La Gran Pirámide no fue construida en tiempos de Keops. Todas las pruebas
(La mayor parte de este artículo emplea materiales publicados en la obra Ecos de la Atlántida.)
Hace unos meses un amigo me prestó un libro titulado Recomponiendo el pasado. Crónicas de Arqueología Fantasiosa (véase la bibliografía, abajo), escrito por el arqueólogo francés Jean Pierre Adam. Éste, nacido en 1937, es un relevante profesional al servicio del CNRS francés, con un sólido conocimiento de la arquitectura y la prehistoria antiguas. Sólo por ello vale la pena leer su libro con atención (cosa que yo he hecho); si bien considero que su crítica a los argumentos de la heterodoxia la podría haber realizado con algo más de estilo y respeto (y algo menos de sarcasmo, rallano en el mal gusto). Su obra, un auténtico “martilo de herejes” en materia de Historia Antigua, ha dado pie a este artículo, no con ánimo polemizador, sino con la intención de dar una justa réplica a aseveraciones por parte de dicho autor que me parecen un tanto infundadas y/o aventuradas.
Jean Pierre Adam es -no lo dudo- una persona honesta y bien informada, así como un gran profesional, pero creo que se deja llevar por el entusiamo cuando escribe: “Mi pluma corre, queridas amigas, queridos amigos, para vuestro mayor placer (deseo piadoso) y para que chirríen los dientes de los charlatanes y se muerdan por dentro, con el ambicioso objetivo de introducir una linterna en el oscuro antro de la ignorancia, agazapada a la espera de esa luz... Sensible a este pedido, he redactado... el presente manuscrito” (página 16).
Yo debo ser uno de esos “charlatanes” que defienden teorías no “iluminadas” por la “luz” que Jean Pierre Adam pretende derramar. Así, escribe: “Arqueómanos, quirománticos, radioestesistas, parapsicólogos, adventistas del séptimo al septuagésimo día, médiums, astrólogos, espiritistas, cazadores de tesoros, homeópatas de pacotilla, iniciados (grandes), iniciados (pequeños), telépatas, vampiros, ocultistas, perceptores (extrasensoriales solamente), afectos al Triángulo de las Bermudas, nigrománticos, nigrománticas, lamas de barrio, atlantómanos, luciferianos, poseedores de detectores de metales, hermetistas, sepulcros blanqueados, discípulos de Odín, turiferarios de Uri Geller, ufólogos, coprófilos, metapsíquicos, ladrones de cenizas, nerviosos buscadores de los Grandes Ancianos, profetas de E.T., bonzos de provincia, rabdomantes, piramidómanos convulsivos, ectoplasmas de tres al cuarto... a ustedes y a todos los que olvido, gracias, porque a ustedes les debo haber escrito este libro y, por favor, no me perdonen si decididamente prefiero a Albert Einstein antes que a Nostradamus” (página 223).
He destacado las dos categorías a las que creo pertenecer, en relación a la larga retahíla de materias ocultas o esotéricas contra las que el autor abomina, y a las cuales pretende aportar su luz y su infalibilidad. Me refiero, por supuesto, a la atlantología y a la piramidomanía. Sobre estas materias escribe lo que sigue: “A veces los atlantes y la 'tradición' de sus enseñanzas representan un recurso determinante, pero los más eficaces siguen siendo, en todos los casos, los extraterrestres... La imaginación creadora retrocede en favor de los poderes supranormales o máquinas desconocidas; la arqueología ya no tiene nada que buscar puesto que la solución la supera” (página 133).
Por lo que se refiere al asunto que nos trae aquí, la antigüedad de la Gran Pirámide de Giza, Jean Pierre Adam asume como un hecho dado que ésta fue construida por Keops: “El rey Keops, según una costumbre impuesta por el tiempo considerable que requería la construcción de su tumba, probablemente dispuso que se comenzaran los trabajos poco después de su ascensión al trono” (página 158). Mi propósito es, empleando los propios argumentos de dicho autor, reconocido arqueólogo y arquitecto, demostrar que -al menos en este aspecto, sobre el resto no me pronuncio- estaba equivocado. Y lo haré con pruebas suficientemente sólidas como para hacer difícil que mi postura (la Gran Pirámide no se construyó en tiempos de Keops) sea refutada de un plumazo, con o sin recurso al sarcasmo o al fácil chascarrillo.
Así pues, empecemos...
La Gran Pirámide. Argumentos a favor de la hipótesis oficial
Existen básicamente tres razones para atribuir a Keops la edificación de la pirámide. La primera se fundamenta en la Historia de Herodoto, que en el Libro II, pasaje 124, nos describe su construcción. Le dedica una atención especial a la calzada (que requirió diez años de trabajos), pero también a las cámaras subterráneas (desconocidas hoy día), en las que desembocaría un canal procedente del Nilo. Afirma que la pirámide fue construida en veinte años. También describe cómo fueron izadas las grandes piedras, o sillares, mediante el uso de máquinas (¿grúas?), de grada en grada (más abajo hablaremos de ello). ¿Qué credibilidad cabe dar a su testimonio? Relativa, teniendo en cuenta que convierte a Keops en un faraón posterior a Ramsés, al que llama Rampsinito, cuando los ramésidas pertenecen a la XIX dinastía (y Keops a la IV dinastía). Por otro lado, se da credibilidad a su relato de la construcción de las pirámides, pero no a su datación milenaria de los Sumos Sacerdotes egipcios, a los que llama piromis. Ésta es calculada a partir del número de estatuas del templo de Karnak, en Tebas: 341 estatuas, lo que supone 11.340 años (cada uno de estos piromis representaría una generación humana de 33,3 años). ¿Por qué en un caso (la atribución a Keops de la Gran Pirámide) la sabiduría convencional arqueológica le defiende, y en otro (las 341 generaciones de Sumos Sacerdotes) se le rechaza?
La segunda razón de la atribución a Keops de la Gran Pirámide es el hallazgo por parte del coronel Howard Vyse, en 1837, de graffitis realizados con tinta roja (de almagre) en las partes más altas de las cámaras de descarga, en una de las cuales (la quinta, llamada de Campbell) aparece el cartucho del faraón Khufu (“Khnum me protege”; más conocido como Keops), si bien escrito al revés y con evidentes singularidades. (El cartucho con el nombre de Khufu encontrado por Vyse no coincide con el de este faraón en el Imperio Antiguo. En este período se lo representaba como una víbora cornuda entre dos pollos que miran hacia la izquierda, mientras que en la cámara de descarga se contempla una víbora cornuda entre lo que parecen dos ibis que miran hacia la derecha. Los egiptólogos lo justifican diciendo que el cartucho de la cámara de descarga está escrito en letra cursiva, y por eso está invertido. El hierático se solía escribir de derecha a izquierda, al revés que los jeroglíficos. En las cámaras de descarga numerosos pictogramas -no sólo el cartucho de Keops- están al revés. Aunque, todo sea dicho, el cartucho de Keops no parece escrito en hierático, sino de forma simplificada, pero figurativa.) De ahí que, según no pocos autores, el cartucho del faraón Khufu, en la Gran Pirámide, podría ser una falsificación, y no sería concluyente sobre la autoría de Keops.
Tercer argumento. André Pochan, en su libro El enigma de la gran pirámide (página 61) expone una teoría que, según él, demostraría la responsabilidad de Keops en la construcción de la pirámide. Se trata de las 28 entalladuras, de 0,52 metros de longitud (un codo), 0,16 metros de ancho, y 0,21 metros de profundidad (están separadas por 1,74 metros), situadas a ambos lados de la Gran Galería. Tales hornacinas parecen haber sido martilleadas, por lo que se presume que su contenido ha sido destruido. Según Pochan, este número de entalladuras coincide con el número de faraones de Menes a Keops. Así pues, la Gran Galería sería en realidad una “galería de los antepasados”. (Este autor atribuye a Keops una antigüedad que supera a la oficial en más de 2.000 años. Amparándose en Manetón -que lo habría llamado Sufis, hijo de Soris-, considera que habría reinado entre los años 4829 y 4766 antes de Cristo.) La hipótesis de Pochan estaría corroborada en parte por Maqrizi, que escribe: “En esta terraza [la Gran Galería] se abrió un corredor…; la bóveda está hecha de piedra, y allí se encuentran pinturas y estatuas yacentes, o de pie, y muchas otras cosas de las que no se sabe el significado…” (André Pochan, página 61).
Existen otros testimonios del pasado que mencionan a Keops. Por ejemplo, en la estela de Amenhotep II (1428-1397 a.C.), hallada en el templo que este monarca tenía en el lado norte de la Esfinge, la línea 25 contiene la siguiente referencia: “Él [Tutmosis IV] pararía en el lugar de descanso de Horus-en-el-Horizonte [la Esfinge] y pasaría el tiempo llevándolos [a sus caballos] alrededor, observando la excelencia del lugar de descanso de los reyes Khufu y Khafra [¿sus pirámides?]”.
¿Es acaso la pirámide de Keops el lugar de descanso de este faraón? Y, especialmente, ¿fue él su constructor? Una estela, llamada “del inventario” (datada en la dinastía XXVI, conocida como período “saíta”), en la cual se hace un inventario de las estatuas del pequeño templo de Isis en Giza (de ahí su nombre), fue encontrada por Auguste Mariette a mediados del decenio de 1850 en las ruinas de dicho templo, cerca de la Gran Pirámide (hoy se encuentra en el Museo de El Cairo). Ello ha suscitado algunos interrogantes. En ella se dice que la erigió el faraón Keops (autor figurado). Literalmente, está escrito: “¡Que viva el Horus-Medyed, rey del Alto y Bajo Egipto, Jufu, dotado de vida!, él encontró el templo de Isis, Señora de las Pirámides, al lado del templo de Hurun [Esfinge], en el noroeste del templo de Osiris, señor de Rosetau [necrópolis de Giza]. Él construyó su pirámide al lado del templo de esta diosa y construyó la pirámide de la hija real Henutsen, al lado de este templo”.
Desde mi punto de vista, la cuestión radica en saber qué representa en realidad el “templo de Isis”. Si se trata de la Gran Pirámide, la datación oficial ciertamente es errónea. Si no lo es, y la pirámide que Khufu (Keops) construye (al lado del templo de Isis) es la Gran Pirámide, la interpretación convencional es la correcta. Para hacernos una idea de la importancia de este texto, hemos de contemplar un plano de la zona de Giza. En la “estela del inventario” se dice que el templo de Isis (señora de las pirámides) se encuentra en el “noroeste del templo de Osiris”. La clave es conocer qué es el “templo de Osiris”. Ciertamente, la pirámide de Keops (¿templo de Isis?) se sitúa al Noroeste exacto respecto al Norte verdadero, teniendo a la Esfinge como punto de referencia (cuya cabeza y brazos apuntan al Este). Así pues, el “templo de Osiris” podría ser uno de los dos templos que están delante de la Esfinge: o bien el llamado “templo de la Esfinge”, o bien el “templo inferior de Kefrén”. Ambos están datados en la época de la Esfinge, y fueron construidos simultáneamente (con las piedras extraídas de las zanjas que la circundan), siguiendo un mismo estilo (ciclópeo, o megalítico, sin inscripciones y con sillares lisos). La pirámide de Keops, así como la de su hija (su esposa, según otros), podría ser una de las tres situadas en la cara Este de la pirámide de Keops, llamadas “pirámides secundarias”. Es posible que el templo de Hurun (de Horus) sea el templo de la Esfinge, y el de Osiris (padre de Horus) sea el Inferior de Kefrén, situados ambos delante de la Esfinge. Si fuera así, todo tendría sentido, siempre que la expresión “templo de Isis (¿la Gran Pirámide?), al lado del templo de Hurun (¿la Esfinge, templo de la Esfinge?)” no sea demasiado estricta, pues evidentemente esta última se sitúa a una cierta distancia de la Gran Pirámide (a unos 500 metros).
Pero ello, quizás, es especular demasiado. La supuesta evidencia de que la Gran Pirámide (¿el templo de Isis?) ya existía en tiempos de Keops, que se habría limitado a realizar una pirámide de pequeñas dimensiones a su lado (en la cara Este), no deja de ser una hipótesis sometida a conjeturas y suposiciones. La autoría de Keops continúa siendo un tema a debate.
¿Qué nos queda de Keops, aparte de su recuerdo? Físicamente, sólo una estatuilla de marfil de 7,5 centímetros de alto, encontrada en Abydos (hoy día en la sala 47 del Museo de El Cairo). También, según Zahi Hawass (en Alberto Siliotti, página 88), se han hallado, en las inmediaciones, sellos de arcilla de Keops y Kefrén. En las canteras de Mokattam se encontraron graffiti, con mensajes tales como “cuadrilla del barco”, o “cuadrilla vigorosa” (Peter Tompkins, página 220). Y poca cosa más (si exceptuamos los graffiti de las cámaras de descarga antes citados; aparte de algunos más en las fosas para embarcaciones de Giza). Esa es toda la evidencia arqueológica que tenemos de Keops: el poderoso rey que habría edificado el edificio más impresionante de la Antigüedad (y aún de la actualidad), y que tiene -paradójicamente- la estatua más diminuta y chapucera que se conoce.
Estatua de Keops
Cartucho aludiendo a Khufu en la quinta cámara de descarga de la Gran Pirámide
Un hallazgo interesante (y muy reciente)
En fechas recientes, se ha reencontrado una cajita de tabaco perdida, que guardaba unos fragmentos de madera de cedro. Ésta acompañaba a dos reliquias más: una bola de dolerita y un gancho de cobre, que se encuentran actualmente en el Museo Británico. La cajita de puros, sin embargo, desapareció hace más de 70 años. Estos tres objetos, conocidos como las “reliquias de Dixon”, en alusión al ingeniero británico Waynman Dixon, fueron encontrados por éste y un amigo (el médico James Grant) en uno de los “canales de aireación” de la llamada Cámara de la Reina, en el año 1872. Supuestamente, dichos trozos de madera corresponderían a una “regla”, cuyos otros fragmentos se conservarían aún en el canal de aireación, tal como reveló una exploración con un robot teledirigido, llevada a cabo en el año 1993.
La historia es como sigue. Hace unos meses la arqueóloga egipcia Abeer Eladany, al realizar el inventario de la colección asiática de la Universidad de Aberdeen, en Escocia, halló una caja de puros con la antigua bandera de su país, con unos pequeños trozos de madera de cedro en su interior. Los tres objetos (la bola de dolerita, el gancho y la caja de puros) fueron transportados por James Grant (acompañante de Dixon) a Gran Bretaña, y tras su muerte (en 1895) el gancho y la bola de piedra serían depositados en la Universidad de Aberdeen. Por lo que se refiere a las piezas de madera, serían donadas por su hija a esa misma institución en 1946. Sin embargo, dichos fragmentos nunca llegaron a ser clasificados, perdiéndose su rastro. Hace unos meses, como hemos visto, se reencontraron, ocultos -en su cajita de latón- en la colección de reliquias asiáticas, no egipcias.
Lo notable del evento es su datación moderna por radiocarbono. El análisis definitivo de la pieza la sitúa en el período comprendido entre el 3341 y el 3094 a.C. Más de medio milenio antes del reinado de Keops (2580-2560 a.C.) ¿Qué respuesta ha dado la “sabiduría convencional” a esta disparidad entre la datación del hallazgo y el período de reinado de Keops, supuesto constructor de la pirámide? Básicamente ha esgrimido tres razones para justificarla: 1) La regla de cedro había sido realizada a partir de un árbol longevo, de entre 500 y 800 años de antigüedad; 2) Como la madera era escasa en Egipto, fue almacenada, reciclada o cuidada durante años; y 3) Dicho objeto, junto con el gancho y la bola de dolerita, era precioso, y fue enterrado deliberadamente por los constructores, como reliquias del pasado.
Es bien cierto que un cedro puede vivir más de 2.000 años, que la madera en Egipto era escasa (no obstante tener el Líbano, lugar de origen de los cedros, a poca distancia), y que tal objeto podría tratarse de una reliquia del pasado. No en vano, allí -en la Cámara de la Reina- el arqueólogo Flinders Pétrie halló piedras negras (de basalto), que tal vez fueran trozos de una estatua (Pochan, página 53). ¿Pero no es más fácil pensar que dicha regla -si es que realmente lo era-, así como el gancho y la bola de dolerita, podrían haber sido “olvidados” en el tiempo de construcción de la pirámide, o bien durante las reformas que Keops podría haber realizado en un monumento (la Gran Pirámide) ya existente? Posteriormente, disturbios ulteriores habrían provocado la destrucción de la mayor parte del legado de Keops, incluyendo las estatuas situadas en la Gran Galería (véase más arriba).
A este respecto, Pochan (página 308) considera que la Gran Pirámide sufrió un sabotaje, tras la muerte de Keops, por su ataque a la casta sacerdotal. Esta última habría saqueado y destruido el interior de la tumba (incluyendo el serdab, situado en la Cámara de la Reina, donde estaría su estatua de basalto negro), intentando hacer desaparecer el legado de lo que habría sido un rey herético, según Manetón, Herodoto y Diodoro. El citado autor plantea otra fecha: la revolución al final de la VI Dinastía, durante la cual se habrían iniciado los ritos isíacos (página 225). Posteriormente, la pirámide habría sido restaurada por Ramsés II.
Las modificaciones posteriores a Keops, según Pochan (páginas 206 y 207), serían las siguientes: desaparición del pasamanos de la escalera ascendente; desaparición del serdab; desaparición de la estatua del Ka; desaparición de la tapa del sarcófago; desaparición de los tres rastrillos de la antecámara; desaparición de las estatuas de la Gran Galería, etc. El papiro de Leyden dice a este respecto: “Lo que escondía la pirámide, está ahora vacío” (Pochan, página 226). (Según Peter Tompkins, Keops podría haber acabado la pirámide desde la última cámara de descarga. La parte inferior se trataría de un observatorio astronómico. De ahí -supuestamente- las marcas en la cámara de descarga.)
Sea como sea, creo más probable, y lógico, pensar que la regla de cedro hallada en la Cámara de la Reina de la Gran Pirámide sea contemporánea del momento en que se construyó, o bien restauró, o bien se visitó la pirámide (una de las múltiples visitas y/o reformas que aquella ha sufrido a lo largo del tiempo). Seguidamente expondré varios argumentos que demuestran -a mi parecer- que la Gran Pirámide es muy anterior a Keops. Y para ello, como dije más arriba, emplearé los argumentos expuestos por Jean Pierre Adam en su obra Recomponiendo el pasado.
Un hierro fuera de lugar (y de época)
Jean Pierre Adam escribe: “El hierro era igualmente conocido en Egipto desde el tercer milenio [antes de Cristo]; se trataba esencialmente de hierro meteórico, que se encuentra en muy pequeñas cantidades en los raros estallidos celestes que llegan hasta la superficie del globo, pero más fácil de descubrir en un suelo desértico que entre la vegetación de los países húmedos. De todos modos, este metal tan raro sólo era usado para joyas y pequeños ornamentos. Los egipcios lo llamaban el 'cobre caído del cielo'... Los primeros objetos de hierro de dimensiones importantes hallados en Egipto son de importación hitita [en los tiempos de la dinastía XVIII, 1.200 años posterior a la generación de Keops], y su precio era tal, que su uso estaba reservado únicamente para el faraón. Así se encontró en el tesoro funerario de Tutankamón (muerto hacia el 1350 a.C.) un puñal con hoja de hierro y mango de bronce dorado; y se sabe, por las cartas de Tell-el-Amarna, que semejantes objetos eran enviados como regalo al rey de Egipto por los soberanos del Asia Menor [los hititas]” (página 126).
En definitiva, los primeros objetos de hierro hallados en Egipto fueron realizados a partir de meteoritos (entre ellos el puñal de Tutankamón). Así pues, ¿cómo es posible que fuera hallada una plancha de hierro fundido debajo del revestimiento de la Gran Pirámide? Así sucedió en realidad, lo que daría al primer hierro fundido (no meteórico) de origen egipcio una antigüedad de al menos 5.000 años, algo menos de 2.000 años más antiguo de lo que se suponía a día de hoy (de acuerdo con la datación de los trozos de madera de cedro a la que he aludido más arriba).
En mi libro Ecos de la Atlántida (y de Diego Méndez) escribo lo siguiente: “Cuando estaba explorando la Gran Pirámide, en el año 1837, Howard Vyse ordenó a uno de sus ayudantes, J.R. Hill, que volara el extremo exterior del 'pozo de ventilación' del sur de la Cámara del Rey. Después de retirar algunos cascotes, encontró una plancha de hierro. Tenía unos treinta centímetros de longitud por unos diez de ancho, y unos tres milímetros de grueso. No parecía hierro meteórico, sino hierro forjado de la manera habitual. Al examinarlo en 1881 Flinders Pétrie encontró protozoos fosilizados en el óxido, lo que indica que había permanecido enterrado durante mucho tiempo (no era, por tanto, una falsificación) en un bloque de tierra caliza en el que había fósiles. En 1989 se hicieron nuevos análisis de laboratorio (realizados por el doctor M. P. Jones, del departamento de recursos minerales del Imperial College de Londres, y por Sayed El Gayer, lector de la facultad de petróleo y minería de la Universidad de Suez, en Egipto), los cuales dictaminaron que no se trataba de hierro meteórico, ya que su contenido en níquel era demasiado bajo. Por lo visto, esta plancha había sido fundida a una temperatura superior a los 1.000 grados centígrados; y por lo que parece, existían rastros de oro en su superficie, lo que hace pensar que en otro tiempo había estado chapada en oro, ya sea por electrolisis, o por galvanizado por inmersión en caliente. Todo parece indicar que este objeto fue incorporado a la pirámide durante el momento de su construcción” (página 426).
A este respecto, Flinders Pétrie escribió: “Aunque se han manifestado dudas sobre la autenticidad de la pieza, meramente por su rareza, existen datos concretos que la avalan: se observa en el óxido que la cubre la huella de un Nummulites que demuestra que ha permanecido sepultada durante siglos junto a un bloque de piedra caliza nummulítica, por lo que es, ciertamente, muy antigua. Por tanto, no pueden existir dudas razonables de que se trata de una pieza auténtica”. The Pyramids and Temples of Gizeh. Primera Edición. Field and Tuer, 1883, páginas 212 y 213. Citado por Miquel Pérez-Sánchez Pla.
Max Toth, en Las profecías de la pirámide, informa de la rigurosa certificación a la que se sometió este hallazgo (Las profecías de la pirámide, página 164; José Luis Espejo: Ecos de la Atlántida, página 499): “El coronel Howard Vyse, que a la sazón estaba investigando la Gran Pirámide, envió el siguiente certificado al Museo Británico: 'Por medio de la presente certifico que la pieza de hierro que encontré cerca de la boca (exterior) del canal de aire de la parte sur de la Gran Pirámide de Gizeh, el 26 de mayo de 1837, la saqué de una junta interior, tras haber hecho explotar las dos hileras exteriores de la actual superficie de la pirámide, y que no había junta o abertura alguna conectada con la junta antes mencionada, a través de la cual hubiese sido posible colocar esta pieza de hierro tras la construcción original de la pirámide. También le mostré el lugar exacto al señor Perring el 24 de junio. Firmado, J. R. Hill'. Y continúa: 'Al anterior certificado del señor Hill, puedo añadir que puesto que observé el lugar al comienzo de las explosiones, se desmontaron dos hileras de piedras, y que si la pieza de hierro fue encontrada en la junta que me enseñó el señor Hill, la misma que estaba cubierta por una piedra mayor, conservada en parte, resulta imposible que hubiese sido colocada en ese lugar después de la construcción de la pirámide. Firmado: J. S. Perring, C. E.'. Como vimos en el capítulo 7, el profesor Flinders Petrie comprobó que la tablilla de hierro contenía una formación de numulita en su parte oxidada, que se corresponde con la piedra caliza de numulita que la recubría”.
Así pues, el hallazgo de dicha plancha de hierro fundido (no meteórico) en la Gran Pirámide desmiente que ésta pudiera haber sido construida en tiempos de Keops, cuya época se encontraba aún a 1.200 años de distancia de la invención del hierro no meteórico. Sólo una civilización anterior a la de los antiguos egipcios de la Historia podrían haber fabricado dicho objeto. Y éste no parece haber sido depositado ahí en tiempos modernos, como indica la presencia de residuos de numulitas en su superficie.
Pi, Fi, el metro, y la cuadratura del círculo
Jean Pierre Adam escribe: “Hay que saber que, de todas las civilizaciones de la Antigüedad, desde la China a Roma, la de Egipto ha sido por cierto la más indiferente a la investigación en general, y en especial a la matemática... Egipto, en toda su historia, sólo ha transmitido siete documentos que abordan el tema, de los cuales uno solo, el papiro de Rhind, tiene cierta importancia. Es así como sabemos que Egipto se conformaba con un número Pi=3, como muchos otros pueblos, y que nunca logró superar la tabla de multiplicación por dos. Una sola excepción aparece bajo la forma del cálculo de la superficie del círculo, utilizando la elevación al cuadrado de los 8/9 del diámetro, lo que daría un valor de Pi=3,16, pero nada prueba que el autor del ejercicio haya pensado nunca en sacar un valor de Pi, que además habría sido incapaz de escribir” (página 168).
En mi libro Ecos de la Atlándida encontramos lo siguiente: “El número Pi (Π) [ 3,14159] es la puerta del Conocimiento (de ahí que se represente con su grafía griega, que tiene la forma de una puerta). Es la clave fundamental de la Geometría, y al mismo tiempo de la Gnosis. ¿Qué relación tiene con la Gran Pirámide? Seguidamente me dispongo a demostrar que esta enorme construcción representa otro método para preservar la memoria. Este 'libro de piedra' no es sólo un 'memorial' de un hecho pasado (que lo es), sino también el receptáculo del Conocimiento Sagrado (la Gnosis)... La prueba la tenemos en la medida básica de todo el conjunto de la Gran Pirámide: el codo real de la pirámide de Keops. Éste, que mide 0,5236 metros (posteriormente comprobaremos cómo podemos obtener esta cifra a partir del estudio de la geometría del monumento), es el resultado de dividir Π entre 6 (el resultado es 0,523598). Más adelante comprobaremos que Pi es empleado por los constructores de la pirámide para, a partir de una inclinación de sus caras determinada (51 grados 51 minutos), obtener la 'cuadratura del círculo', teniendo el perímetro de sus cuatro caras como base del cuadrado, y la altura como radio del círculo. Pero a partir del codo real (0,5236) también obtenemos el llamado 'número de oro': Fi (Φ). Ello es evidente si realizamos la siguiente operación: Φ2/5 (el resultado es 0,5236). Dicho número sagrado (Φ) lo encontramos asimismo en la geometría de la pirámide, como veremos en su momento” (página 382).
El número Fi, también llamado la “proporción áurea”, o “número de oro”, se expresa con la cifra 1,618033. En términos geométricos constituye “la relación existente en la ecuación ‘AB es a AC como AC es a BC.’, siendo C un punto interior del segmento que une a A y a B”. Esta proporción, que durante el siglo XVI era conocida en Italia como Divina Proporción, tiene relación asimismo con otro número irracional muy conocido por los geómetras y los constructores: el número Pi (véase arriba). Si bien el número Fi fue descubierto por el matemático Leonardo de Pisa, más conocido como Fibonacci (1175-1250), presuntamente fue empleado desde la Antigüedad (en este caso, está implícito en las proporciones de la Gran Pirámide).
No sólo eso. Quienes construyeron la Gran Pirámide conocían la medida hoy llamada metro estándar: la diezmillonésima parte de la distancia que separa el Polo del Ecuador terrestre, según la definición de la Academia de Ciencias de Francia (de finales del siglo XVIII). Ello es fácil de demostrar: si trazamos una línea de un metro de longitud, que hace de diámetro de un círculo, su circunferencia medirá 3,14159 metros. Pues bien, un arco equivalente a 1/6 de dicha circunferencia (marcado por un hexágono inscrito en ella) mide exactamente 0,5236 metros; de nuevo, el codo real de la Gran Pirámide. ¿Qué quiere decir ello, además del hecho evidente de que los constructores de este monumento conocían las dimensiones exactas de la Tierra (el metro geodésico), y asimismo números tan complejos (y al mismo tiempo elementales) como el número Pi y el número Fi?
Obtención del codo real a partir del metro como medida estándar
André Pochan (página 148) acepta el valor dado por Flinders Pétrie del codo real de la pirámide de Keops: “De las doce mediciones hechas sobre las paredes de la cámara, Pétrie obtiene el valor del codo, o sea 0,52367 metros, valor que debe ser considerado como el mejor y más aproximado al codo que se usaba durante la IV Dinastía”. ¿Y qué valores en codos encontramos en la Gran Pirámide? Son numerosos: la anchura de la Gran Galería (incluyendo las banquetas laterales) es de 4 cr (codos reales); la longitud de la Cámara del Rey son 20 cr; la anchura de la Cámara del Rey son 10 cr; la altura del sarcófago de la Cámara del Rey son 2 cr; las dimensiones de la Cámara de la Reina son: longitud (11 cr), anchura (10 cr), altura (9 cr), cima (12 cr); zócalo de la pirámide (1 cr). Y notemos especialmente la base de una cara (440 cr) y la altura de la pirámide (280 cr, a los que hay que añadir un codo real del zócalo). Se da la circunstancia de que si sumamos la longitud de la base (440 cr) y el diámetro del círculo que tiene la altura como radio (280 cr x 2 = 560 cr) obtenemos una longitud de 1.000 codos reales. Ello no es casualidad, por supuesto. Y nos da idea de que los constructores de la Gran Pirámide conocían la base numérica decimal.
Ahora nos tenemos que preguntar. ¿Existe constancia de que los constructores de la Gran Pirámide conocieran el metro? La respuesta es afirmativa. Por poner un ejemplo, la Cámara del Rey de la pirámide de Keops está exactamente a 43 metros de altura sobre el zócalo; la diagonal de su muro mayor mide 12 metros, y su volumen es 321 m. Ello no obstante, la Cámara del Rey está calculada en codos reales, que cumplen con el llamado “triángulo isíaco” (o de Pitágoras, con las proporciones 3/4/5): la diagonal de su muro menor (15 cr), la longitud (20 cr) y la diagonal interior (25 cr) forman un triángulo de proporciones 15/20/25 que, al dividir sus longitudes por 5, resulta ser el triángulo 3/4/5 (Miquel Pérez-Sánchez Pla).
Miquel Pérez-Sánchez Pla escribe: “Entre las particularidades que ya de inicio presentaba el monumento hay cuatro especialmente importantes: una aproximación a la cuadratura del círculo, la presencia del número Fi (Φ) o número de oro —igual a 1,6180 y considerado el número de la belleza—, su orientación con los cuatro puntos cardinales, y la proporción entre la altura del monumento y la distancia al sol”. Seguidamente nos ocuparemos de las tres primeras.
Pi y Fi son claramente reconocibles en la pirámide de Keops. Para obtener estos números haremos uso de las mediciones efectuadas por Flinders Pétrie, que se suelen emplear como datos de referencia: 440 codos reales como lado de la base de la pirámide, y 280 codos reales como su altura. Por lo que se refiere a Pi, basta con calcular el perímetro de su base (1.760 codos reales) y compararlo con el resultado de multiplicar la altura (280 codos reales, equivalente al radio) por 2Π (2 x 3,14159 = 6,28318). Ello nos da 1.759,3 codos reales. En definitiva, obtenemos el número Pi dividiendo el perímetro de la base de la pirámide de Keops por el doble de su altura.
Obtención del número Pi a partir de las medidas de la Gran Pirámide. Aquí se cumple, de forma geométrica, la aproximación a la “cuadratura del círculo” (fuente: Peter Tompkins)
Obtención aritmética del número Pi, a partir de las medidas de la Gran Pirámide
Aquí hallamos dos “coincidencias”. En primer lugar, el resultado de Pi (3,14286) coincide con el producto de la división entre 22 y 7 (que está en la base de todos los cálculos de la pirámide, como indica Flinders Pétrie). En segundo lugar, la base de la pirámide es un cuadrado cuyo perímetro es igual a la circunferencia de un círculo cuyo radio es la altura de la pirámide. En definitiva, en la Gran Pirámide se cumple -con gran aproximación- la llamada “cuadratura del círculo”. Para que se pueda obtener este resultado, los constructores debían conocer el número Pi con una precisión bastante considerable. Ello se contradice con la visión que tenemos de las matemáticas egipcias (expresada, más arriba, por Jean Pierre Adam).
(Flinders Pétrie lo deja bastante claro. Considera que los egipcios calculaban el número Pi como el resultado de dividir 22 entre 7. Haciendo el cálculo correspondiente [3,142857 x 2 x 280], el resultado es 1.759,99, que coincide con el área de la base de la pirámide [1760 codos reales]. André Pochan, página 148.)
Por lo que se refiere al número Fi, su cálculo es muy sencillo, dadas las proporciones de la Gran Pirámide. Para ello hemos de trazar la apotema de una de sus caras, que divide su base por la mitad (440 : 2 = 220 codos reales). Si el valor de la base de una semicara es 1 (220 codos reales), la apotema viene dada por Fi (220 x 1,618033 = 355,97 codos reales), y la altura adquiere el valor de raíz de Fi (220 x 1,27 = 279,84 codos reales). En definitiva, obtenemos una buena aproximación de Fi (1,61818) dividiendo la apotema (356 codos reales) por la semicara de la base (220 codos reales).
Obtención del número Fi a partir de las medidas de la Gran Pirámide (fuente: Peter Tompkins)
Obtención aritmética del número Fi, a partir de las medidas de la Gran Pirámide
¿De qué forma podemos obtener estos resultados? (El número Pi, el número Fi, y la cuadratura del círculo). Para ello es necesario que la inclinación de la pirámide sea exactamente de 51 grados y 51 minutos. Sólo de este modo se puede conseguir la “cuadratura del círculo” (en que la relación de su altura con el perímetro de su base es igual a la relación del radio de un círculo con su circunferencia). Pero además el codo real ha de tener una longitud muy precisa: exactamente 0,5236 cm. ¿Y cómo consiguieron esta medida los constructores de la Gran Pirámide? Lo hicieron aplicando una sencilla regla, que presupone el conocimiento del metro geodésico: si trazamos una línea de un metro de longitud, que hace de diámetro de un círculo, la circunferencia medirá 3,14159 metros (igual al número Pi). Pues bien, un arco equivalente a 1/6 de dicha circunferencia (marcado por un hexágono inscrito en ella) mide exactamente 0,5236 metros: es el codo real de la Gran Pirámide. De tal modo, el codo real de la pirámide de Keops es resultado del conocimiento: 1) del metro y 2) del número Pi (de nuevo).
Todo ello hace pensar que los constructores de la Gran Pirámide estaban familiarizados con la forma y el tamaño de la Tierra, puesto que el metro (que fundamenta la medida del codo real egipcio) es la diezmillonésima parte de un arco de meridiano entre el polo y el ecuador (véase más arriba). Un indicio de esta “ciencia sublime” lo tenemos en la perfecta orientación respecto al Norte verdadero, y su increíble precisión: la base es uniforme, con una desviación de sólo 2,1 cm; la desviación media de los lados respecto a los puntos cardinales supone un arco de 3 minutos 6 segundos; y la diferencia mayor en longitud de los lados (para una media de 230,41 m) es de 4,4 cm. A este respecto, Peter Tompkins escribe: “La Gran Pirámide estaba alineada de forma tan precisa con los puntos cardinales de la brújula que sobrepasaba en precisión cualquier construcción humana realizada hasta la fecha [en tiempos de Flinders Pétrie]”.
Nótese que Jean Pierre Adam atribuye a la escasa precisión del número Pi de los antiguos egipios (que él cifra en 3) la razón “por la cual la inclinación de los lados de la pirámide de Keops da un valor de 51º50'” (página 168), cuando en realidad sucede lo contrario. Es precisamente dicha inclinación la que asegura que se cumpla las medidas fundamentales de Pi, de Fi, del codo real y de la cuadratura del círculo (e incluso del metro geodésico), implícitas de forma muy clara y evidente en las proporciones de la Gran Pirámide. Éste es un error no menor en la obra de Jean Pierre Adam, como hemos visto.
Un argumento que cae por su propio peso
En el libro Egipto. Dioses, templos y faraones (John Baines y Jaromir Málek) se dice lo siguiente: “[En el Egipto que construyó la pirámide de Keops] estaban aún por inventar mecanismos tan simples como las poleas o los carros de ruedas, por lo que los problemas relacionados con el traslado y elevación de pesados bloques de piedra debieron ser enormes” (página 161). Y asimismo: “Los conocimientos matemáticos de los egipcios no eran suficientes como para llegar a esos resultados mediante el cálculo [la aplicación exacta de Pi, el número Fi, la cuadratura del círculo]; podrían haber llegado a los mismos por casualidad” (página 139).
En su libro Recomponiendo el pasado Jean Pierre Adam escribe: “[En la Gran Pirámide] es fácil poner en su lugar una sucesión de cabrías que encaminan los bloques de peldaño en peldaño [como proponía Herodoto; véase más arriba], hasta el nivel de su colocación. Pero semejante máquina, que usaría poleas, está totalmente excluida en Egipto, sobre todo en esa alta época. Baste con saber que los vehículos de ruedas, carros ligeros destinados al combate, aparecerán en ese país a principios de la XVIII dinastía, es decir, mil años después de Keops. Además la polea, invención de marinos, era, como sabemos, desconocida para los egipcios; la prueba está dada no sólo por el gran navío de Gizeh, sino también por numerosas maquetas y representaciones fieles, en las cuales sólo aparecen las cuerdas izando las vergas sin el auxilio de poleas, sino de cortos travesaños perpendiculares al mástil” (página 162).
Es decir, la sabiduría convencional establece que los egipcios eran ignorantes, no sólo en el desarrollo de las matemáticas, sino también de la mecánica más elemental. Pero si es así, ¿cómo pudieron resolver los grandes desafíos que supuso la construcción de la Gran Pirámide? Diego Méndez, en Ecos de la Atlántida, escribe lo siguiente: “Aun no existiendo pruebas históricas ni arqueológicas, la mayoría de las teorías defienden que los enormes bloques que forman estas construcciones megalíticas fueron tallados mediante herramientas primitivas (esferas de dolerita [7] o cinceles de cobre [3]). Es complicado entender cómo tallaron rocas tan duras como el granito (6), el basalto (6) o la diorita (6-7) con estas herramientas tan rudimentarias. Tampoco hay consenso para definir el medio de transporte para trasladar la gran cantidad de bloques desde la cantera hasta el lugar de construcción, ya que en algunos casos, las distancias son kilométricas. Aunque se han postulado diversas hipótesis para especificar el modo de cargamento y traslado del copioso y enorme material de las obras (barcas, trineos, palancas, cuerdas, rodillos, animales, rampas, poleas…), pocas de ellas parecen viables tecnológicamente. Estas teorías no acaban de esclarecer totalmente la técnica que los antiguos arquitectos desplegaron a la hora de alzar las portentosas obras que todavía se mantienen en pie. La Gran Pirámide, el templo de Abydos, los muros de Sacsayhuaman, los trilitones del templo de Júpiter en Baalbek, son sólo escasos ejemplos de obras de gran complejidad constructiva. La pirámide de Keops está formada por más de dos millones de bloques cuyo peso medio es de unas dos toneladas y media (Lauer, 1948), alcanzando algunos de ellos hasta las ochenta toneladas. Por otro lado, el sistema para colocar los impresionantes bloques de más de mil toneladas en el muro del templo de Baalbek resulta muy complicado de comprender. El desplazamiento y disposición de estos bloques se presenta verdaderamente inviable incluso con los avances tecnológicos modernos” (página 433).
Dos detalles son suficientes para demostrar la “anomalía” del caso egipcio: cuando se construyó la pirámide de Keops, en Gizeh, en Egipto aún no se conocía la rueda o la polea; y por supuesto, tampoco los números Pi o Fi. Es evidente que no podemos entender la construcción de un monumento tan masivo y complejo sin el empleo de estos avances tecnológicos y científicos. Esta constatación, más el hecho de que los egipcios podían elaborar vasijas de piedras duras con un método desconocido -y difícilmente repetible- en el día de hoy, hace pensar que tenían un nivel tecnológico muy superior al que se les otorga, previsiblemente importado de fuera. Pues está claro que los precedentes de la cultura Fayum o Badari (ni siquiera Naqada) no pueden explicar tales “anomalías históricas”.
Peter Tompkins asegura que quien construyó la Gran Pirámide conocía las dimensiones del planeta con una precisión que no sería alcanzada hasta fines del siglo XVIII en Europa (página 285); asimismo tenía presente el fenómeno de la precesión, así como la forma de obtener la longitud y latitud terrestres; y tenía un eficiente sistema de medidas (véase más arriba). Flinders Pétrie, uno de los mayores estudiosos del monumento, considera que el saber acumulado en la pirámide de Keops es obra de “unos pocos hombres muy por encima de sus colegas [constructores]”; es más, puntualiza que tanta perfección “estaba limitada a la competencia de un solo hombre” (Tompkins, página 219). Pero hemos de insistir en que la polea, el torno de alfarero o los carros de ruedas no habían sido inventados todavía en la IV Dinastía. Además, el metal del que disponían era el blando cobre, con el que trabajaron -según se dice- el granito y la diorita….
Observemos la imagen más abajo.
Sillares egipcios (enmarcados en rojo) con espigas (o tetillas) que aparecen de dos en dos (fuente: Diego Méndez)
En el artículo de Diego Méndez Conexión Intercultural en Nasca podemos observar algunos sillares egipcios, situados en la pirámide de Micerinos y en el templo de Osiris en Abydos, que aparecen a menudo (cuando no son eliminados) de dos en dos. Estas protuberancias tan extrañas tienen una función muy concreta, que Jean Pierre Adam explica en su libro: “Otros cuatro procedimientos, al menos, merecen ser citados. El primero recuerda a las 'espigas de transporte por angarillas', dejadas en saliente sobre dos o cuatro lados de la piedra en el momento del tallado; alrededor se pasan eslingas que luego se juntan sobre el gancho de erección ligado a la máquina por el cable de tracción. Como para las palancas y todos los otros procedimientos, las espigas se multiplican en función de la importancia del bloque por levantar. Una vez colocadas las piedras en su lugar, estas espigas eran al principio desmontadas, pero sucede que por falta de terminación del edificio, o simplemente de rudeza estética, quedaron en su lugar, brindando, así, un precioso testimonio al observador de hoy” (página 199).
El problema es, ¿cómo se elevaban esos pesados bloques”, sostenidos por eslingas, si todavía no se había inventado la polea (del siglo IV a.C.) ni la cabria (del siglo V a.C.)? Jean Pierre Adam propone la existencia de máquinas a las que llama “montacargas de contrapeso”, que describe como una plataforma, en la que se coloca el peso, elevada por la carga del contrapeso con un principio tipo palanca. ¿Sería éste el mecanismo usado por los egipcios, según Herodoto, para subir las piedras, nivel a nivel? Jean Pierre Adam lo duda, pues la estrechez de los niveles supondría un impedimente para implementar esta solución (páginas 163-165).
De tal modo, la civilización que construyó la Gran Pirámide debía tener acceso a alguna tecnología que permitiese alzar los bloques con eslingas, que rodeaban las espigas (o tetillas) dejadas en la piedra para su elevación. Y ello supone alguna máquina al estilo de la polea o la cabría, que -según el mismo autor- aún no había sido inventada. Así pues, si no fueron ellos, ¿quiénes lo hicieron?
Sistemas de elevación. Arriba a la izquierda, elevación a través de “espigas de transporte por angarillas” (fuente: Fernando Mora Rodríguez y M. Zarzalejos)
Montacargas de contrapeso. Imagen hipotética (fuente: Jean Pierre Adam)
En definitiva, para acabar, una civilización anterior a la de los antiguos egipcios construyó la Gran Pirámide, a la luz de las siguientes “anomalías históricas” sin resolver: 1) La presencia en ella de hierro no meteórico (hierro fundido); 2) El conocimiento preciso de los números Pi y Fi, así como del metro geodésico, y la resolución geométrica (en la Gran Pirámide) de la “cuadratura del círculo”; y 3) El uso (demostrado por las espigas, o “tetillas”, de los sillares de la pirámide de Micerino, así como del Osireion de Abydos) de elementos mecánicos muy posteriores, como la polea o la cabría (inventados dos mil años después de la época de Keops).
En la siringa de la Gran Pirámide, en el interior del llamado "signo del horizonte", se ha hallado este tetragrama. ¿Grabado acaso por sus auténticos constructores?
A ello hemos de añadir la problemática datación de la regla de Dixon, hallada en la Cámara de la Reina de la Gran Pirámide. Ésta indica una fecha anterior entre 500 y 800 años a los tiempos de Keops. ¿Hemos de forzar acaso una explicación “razonable” para hacer encajar la realidad con la presunción de verdad sostenida hoy día por la Arqueología oficial?
La Gran Pirámide, ¡vaya timo!
Con posterioridad a la publicación de este artículo, un amigo me ha prestado un libro, publicado recientemente, con el título que encabeza este apartado (La gran pirámide, ¡Vaya timo!; véase la bibliografía, abajo), de José Miguel Parra. Antes de empezar a profundizar sobre su contenido, quisiera hacer varias consideraciones. En primer lugar, me parece una obra bien escrita, bien documentada, de lectura imprescindible sobre este particular. En segundo lugar, considero que el autor ha pasado una “línea roja” por lo que se refiere a las reglas de cortesía más elemental, en relación al intercambio de ideas (especialmente cuando éstas se expresan en escritos, en un debate público y abierto). Una norma no escrita establece que se puede (y se debe) descalificar las ideas de las que se discrepa, pero sin insultar peregrinamente a su emisor (“Lo cortés no quita lo valiente”). En definitiva, se puede decir “esta idea es estúpida”, no “este autor es estúpido por decir tal o cual cosa”. El ataque ad hominem descalifica a quien lo efectúa. Es bien cierto que la Historia Crítica, o alternativa (los difusores de “paparruchas”, en palabras de José Miguel Parra), califica a menudo a la “ortodoxia” en su conjunto como parcial, simplista, mendaz, etc. Pero no conozco ningún libro de “Historia alternativa” que llegue a usar términos tan ofensivos y gratuitos como los empleados por el citado autor. Su obra podría haber sido mucho mejor si se hubiesen respetado estas normas mínimas de cortesía. Es una pena.
Por poner un ejemplo, José Miguel Parra llama piramidiota (es el más recurrente en su abanico de insultos) a una persona tan prestigiosa, en su sector, como el autor de la teoría de los “geopolímeros”: Joseph Davidovits (página 235). Y califica de pseudohistoriador al geólogo Robert Schoch (página 87) por exponer con argumentos científicos que la Esfinge de Giza debió ser construida entre 9.000 y 12.000 años atrás, de acuerdo con las pautas de desgaste del monumento, que sólo explicaría una pluviometría acorde con el Óptimo Holocénico, miles de años antes del actual régimen climático de la zona. Yo me pregunto: si José Miguel Parra es tan tajante en que los piramidiotas y los pseudohistoriadores (entre los que yo, sin duda, me cuento; no en vano soy autor no de uno, sino de dos libros sobre la Atlántida) debemos dejar la egiptología y la piramidología en manos de los egiptólogos y arqueólogos, del mismo modo, ¿no habría de respetar la opinión de los geólogos, cuando hacen teorías en ejercicio de sus facultades y conocimientos, como es el caso de dos expertos en piedras y rocas, del nivel intelectual y científico de Davidovits y Schoch?
Por lo que se refiere a la datación de la Gran Pirámide, y del faraón que supuestamente la ordenó construir, José Miguel Parra aporta unos interesantes datos que la vinculan a Keops (o Khufu). Concretamente, la sitúa entre el 2509 y el 2483 a.C.; más concretamente, alude al “papiro de Merer”, entre los años 26 y 27 del reinado de este faraón (páginas 240-243; véase más abajo). Concretamente, aporta varias evidencias suplementarias que apoyan esta hipótesis (de acuerdo con el autor, más que esto: “Después de ver estas evidencias, no creo que haya nadie en su sano juicio que pueda continuar negando que la Gran Pirámide fue construida por los egipcios en la IV dinastía”; página 243).
Concretamente, José Miguel Parra aporta los siguientes argumentos (que se suman a los que expuse más arriba): 1) La mención en el arquitrabe del muro sur del patio C de la mastaba de Qar (G 7101, VI dinastía), donde se pueden leer los nombres de las tres pirámides de Giza y de sus dueños: Khufu, Khaefre y Menkaure (página 103); 2) Se sabe que el arquitecto de la tumba de Khufu se llamaba Hemiunu, sobrino de Keops, el cual fue enterrado en la mastaba G4000 (página 175); 3) Se han encontrado sellos de barro impresos con el nombre de Khufu en la calzada que se dirige al sureste de la Gran Pirámide, algo más allá de las más meridional de las tres pirámides de las reinas (página 191); 4) Se ha encontrado la “ciudad de los constructores”, de tiempos de Kefrén y Micerinos (página 208); 5) El llamado “diario de Merer”, hallado entre los papiros de Wadi al-Jarf, nos informa del transporte de piedras desde la cantera de Tura hasta la Gran Pirámide (página 240).
Ciertamente impresionante. La evidencia parece irrefutable. Ello no obstante, resulta chocante que en todo el interior de la pirámide de Keops no exista ni una sola mención de Keops, mención aparte de los graffiti de las cámaras de descarga superiores, de los que hablé más arriba; los cuales están en un lugar tan remoto e inaccesible, que sin el uso de explosivos nunca hubiesen sido encontrados. Parece extraño que quien empleó tan grandes recursos, y tanto tiempo, para construir el edificio más masivo del mundo, no dejara constancia de su gran hazaña; no en vano el mítico Imhotep sí lo hizo, al parecer, en la pirámide escalonada de Zóser (cien años más antigua). (Véase a este respecto: Parra, página 185.)
Dos autores citados más arriba proponen las siguientes soluciones: André Pochan supone que la Gran Pirámide fue construida por Keops en el V milenio a.C., mucho antes de la datación oficial de mediados del III milenio a.C. Peter Tompkins, por su parte, expone la siguiente teoría: Keops podría haber acabado la pirámide desde la última cámara de descarga. La parte inferior se trataría de un observatorio astronómico. De ahí -supuestamente- las marcas en la cámara de descarga (véase más arriba). En la página 411 de Ecos de la Atlántida explico lo siguiente: “Ya hemos visto (más arriba) cómo diversos autores la han considerado [la Gran Pirámide] un 'observatorio astronómico', al menos hasta el tiempo de Keops, en que se completaría la obra para acabarla en punta. Antes de ello los astrónomos usarían la plataforma situada a la altura de la fila 50 de masonería para mirar el tránsito de las estrellas desde la parte superior de la gran galería. De acuerdo con esta teoría, la gran galería habría sido diseñada para observar los astros. Para ello se habría inundado la parte interior (inferior) de la pirámide, lo que permitiría observar el tránsito de una estrella en el momento preciso en que se refleja en el agua (Peter Tompkins, páginas 147- 155)”.
Sea como sea, tal vez Keops, como asimismo Kefrén y Micerinos, se apropiaron de unos edificios construidos, y anexaron templos funerarios, realizando reformas en el interior (cámaras de descarga) y en el exterior (cobertura de piedra de Tura). ¿Acaso las podían haber reparado? Pero ello no deja de ser una especulación no probada; tan legítima (o no) como otras que realiza Juan Miguel Parra, y que paso a exponer seguidamente.
Ya he aludido (más arriba) a las piezas de madera halladas recientemente en el interior de la cámara de la reina (la supuesta “regla de Dixon”), fechadas por carbono 14 hacia el 3341 y el 3094 a.C. Es bien cierto que esta madera podía pertenecer a un árbol con más de 500 años de antigüedad, o podría ser una reliquia del pasado, o podría haber sido reutilizada. Estos son razonamientos que no podemos desdeñar. Sin embargo, el mismo José Miguel Parra alude (de refilón) a dos hallazgos datados por esas mismas fechas, aproximadamente, pertenecientes al entorno arqueológico de las III y IV dinastías. En primer lugar, se dató el material orgánico presente en la argamasa que une algunos sillares de la Gran Pirámide, con el resultado (American Research Center in Egypt, 1984; Pyramids Radiocarbon Dating Project, 1995), en la hilada 198 de la esquina suroeste, de la siguiente fecha: 3089 a.C. (más o menos 160 años). Otra muestra tomada al lado dio la fecha 3101 a.C. (más o menos 414 años). (Parra, páginas 86 y 354). Más adelante señala (sin concretar demasiado) que la cronología por luminiscencia pone las cosas en su lugar. También alude, el autor, al hallazgo de un cráneo, en la pirámide de Zóser, datado hacia el 3205 a.C. (más o menos 327 años), del cual dice que se podría tratar de un “reenterramiento” de una princesa tinita, la cual sería acompañada por los 30.000 vasos de piedra dura tallados por dentro y por fuera (de una factura perfecta, prácticamente industrial), de los que poco se sabe a día de hoy.
En definitiva, dichas dataciones parecen indicar que las pirámides de la III y IV dinastía (datación oficial) podrían haber sufrido intervenciones al menos 500 años antes de su tiempo. Siempre se puede alegar que dichas dataciones no son correctas, por uno u otro motivo. Pero ello no deja de ser una especulación, tan (o tan poco) válida como la que he formulado más arriba: que dichas intervenciones sean producto de la apropiación y/o reparación por parte de los faraones de la IV dinastía de unas estructuras más antiguas.
¿En qué baso dicha “especulación”? En una serie de “anomalías” que la “ortodoxia” a duras penas puede explicar. Para aludir a ellas, haré uso de los propios razonamientos del autor. Como es bien sabido, fue Howard Vyse quien halló, en 1837, los graffiti que supuestamente certifican la responsabilidad de Khufu en la construcción de la Gran Pirámide. Pues bien, ese mismo año Howard Vyse, junto con su ayudante J.R. Hill, encontró una plancha de hierro fundido (con restos de un baño de oro) en el extremo exterior del pozo de ventilación del sur de la Cámara del Rey. De este hallazgo, tan importante como el de los graffiti citados más arriba, validado por el egiptólogo Flinders Pétrie y por análisis posteriores (véase más arriba), Juan Miguel Parra no dice nada. Éste pontifica lo siguiente: “[Los pseudohistoriadores] sólo mencionan los datos que les convienen, e ignoran cualquier documento que no encaje con sus teorías” (página 290). Dicho autor parece incurrir en este mismo defecto. ¿O es que se le olvidó mencionar este hecho; o acaso lo ignoraba? Lo dudo, porque Juan Miguel Parra cita la fuente (Max Toth: Pyramid prophecies; página 362) en la que me basé para investigar la presencia de dicha placa de hierro fundido en la Gran Pirámide. Dudo mucho que pasara por alto esta evidencia, puesto que Max Toth le dedica una gran atención en su libro.
(Vuelvo a insistir, dicha “anomalía” no “encaja” con la datación oficial de la pirámide. El hierro fundido no era empleado en tiempos de Keops.)
Por lo que se refiere a las constantes matemáticas a las que aludo más arriba, Juan Manuel Parra, tras reconocer que los estudios y mediciones realizados por Flinders Pétrie en 1880 son correctos (página 247), rechaza las consecuencias que se derivan de estas mismas mediciones: el hallazgo de Pi, Fi, el metro y la cuadratura del círculo enmascarados en las medidas de la Gran Pirámide, con un codo real de 0,5236 centímetros (equivalente a una sexta parte de la circunferencia de un círculo con un diámetro de un metro). (A este respecto, véase el apartado Pi, Fi, el metro y la cuadratura del círculo.)
A todo ello Juan Miguel Parra argumenta que estas proporciones se encuentran en cualquier parte y se pueden descubrir en cualquier cosa (página 251). Más en concreto, dice que los egipcios no utilizaban el metro, sino el codo como unidad de medida (página 254; es cierto, pero el codo está implícito en el metro, como hemos visto con anterioridad). Añade que ciertamente si dividimos el perímetro de la Gran Pirámide por el doble de su altura se obtiene un valor muy aproximado a Pi, si bien “[Pi aparece en la Gran Pirámide] de forma completamente fortuita, debido al sistema empleado en su construcción” (páginas 258 y 259). También reconoce (página 264) que podemos hallar Fi como la relación entre la altura de su cara triangular (el apotema) y la mitad de la base (lo que da un resultado de 1,618). Pero todos estos datos “circunstanciales” (Pi, Fi, el codo como resultado del metro) resultan de la elección de un ángulo determinado (51º51') de inclinación de las caras de la Gran Pirámide, “quizá porque es el que parecen formar los rayos de Sol cuando se cuelan entre una capa de nubes” (página 260).
En definitiva, Juan Miguel Parra reconoce que sí, los números cuadran (por lo que se refiere a las constantes matemáticas y geodésicas mencionadas anteriormente), pero ello es producto de la casualidad, y especialmente (quizás) de la inclinación de los rayos de Sol filtrados entre las nubes... ¡Si esto no es una especulación, por no decir una “frivolidad”, que venga Dios y lo vea! (Añade [página 260] que dicha inclinación es producto del seqed [unidad de medida de la inclinación de las caras de una pirámide recta] expresado con la relación 7/5,5, que se corresponde con la relación entre la altura [280 cr] y la mitad de su base [220 cr], lo cual nos lleva de nuevo a las constantes Pi [expresada como 22/7], Fi, etc.) Así pues, me pregunto: si no hemos de creer en las casualidades (yo más bien creo en las causalidades), o en la ciencia infusa, o en las revelaciones esotéricas recibidas por los escribas y sacerdotes que realizaron los planos de la Gran Pirámide, ¿quién proporcionó esta información matemática, altamente sofisticada (para sus días), a sus constructores? Una nueva anomalía a consignar, que socava la visión tradicional por lo que respecta a la autoría de la Gran Pirámide.
Por último, por lo que se refiere a la forma de elevar, o alzar (no transportar) los grandes sillares de piedra que conforman la Gran Pirámide, Juan Miguel Parra se limita a decir: “El sistema para realizarlo [el izado o elevación de las piedras] nos es desconocido, aunque palancas o pequeñas rampas paralelas [la polea o la cabría no se habían inventado aún] a todo lo largo de cada cara parecen métodos viables” (página 240). Ello aparte, “para nuestra desgracia, por el momento no se ha encontrado ningún plano de una pirámide del Reino Antiguo” (página 176).
Alberto Siliotti, en la Introducción a su obra Guía de las pirámides de Egipto (página 8) dice lo siguiente: “Un velo de misterio envuelve realmente las pirámides porque, pese a todas las investigaciones y todos los estudios efectuados, aún hoy no sabemos con certeza con qué técnicas fueron construidas: es extraño, pero los antiguos egipcios no os han dejado ninguna documentación al respecto, y por el momento tan sólo podemos avanzar hipótesis que, aunque plausibles, no son certidumbres científicas”. Y añade (página 40): “En el gran número de bajorrelieves que ilustran momentos y aspectos de la vida cotidiana del Imperio Antiguo no hay nunca ninguna referencia a la construcción de una pirámide, que probablemente era considerado un acontecimiento único que no podía ser reproducido”.
Llámense especulaciones, llámense hipótesis, éstas son perfectamente legítimas, sean realizadas por “egiptólogos de carrera” o por simples interesados (piromidiotas, o pseudohistoriadores, en palabras de José Miguel Parra). Puesto que las evidencias expuestas más arriba muestran una serie de lagunas, que yo llamo “anomalías”, que socavan el paradigma actual por lo que se refiere a esta materia.
En Ecos de la Atlántida (página 501) escribo lo siguiente: “Es durante las épocas de 'cambio de paradigma' (es decir, cuando se renuevan las generaciones) cuando aparecen nuevos puntos de vista. Entonces tiene lugar una 'revolución científica' (en terminología de T. S. Kuhn), que trata de corregir los fallos del modelo anterior, el cual ya no resuelve determinados problemas planteados por la comunidad científica (las llamadas 'anomalías')”. Aquí lo dejo.
Bibliografía
Adam, Jean Pierre. Recomponiendo el pasado. Losada, 1990.
Baines, John; Málek, Jaromir. Egipto. Dioses, templos y faraones. Folio, 1988.
Espejo, José Luis; Méndez, Diego. Ecos de la Atlántida. Base, 2018
Parra, José Miguel. La gran pirámide, ¡vaya timo!. Laetoli, 2019.
Pérez-Sánchez Pla, Miguel. La Gran Pirámide, clave secreta del pasado. Ediciones Antiguo Egipto, 2015.
Pochan, André. El enigma de la Gran Pirámide. Plaza Janés, 1974.
Siliotti, Alberto. Guía de las pirámides de Egipto. Folio, 1998.
Tompkins, Peter. Secrets of the Great Pyramid. Penguin, 1973.
Toth, Max. Las profecías de la pirámide. Martínez Roca, 1981.