin Franklin en 1785.
Se dice que los aborígenes australianos realizaban transfusiones de sangre ya desde tiempos inmemoriales, pero la primera transfusión registrada de la que se tiene noticia tuvo lugar en Francia en 1667: Jean Denis transvasó sangre procedente de un cordero a un adolescente de 15 años, a quien previamente había practicado una sangría. Sorprendentemente, el paciente se recuperó. James Blundel, en 1818, se sirvió de una jeringa para llevar a cabo su transfusión, esta vez de humano a humano. Sin embargo, hasta 1909, las transfusiones no fueron seguras, a causa del problema de la coagulación; ese año el austriaco Karl Landsteiner descubrió los tipos sanguíneos, con lo que se puso fin a esta complicación.
Las vacunas tienen unos orígenes remotos en la India, o tal vez en China. Hacia el siglo XI en este último país se colocaban las costras de los enfermos de viruela enfrente de la nariz de personas no infectadas para, creándoles una forma leve de la enfermedad, prevenir un ataque más severo. Esta práctica no era inocua: al menos un 5% de los así "vacunados" morían como consecuencia de esta "infección selectiva". La vacunación moderna nació en Inglaterra: en 1796 Edward Jenner inoculó a un niño de ocho años una forma de viruela de las vacas (de ahí "vacuna"), y más tarde se atrevió a inyectar a ese mismo paciente con la forma humana de la enfermedad. Éste -y otros- éxitos abrieron la vía de la vacunación contra las más variadas enfermedades. Louis Pasteur (creador en 1881 de la vacuna contra el ántrax) descubrió cómo reducir la virulencia de las bacterias antes de ser inoculadas.
También en el siglo XVIII, buscando un remedio para aliviar el escorbuto entre los marineros, se descubrió uno de los pilares básicos de la nutrición humana: las vitaminas. Los marineros holandeses fueron los primeros en introducir (en el siglo XVI) cítricos en su dieta, para evitar las terribles secuelas del escorbuto: caída de los dientes y debilitamiento de los huesos, entre otros. Pero fue James Lind quien, en 1753, aconsejó introducir en la dieta de los hombres de mar jugo de limón, o de otro tipo de frutas. Cuando esta medida fue aplicada (en 1796) el escorbuto desapareció entre la marinería británica. Como es lógico, Lind no sabía que lo que prevenía esta terrible enfermedad no era la fruta en sí, sino uno de sus ingredientes: el ácido ascórbico, rico en vitamina C.
Antes decíamos que la cirugía tiene unos orígenes antiquísimos, pero que a causa de sus complicaciones (básicamente infecciones) se empleaba únicamente en casos de último recurso. Pues bien, con la invención de la anestesia, la asepsia, y los antisépticos, esta práctica fue decisivamente facilitada.
Los primeros anestésicos consistían en narcóticos del tipo de la mandrágora: Plinio el Viejo decía de ella que era un efectivo anestésico local, si se usaba en forma de cataplasma. Durante la Edad Media, los dentistas utilizaban el beleño asimismo como anestesia local. El primer anestésico general, el éter, fue empleado por primera vez (en Estados Unidos) en 1844. El primer empleo del cloroformo como anestésico tuvo lugar en el séptimo parto de la reina Victoria de Inglaterra. La anestesia peridural (mediante la inyección analgésica en el espacio peridural que envuelve la médula espinal) fue empleada por primera vez en 1885.
La asepsia (es decir, el procedimiento a partir del cual el paciente es alejado de los gérmenes) nació con la práctica, establecida por el microbiólogo francés Louis Pasteur, de esterilizar los instrumentos quirúrgicos a través de su ebullición. El austriaco Ignaz Philipp Semmelweis, mediante el sencillo procedimiento de "obligar a los médicos a lavarse las manos", consiguió disminuir la mortalidad tras y durante los partos de forma dramática. La antisepsia tiene origen en 1865, cuando el cirujano británico Joseph Lister roció un quirófano con ácido carbónico para matar sus gérmenes.
El siglo XX dio a luz a un enorme número de avances por lo que se refiere a medicamentos, instrumental, métodos de diagnóstico, y nuevos tratamientos. Comenzaremos con dos medicamentos, hoy día de uso común, que han incrementado grandemente el bienestar y la expectativa de vida de las personas.
La aspirina, como tantos otros remedios, tiene un antecedente remoto en la Antigüedad: los médicos griegos recetaban a sus pacientes, para combatir el dolor de cabeza, un preparado de corteza de sauce. Como la moderna aspirina, derivada de la "salicilina" que se encuentra en los sauces, provocaba dolor de estómago. La aspirina propiamente dicha fue introducida en 1854 por el químico alemán Karl Frederich von Gerhardt, descubridor del ácido acetilsalicílico. Sin embargo, este analgésico (y antiinflamatorio) cayó pronto en el olvido, siendo redescubierto por un químico de la casa Bayer en 1893. El nombre "aspirina" deriva de una planta de la que se extrae la salicilina: Spiraea ulmaria (más conocida como "reina de los prados").
La penicilina se la debemos, como es bien sabido, al bacteriólogo Alexander Fleming. Antes de salir de vacaciones, en 1928, dejó algunas placas de cultivo de Staphilococcus aureus a la espera de que fueran desinfectadas. A su vuelta, se dio cuenta de que en una de ellas había crecido un moho verde llamado Penicillium notatum, que había destruido completamente aquella bacteria. Fleming descubrió entonces que ese moho podía matar muchas bacterias, algo que los egipcios (que lo ponían encima de las heridas para desinfectarlas) ya conocían miles de años atrás. Dicho antibiótico empezó a tener un uso práctico en la década de los cuarenta. Los sulfamidas (que curan algunos casos de meningitis y septicemia) fueron patentados en 1932 por el bacteriólogo alemán Gerhard Domagk.
Haremos un rápido repaso de algunos instrumentos médicos. El estetoscopio fue inventado por el médico francés Theophile René Hyacinthe Laënnec, aunque su prototipo no era precisamente complejo: se trataba de un simple tubo de papel. En un principio, la manera de auscultar el corazón o los pulmones era asimismo la más lógica: colocar la oreja en el pecho del paciente. El diseño del estetoscopio no tiene otra explicación que evitar el pudor de las damas al auscultarles el pecho. El endoscopio fue inventado por el médico polaco Joseph von Mikulicz en 1881, pero el moderno endoscopio es una invención del indio Narinder S. Kapany. Su aparato, diseñado en 1955, dispone de fibra óptica, lo que le permite llegar más lejos dentro del cuerpo humano, con menores molestias.
Los rayos X son un subproducto de las investigaciones del físico alemán Wilhelm Roentgen, en 1895. Gracias a ellos, se revolucionó el diagnóstico de las enfermedades, especialmente de los huesos y de órganos como los pulmones o los intestinos. En 1972 Gedfrey Hounsfield inventó un escáner que utiliza rayos X de baja intensidad para obtener radiografías. Los escáner, por este motivo, son menos dañinos que los rayos X, y su uso está creciendo. La resonancia magnética nació en 1980.
El marcapasos tiene origen en 1952: el médico norteamericano Paul Zoll utilizó impulsos eléctricos para reavivar un corazón enfermo; con ello se asegura que sus latidos sean regulares. El primer transplante médico tuvo lugar en 1954 en Boston: el doctor Joseph Murray y su equipo tuvieron éxito en un transplante de riñón. El primer transplante de corazón fue realizado en 1967 por el cirujano sudafricano Christiaan Barnard (el paciente murió 10 días después). El primer bebé-probeta, llamado Louise Brown, nació en Inglaterra en 1978.