Göbekli Tepe y Gunung Padang confirman mis "especulaciones"
Cuando empecé a investigar las civilizaciones perdidas, como consecuencia de mi interés por la mitología comparada, hace unos 25 años, no podía imaginar que una serie de hallazgos arqueológicos acabarían corroborando mis especulaciones. Empecé a escribir el libro Los Hijos del Edén en 1998, y lo acabé y registré en el Registro de la Propiedad Intelectual en el año 2000. Se publicó (en Ediciones B) diez años más tarde, en el 2010. Ya en ese tiempo se tenía noticia del relevante hallazgo de Göbekli Tepe, en Turquía. Años más tarde salió a la luz el yacimiento arqueológico de Karahan Tepe, y especialmente de Gunung Padang. Pues bien, ambos descubrimientos avalan mi teoría de que la raíz de la Civilización, a resultas del estudio comparado y global de los mitos, de la toponimia, e incluso de la evolución de la tecnología (la llamada Revolución Neolítica), es, por un lado, muy anterior a lo que se había establecido, y por otro su origen cabe hallarlo en Extremo Oriente (en el antiguo continente sumergido de Sunda, hoy día Indonesia y Malasia), no en el Creciente Fértil, como se creía.
El presente artículo pretende corroborar de qué modo me anticipé -de forma paralela a un eminente académico de la universidad de Cambridge, de nombre Stephen Oppenheimer- a dichos novísimos hallazgos arqueológicos, los cuales refrendan las que fueran mis "especulaciones" de hace 25 años, hoy confirmadas.
Comencemos por los hallazgos arqueológicos. He aquí dos apuntes de prensa del diario La Vanguardia, en el que se exponen los principales descubrimientos efectuados en los citados yacimientos.
Por lo que se refiere a Göbekli Tepe:
Göbeklitepe, probablemente el templo más antiguo del mundo
TURQUÍA PATRIMONIO (CRÓNICA)
REDACCIÓN 30/07/2019 12:27
Ilya U. Topper
Estambul, 30 jul (EFE).- Probablemente sea el templo más antiguo del mundo: el conjunto monumental de Göbeklitepe, en el sureste de Turquía, tiene casi 12.000 años y marca la época en la que la humanidad estaba descubriendo la domesticación de animales y el cultivo de plantas, base para su futuro desarrollo.
La árida colina, a una docena de kilómetros al noreste de la ciudad de Sanliurfa, alberga varias estructuras circulares formadas por una decena de pilares de piedra, tallados en forma de T, de hasta 5,5 metros de alto.
Y aunque hasta ahora solo se han excavado cuatro de estos conjuntos, los análisis hechos mediante geo-radares indican que aún hay otros 16 bajo tierra.
Pero lo más llamativo no es el tamaño de los monolitos, sino su decoración: relieves y grabados de zorros, toros, leones, grullas, patos, serpientes y alguna vez humanos, toda una fauna tallada en la piedra calcárea en una época sin metales. Solo con herramientas de basalto o sílex.
La Unesco registró el año pasado Göbeklitepe como "Patrimonio Cultural de la Humanidad" y, desde entonces, también se ha abierto a las visitas y se ha construido un acceso para visitantes y toldos que protegen el conjunto.
El descubrimiento del santuario, que el Instituto Arqueológico Alemán (DAI) excava desde 1990, ha roto muchos conceptos de la arqueología.
Demuestra que las sociedades de la época, que apenas dejaban atrás la fase de cazadores-recolectores, ya eran capaces de organizarse para construir enormes monumentos.
"Hasta ahora se pensaba que en esa época los humanos convivían en grupos de unas quince personas, sin especialización en oficios. Pero para construir Göbeklitepe se necesitan cientos de personas bien coordinadas", cuenta a Efe el arqueólogo turco Devrim Sönmez, investigador en el DAI en Estambul.
Posiblemente fuese precisamente la necesidad de mantener durante años a un gran grupo de personas en el mismo lugar -imprescindible para tallar las piedras, transportarlas y erigirlas- lo que impulsó el paso del antiguo nomadismo al sedentarismo.
En todo caso, justo en la época en la que se construyó Göbeklitepe, a partir de 9.500 a.C, surgen indicios de la domesticación de animales y el cultivo de plantas en esta región de Anatolia, que hoy es Turquía.
Sin embargo, los constructores aún desconocían la cerámica o, mejor dicho, aún no la utilizaban para hacer cacharros, aunque sí figuritas, detalla Sönmez.
Además, conocían textiles, collares de cuentas y herramientas finas de hueso. "Se tiende a pensar que los humanos eran primitivos en esa época, pero su capacidad cerebral era similar a la de hoy, eran creativos y sabían muy bien resolver problemas", agrega el arqueólogo.
Tallar monolitos con un peso de más de diez toneladas en las formaciones rocosas cercanas, moverlos un centenar de metros colina arriba y colocarlas en círculo exigía una planificación y coordinación admirables.
Lo más misterioso es que no sabemos dónde vivían los constructores: en la colina hay indicios de lugares de fuego y de comidas, que pudieron ser parte de un festín ritual, pero no de hogares permanentes ni un asentamiento continuo. Eso sí, hay estructuras de aljibe para proveer de agua al lugar.
Göbeklitepe ha sido comparado por expertos con Stonehenge (Inglaterra), pero aparte de que el monumento anatolio es seis milenios más viejo, sus enormes pilares de piedra probablemente llevaban un tejado y formaban un recinto cerrado, indica Sönmez.
A su vez, el arqueólogo es escéptico con las recientes teorías de que los conjuntos de animales en los pilares representaran constelaciones de estrellas.
"Desde luego, las estrellas eran muy importantes para los humanos en esta época y seguro que las conocían bien, pero no tenemos pruebas para poder afirmar que precisamente estos relieves o la alineación de las piedras estén relacionados con la astronomía".
De todas formas, Göbeklitepe aún puede albergar muchas sorpresas: hasta ahora solo se ha excavado un estimado 5 %, y los arqueólogos prefieren avanzar muy despacio, dejando la mayor parte de la colina sin tocar... y preservada para futuras generaciones. EFE
Y por lo que se refiere a Gunung Padang:
La pirámide más antigua conocida estaba en Indonesia
Las partes más antiguas de Gunung Padang se construyeron en la cima de un volcán extinto hace entre 25.000 y 14.000 años.
ARQUEOLOGÍA
09/11/2023 14:55
David Ruiz Marull
Gunung Padang, en la provincia de Java Occidental (Indonesia), es un volcán extinto de 885 metros de altitud que destaca por el yacimiento arqueológico megalítico situado en su cima. Distribuido en cinco terrazas protegidas por muros de contención, a este sitio considerado sagrado por los sondaneses, la población nativa, se accede gracias a 370 escalones de piedra.
Los primeros arqueólogos que trabajaron en el lugar a finales del siglo XIX y principios del XX lo describieron como un “antiguo cementerio en la cima de un montículo” conocido como la "montaña de la iluminación" en el idioma local y que fue declarado patrimonio cultural en 1998. Pero en realidad era mucho más que eso.
Múltiples capas de construcción
Un nuevo estudio multidisciplinario ha revelado “múltiples etapas de construcción que se remontan a miles de años antes de Cristo, y cuya fase inicial se sitúa en el Paleolítico”, explican los expertos de Instituto de Tecnología de Bandung y la Universidad de Indonesia en un artículo publicado en la revista Archaeological Prospection.
El equipo de arqueólogos, geofísicos, geólogos y paleontólogos ha dedicado años de estudio a encontrar evidencias que demuestran que el yacimiento es en realidad la pirámide más antigua conocida en todo el mundo, mucho más arcaica que las de Egipto o Centroamérica.
El clima tropical de esta región de Java Occidental, caracterizado por épocas de abundantes lluvias, el crecimiento de una densa vegetación y la sedimentación del terreno, ha propiciado que antiguos restos históricos y culturales quedaran sepultados durante siglos.
De ahí que los expertos estudiaran la estructura mediante tomografía sísmica, tomografía de resistividad eléctrica y radar de penetración terrestre. También perforaron la colina y recolectaron muestras de núcleos que les permitieron utilizar técnicas de datación por radiocarbono para conocer las edades de las capas que forman el montículo.
Al analizar todos los datos recopilados, los investigadores encontraron lo que describen como certezas claras que muestran que Gunung Padang fue hecho principalmente por manos humanas. También encontraron evidencia que muestra que la estructura se construyó en etapas con miles de años de diferencia. Y descubrieron que las partes más antiguas se construyeron hace entre 25.000 y 14.000 años, lo que la convierte en la pirámide más antigua conocida.
Más específicamente, los especialistas descubrieron evidencia de varias remodelaciones que, con el tiempo, conformaron una estructura completa. El primero consistía en lava esculpida, donde los constructores habían tallado formas en la cima de un pequeño volcán muerto y probablemente las rodearon de cámaras y cavidades subterráneas.
Luego, varios miles de años después, en algún momento entre el 7900 y el 6100 antes de Cristo, otro grupo añadió una capa de ladrillos y columnas de roca. Pasado algún tiempo, otra comunidad añadió una capa de tierra en la colina, cubriendo parte del trabajo anterior. Luego, en algún momento entre el año 2000 y el 1100 a.C., se añadió más tierra vegetal, terrazas de piedra y otros elementos.
El equipo de expertos también encontró detalles que sugieren que podría haber algunas partes huecas dentro de la estructura, lo que indica posibles cámaras ocultas. Por eso proponen profundizar hasta ellas y luego bajar una cámara para ver qué podría haber en estas áreas de la montaña.
Seguidamente paso a exponer algunos extractos de mis obras, en las que aludo a la existencia de dicha civilización primordial, con origen en Indonesia, y mucho más antigua de lo que se creía hasta el momento:
LOS HIJOS DEL EDÉN (Ediciones B, 2010):
https://www.joseluisespejo.com/index.php/libros-publicados/110-los-hijos-del-eden
Hasta el momento he intentado ajustarme lo más posible a los hechos. A partir de ahora se hace necesario formular una hipótesis y sostenerla con los recursos disponibles. Eso puede suponer en cierto modo "recrear la Historia", es decir, plantear suposiciones sobre el curso probable de los hechos históricos partiendo de una base documental dada.
Desgraciadamente los datos de los que disponemos son escasos y no del todo fiables, por lo que estas suposiciones están sujetas a una duda razonable. No obstante, este planteamiento de trabajo tiene la ventaja de poder cotejar dicho posible encadenamiento de hechos con las evidencias históricas conocidas. De esta manera, es posible reconstruir el confuso puzzle de la paleohistoria.
¿Y de qué datos disponemos? Son de varios tipos: mitológicos, toponímicos, lingüísticos, históricos, arqueológicos, genéticos... Sólo una combinación de todos ellos pueden servir de base para efectuar un estudio tan ambicioso como el que pretendo llevar a cabo.
Partiré de la principal conclusión a la que he llegado hasta aquí: parece que los llamados "orígenes de la Civilización" están en un proceso de revisión. Y hay varias evidencias que apuntan a Japón como un nuevo candidato a ser "cuna de la Civilización":
1) Se han hallado (Yonaguni) las primeras estructuras artificiales -o modificadas por la mano del hombre- de las que se tiene noticia.
2) Se conserva la cerámica más antigua encontrada hasta la fecha.
3) Existe (en la estructura sumergida de Yonaguni) lo que podría ser el culto solar más primitivo que se conoce.
4) Existe lo que podría ser una expresión arcaica de una deidad solar (Amaterasu, posiblemente un sincretismo entre la Diosa Madre y el culto solar).
Sin embargo, curiosamente, no se ha encontrado en ese país ninguna evidencia clara de agricultura anterior al tercer milenio antes de Cristo. ¿Descartaría ello la candidatura del Extremo Oriente a ser el origen de la Civilización? Sí y no. Sí, porque es imposible concebir civilización sin agricultura. No, si aceptamos que tal "cuna de la civilización" podría no estar en el mismo archipiélago nipón, sino mucho más al Sur, en el subcontinente sumergido de Sunda -y zonas adyacentes-, como veremos enseguida.
Si observamos la figura 5-1 (nótese la plataforma continental, actualmente sumergida) comprobaremos que entre Indochina y el Sur de Indonesia existía, hasta hace aproximadamente 10.000 años, una zona de tierra firme que ocuparía varios millones de kilómetros cuadrados. La isla de Yonaguni (donde se halla el monumento homónimo) se sitúa muy cerca de Taiwan, y no demasiado lejos de ese subcontinente ahora sumergido.
¿Por qué no suponer que la existencia de cerámica en el sur del Japón puede ser resultado de la influencia cultural de una sociedad más avanzada? La Historia aporta numerosos casos en los que una sociedad "primitiva" convive con otra más desarrollada, y resulta influida hasta cierto punto por ella, sin variar en mucho su forma de vida original (es el caso de la convivencia entre íberos y griegos o fenicios, en la Península Ibérica). ¿No es posible que el aparente contrasentido de una sociedad con cerámica pero sin agricultura pueda ser resuelto si suponemos que en su proximidad existía una protocivilización con una tecnología más avanzada?
Es lógico pensar que los mejores emplazamientos agrícolas se sitúen en las zonas costeras, especialmente en las llanuras aluviales y en los deltas de los grandes ríos. Pues bien, estas zonas podrían haber desaparecido con la elevación del nivel del mar, destruyendo para siempre los vestigios de esa hipotética civilización primordial. Supongamos que tal protocivilización hubiese existido realmente. ¿Resultaría extraordinario que, por un cúmulo de circunstancias que actualmente ignoramos, se hubiese producido un fenómeno de regresión que hubiese sepultado en el olvido sus principales conquistas tecnológicas y culturales?
Sigamos suponiendo: ¿y si esta civilización hubiese sido destruida por una catástrofe natural, del mismo modo que sucedió con la isla de Thera durante la Edad del Bronce? Y en este caso, ¿de qué catástrofe se podría tratar? Yo plantearía -a título puramente especulativo- dos opciones:
1) La primera sería un deshielo rápido de los casquetes polares, que habría sumergido la franja costera existente hace 10.000 años.
2) La segunda sería la erupción catastrófica de una caldera volcánica, con energía suficiente como para arrasar un entorno situado a centenares de kilómetros a su alrededor. A este respecto, el principal candidato para un fenómeno así sería el volcán Krakatoa .
Aceptemos a título provisional que tales hechos se hubiesen producido efectivamente. En ese caso, la anómala presencia de cerámica en una sociedad recolectora, como es el caso del Sur del Japón, podría tener fácil explicación: bien porque esta población la hubiese desarrollado con sus propios medios por influencia de la supuesta protocultura del subcontinente sumergido de Sunda; bien porque algunos supervivientes de este subcontinente sumergido se hubiesen asentado en Japón.
Sin embargo, volvemos a plantearnos la misma duda: ¿por qué en ese caso no se encuentran restos de cultivos agrícolas? Existe una posiblidad: generalmente es fácil identificar restos de cultivos o de consumo de productos agrícolas cuando se analiza un "asentamiento", lo que supone que la población que lo habita tiene hábitos sedentarios (en definitiva, que ocupa poblados durante un largo tiempo). Sin embargo, es imposible localizarlos cuando: 1) La población pasa a ser nómada (y vive en albergues temporales, construidos con materiales perecederos que no dejan rastro en el territorio); 2) se practica un sistema de cultivo de rozas, con una forma de vida móvil, no sedentaria.
Sigamos suponiendo: ¿y si efectivamente los restos de esa civilización desaparecida -practicantes de un culto solar- hubiesen abandonado su antiguo lugar de origen, y hubieran iniciado un periplo a la búsqueda de nuevas tierras? Supongamos que hubiesen llegado, de un modo u otro, al Japón, y que se hubiesen fundido con la población nativa en ese archipiélago. En ese caso, se podría haber producido un sincretismo solar-lunar que explicaría el carácter anómalo de la existencia en Japón de una diosa solar (Amaterasu).
Si por otra parte este grupo humano hubiese adquirido un hábito nómada de vida, podría haber ido extendiendo sus pautas culturales -su sincretismo solar-lunar- a lo largo de Eurasia, Polinesia, y posiblemente -¿navegando a través del Pacífico?- también hasta América.
Tal vez fue dicha población la que difundió el culto de la montaña sagrada por el mundo, así como el megalitismo, el mito del Diluvio, y otros importantes símbolos de carácter universal (tanto solares como lunares). Ésta es, por supuesto, una hipótesis tan válida -o tan poco válida- como otras muchas.
A partir de ahora el lector me disculpará si introduzco en este libro más suposiciones de este tipo. De todos modos, creo que con los datos de los que dispongo estoy en condiciones de demostrar que tal hipótesis podría tener un cierto fundamento real.
Hasta el momento he expuesto una serie de pruebas que otorgan cierta verosimilitud a la eventualidad de un contacto remoto entre civilizaciones, que con bastante probabilidad no tendría carácter esporádico o continuado, sino definitivo, a consecuencia -por ejemplo-, de un transvase poblacional o de una influencia cultural a larga distancia. Entre estas pruebas podemos enumerar: la difusión universal de ciertos mitos y símbolos, la extensión del megalitismo y del culto de la montaña sagrada, la existencia en todas las culturas de la figura del "dios civilizador", ciertas "reliquias" (como el disco de Phaistos, las esculturas exentas de la cultura olmeca, ciertas inscripciones de difícil catalogación...), el hallazgo en el Nuevo Mundo de imágenes de Eurasia (por ejemplo, de elefantes en Copán)...
He destacado las extrañas coincidencias entre el Éxodo hebreo y el azteca; anteriormente había hablado de las llamativas semejanzas entre la Ilíada y el Ramayana... ¿Son todas ellas expresivas de hechos reales que sucedieron hace miles de años? ¿Formarán parte de una tradición común compartida por todas las civilizaciones avanzadas de la Historia?
No podemos obviar que, de acuerdo con una opinión ampliamente aceptada, hace más de 10.000 años, en el área euroasiática -y tal vez en América- se hablaría una misma lengua. Y no olvidemos que el mito clásico del Diluvio sólo puede tener un punto de origen, como he comentado anteriormente.
No hemos de temer efectuar un planteamiento como el aquí sugerido: a menudo la realidad desborda las más aventuradas expectativas. La Historia no es lineal: a veces sufre regresiones, y en ocasiones encontramos hiatos originados por virajes en las formas de vida. En último término, una conclusión emerge de esta reflexion: tal vez la civilización es más antigua de lo que imaginamos. A continuación expondré pruebas que avalarán la hipótesis de que efectivamente pudo existir un gran Éxodo desde Extremo Oriente a distintas partes del mundo hace más de 10.000 años.
ECOS DE LA ATLÁNTIDA (Base, 2018):
https://www.joseluisespejo.com/index.php/libros-publicados/419-ecos-de-la-atlantida
Si Yonaguni, en Japón (en el cluster civilizatorio que yo llamo Ibar), ha aportado un posible escenario de civilización avant la lettre, lo mismo podemos decir de Gunung Padang, en Indonesia (en el área que yo llamo Samara). En la isla de Java (Indonesia) se conocía la existencia, ya desde el año 1914, de un conjunto megalítico de 25 hectáreas, llamado Gunung Padang. Es una colina de unos 885 metros de altura, flanqueada en su cima por terrazas y por una escalera con 400 escalones de andesita. Como Yonaguni (Japón) o Cahuachi (Perú), se trataría posiblemente de un enclave natural modificado por la mano del hombre, conformando así un templo escalonado (véase más arriba)...
El responsable de la excavación, Danny H. Natawidjaja (coordinador del Equipo Independiente de Investigación de Gunung Padang), afirma que Monte Padang representa un cambio revolucionario en el conocimiento del «nacimiento de la civilización», pues constituye un monumento construido por una antigua cultura, destruida, hace miles de años, por una gran catástrofe. El citado investigador la sitúa en Indonesia, y añade: «No es imposible que Indonesia tuviera una civilización tan avanzada como la egipcia, y que fuera además mucho más antigua».
En definitiva, a la luz de estas evidencias, es lícito pensar que hace al menos 13.000 años existía una protocivilización, ubicada en Extremo Oriente (Yonaguni se sitúa en Japón; Gunung Padang en Indonesia), que se expandió por otros lugares del mundo (Göbekli Tepe), decayendo finalmente hasta desaparecer. Hemos de considerar que Göbekli Tepe podría suponer el «canto del cisne» de una cultura orgullosa, pero precaria, preservada quizás por unos cuantos «sabios» y «sacerdotes» condenados al olvido. Con posterioridad, como señala Platón, el tiempo se encargaría de borrar su rastro. La semilla por ellos plantada tardaría milenios en rebrotar...
En Indonesia existen multitud de nombres con raíces de las cuales podrían derivar patrónimos o epónimos hebreos. Entre ellos JAVA, SARAtok, SARIpai, SARAn, SARAwak, SEMera, SEMitau, SEManu, SEMatan, SEMbuan, SEMpurna, Pulau SEMium, SEMuda, SEBAH, SABAH, SEBAyan, SEBAtik, TERATAK, TARAKan, NIAH, SAMARinda, SEMERU (volcán)... Homófonos, respectivamente, con JAVAN (o YAHVÉ), SARA, SEM, SEBA, TERAK, NOÉ y SAMAREO, de los linajes de JAFET, SEM Y CAM, con el añadido del patriarca de todos ellos (NIAH-Noah) y del nombre del dios de los hebreos (JAVA-Yahvé). Todo ello permite pensar que la similitud entre el nombre de la isla de Java y el del dios tutelar hebreo (Yahvé) no es casual.
Si bien parece que el pueblo hebreo habría preservado buena parte de la toponimia del archipiélago indonesio, tal vez por considerarlo el Jardín de Oriente (o el Jardín del Edén), no sería el único en hacerlo. Ya mencioné en su momento que el topónimo Java podría estar en el origen de numerosos nombres de lugares (y hasta de dioses) en el mundo:
— Java (tal vez del sánscrito «mijo», o «cebada»), para referirse a la isla homónima de Indonesia (Javadvipa).
— Yahvé, entre los hebreos.
— Javán (entre los hebreos), o Ión (entre los griegos), para referirse al epónimo griego.
— Yavana (en sánscrito), para referirse a los griegos.
— Jove (más conocido como Júpiter) entre los romanos.
— Yevus (entre los cananeos), para referirse a Jerusalén antes de David.
— Yao (entre los chinos), mítico emperador durante los tiempos del Diluvio.
— Yu Di (otro nombre del «emperador de Jade» chino).
— Iao (entre los gnósticos), príncipe del primer cielo.
— Ío (entre los polinesios del Este), para referirse al dios creador.
— Jaungoikoa («Señor de lo Alto»), entre los vascos.
— Havva (pronunciado Java), forma en que se pronuncia Eva en hebreo.
— Jahu («paloma eminente»), diosa madre sumeria.
Otros topónimos característicos de Indonesia, y más concretamente de Java, están relacionados con Meru y con Sumeru: Merapi, Merakurak y Merbabu (¿MERU?), o Semarang (¿SAMARA?). A este respecto, el personaje más importante de la mitología indonesia se llama Semar. Aparece repetidamente en el teatro de marionetas wayang... En definitiva, aquí se nos dice que, hace más de 10.000 años, a los pies del monte Merbabu (en Java), cultivaba sus campos de arroz un dios llamado Semar, «el padre de todos». Tal vez el recuerdo de este dios, que posiblemente adoptaría el nombre del lugar (Java, y de ahí el Yahvé hebreo, o el Jove romano), fuera trasladado a lejanos lugares por antiguos habitantes de estas tierras (en calidad de «colonos» o de «refugiados»). En ese caso Semar recibiría el nombre de Osiris entre los egipcios, o de Dionisos (Dio-nesos, «dios de la isla») entre los griegos...
No por casualidad en lengua malaya (e indonesia) la palabra Tamán significa literalmente «jardín». ¿Se trataría acaso del Jardín del Edén de los hebreos, o del «jardín deleitoso» (Aaru) de los egipcios?... En la Library of Congress Subject Headings hay literalmente decenas de referencias con Tamán, alusivas a Indonesia. Ello es así porque, como he indicado más arriba, Tamán es un nombre genérico en lengua malaya e indonesia que significa «jardín». Pero Tamán es asimismo el apelativo de una etnia de Borneo (los dayak), que más arriba he denominado Tamoán, así como el de su lengua (Tamán dayak). Esta lengua (tamán) es hablada asimismo en Vanuatu, archipiélago del océano Pacífico cuyos habitantes son de raza melanesia. En una isla de este archipiélago (Tanna) encontramos la leyenda de Yasur («hombre viejo» en la lengua del lugar). Yasur es un volcán, y al mismo tiempo una divinidad creadora, de una fabulosa antigüedad. Significativamente, tanto Tanna omo Yasur son términos de uso común en Israel: tana significa «cantar, alabar» en lengua hebrea, y Yasur es un gentilicio muy usual en esa lengua (y un distrito de Gaza).
El jardin deleitoso
A lo largo de mi investigación he llegado a la conclusión de que la civilización primordial recibe básicamente cuatro nombres a lo largo y ancho del mundo. Tres de ellos están relacionados: Atala sería la forma sánscrita del Atlas griego; pero a diferencia de este último significa literalmente «no se mueve, firme». Ello es así porque «tala» significa «base». En cambio, el término griego Atlas, de a [no] y tla [sostener], quiere decir lo contrario: «no sostiene». Edén es, en hebreo, al mismo tiempo un «jardín deleitoso» (véase más adelante) y la base de una columna (pedestal, fundación), como en el caso de «tala». Tula, desde mi punto de vista, estaría relacionado genéticamente con el sánscrito Tala, aunque su significado no es exactamente el mismo. Su símbolo sería una T, la Tau, emblema universal y primigenio en diferentes culturas del mundo, pues alude a la columna que sostiene el techo (el firmamento). Así pues, Atala (Atlas), Tula y Edén estarían unidas por una misma unidad de significado: la idea de «columna», «sostener» o «equilibrio». Temán (entre los hebreos), o Tamán (entre los cimerios, los aztecas o los indonesios), derivaría de otro concepto: el Tamán malayo, que significa literalmente «jardín». Es por ello que Tamán está relacionado con la otra acepción de Edén: «jardín, llanura». Así tenemos el Jardín del Edén.
Tal vez ambos conceptos (Tamán y Tala) estén relacionados: entre los Tamán de Borneo el dios creador era llamado Alatala (con el sufijo Atala, o Tala, que ya conocemos)...
Así pues, Tamán, la «tierra de los dioses», sería el lugar de donde habrían partido los «héroes civilizadores» de raza blanca y de raza negra, los cuales se habrían visto afectados por la Gran Catástrofe que supuso el fin de su cultura y de su civilización. Este Tamán adquirió diversas expresiones: Tamoanchan en América, Tamán en Cimeria, o Zamán entre los persas. Su contacto con otros pueblos dio lugar al mito de los «ángeles» (literalmente «serpientes»), aquellos seres llegados del «más allá» (del mar) que otorgaron ilustración y conocimiento. Entre los sumerios recibieron el nombre de Annedotus (peces), entre los hindúes el de Nagas (serpientes), entre los egipcios el de Shebtiu (halcones), entre los aborígenes australianos el de Nimis (espíritus), entre los Dogón del Sudán el de Nommo (peces), etc.
Como vemos eran seres extraños, incomprensibles para ellos. Tal vez, como los Annunaki de los sumerios, llegaron del cielo, montados en vimanas. Esto es lo que sostienen los defensores de la teoría de los «alienígenas ancestrales». No soy quién para objetarla. Yo más bien pienso que los descendientes del país de Tamán colonizaron otras tierras haciendo uso de sus barcos, que en todas partes fueron llamados «barcos de los dioses» (o barcos de los muertos). Los hemos visto pintados o grabados en Suecia, en Egipto y en Borneo (véase más arriba).
EL ÁRBOL DE LOS MITOS (Base, 2022):
https://www.joseluisespejo.com/index.php/libros-publicados/498-el-arbol-de-los-mitos
El genetista y estudioso de los mitos Stephen Oppenheimer se atribuye —con razón— ser el primero en señalar que la civilización mesopotámica es hija de una cultura mucho más antigua, situada en el Extremo Oriente del supercontinente euroasiático (Eden in the East, página XIV): «Yo, de todos modos, reivindico algunas ideas nuevas. Creo que soy el primero en afirmar que el Sudeste de Asia es la fuente de los elementos de la Civilización Occidental». En otro lugar el mismo autor sostiene que dicha migración fundamental de los «misioneros» prehistóricos (o «Noés») del Este tuvo lugar al final de la Era Glacial (página 475): «He sugerido que hubo una conexión entre poblaciones prehistóricas del Sudeste de Asia y del resto del mundo. La gente del Sudeste de Asia se vio obligada a emigrar al Oeste tras la Edad de Hielo, hacia la India, Mesopotamia y posiblemente aún más allá, e influyó en Occidente más allá de su [escaso] número». Asimismo, afirma que una evidencia del traslado físico de dichos «misioneros prehistóricos» provenientes del Este la encontramos en numerosos elementos del folklore occidental y en otras historias. E incluso en la misma Biblia (más en concreto, en Génesis 2 o en Génesis 11), en la que se afirma que el Jardín del Edén se hallaba «en el Este» (respecto al Próximo Oriente). En Sumeria y en Egipto existen relatos similares, como veremos en su momento. Según Stephen Oppenheimer, sólo en los últimos dos mil años esta influencia de Oriente, su influjo cultural, se ha invertido; es ahora el Oeste el que impone su cosmovisión al resto del mundo. Pero como hemos visto, ello no ha sido siempre así.
Al realizar un estudio pormenorizado de los mitos encontramos motivos que nos invitan a pensar que la raíz de la Tradición no está en Mesopotamia, como algunos creen aún (equivocadamente). (No olvidemos que, según otros, que la Civilización haya aparecido por separado en Próximo Oriente, el área del Indo, China, o América, sería producto de lo que más arriba llamé «convergencia determinista», en este caso provocada por la presión ambiental en algunas poblaciones humanas, a causa del cambio de las condiciones climáticas.) Encontramos un ejemplo en un motivo muy común en la Mitología Universal: la serpiente del mundo, que reside en el Océano Primordial. Éste es un «mitema» muy repetido en los diferentes entornos culturales; sin embargo, mientras más al Oeste, más reducido en tamaño es dicho monstruo: es el caso del Leviatán bíblico, que es una sombra (una miniatura) de su contraparte oriental, al modo del Naga Pahoda de la tradición indonesia. La única excepción que podemos encontrar en Occidente es —quizás— la serpiente Jormungand de la mitología nórdica (o el Tiamat babilónico). En Polinesia esta serpiente (Hikule’o) dejó de habitar en el mar para rodear el Árbol del Mundo (su papel oceánico lo adoptó la anguila gigante Te Tuna).
Lo mismo podemos decir del Árbol del Mundo, tan común en las tradiciones míticas de todo el mundo, que en Próximo Oriente y en Occidente (de nuevo, con la excepción de los países nórdicos) se convierte en un simple Árbol de la Vida, o del conocimiento (o en un mero símbolo: la «vara de poder»). En ambos casos podemos observar una «miniaturización » del símbolo, que pasa de ser una serpiente que literalmente representa el Océano Exterior a un simple monstruo, accesible a dioses o héroes (su última expresión es el dragón contra el que lucha el héroe de turno, para conquistar el tesoro o rescatar a la princesa). De igual modo sucede con el Árbol del Mundo (véase más arriba), o con la Montaña Sagrada, al estilo del Meru hindú o de la Montaña Blanca, por la que desciende —a través del árbol sagrado del sándalo— el héroe coreano Tan’Gun. En Egipto la «montaña sagrada» pasa a ser el montículo en el que se eleva el dios creador (Atum, Horus), llamado Benben, rodeado por las aguas primordiales (es la Isla de la Dos Llamas de la tradición egipcia). En Sumeria es el É-Abzu, un cerro rodeado por una laguna, dedicado al dios Enki. Y en Próximo Oriente es la «montaña de Yahvé» (Isaías 2, 2). Más adelante, la «montaña sagrada» se convirtió en un montículo artificial, residencia espiritual del dios y «escalera hacia el Cielo».
A la vista de lo dicho más arriba, la fuente, el origen, la «raíz del mito», ha de ser un lugar oceánico, bañado por las aguas. Posiblemente una isla, a la que aluden pueblos continentales de Norteamérica, de Australia o de Siberia (situados a miles de kilómetros de las costas). Con el tiempo, el mito se fue intelectualizando: ya hemos visto que el «árbol sagrado» se convirtió en una simple vara; el océano que rodea el mundo (representado por la «serpiente del mundo») en un símbolo tan complejo como el uroboros (la serpiente que se muerde la cola); y la «montaña sagrada» en la pirámide o en el templo escalonado. Podríamos hablar de mitos o símbolos aún más evolucionados, como el «Huevo Cósmico», puesto por un ave, en una isla situada en el «océano primordial». O incluso algunos más «bizarros», como la «creación del cónyuge (no siempre una mujer) de la costilla del primer ser humano», tan común en la extensa área que rodea el Océano Pacífico (además de en el Génesis bíblico).
En definitiva, todo hace pensar que sería este emplazamiento (algún lugar en torno al Océano Pacífico) la «raíz» de la Tradición. En la tercera parte de esta obra entraré más a fondo en esta cuestión, y trataré de especificar, con argumentos apropiados, cuál creo que es la «fuente» de los mitos universales. Sólo avanzaré que ésta se encuentra en el lugar donde más abundan los temas míticos del tipo «pájaro-árbol-serpiente », o «lucha serpiente-pájaro». Sin olvidar que hay entornos culturales, como Oceanía, donde el motivo «serpiente» se ha transformado en otros (como la anguila) puesto que —simple y llanamente— allí no hay serpientes (o si las hay no son venenosas): «Las serpientes no tienen un papel en los mitos de la Polinesia del Este, presumiblemente por su ausencia en la fauna de estas islas» (Stephen Oppenheimer. Eden in the East, página 311). En cambio, esta región sí conserva la tradición de la «serpiente del mundo», puesto que en su lugar de origen (llamado Hawaiiki) [literalmente, la pequeña Java, quizás] sí que debían abundar los ofidios. No podemos olvidar, por otro lado que —como hemos visto más arriba— la Polinesia, la Micronesia, la Melanesia y buena parte del Sudeste de Asia forman parte de un mismo —o parecido— entorno cultural, llamado Austronesia.
Una vez establecido que la «raíz» del mito, que está en la base del «árbol de los mitos», no puede situarse en Mesopotamia, como suponían algunos sabios años atrás, sino mucho más al Este, es lícito preguntarse por qué no hay un rastro genético que vincule Occidente y Oriente. Tanto Stephen Oppenheimer (Eden in the East) como el genetista Luigi Luca Cavalli-Sforza sostienen que sí existe, aunque muy tenue. Se trataría de marcadores genéticos que se estudiarán en la tercera parte de este libro. Pero también hay vínculos lingüísticos y —por supuesto— míticos. De todo ello hablaré en su momento. Más adelante trataré de sostener con datos que la escasa relevancia de la «huella genética» de los «Noés» que difundieron la Civilización —y ciertos motivos míticos— a diferentes lugares del mundo, se fundamenta en que en un determinado momento debió suceder un «cuello de botella» poblacional, como consecuencia de una gran catástrofe (tal vez local), que en el mito es descrita con términos escalofriantes: «caída del Cielo», olas gigantes que lo devastan todo a su paso, sumersión de los continentes, y emersión de los fondos marinos, provocados por el desplazamiento de la corteza terrestre. Sí, todo ello aparece reflejado en la Tradición (escrita y oral) de diferentes pueblos y culturas a lo largo y ancho del mundo. Si no hubiera existido tal cuello de botella poblacional, ciertamente existiría una mayor diversidad —de la que hay— en los mitos y símbolos universales.
Si la homología en los corpus míticos es tal, es porque, como establecen los distintos mitos del Diluvio, la población (¿mundial, local?) en un determinado momento quedó literalmente diezmada. Sólo unos pocos pudieron salvarse, para conservar algo de la Ciencia y la Civilización del pasado. De ahí su escaso rastro genético en las «zonas de difusión» de los mitos universales (es decir, excéntricas a la «raíz de los mitos»). Existen evidencias de que con anterioridad a dicho evento catastrófico (o eventos) debía existir una Civilización muy «exótica», y tal vez no poco avanzada, en un determinado lugar de Oriente (con respecto a Europa). Por ejemplo, tanto los hopi de Norteamérica como los nativos de Irian Jaya (Nueva Guinea Papúa) hablan de una sociedad de «seres poderosos» anteriores a nuestra era, que fueron «expulsados del Paraíso» o pura y simplemente eliminados por el Diluvio. No por casualidad —quizás— los nativos de Melanesia conservan una numeración sexagesimal muy parecida a la de los antiguos sumerios.
¿Acaso no hemos de hacer caso a Platón, cuando en el Timeo escribe: «La genealogía de los vuestros, Solón, que acabas de establecer, apenas se diferencia de las leyendas de los niños. En primer lugar, porque recordáis un solo diluvio de los muchos que se han producido antes… Cada vez que todo está dispuesto entre vosotros y entre otros pueblos por medio de documentos y las ciudades están organizadas con todo lo que precisan, también de nuevo al cabo de los años habituales llega, al igual que una enfermedad, una corriente procedente del Cielo, y os deja analfabetos y no educados, de manera que de nuevo volvéis a ser niños, desconocedores de las cosas de aquí y de las que ocurren entre vosotros, como ocurría en los tiempos antiguos»? ¿Podemos estar seguros que ello no volverá a suceder?
(...)
Novísimas investigaciones indican que los primeros signos de Civilización tuvieron lugar en Indonesia antes que en otros lugares del mundo: el cultivo del ñame o del taro se practicaba allí hace unos 15.000 a 10.000 años (Eden in the East, página 4); las primeras piedras para moler grano tienen una antigüedad de 26.000 años en las islas Salomón (en Palestina aparecieron hace unos 12.000 años); los primeros indicios de regadío tienen 9.000 años de antigüedad en Nueva Guinea; la cerámica se inventó en Japón hace unos 12.500 años; el bronce habría sido desarrollado en Ban Chiang (Tailandia) hace casi 6.000 años, etc. (Páginas 5, 19, 85 y 477). Y ello sin tener en cuenta que «la mayor parte de los yacimientos [arqueológicos] relevantes están ahora bajo el agua» (página 4). Ya sabemos que buena parte de estos conocimientos se desarrollaron a lo largo y ancho del mundo a partir del IX u VIII milenio antes de Cristo (si bien hay regiones, como Polinesia, que —en un proceso de regresión cultural— perdieron rasgos relevantes de la Civilización, como la cerámica o a metalurgia). Algunos marcadores, como la cerámica Jomon o la cerbatana, demuestran interrelaciones entre el Sudeste de Asia y Japón en tiempos muy lejanos; y podrían evidenciar contactos con lugares tan remotos como América, donde asimismo hallamos cerámicas estilo Jomon y cerbatanas (más en concreto, en Valdivia, Ecuador, por lo que se refiere a la cerámica, y en la selva amazónica por lo que respecta a las cerbatanas).
Stephen Oppenheimer hace referencia a tres grandes «deshielos» que tuvieron lugar tras el fin de la última era glacial. El primero tuvo lugar hace unos 14.000 años, y fue interrumpido por un nuevo fenómeno glacial (el Younger Dryas) que duró en torno a un milenio; el segundo se produjo hace 11.500 años y el tercero hace 8.000 años. Dicho autor sostiene que este último (el deshielo de Agassiz) supuso la mayor descarga de agua (de 20 a 40 metros), y sería descrito en el mito del Diluvio Universal. Posteriormente, el Antártico estuvo libre de hielos, al menos en la costa, hacia el 7000 antes del Presente. El nivel del mar era cinco metros más alto que el actual, lo que habría acabado de destruir las zonas costeras (ello habría provocado «falsos horizontes arqueológicos », que no tienen en cuenta la evolución de la línea costera a lo largo del tiempo). El clima era más cálido y lluvioso: es el llamado Óptimo Holocénico. Hace unos 5.000 años el clima volvió a cambiar. El Norte de África se tornó árido, y lo que eran sabanas, caudalosos ríos y lagos pasó a convertirse en un desierto. Bajó el nivel del mar hasta —aproximadamente— sus actuales orillas. Este último cambio climático coincide con el inicio de las primeras civilizaciones históricas inventariadas (Sumeria y Egipto). Sería entonces cuando se hizo necesario centralizar el poder, para impulsar una agricultura de regadío más eficiente, como consecuencia de un clima más seco (en relación a los dos milenios anteriores).
Por supuesto, tales catástrofes, tan repetidas en el tiempo durante al menos siete u ocho milenios, provocaron enormes cataclismos. En ocasiones el deshielo no fue gradual, sino abrupto, lo que pudo provocar grandes tsunamis, con olas de 300 metros que, al llegar a las costas, pueden llegar a más de mil metros de altura, arrasando el interior de los continentes incluso a centenares de kilómetros de distancia. Asimismo, la isostasia de la Tierra (la compensación del incremento de la altitud en las áreas polares por efecto del derretimiento de los casquetes glaciares) provocaría un aumento del vulcanismo y de los terremotos.
Como hemos visto en la segunda sección, los mitos del Diluvio están cuajados de olas gigantes, de terremotos, de cortinas de fuego e incluso de movimientos de la corteza terrestre (y del eje de rotación). Así pues, a la pregunta recurrente de por qué no hallamos evidencias materiales de tal civilización primordial en el Sudeste de Asia, el autor contesta: «A causa de la inundación costera, las evidencias de agricultura temprana en las áreas costeras es muy probable que estén sumergidas» (página 20). Como prueba de ello, los yacimientos arqueológicos más antiguos con restos agrícolas están en zonas interiores o elevadas; no en zonas costeras. Eso, sin tener en cuenta que, lo que era un subcontinente hace 18.000 años (el subcontinente de Sunda), es ahora un conjunto de islas (el archipiélago malayo e indonesio). Puesto que el nivel del mar ha subido en torno a los 120 metros desde entonces.
Así pues, la destrucción del subcontinente de Sunda, como efecto de la última glaciación, habría dejado como recuerdo el mito del Diluvio Universal. Las consecuencias demográficas de tales cataclismos habrían sido devastadoras. Tal vez, como afirma el mito, sobrevivieron unos pocos afortunados navegantes, o los refugiados en cuevas o en las altas montañas. Quizás buena parte de la población superviviente inició un movimiento migratorio, que los hebreos —quizás— trasladaron a épocas históricas, en la época de Moisés (en tiempos de la dinastía XVIII de Egipto).
Volver