Consideraciones sobre la Economía Factorial
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CONSIDERACIONES SOBRE LA ECONOMÍA FACTORIAL
Prefacio
En numerosas ocasiones, el genio humano hace un mal uso de su innata capacidad de razonar. Si la “razón” (es decir, el pensamiento, el entendimento, o como quiera llamársela) ejerce su soberanía a costa de los hechos empíricos, la ciencia sigue un rumbo que puede llevarle a la parálisis o a la esterilidad. Pondré un ejemplo: cuando Ptolomeo formuló un Universo en el que la Tierra se situaba en el centro, y en el que las órbitas eran circulares, tuvo que usar un sofisticado sistema de epiciclos (órbitas dentro de una órbita) para explicar el movimiento aparente de los planetas (especialmente Marte). Incluso Copérnico mantuvo este esquema, aunque el Sol pasó a ser el centro. Finalmente, Kepler pudo deshacerse de esta innecesaria ficción suponiendo que las órbitas eran elípticas, no circulares.
Es decir, la ciencia no avanza a saltos, sino a pequeños pasos. Y a veces el científico ha de emplear artificios para ajustar la realidad a su propia teoría (no al revés). Estos artificios pueden ser una solución provisional satisfactoria. Pero a la larga la ciencia necesita encontrar soluciones sencillas para problemas aparentemente complejos. La ciencia requiere cinco condiciones para su desarrollo: 1) tiene que estar asentada sobre unos axiomas aceptados universalmente (sobre los que no quepa ningún género de dudas); 2) los teoremas han de ser simples; 3) ha de poder establecer leyes verificables (en ciencias naturales, a través de la contrastación empírica; en ciencias sociales, mediante el método comparativo); 4) ha de ser general, sin que quepan excepciones a la regla (dadas unas determinadas condiciones); 5) ha de permitir efectuar prognosis (formular predicciones sobre el acontecer de los fenómenos que estudia).
La ciencia trabaja mediante dos métodos: el inductivo y el deductivo. El primero, grosso modo, consiste en una simple recopilación de datos y hechos, y en la formulación de leyes generales, verificables con la realidad. Sin embargo, este método es incompleto: para su desarrollo se precisa una hipótesis de trabajo, accesible únicamente a través de la aplicación del método deductivo. El problema es cómo formular esta hipótesis: ¿mediante la recopilación de información; mediante la intuición? Como vemos, éste es un círculo vicioso de difícil salida. De momento, ningún epistemólogo ha dado con la solución del enigma de la creatividad (o el genio creador) en la ciencia: ¿existen musas, que inspiran a los científicos sus hipótesis; existe un mecanismo relacional que se oculta a la parte consciente de nuestro cerebro; o finalmente, las hipótesis son producto del afortunado procesamiento de información, a resultas del bagaje previo del científico?
Esta última posibilidad da idea de dos enfoques científicos (no excluyentes, sino complementarios): el analítico y el sintético. El primero se limita a estudiar sobre la marcha la información acumulada merced al llamado “enfoque descriptivo” (que consiste en una mera compilación o enumeración de hechos empíricos). El segundo recopila los resultados de ese análisis previo y pretende formular leyes generales causales. Aun así el científico no las tiene todas consigo: ¿Hay suficiente con una mera inducción enumerativa (es decir, establecer relaciones causales entre la repetición de los fenómenos y un efecto dado, a través de la simple observación); hay que acudir al experimento científico (con lo cual varían las condiciones del entorno donde éste tiene lugar); hay que acudir a modelos simplificados (donde se establece arbitrariamente qué variables son las más importantes, dejando de lado las demás); hay que establecer un “caeteris paribus” (viendo qué sucede cuando cambian las distintas variables, excepto las consideradas “constantes”)?
Como vemos, el método científico no está exento de limitaciones y de controversias. De todos modos, no es por falta de criterios para evaluar los modelos científicos; básicamente dos: su verificabilidad (por la comunidad científica), o su falsación (por la práctica).
Aún queda otra reflexión por hacer. Dilthey separó las ramas del saber entre las que entran en el reino de lo humano y las que se encuadran dentro del reino de lo natural (ciencias físicas, biológicas, geológicas, etc.) Las segundas, como se sabe, son de más fácil verificabilidad, pues a no mediar intromisiones teológicas (como las que, hace unos siglos, ejercieron los eclesiásticos, que pretendieron acomodar los descubrimientos científicos a las constricciones de las Escrituras), en principio sus conclusiones no tienen por qué estar viciadas de parcialidad respecto a tal o cual visión del hombre y de la sociedad (los intentos de construir teorías organicistas, vitalistas, darwinistas, o mecanicistas, no fueron más que intrusiones de las ciencias sociales en un campo que ha de estar rígidamente al margen de cualquier controversia ideológica). Me refiero, evidentemente, a la ciencia básica, no a la ciencia aplicada (o tecnología).
Sin embargo, en las ciencias sociales, es lícito (y casi saludable) colocarse unas anteojeras, que permiten al científico ver la realidad según el color más conveniente para su ideario. Digo que es saludable porque al menos así el estudioso proclama que su actividad entra más dentro del campo de la ideología que de la ciencia, y no engaña a nadie con supuestos postulados de “objetividad” o “positivismo”. En Economía (como disciplina) ello es todavía más evidente, si tenemos en cuenta la enorme variedad de corrientes que la componen. Sin duda, todas ellas pretenden ver los aspectos de la realidad que se aproximan más a su ideario particular. Todas ellas analizan aspectos parciales. Sin embargo, es difícil encontrar respuestas globales a una realidad global.
Pondré un ejemplo: supongamos que nuestro fin primordial sea preservar la viabilidad ecológica del planeta. Nuestras respuestas, lógicamente, estarán enfocadas de cara a restringir el crecimiento. Pero, ¿qué repercusión tendrá todo ello para los países pobres, o para los sectores sociales más precarios? En su lugar, la Economía ortodoxa hipostiza el crecimiento, pero ¿no socava ello la viabilidad del desarrollo y la calidad de vida en el futuro? En definitiva, una corriente mira al largo plazo, y la otra al corto plazo. Ambas recogen aspectos esenciales que hay que tener en cuenta; sin embargo, las dos (no sólo una de ellas) son esenciales, por lo que se hace necesario establecer una teoría global. Las anteojeras de unos y de otros impiden ver esa realidad global. La verdad, en ocasiones, es un compromiso entre posturas opuestas. Mientras que la Economía siga siendo una disciplina en la que prima más la ideología que la visión holística, continuará constituyendo una rama de la Política (por tanto, será una arma arrojadiza en la arena de la Política). Ese tipo de Economía es el que habitualmente se convino en llamar (cuando aún existía un sano escepticismo en el mundo del pensamiento) Economía Política. La Economía Positiva, plenamente científica, entra en otra dimensión: la del compromiso, la de la globalidad. Y por supuesto, este ideal no deja de ser una entelequia en un mundo dominado por las disputas sectoriales entre intereses particulares.
Acabaré este prefacio con una reflexión: ¿no es hora ya de intentar conciliar todo lo que de útil y viable tienen las distintas corrientes económicas, en una síntesis superadora? Estoy convencido de que ésta habría de ser la auténtica Economía científica (positiva). Mientras que veamos la realidad con el color de nuestras particulares anteojeras, continuaremos viendo lo que queramos ver, que no es en absoluto la realidad global: en lugar de órbitas elípticas, tendremos epiciclos; la esfera celeste, superando la velocidad de la luz, dará vueltas en torno a nosotros, a nuestra entera satisfacción.
Objetivos
Esta obra pretende demostrar:
a) Que para entender los principales mecanismos del crecimiento económico basta con estudiar los factores de oferta. Por ello este enfoque se denomina “economía factorial”.
b) Que el beneficio capitalista es algo más que un residuo entre lo que se gana y lo que se gasta. Según mi teoría, el beneficio total es la adición de los beneficios medios (cuya expresión aritmética, como veremos más adelante, equivale a la mitad de la tasa de crecimiento corriente) y de la eficiencia global (el residuo, en un momento dado, entre la tasa de crecimiento del producto global y la de la inversión global).
c) Que el “cambio técnico” (que yo equiparo a la “eficiencia global”) puede ser incorporado en este esquema global como un ítem residual (véase el epígrafe “b”) o agregado (es la adición ponderada de la tasa de incremento de las productividades del capital y del trabajo), y es tan tangible y consistente como otros factores que son estimables de forma agregada (como el producto y la inversión, básicamente).
d) Que con estos elementos es posible explicar las causas y el desarrollo del ciclo.
e) Que con estos elementos es posible anticipar la evolución a corto plazo del ciclo.
f) Que con estos elementos es posible conocer la tendencia a largo plazo del crecimiento, aunque varíe la aplicación relativa de factores de producción (por ejemplo, si el aumento del capital fijo, o la incorporación de cambio técnico, producen “paro tecnológico”).
g) Que el crecimiento óptimo es el que yo denomino “neutral”: aquél en el cual la inversión global crece al ritmo de la productividad global. Este ritmo de crecimiento corresponde al nivel de beneficios medios referido en el epígrafe “b”.
h) Que el ciclo es un subproducto del crecimiento espasmódico, causado por desequilibrios iniciales.
i) Que estos desequilibrios están causados por la existencia de una reserva previa de capital y de trabajo en desuso.
j) Que la aplicación de “productividad aparente” (aumento de producto con disminución neta del empleo) a largo plazo disminuye la tasa de rendimiento del capital.
k) Que es posible incorporar elementos de las principales corrientes económicas en un tronco común: el de la “economía factorial”.
Nota: por razones de comodidad, cuando hablo de “incremento” quiero decir “tasa de incremento”.
Estructura de la obra
Este libro está divido en cuatro partes. En la primera se analizan a fondo cuatro conceptos esenciales del modelo: el beneficio, la productividad, el cambio técnico y la economía factorial. Estos cuatro conceptos marcan las pautas que seguiré a lo largo de toda la obra (al final de la primera parte hay una somera terminología del vocabulario que emplearé a lo largo de todo este libro). En la segunda parte realizo un estudio estático del ciclo económico. En la tercera parte analizo el crecimiento económico tendencial (a largo plazo). En la cuarta parte, por último, planteo la aplicación instrumental que esta teoría puede tener en el mundo moderno (desde el punto de vista político, empresarial y macroeconómico, fundamentalmente).
¿Qué es el beneficio?
Existe un vicio muy extendido entre algunos estudiosos de los fenómenos sociales: considerar que la dinámica de los grandes agregados tiene un funcionamiento idéntico al de sus órganos constituyentes. Por ejemplo: ¿no se ha dicho que un país funciona como una gran empresa, o como un cuartel, o como una casa? (Recordemos que, etimológicamente, el término “Economía” significa “administración de la casa”.)
Sería por mi parte ridículo caer en esa dañina costumbre. El resultado de una tal concepción está lejos de ser inocuo: en la práctica, supone implementar medidas inadecuadas, pues el todo (en cibernética) es algo más que la suma de las partes. Existen una serie de coalescencias y sinergias que producen unos resultados cualitativa y cuantitativamente muy diferentes a la simple suma de las partes: las “economías de escala”, por ejemplo, multiplican por un factor “x” (ciertamente elevado) la simple aplicación de nuevos inputs productivos; de la misma manera, el trabajo coordinado dentro de una empresa no equivale a la simple yuxtaposición de los esfuerzos de sus trabajadores. En definitiva, lo que hace que un país sea mucho más que la suma de sus componentes (unidades familiares, empresas, regiones) es este factor “x”, de cálculo intuitivo (después comprobaremos que únicamente se puede hallar de manera residual), pero de significación ciertamente real.
Sin embargo, a veces se incurre en el vicio opuesto: considerar que no hay ningún vínculo entre el micromundo y el macromundo. (¿No sucede ésto incluso en ciencias físicas, en las cuales no se ha encontrado la ligazón entre la teoría cuántica, probabilística, y la teoría cosmológica newtoniana, rigurosamente determinística?) En el ámbito de la Economía, se suele considerar que la esfera de las unidades de producción (las familias y las empresas) actúa de forma independiente, con reglas diferentes a las aplicables en la esfera de los grandes macroagregados (la macroeconomía). Creo que esta concepción tampoco es correcta.
A mi entender, la verdad (como casi siempre) está en un justo medio: ni las partes funcionan como el todo, ni las partes funcionan al margen del todo. El todo y las partes están íntimamente imbricados, de tal modo que no puede entenderse el funcionamiento del todo sin el de las partes. Las partes y el todo funcionan según unas mismas reglas. La labor del científico social consistiría en encontrar la teoría unificadora que relaciona el micromundo (las unidades económicas) con el macromundo (los grandes agregados). Éso sí, sin perder de vista que el todo y las partes actúan de forma autónoma, si bien no ajena entre sí. Es decir: cabe establecer relaciones de causalidad entre ambas esferas, que están íntimamente ligadas; pero no cabe extrapolar la dinámica propia de una de estas esferas a la otra (por ejemplo, considerando que lo que es bueno para una esfera lo es necesariamente para la otra).
(Quisiera hacer un inciso sobre esto último. Se dice que lo que es bueno para una casa –ahorrar de cara al futuro- lo es también para un país. Pero un país no es únicamente una unidad de producción: también es una unidad de consumo; y el fin último de la economía –creo que en éso sí hay acuerdo entre los economistas- es satisfacer las necesidades -de consumo- de los ciudadanos. Ahorrar en un país significa no consumir, y si no se consume no se adquire lo que ese país produce. Por otro lado, si ese país valora en algo el bienestar de sus habitantes, sacrificará en parte el ahorro –y el desarrollo futuro- para dedicar un remanente a aumentar la calidad de vida de sus ciudadanos. Incluso dedicará parte de esos fondos no a aumentar la capacidad productiva, sino a preservar el entorno. Por lo tanto, no son aplicables en la misma medida idénticas estrategias de actuación en uno y otro ámbito.)
Así pues, creo haber demostrado que se podrían aplicar similares pautas de actuación en el ámbito de lo microsocial y de lo macrosocial, siempre que no se extrapolen de forma indebida. Por ejemplo, si bien no cabe pensar que una empresa y un país han de funcionar de forma idéntica (pues cada una de estas esferas tiene sus respectivas peculiaridades, ya que forman sistemas abiertos diferenciados), sí les son aplicables las mismas reglas de comportamiento ante situaciones dadas: la capacidad productiva de un país es la suma de la capacidad productiva de sus empresas, por lo que cabe hablar de una capacidad productiva global, como en el caso de una empresa; el desgaste de esta capacidad productiva es la suma del de sus empresas, por lo que cabe hablar de unos gastos de reemplazamiento globales; el grado de uso de la capacidad productiva global es el promedio del de las empresas; sin embargo, el nivel de beneficio global, ¿es el promedio del de sus empresas? Aquí entramos en un tema delicado, que es básicamente el hilo conductor de todo este trabajo.
Si es fácil calcular la capacidad productiva global, su desgaste, y su uso, e incluso si cabe hablar de un “producto neto” (en un período dado), no lo es tanto calcular el nivel de beneficio global de un país; y me atrevo a afirmar que tampoco el de una empresa, puesto que todavía no se ha definido de forma convincente el concepto “beneficio”. Mi hipótesis de trabajo, que subyace en toda esta obra, es que se ha dejado de lado, hasta el momento, un importante componente del “beneficio total”: la productividad. Actualmente, grosso modo, se entiende por beneficio el residuo entre lo invertido y el producto obtenido de esta inversión. Pero este cálculo sería correcto sólo en el caso de que este beneficio fuese “normal”: es decir, sólo cuando es la remuneración “promedio” de este esfuerzo inversor.
Veamos por qué. El beneficio que una empresa puede ganar es siempre indeterminado. En parte depende de los criterios contables de la empresa, en parte de la voluntad del empresario (qué margen de producto retiene para sí), y en parte de las circunstancias coyunturales. Pero hecha esta observación, cabe hablar de dos tipos de beneficio: el llamado “normal” (que está en sintonía con el considerado “promedio” en el sector productivo en cuestión, que por supuesto habria de remunerar convenientemente el esfuerzo inversor) y el “superbeneficio”. Generalmente, se ha establecido que el primero es “competitivo”, y el segundo tiene carácter “monopolista”. Es decir, el primero está limitado por la existencia de numerosos competidores, y por el juego de la oferta y la demanda; en cambio, el segundo no tiene límite fijo (aunque cabe distinguir entre situaciones de monopolio perfecto, y de competencia monopolista).
Para simplificar, supongamos que el ámbito económico es perfectamente competitivo. En ese caso todas las empresas obtienen, si las circunstancias son favorables, y su funcionamiento (que viene dado por su balance de costes y beneficios) es competitivo, unos beneficios “promedio”. Pero no basta con que exista un ámbito perfectamente competitivo para que los beneficios sean “normales”. Pues no podemos olvidar otro ítem importante: la productividad.
Ahora imaginemos que todas las empresas, en un ámbito perfectamente competitivo, tienen unos beneficios “promedio” iguales, y por lo tanto sus beneficios son “normales” desde este punto de vista. Pero si el mercado de trabajo es tal que los empresarios están en una posición de fuerza respecto a los trabajadores, aquéllos están ganando de hecho “superbeneficios”, porque se encuentran en una situación de monopolio respecto a los trabajadores (toda situación de monopolio es una situación de fuerza).
¿Cómo es posible adquirir esta posición de fuerza, o monopolio, en el mercado de trabajo? Existen básicamente dos vías: la primera tiene carácter preindustrial, y consiste en una superabundancia de oferta de trabajo en relación a su demanda (es característica de los períodos de superpoblación, con una capacidad de consumo escasa); la segunda tiene carácter moderno, y consiste en una superabundancia de capacidad técnica, en relación a la demanda de trabajo (en este caso, sin embargo, la capacidad de consumo está desarrollada). En ambos casos, el empresario está en una posición de fuerza respecto al trabajador; en ambos casos el precio de la fuerza de trabajo se reduce; en ambos casos el empresario está en disposición de obtener superbeneficios.
Ahora consideremos, más de cerca, su remuneración. Si el empresario, a cuenta de los perfeccionamientos técnicos, ahorra tanto capital como trabajo (pues el capital técnico está en condiciones de ofrecer más producción a menor coste), sin merma (e incluso aumento) del producto, es evidente que se produce una situación en la cual el incremento de la productividad del trabajo supera con creces el de la remuneración de los trabajadores (por disminución de sus efectivos, de sus salarios, o por ambos motivos a la vez). ¿Y cuál es, para la economía “ortodoxa”, la remuneración “adecuada” para la fuerza de trabajo? Por supuesto, la que se ajusta a su productividad marginal.
(Si la productividad del trabajo crece por encima de la remuneración de los trabajadores, cabe la posibilidad de que los precios de los productos se reduzcan en la misma medida, sin que se produzcan los “superbeneficios” a los que nos hemos referido antes. Si éste no es el caso, se producirán situaciones de superproducción, excepto si el producto excedentario se exporta al extranjero. Pero aun en este último caso, se sobreacumulará un capital que, en buena parte, estará ocioso, y que en momentos expansivos puede financiar nuevas inversiones en capital técnico ahorrador de mano de obra. Así, se crea una cadena causal que, como veremos más adelante, a largo plazo puede producir una disminución tendencial de los rendimientos empresariales.)
A saber: si el incremento de la productividad del trabajo, a causa de las mejoras técnicas, supera con mucho el incremento de la remuneración de los trabajadores (siempre que el aumento de la productividad no vaya acompañado por una disminución colateral de los precios de los productos), es evidente que el empresario está recibiendo un excedente, más allá del beneficio que, como veremos, se puede considerar “normal”, que en puridad habría de remunerar su personal contribución a la producción. Este excedente es un “superbeneficio”, que (repitamos) es extraído de la remuneración de los trabajadores. Y lo es a pesar de que el conjunto de las empresas competitivas obtiene beneficios “promedio”, o normales. En definitiva, se demuestra que, cuando introducimos el cambio tecnológico, (que incrementa la productividad y disminuye la demanda de trabajo), lo que para el mercado son beneficios “promedio”, para la empresa en cuestión son “superbeneficios”.
(Puede aducirse a lo dicho aquí que no hay límite superior razonable para la remuneración del capital, que todo beneficio más allá del “normal” es un premium al buen hacer del empresario. Ello es cierto. Pero aquí no pretendo hipostizar el “beneficio” en sí, sino hacer resaltar que hay que distinguir entre el beneficio “promedio”, tal como se entiende a un nivel macroeconómico, y el beneficio “normal” en su dimensión empresarial, que consiste en parte en una requisa -posibilitada por la introducción del cambio tecnológico- de renta que habría de revertir en los trabajadores.)
Nótese que, según el principio marginalista, la remuneración adecuada (sin mediar relaciones de fuerza entre los factores productivos) para los trabajadores vendría dada por su productividad marginal: si la productividad marginal del trabajo crece un 4% en un período dado, su remuneración (real, no monetaria) habría de crecer también un 4%; si, en cambio, crece un 1%, la diferencia va a parar a las manos del empresario, que la puede usar para su disfrute personal o para la inversión. Y viceversa, cuando la clase trabajadora está en situación de fuerza, todo el incremento de su remuneración que supere su productividad marginal es extraído de la remuneración que habría de revertir en el empresario.
Por lo tanto, y aquí es donde quería llegar, el beneficio no es algo tan simple como el residuo entre lo que el empresario gasta y lo que gana. Al beneficio “promedio” en su sector, hay que oponer el beneficio “normal” de la empresa. Notemos que el beneficio “normal” de una empresa individual puede estar en parte constituido (o no) por los “superbeneficios” a los que nos hemos referido antes, por lo cual puede superar (o no) el beneficio “promedio” del sector. En cambio, según mi interpretación, el beneficio “medio” global deriva, no del promedio del sector en que se inserta la empresa, sino del nivel de crecimiento de la productividad global que iguala el nivel de crecimiento de la inversión global, con una tasa de incremento del producto dado. Esta cifra equivale, como veremos más adelante, a la mitad de la tasa de incremento del producto.
Pero aún teniendo el beneficio “medio” global no tenemos el beneficio “total”. Éste viene dado por la adición del beneficio medio y de la productividad global, con un nivel de inversión dado. Para poder comprender esta asunción pondré un ejemplo. Puede suceder que un empresario obtenga unos beneficios “medios” (de acuerdo con nuestra definición) satisfactorios y unos resultados totales insatisfactorios. Lo cual no es descabellado: los beneficios medios son “absolutos”, en el sentido de que son calculados en función del aumento de la cifra total de negocios. Supongamos que ésta crece un 10% en un período dado; ello puede parecer satisfactorio (la eficacia es alta); pero si tenemos en cuenta los medios empleados para este incremento la sensación puede ser muy otra. Por ejemplo, si la inversión ha crecido ese mismo año un 15%, los resultados (su eficiencia) son descorazonadores. El aumento absoluto (un 10%) es significativo, pero su incremento relativo respecto al de la inversión (un 15%) no es remunerador. (En términos aritméticos, el beneficio medio, según mi interpretación, tendría un incremento “absoluto” de un 5%; pero como el incremento de la productividad es de un –5%, resultado de restar el incremento de la inversión del incremento del producto, el beneficio total sería cero.)
Este ejemplo demuestra la importancia de considerar el incremento de la productividad en el cálculo total del incremento del beneficio, del mismo modo que se suele distinguir entre la eficacia de un esfuerzo (sus resultados absolutos) y la eficiencia de ese mismo esfuerzo (sus resulados relativos, en función de los medios empleados). Los beneficios totales no serían más, pues, que la suma aritmética de los beneficios medios (según mi terminología) y de la productividad global (producción global menos inversión global) de un país o de una empresa.
Hasta aquí hemos puesto las bases de lo que yo considero una interpretación innovadora del beneficio. Pero volvamos a la reflexión que abrió este capítulo. ¿Cabe establecer un puente entre el mundo de la empresa y el de los macroagregados? Mi respuesta es, abiertamente, positiva. A lo largo de este trabajo pretendo demostrar que, dentro del macroagregado económico, son aplicables las mismas reglas, por lo que se refiere al comportamiento económico, que las empleadas en el microcosmos de la empresa. O, en otras palabras, que en la macroeconomía existe un comportamiento racional, pues es la agregación de los comportamientos individuales de los diferentes agentes económicos (por supuesto, con el debido desfase). Y es más, este comportamiento es previsible, anticipable, y funciona con unas leyes, que son básicamente las mismas que predominan en el mundo de la empresa (especialmente una: cuando el empresario/el sistema económico pierde/gana incentivo para invertir, se revierte la fase recesiva/expansiva del ciclo en el que se encuentra en un momento coyuntural dado).
Por último, me atrevo a afirmar que este mecanismo funciona con muy pocas variables: renta, trabajo y capital (y estas dos últimas, debidamente ponderadas, conforman una sola: la inversión). Con estos solos elementos cabe extraer toda la riqueza y complejidad de la vida económica. Lo que equivale a decir que la esfera de la producción (o de la oferta), por sí sola, explica la mayor parte de fenómenos económicos, sin que se haga necesario emplear otro tipo de variables (monetarias básicamente, pues las variables de demanda están implícitas en la evolución de la renta agregada).
¿Qué es la productividad?
En un país es necesario utilizar determinados recursos productivos (inputs) para obtener un producto (output). Este producto es “neto” si le deducimos el reemplazamiento del capital dado de baja (por obsolescencia técnica o por desgaste). Este producto, por último, es “a coste de los factores” cuando deducimos los impuestos indirectos y las tasas a la importación. Con ello tenemos la “renta nacional” a coste de los factores. Podemos conocer la evolución de la producción en el tiempo (su incremento o decremento) si homogeneizamos los datos, calculando las magnitudes con cifras constantes (en relación a un año base).
La evolución del producto dice mucho sobre la salud económica de un país (o de una empresa). Sin embargo, este dato es insuficiente. Como en el caso del beneficio, hemos de contrastarlo con otras magnitudes para conocer su entera significación. ¿Cuáles son éstas?. Básicamente la tasa de crecimiento de la población y la tasa de crecimiento de la inversión.
Si relacionamos la evolución del producto con la tasa de crecimiento de la población sabremos si el sistema económico satisface las necesidades de una población en crecimiento. Si el crecimiento del producto es inferior al de la población, la dotación de bienes por cada habitante disminuirá, y el bienestar económico (producto per capita) se contraerá; si el crecimiento del producto es superior al de la población, la dotación de bienes por cada habitante aumentará, y asimismo lo hará el bienestar (referido en estrictos términos económicos, por supuesto).
Por su parte, si relacionamos la evolución del producto global con la tasa de crecimiento de la inversión global, tenemos la evolución de la productividad global. La productividad, strictu senso, es la razón entre el producto (en términos absolutos) y la inversión (en términos absolutos). La inversión, por su parte, cabe dividirla entre inversión en trabajo y en capital técnico. La productividad del trabajo tiene una evolución más moderada que la del capital técnico, puesto que la variación de las cifras de empleo no es tan volátil como la del capital técnico. Por otro lado, la productividad del trabajo tiene, usualmente, mayor significación estadística, puesto que el empleo es un factor más “sensible”, y puesto que, en un país con libertad de despido, la desocupación es un aliviadero de la presión sobre los negocios.
Hemos de considerar que el mercado de trabajo es un mercado como cualquier otro. Es decir, si hay abundancia de oferta de fuerza de trabajo, y escasez de demanda, el precio de la fuerza de trabajo disminuirá; en cambio, si hay escasez de oferta de fuerza de trabajo, y abundancia de demanda, el precio de la fuerza de trabajo aumentará. Por ello, el desempleo es un aliviadero de la presión hacia el capital: un fondo permanente de desempleados disminuye a largo plazo el precio de la fuerza de trabajo (el mismo efecto produce la importación de mano de obra barata, la deslocalización de ciertas actividades productivas hacia los países con trabajo barato, o la introducción del cambio tecnológico).
La productividad del trabajo es un índice “sensible” porque es un buen indicador del estado real de la productividad: mientras la productividad del capital tiene carácter volátil (pues el capital tiene un comportamiento muy elástico en relación al ciclo económico), la productividad del trabajo, aun con un comportamiento anticíclico (crece cuando el ciclo es recesivo y disminuye cuando el ciclo es expansivo), se ajusta más estrechamente a la tendencia del ciclo. La reserva de fuerza de trabajo es como un lastre que se mantiene a bordo (del globo) cuando la tendencia es ascendente y que se arroja por la borda (del globo) cuando la tendencia es descendente . Es, por ello, un regulador necesario para el sistema capitalista de crecimiento espasmódico: 1) regula y controla el precio de la fuerza de trabajo; y 2) regula y controla los efectivos del mercado de trabajo en función del momento del ciclo.
Ya he avanzado que la productividad del trabajo tiene carácter anticíclico. ¿Por qué? Para responder esta pregunta, primero hemos de explicar un concepto casi metafísico: el de las “economías de escala” en la economía actual (con carácter altamente concentrado). Este concepto hace referencia a un hecho constatado en la realidad: generalmente, a medida que aumenta la dimensión de una unidad productiva, su rentabilidad (y su eficiencia técnica) aumenta más que proporcionalmente. Ello puede ser debido a varias causas: 1) disminuyen los costes de aprovisionamiento (de proveedores, de energía, de materias primas, de capitales, etc.); 2) a medida que aumenta el número de unidades producidas, disminuyen los costes fijos imputables a cada una de ellas; 3) disminuye el contingente de reservas necesarias, tanto en el aprovisionamiento de materias primas y de productos semiacabados, como en el almacenamiento de productos acabados; y 4) aumenta la experiencia y la capacitación del personal (idea expresada por el concepto “curva de aprendizaje”).
Sigamos con este razonamiento. Si es verdad que se producen “economías de escala” cuando aumenta la dimensión de las unidades productivas (es el caso de la moderna economía capitalista), ¿por qué aumenta la productividad del trabajo en los momentos de crisis; y por qué disminuye en los momentos de expansión, cuando las ventajas de las “economías de escala” habrían de ser mayores? Pongámonos en el lugar de un empresario que ante todo trata de maximizar la rentabilidad de su empresa (o asegurar su viabilidad futura). En los momentos expansivos, para mantener su posición en el mercado, ha de emplear la mayor parte posible de su reserva de capacidad técnica de producción (básicamente maquinaria), y ocupar el mayor número posible de trabajadores, para satisfacer los picos de la demanda y evitar “rupturas de stock” (es decir, momentos en los que la producción no da abasto para satisfacer la demanda). Ello, si por un lado disminuye los costes fijos imputables a cada unidad producida, por otro lado aumenta los costes variables imputables a la necesidad de emplear más trabajadores, para satisfacer la demanda de un período floreciente. Lo cual, sin duda, tiene su coste en términos de “productividad”.
Veamos por qué. A medida que se emplea un mayor porcentaje de la capacidad productiva acumulada, y un mayor número de trabajadores, y de que aumenta el ritmo de empleo del capital fijo (e incluso del variable: horas extras), se producen varias causas de ineficiencia: 1) un mayor desgaste del capital fijo (y también del humano); 2) una redundancia en el uso del capital humano (a medida que éste aumenta, se incrementan los solapamientos, las ineficiencias organizativas, etc.); y 3) una disminución de la productividad marginal del trabajo.
La reducción de la productividad marginal del trabajo tiene una causa muy sencilla. La capacidad productiva acumulada es un stock, y por lo tanto tiene el mismo carácter que puede tener la capacidad productiva de un área de tierra fértil. Ciertamente, el rendimiento de ésta puede mejorar si se optimiza su explotación (si aumenta el uso de fertilizantes, o si se mejora el habituallamiento técnico); pero, a corto plazo, hay un límite infranqueable, en términos de productividad, que no puede ser rebasado. En una fábrica, con un stock de capacidad productiva (en forma de maquinaria y de un determinado nivel técnico incorporado en las máquinas), existe también un límite infranqueable de productividad. Para aumentarlo podemos hacer varias cosas: 1) incrementar el número de máquinas; 2) aumentar la eficiencia técnica; 3) mejorar la organización productiva o laboral, etc. Pero a corto plazo, la capacidad productiva es inelástica. Se necesitan largos plazos de tiempo para mejorar la eficiencia técnica de una unidad productiva. A corto plazo, podemos considerar que la capacidad productiva es limitada.
Ahora consideremos qué pasa cuando incorporamos, en un corto período de tiempo (por ejemplo, para aprovechar una punta favorable de la demanda), más y más trabajadores. Al principio, la productividad (es decir, la producción por unidad laboral) puede aumentar; pero, pasado un cierto momento, comenzarán a producirse redundancias e ineficiencias, que disminuirán la productividad de los trabajadores suplementarios. Según la teoría neoclásica, el empresario continuará contratando nuevos empleados hasta el punto en que los costes marginales (debidos a la incorporción de nuevos trabajadores) se igualen a los ingresos marginales (debidos a los ingresos suplementarios producto de la incorporación de nuevos trabajadores). Por su parte, la remuneración salarial del último trabajador empleado de ningún modo puede superar su producto marginal; es decir, el producto del último trabajador ha de ser suficiente para pagar su salario (y, por supuesto, dejar algún excedente). Pero en ese momento el incentivo para contratar nuevos trabajadores desaparece.
En resumidas cuentas, a corto plazo, hemos de considerar la capacidad productiva como inelástica (se necesitan años para aumentar significamente la capacidad productiva, o mejorar la organización, de una empresa o de un país). El empleo de trabajo es, por ello, el lastre que se recupera o se arroja por la borda. La inversión en nuevo capital técnico incrementa sólo de manera fraccional la capacidad productiva a corto plazo. Es por ello que la productividad del trabajo es “sensible” y la productividad del capital “volátil”.
Explicaré con más detalle esto último. ¿Por qué es volátil la inversión en capital técnico? Porque éste se financia con reservas de ahorro acumuladas en plazos largos de tiempo, que sólo emergen en momentos muy determinados (generalmente expansivos), y que se retraen en otros momentos (generalmente recesivos). El capital que financia el equipo productivo tiene el mismo comportamiento que cualquier otro tipo de capital volátil (especulativo).
Para acabar con estos preliminares, trataré de explicar, por último, por qué en momentos recesivos la productividad del trabajo tiene tendencia a aumentar. Antes dije que en picos expansivos de demanda, el empresario (y el sistema económico, en general), se ve obligado a incorporar nueva fuerza de trabajo para no perder su posición en el mercado. Se produce, pues, una situación con preponderancia de la demanda sobre la oferta (la demanda arrastra a la oferta). En esas circunstancias, por lo general, se producen fenómenos inflacionarios: la demanda aumenta, y los precios de los productos aumentan por dos causas básicas: 1) por el influjo del aumento de la demanda (inflación de demanda); y 2) por el aumento de los costes unitarios de producción (inflación de oferta). Estos dos efectos combinados explican los llamados “calentamientos” inflacionarios de los períodos expansivos.
En cambio, en períodos recesivos, el empresario no sólo se ve impelido a disminuir mano de otra, sino que también debe disminuir parte de su capacidad productiva acumulada, para reducir costes fijos (en caso contrario, esa capacidad productiva acumulada no en uso entrará en un estado de desvalorización por obsolescencia, o bien por disminución de su valor contable). Hemos de tener en cuenta que los costes fijos se reparten por cada unidad de producto; son, por decirlo así, un coste operativo del que el empresario no se puede desprender, si no es reduciendo el stock de capacidad productiva. (Recordemos que, en cambio, los costes variables varían en relación directa con el empleo; si éste disminuye, los costes variables disminuyen.)
Así pues, en fases recesivas, nos encontramos con el siguiente cuadro: 1) disminuye la demanda (y por tanto, si no se exporta, también la producción interior); 2) aumentan los costes operativos (resultante de repartir los costes fijos en un número menor de unidades producidas); 3) disminuyen los precios (como respuesta a la disminución de la demanda y a la competencia); 4) disminuyen los costes variables (como consecuencia de la disminución de la mano de obra); y 5) aumentan los costes de inmovilizados (como consecuencia del aumento del stock de productos invendidos).
Un empresario razonable responderá, ante esta situación, de la siguiente manera (lo que se reflejará en el sistema económico a nivel global): 1) disminuirá la mano de obra empleada; 2) disminuirá los precios (si es necesario); 3) se deshará de parte de la maquinaria obsoleta o en desuso (para disminuir costes operativos); 4) mejorará la organización (para aumentar la eficiencia productiva y disminuir los costes de inmovilizados). En general, las expansiones se fraguan en las recesiones. Las empresas con futuro se gestan en los malos momentos. Ello es así porque es en las recesiones cuando se optimizan los recursos y se ajustan los resortes que hará a una empresa viable en el largo plazo. Las empresas que se reestructuran en las recesiones, están en una posición fortalecida en las expansiones.
Ahora bien, ¿por qué aumenta la productividad? En primer lugar, porque la disminución del consumo afecta únicamente a unos sectores muy concretos de la producción: los denominados “sectores elásticos”. Hay que tener en cuenta que el consumo, básicamente, tiene unos límites fisiológicos (de subsistencia) en los bienes “primarios”, y que éstos no experimentan de manera dramática la evolución del ciclo; en cambio, hay otros bienes (“secundarios”, o de lujo), que evolucionan a la par del estado del ciclo (existe, por último, un tercer tipo de bienes, llamados por ello “terciarios”, que se han convertido prácticamente en bienes de primera necesidad: básicamente educación, salud y esparcimiento). Por lo tanto, los estados de crisis económica repercuten especialmente sobre sectores muy determinados de la economía: automovilístico, construcción, etc. Otros sectores sufren en menor medida los efectos de la crisis.
Es decir, a nivel global, el impacto de la crisis sobre la producción tiene, en general, carácter limitado (en los países avanzados, la producción, si acaso, disminuye un 3 o un 4%; excepto en reestructuraciones brutales, como la sucedida en los países del Este o, más recientemente, en ciertos países asiáticos). Por lo tanto, tenemos, en primer lugar, que en términos generales el impacto de la crisis sobre la producción global es pequeño. En segundo lugar, a causa del llamado “multiplicador keynesiano”, el impacto sobre el empleo es generalmente superior. Finalmente, en un país (o una empresa) hay que contar con una capacidad productiva acumulada, con un determinado nivel técnico incorporado en ella (recordemos que éste amplifica la productividad de los inputs productivos, por una razón que depende del nivel de cualificación técnica, organizativa, y laboral).
Todo ello (disminución poco acusada de la producción global, disminución significativa del empleo, y eficiencia de la tecnología incorporada en el stock de capital fijo), a nivel agregado, explica que en momentos de crisis la productividad del trabajo aumente (y lo hace aún más la productividad del capital). Hasta el momento hemos comprobado que para analizar la productividad hemos de contemplar numerosas variables; y ante todo, que las hemos de contemplar con la perspectiva de los hombres prácticos (en definitiva, de los capitanes de empresa). Este análisis no pretende bendecir el estado de cosas actual; únicamente pretende describir lo que creo que sucede en realidad en el sistema económico actual; y demostrar que lo que acontece a nivel de empresa se difunde a todo el circuito económico. En definitiva: las reglas que incumben al mundo de la producción son siempre las mismas, ya estemos en un nivel microeconómico (de la empresa), o en un nivel macroeconómico (del sector de producción y, por ende, del sistema económico en su globalidad).
Ahora me pondré al nivel de un economista (y dejaré de lado el razonamiento propio de los capitanes de empresa). Éste analiza, habitualmente, el concepto “productividad marginal” desde una óptica abstracta: generalmente, según los economistas, la productividad marginal significa que, a corto plazo, cuando se incrementa la aplicación de nuevos factores productivos (capital o trabajo, o ambos), el producto se incrementa menos que proporcionalmente, a causa del principio ricardiano de los “rendimientos decrecientes”, con un stock preexistente de capital fijo.
Lo cual implica que, con un factor variable (por ejemplo, trabajo), y con otro dado (por ejemplo, capital), con un nivel técnico determinado, la aplicación de la sencilla fórmula de la productividad marginal del trabajo (es decir, el cociente entre el producto marginal y el empleo marginal), dibuja una función con infinitos valores. Si a su vez tenemos el capital fijo como un factor variable, tendremos una superficie bidimensional con infinitos valores. La evolución de la productividad marginal viene dada por el análisis empírico de la realidad, pues de otro modo es imposible conocer cuál será la evolución de la producción ante una variación dada de la inversión.
No hay manera de profundizar en el concepto “productividad marginal” si no se emplean las siguientes estrategias: 1) seleccionamos discrecionalmente valores que nos parecen significativos; o 2) realizamos un análisis empírico de la realidad. De hecho, el concepto “productividad marginal” es uno de los más polémicos de la teoría económica.
Por ello, he optado por una estrategia de trabajo ciertamente arriesgada pero –creo- fecunda: tener la tasa de incremento del producto, así como la del capital fijo, como valores dados, y la del empleo como un valor variable. De este modo tenemos una función lineal decreciente, con infinitos valores, pero donde es más fácil seleccionar un punto representativo (que yo llamo “punto de beneficios medios”).
Recordemos que este desarrollo tiene carácter estático, pues un incremento de producto dado implica necesariamente el corto plazo. El desarrollo dinámico se consigue moviendo esta función a derecha y a izquierda de la gráfica, de acuerdo con la evolución del tiempo, de modo que es construida, nuevamente, una superficie bidimensional, con diferentes niveles de renta (cada función a izquierda o derecha de la gráfica implica un nivel diferente de renta). Si unimos los diferentes “puntos de beneficios medios” de las diferentes funciones, obtenemos la tendencia de la productividad (absoluta) a largo plazo, evitando cualquier tipo de discrecionalidad en la selección de valores. Únicamente nos quedará saber cuál es el punto en que, en una evolución cíclica, la tendencia se invierte, y se inicia una fase diferente del ciclo (este aspecto lo dejaré para más adelante).
En el próximo apartado trataremos de comprender un poco más el significado del concepto “cambio tecnológico” que, como hemos visto, subyace en todo este trabajo.
¿Qué es el cambio tecnológico?
Puede parecer al lector que esta pregunta es puramente retórica; pero no lo pretendo en absoluto. Éste es uno de los puntos más oscuros de la teoría de la producción, sino el que más. El cambio tecnológico es algo más que la aplicación de la ciencia al mundo de la empresa, a los transportes, al trabajo doméstico, a la medicina, etc. Es decir, es algo más que la “parte aplicada de la ciencia básica”. La tecnología ha sido considerada la especialidad de una rama aplicada del conocimiento, en manos de los ingenieros (o tecnólogos). Hasta tal punto ha tenido éxito esta idea, que cualquier “especialista” en una área aplicada del conocimiento es considerado “técnico” (es el caso de los especialistas en relaciones humanas; o de los expertos auditores; e incluso el de los “creativos” en publicidad...)
¿Es extrapolable esta visión al mundo de la producción? Para contestar esta pregunta, primero hemos de analizar la “teoría de los tres sectores”: según la moderna sociología, un primer sector productivo viene dado por las actividades primarias (básicas), tales como la agricultura, la explotación forestal, la pesca, la minería (en parte), etc.; un segundo sector estaría constituido por la actividad manufacturera (la transformación física de productos en bruto en productos acabados, lo cual incluye también la energía aprovechable, como la electricidad y el petróleo); un tercer sector, por último, sería una especie de cajón de sastre que comprendería todas las actividades “intangibles”, o que se agotan en el momento de consumirlas (el comercio, el transporte, la burocracia, la restauración, la enseñanza, la sanidad, el esparcimiento). (Hay quien añade un “cuarto sector”, constituido por los depositarios de la “inteligencia” y del conocimiento: ingenieros, maestros, publicitarios, artistas y escritores, científicos, etc.)
Existe una variante de esta interpretación. Desde el punto de vista de los sociólogos habría tres tipos de trabajadores: los de cuello azul (los trabajadores de mono, es decir, los obreros no cualificados); los de cuello blanco (la inteligencia, la “tecnoestructura” pensante, los directivos de empresa); y los de bata (los científicos y técnicos).
Vemos que en una y otra interpretación encontramos un cajón de sastre, un “tercer sector”, que recoge todo lo que no es “tangible”, lo que no es visible: un consumidor ciertamente puede ver y oír un equipo de música que acaba de comprar; pero acaso, ¿puede ver el trabajo en investigación y desarrollo, en tecnología aplicada, que hay detrás?. Lo mismo sucede en contabilidad: supongamos que queremos vender nuestra empresa. Ésta dispone de unos edificios, unas máquinas, y un stock de recursos y de existencias almacenadas. Pero además ocupa un espacio (cerca o lejos de un nudo de comunicaciones o de un mercado), tiene una cartera de clientes, un know-how (una capacitación técnica y humana), una reputación... ¿Cómo se valoran estos aspectos “no tangibles”? En un caso como en otro (es decir, ya sea cuando tratamos de valorar el contenido “técnico” de un producto, o cuando intentamos poner precio a los valores intangibles de una empresa) ese valor “se supone”. ¿Cómo? Habitualmente de una forma grosera, a través del tanteo del mercado y de una estimación intuitiva, pues ¿cómo dar un valor contable a la “reputación” de nuestra empresa?, y ¿qué valor real tiene la tecnología incorporada en el aparato de alta fidelidad que acabamos de comprar?
Ahora pongámonos en el lugar de un productor. Para simplificar, me referiré a un agricultor, no a un industrial. Imaginemos dos campesinos con dos campos idénticos, de idéntica fertilidad, de idéntica forma y tamaño, a la misma distancia del mercado. Supongamos que ambos campesinos aplican la misma cantidad de horas de trabajo, idéntica maquinaria, los mismos abonos (por ejemplo, estiércol natural) y sufren las mismas plagas de insectos y hierbas dañinos. Sin embargo, un campesino tiene una producción que es un treinta por ciento superior a la del otro. ¿A qué es debido? Imaginemos que el primer campesino (el más eficiente) hubiese ido a una escuela técnica y tuviese la titulación de perito agrónomo; y que, en cambio, el segundo, hubiese aprendido el oficio de su padre, y aplicase técnicas tradicionales. El primero, con el mismo empleo de tiempo de trabajo, puede obtener más rendimiento de su trabajo (más productividad). La diferencia de un treinta por ciento de productividad entre ambos campesinos seria una medida más o menos fiel de la cualificación real (del conocimiento técnico) de dicho campesino.
Aquí llegamos a un tema importante: el llamado “capital humano”. ¿Qué es el “capital humano”? Supuestamente, el depósito de conocimientos, pericias y experiencias del trabajador. En el caso anterior está claro que el “capital” humano del primer campesino es más elevado que el del segundo. En una factoría, el “capital humano” de un trabajador cualificado viene dado por su experiencia o pericia. Y en un laboratorio, por sus conocimientos. Así pues, el “capital humano” se puede medir siempre que tengamos un baremo de referencia; por así llamarlo, una “unidad estándard de valor”, que puede ser: ¿una hora estándard de trabajo no cualificado?, ¿una hora estándard de trabajo “medio”?, etc. En definitiva, no podemos medir la cualificación profesional si no es en términos de productividad, en relación a una unidad estándard de valor.
La eficiencia, como ya sabemos, es la maximización de resultados con la minimización de costes. La eficiencia es, pues, una medida de productividad. Una empresa es “competitiva”, no si vende más, o si exporta más, sino si sus ventas y sus exportaciones le reportan los mayores ingresos con los mínimos costes. Por ello existen dos factores básicos de “competitividad”: precio y coste. El primero es extrínseco a la empresa: depende del nivel salarial, del precio de la energía o de las materias primas, de las características del mercado, etc., en el país donde se enclava la empresa. El segundo es intrínseco a la empresa: depende de la cualificación de los trabajadores, de su organización, de su nivel tecnológico, etc. Si una empresa, en un país con un precio del trabajo y de la energía dados, es capaz de minimizar costes por la aplicación de una organización o una técnica más eficiente, esa empresa será más “competitiva” que cualquier otra empresa que no cumpla estas condiciones.
Nuevamente, comprobamos que la “competitividad”, como medida de la “productividad” de una empresa, viene dada por su posición relativa con respecto a las demás. Recordemos que en economía sucede siempre así: un precio no es nunca “absoluto”, sino “relativo”. Es indiferente que la moneda local se cuente por 1, 2, 3 ó 4 dígitos, si su valor relativo respecto a otra moneda es el mismo. Es indiferente que una barra de pan valga 1 ó 1000 unidades monetarias, si siempre tiene una equivalencia de 50 gramos de queso. Las medidas de productividad son, igualmente, relativas. Y por ello son calculadas en términos de costes. La eficiencia, en el modo de producción capitalista, no repara en el gasto de recursos, sino en el coste relativo respecto a los competidores.
Pondré un ejemplo. La moderna empresa se caracteriza por gastar una enorme cantidad de energía. En términos absolutos la empresa derrocha energía. Pero en términos relativos perfectamente puede derrochar “menos” energía que su competidora. En ese sentido es más “eficiente” que la competidora. El ejemplo extremo lo constituyen los Estados Unidos: según las estadísticas es el país más competitivo del mundo; sin embargo, es también el más derrochador, pues, con un 5% de la población mundial, gasta el 25% de la energía del planeta. Ello significa, ni más ni menos, que su derroche es “más eficiente”, por lo cual le es más fácil controlar más mercados y vender más productos. Aquí la cualidad (la mayor eficiencia) es más que compensada por la cantidad (la mayor producción). Por lo tanto, los Estados Unidos, siendo los menos derrochadores en términos relativos (por unidad de producción), son los más derrochadores en términos absolutos (como país en conjunto). En el moderno sistema capitalista, tener menos costes (ser menos derrochador en términos relativos) da mayor opción a vender más (ser más derrochador en términos absolutos). (Si a ello le añadimos la circunstancia de que la disminución de los costes relativos reduce los precios y aumenta el consumo, nuevamente se demuestra que lo cuantitativo cuenta más que lo cualitativo.)
En términos agregados, una nación también puede ser estudiada como unidad productiva, puesto que, con una estadística más o menos fiable, es posible comparar (una vez que homogeneizamos datos con el extranjero) su productividad en relación al resto del mundo. Así podemos saber si es más o menos “competitiva”, o “productiva”, que el resto de países.
Ahora analicemos dos países. Supongamos que tienen la misma población activa, que utilicen una misma moneda, que comercien con el exterior bajo unas mismas condiciones, que gasten lo mismo (en unidades monetarias) en inversión, etc. Si su producción difiere, también ha de diferir ese cajón de sastre que antes hemos llamado de diversas maneras: “cualificación”, “nivel técnico”, “competitividad”... Creo que el lector tiene los suficientes elementos de juicio para comprender que en ese “cajón de sastre”, en ese “residuo” entre lo que se produce y lo que se invierte, está comprendido todo lo que habitualmente se engloba dentro del concepto “cambio técnico”.
Así pues, la definición de “cambio técnico” va mucho más allá de lo que comúnmente se entiende por “técnico”. Generalmente, es “técnico” lo que tiene que ver con la “tecnología”: es decir, con el conocimiento, con la ciencia aplicada, con la ingeniería, con los modernos avances en productos de consumo, telecomunicaciones, computadores, métodos productivos... Pero esta interpretación no agota, como vimos al principio de este apartado, lo que significa el concepto “cambio técnico”: cambio técnico es todo aquello que supone una aplicación consciente de la inteligencia de cara a eliminar costes y aumentar la eficiencia en una actividad productiva, del tipo que sea.
Por tanto, el “cambio técnico” (o “tecnológico”) es un paquete donde caben: los avances técnicos propiamente dichos en la tecnología física (maquinaria, instrumentos de precisión, automatización, informática, telecomunicaciones, productos de consumo, telemática, etc.); los nuevos métodos “físicos” de producción; los nuevos métodos “organizativos” de producción; los avances en calidad de vida y salud que mejoran la productividad del trabajo; la preparación y cualificación profesional de los trabajadores (capital humano), etc. El “cambio técnico” es, pues, una medida de la “eficiencia global” de un país, de su productividad (o su competitividad) en relación al resto del mundo.
El cambio técnico sólo puede ser calculado de modo residual. Es imposible estimarlo mediante un cálculo agregado (como cuando se calcula el “valor añadido”, es decir, la producción, de un país en su conjunto). Pero aquí no se agotan los problemas, en relación al cambio técnico. Para comprenderlo, acudamos de nuevo al nivel de una empresa productiva particular.
Supongamos que a una empresa determinada se le aplica, en el tiempo, una cantidad dada de inversión. Si la producción crece de forma proporcional, diremos que la productividad no varía (es constante a escala: el cociente entre la tasa de crecimiento del producto y la de la inversión es uno). Si la producción crece menos que proporcionalmente, diremos que la productividad disminuye (es decreciente a escala: el cociente entre la tasa de crecimiento del producto y la de la inversión es menor que uno). Finalmente, si la producción crece más que proporcionalmente, diremos que la productividad aumenta (es creciente a escala: el cociente entre la tasa de crecimiento del producto y la de la inversión es mayor que uno).
En el apartado anterior ya he hablado de las economías de escala. Entonces decía que el tamaño de una empresa puede hacer variar su rentabilidad. En este momento estudiaremos este concepto (las economías de escala) desde una nueva perspectiva: se trata de entender que el cambio técnico es un maximizador de la eficiencia, un amplificador de la productividad. Cuando introducimos el cambio técnico en una empresa (o en un país) rompemos, a largo plazo, el principio clásico de la disminución de la productividad marginal (de los rendimientos decrecientes), con un stock dado de capital.
Explicaré este punto con un poco más de detalle. David Ricardo había supuesto que un país tiene una cantidad limitada de tierra, y no más. En un principio se emplea la mejor porción (la más productiva) que, al mantener bajo el precio del grano, en puridad no produce una renta importante a su propietario (supongamos que el cultivador está pagando una renta al propietario). La renta, según el esquema de Ricardo, tiene carácter diferencial. Veamos por qué. Cuando aumenta la población, con un nivel técnico limitado, se requieren nuevas tierras de cultivo para alimentar nuevas bocas; así, se explotan tierras menos fértiles, aumenta el precio del grano, y el rentista de las mejores tierras pasa a cobrar un excedente en forma de renta diferencial (en cambio, en la tierra marginal, que es la última que ha sido puesta en explotación, no cabe aún un margen para pagar una renta importante al propietario de esta tierra). El proceso continuará hasta que se agoten las tierras explotables. El rentista de la tierra más fértil recibirá una alta renta en concepto de “renta diferencial”; el de la segunda una renta algo menor; hasta llegar a la última, que no pagará renta. A medida que se cultiven tierras paulatinamente menos fértiles, el precio del grano aumentará. Corolario: en dicha sociedad, caracterizada por un estado estacionario de la técnica, no cabe aumentar la producción si no es mediante una extensión horizontal de la tierra de cultivo.
Ahora contemplemos ese país como un todo. En un primer momento, la productividad es alta (pues se cultivan las mejores tierras), los precios son bajos y la renta diferencial es inexistente. Al final del proceso, la productividad global es muy baja (pues se cultivan las peores tierras), los precios son muy altos y la renta diferencial es máxima. En el intermedio de ese proceso, se ha producido el siguiente fenómeno: de una forma paulatina, pero constante, se ha experimentado una disminución de la productividad de la tierra. Si contemplamos la tierra como un todo, en un primer momento la fuerza de trabajo empleada en las mejores tierras generaba un producto alto, que fue disminuyendo a medida que se fue empleando nueva fuerza de trabajo en una tierra progresivamente de peor calidad. Y, lo que es más importante, hay un límite natural de la productividad dado por la extensión física de la tierra.
Los críticos de la teoría de los rendimientos decrecientes han aducido una importante objeción: como hemos visto, Ricardo no contempló para nada el cambio técnico. Consideró el nivel técnico como un dato dado; la única manera de aumentar la producción era aumentar físicamente la superficie de la tierra y el número de trabajadores. Sin embargo, el cambio técnico permite multiplicar por un factor importante el rendimiento de la producción con una cantidad limitada de tierra o de capital. Esta objeción es fuerte, pero no decisiva: el cambio técnico sólo se puede entender de manera dinámica. En un momento dado, incluso el cambio técnico tiene un límite, que viene dado por la “reserva de capacidad productiva acumulada en un determinado momento”. El “cambio técnico”, ya sea entendido como residuo o como factor multiplicador que aumenta la productividad de un capital dado, se agota cuando la reserva de capacidad productiva se agota. Para incrementar esta reserva es necesario invertir nuevo capital en años sucesivos. Así pues, en el corto plazo, no sólo el capital (máquinas, tierra, o cualquier otro implemento), sino incluso el cambio técnico, son limitados. El cambio técnico crece a medida que se incrementa la inversión en nuevo capital y, por su propia naturaleza, no en la misma medida.
Existen dos maneras de interpretar el concepto “cambio técnico”: extensiva, o intensiva (o bien, horizontal o vertical). La primera interpretación considera que éste crece cuando se incrementa la inversión en capital (en una medida que dependerá del “factor multiplicador”, en concepto de productividad, consustancial a los nuevos avances técnicos). La segunda interpretación mide el avance técnico con un gasto dado de capital: es decir, mide la “profundización” de la productividad, por unidad física o monetaria de capital, que por supuesto ha de ser la misma para cada año y para cada país (de cara a homogeneizar los datos). La primera interpretación ignora el avance “cualitativo” incorporado en el cambio técnico; la segunda lo incorpora al incremento meramente “cuantitativo” del nuevo capital técnico (o humano).
Es decir, el cambio técnico es ese “factor x” del que hablé en un apartado anterior, que multiplica por una constante (en un momento dado) la productividad bruta dada por la incorporación de nuevo capital. Por ello no son equivalentes, en contabilidad nacional, el producto nacional y la agregación de la inversión global. La diferencia, el “residuo”, entre ambas magnitudes, es el “factor x” que se ha venido a llamar “cambio técnico”.
Ahora bien, el cambio técnico es una medida del incremento de la productividad de la inversión global (que es la suma ponderada del empleo y del capital). Es por ello una medida de la eficiencia global, en un año dado; y, a corto plazo, tiene un límite dado por la reserva de capacidad productiva en un año corriente. Esta reserva se divide en dos ítems: 1) la capacidad productiva acumulada (¿no es ello el “trabajo acumulado” de David Ricardo?), y 2) la incorporación de capacidad productiva corriente (es decir, la invertida en el último período en cuestión).
Volviendo al análisis anterior, en un contexto sin cambio técnico (en una sociedad atrasada) es plenamente aplicable el argumento ricardiano de los rendimientos decrecientes. Sin embargo, el cambio técnico confiere al sistema económico un mayor dinamismo que permite, a largo plazo, romper la “maldición malthusiana” del hambre, a medida que la población crece geométricamente (con un aumento aritmético de la producción). El cambio técnico ha sido la clave que ha convertido el malthusianismo (historicamente) en algo obsoleto. (Qué pasará en el futuro, en vista de la creciente explosión demográfica y de los presentes desastres ecológicos, está aún por ver. No es posible todavía encerrar al fantasma de Malthus en el Sheol de los espíritus errantes.)
En el modelo que más adelante estudiaremos, sin embargo, parto de la base de que el análisis a corto plazo se caracteriza por un crecimiento limitado del capital y del producto; es decir, por un stock inelástico de recursos productivos (el largo plazo está representado por el movimiento horizontal de las funciones de productividad a derecha e izquierda de la gráfica). En el corto plazo, el cambio técnico es calculado como el residuo entre el incremento de la productividad (ya sea del capital o del trabajo) y la relación corriente entre el incremento del capital y del trabajo (coeficiente capital/trabajo, si el trabajo es la variable independiente; o trabajo/capital, si el capital técnico es la variable independiente). (Cuando restamos el incremento de la inversión global –que incluye trabajo y capital técnico, debidamente ponderados- del incremento del producto global, obtenemos, como veremos en su momento, la evolución de la eficiencia global.)
Mi modelo difiere en poco, en el corto plazo, del esquema ricardiano, pues en ambos casos los recursos productivos son limitados (y el incremento del producto, así como el de la inversión en nuevo capital técnico, también lo es). Pero a diferencia de aquél, mi esquema comprende un factor inexistente en el de Ricardo: el cambio técnico. Éste recoge los avances técnicos y organizativos incorporados en el capital técnico (las máquinas) y en el capital humano (los trabajadores). Por ello, a largo plazo, es posible incrementar el producto aun con un aumento limitado (o nulo) del capital técnico. (Sin embargo, volvemos a recordar que a corto plazo hay una capacidad productiva limitada, que la productividad tiene pendiente decreciente, y que a largo plazo únicamente puede crecer con la “profundización” de la productividad incorporada en el nuevo capital técnico.)
Así pues, según mi interpretación, el cambio técnico cumple las siguientes características: 1) es medido en términos de incrementos de productividad (o eficiencia); es por ello una medida de la eficiencia global; 2) representa la evolución de la productividad de la inversión global (es decir, la adición ponderada del incremento de la productividad del trabajo y del capital); 3) se calcula de forma residual (por lo que varía con la variación relativa del capital técnico y del trabajo, con un valor dado de crecimiento del producto); 4) a corto plazo (con el capital técnico y el producto como valores dados), representa la reserva de capacidad de producción acumulada en uso en un determinado momento (que, como sabemos, en el corto plazo es limitada), no el valor contable de tal reserva de capacidad de producción; 5) a largo plazo, (con todos los valores variables), crece al ritmo de la nueva capacidad productiva incorporada en el capital técnico y humano corriente (es decir, invertidos en cada período corriente); 6) lo cual no implica que el cambio técnico crezca a la misma tasa que la inversión global corriente (calculada en términos monetarios), puesto que tiene una expresión cualitativa que amplifica la productividad aportada por el nuevo capital. (Hemos de puntualizar que, según nuestro modelo, la fuerza de trabajo es calculada en número de empleados, no en remuneraciones; si se contabilizase de otra forma, incorporaríamos aspectos políticos y coyunturales a un cálculo que ha de ser meramente técnico.)
Finalmente, aunque este punto no lo podemos desarrollar en este momento, el cambio técnico expresa dos aspectos complementarios: 1) en el corto plazo, el grado de uso de la reserva (o stock) de capacidad de producción acumulada (o del “trabajo acumulado”, en términos ricardianos), al cual hemos de añadir la capacidad productiva incorporada en la nueva inversión corriente; 2) a largo plazo, la tendencia de la “eficiencia global”, expresada como la adición ponderada del incremento de la productividad del capital y del trabajo (o como residuo entre la tasa de crecimento del producto y la de la inversión global). En este segundo caso, nuevamente rompemos la maldición del corto plazo ricardiano para elevarnos a las alturas del largo plazo marxista.
¿Qué es la economía factorial?
Puede afirmarse que John Stuart Mill fue el último economista clásico declarado. Es decir, fue el último que se interesó ante todo por las cuestiones referentes a la producción y a la teoría del valor- trabajo. La perspectiva que da el tiempo permite afirmar que la teoría del valor-trabajo es un retoño abortado del análisis económico, pero no lo es, sin embargo, la teoría de la producción, que yo he convenido en llamar “economía factorial”.
Los clásicos buscaban la “quintaesencia” de la economía en un concepto puramente imaginario: dado que las mercancías son producto del trabajo humano, las mercancías están compuestas de trabajo, y sólo de trabajo. Ésto es completamente falso, puesto que las mercancías están compuestas de trabajo y de productividad. Ciertamente, Ricardo trató de introducir el concepto “productividad” con su particular interpretación de “trabajo acumulado” (es decir, el depósito de capacidad de producción acumulado en el capital fijo, que es producto del trabajo anterior). El autor está convencido de que es más fácil hablar de “productividad”: este concepto agota toda la significación de la entelequia que Ricardo denomina “trabajo acumulado” (y por otro lado incluye tanto la productividad del capital acumulado como la del capital corriente).
Así pues, las mercancías se componen de trabajo físico (o intelectual) y de productividad. Grosso modo podríamos decir que el trabajo físico (o intelectual) es el atributo del trabajo, y la productividad lo es del capital (técnico o humano). Considerar que la mercancía se compone tan sólo de trabajo es como afirmar que es posible engendrar un ser humano con tan sólo el óvulo materno.
Partiendo de estas premisas, es más fácil reorientar el curso de la teoría económica desde el sofisma del “valor” hasta su auténtica dimensión de análisis de lo tangible: es decir, de análisis factorial. La teoría del valor-utilidad es otro callejón sin salida: es como tratar de aplicar el “behaviorismo” de Pavlov al ámbito de la economía. Podíamos caricaturizar el significado de la teoría del valor-utilidad diciendo que el valor de un bocadillo viene dado por el número de salivaciones que nos produce antes de comprarlo: si nos produce pocas, su valor es pequeño; si nos produce muchas, su valor es grande (y así sucesivamente, con las fregonas, las máquinas lavadoras o las alpargatas).
Hablando más en serio, creo que se ha construido un imponente sistema (marginalista, utilitarista, o como quiera llamársele) sobre una escuálida premisa: la de que el valor de los productos viene dado por su “utilidad”, o por el “placer” que nos producen. Pues, ¿es que acaso su valor monetario es consecuencia de su utilidad? Recordemos algo tan trivial como la “paradoja del valor”: ¿es menos útil un vaso de agua que un diamante, dándose el caso de que el valor del agua es una fracción minúscula del valor del diamante? Los marginalistas (o utilitaristas) resuelven esta paradoja diciendo que si los diamantes fuesen muy abundantes, y el agua muy escasa, entonces los valores respectivos se invertirían. Pero entonces, ¿el concepto “escasez” no tiene la misma significación que el concepto “trabajo”?, pues algo es escaso cuando “cuesta trabajo” encontrarlo, o explotarlo. Los utilitaristas tratan de resolver su paradoja usando conceptos que en puridad pertenecen a la teoría del valor-trabajo.
(Es poco convincente tratar de justificar su postura diciendo que ellos se refieren a productos escasos para el consumidor: todo producto escaso para el consumidor lo es también para el productor. Incluso es fútil justificar la “paradoja del valor” apelando a la supuesta “belleza” del diamante. ¿Acaso no es bello también el brillo del cristal de roca? Nuevamente, se ha de acudir al argumento de la “rareza” del diamante, con resultados teóricos desastrosos, como hemos visto.)
Tanto la teoría del valor-trabajo como la del valor-utilidad parten de un sofisma; el inveterado error del monismo: es decir, tratar de explicar la pluralidad a través de una única causa. Tales decía que la causa de las cosas era el agua, por lo que todo, incluyendo el fuego, está compuesto de agua. Ricardo decía que la causa de todo es el trabajo. Menger y los utilitaristas decían que la causa de todo es la utilidad (o el placer). Me atrevo a decir que Tales tenía más razón que los otros dos: ¿acaso el agua no representa más del 50% del peso del cuerpo humano? Sin embargo, si Ricardo estuviese en lo cierto, el ser humano aún viviría en las cavernas: construiría sus lascas y sus flechas en el momento preciso de utilizarlas; si acaso, la hoguera de la caverna sería el “trabajo acumulado” de la tribu (pues nadie sabe quién la había encendido; la tribu se limitaría a conservarla). Si Menger tuviera razón, resultaría que los ricos dispodrían de un paladar más exquisito que los descamisados, y su sentido del placer sería más refinado, pues por algo retienen más utilidad en forma de riqueza. (Elaboraciones más sutiles dicen que la utilidad desciende cuando aumenta la riqueza; pero éstas fueron realizadas por almas sensibles que pretendían demostrar las bondades de la imposición progresiva.)
Ruego al lector que disculpe estas licencias humorísticas. Pero a veces sólo mediante la reductio ad absurdum es posible resaltar las inconsistencias teóricas de construcciones pseudocientíficas que, no lo olvidemos, sustentan un aparato socioeconómico firmemente asentado (y que, pienso yo, fomenta la desigualdad, la crisis, la expoliación y el despilfarro).
Creo que es necesario retornar a la esfera de lo factorial, de lo tangible, de lo material, deshaciéndonos de la “ganga” metafísica que representa cualquier teoría del valor. “Valor”, etimológicamente, es una “relación de equivalencia”, y nada más que éso: es decir, un pan vale lo mismo que 50 gramos de queso. “Precio”, por su parte, es su expresión monetaria: un pan vale 120 unidades monetarias. Y punto. No necesitamos preguntarnos si un pan está compuesto de un 60% de trabajo humano y un 40% de plusvalía; o de un 40% de trabajo directo y un 60% de trabajo acumulado; o de un 80% de utilidad y un 20% de relación de intercambio en el juego de la oferta y la demanda. El valor, como este sustantivo indica claramente, es la relación de equivalencia entre un producto y una unidad de medida, que pueden ser pesetas, queso u onzas de oro.
Ahora bien, como dijimos al comenzar este apartado, una buena parte de la economía clásica ciertamente tiene bases más sólidas: su interés por la esfera de la oferta. Adam Smith decía que el precio de un producto viene dado por la adición de trabajo, capital y renta (en relación al juego de la oferta y la demanda); Ricardo decía que la renta es un elemento distorsionador del precio (pues es una remuneración de monopolio, que perturba la libre competencia en el mercado), aunque a pesar de todo orientaba su enfoque a la esfera de la oferta, subrayando el protagonismo del capital. Marx, como Ricardo, subrayaba el protagonismo de uno de los tres factores: el proletariado; y sin disminuir el del capital, resaltaba que éste también emplea un poder de monopolio (la posesión de los medios de producción), que distorsiona el precio de los productos al extraer una plusvalía del trabajador.
Sea como sea, aun con enfoques diferentes, los tres compartían una convicción común: para estudiar la “riqueza de las naciones”, como decía Smith, o la “renta nacional”, como diríamos nosotros, es más práctico acudir a las “fuentes de la riqueza” (es decir, a los factores de producción), antes que a la infinitamente compleja interacción entre la oferta y la demanda.
La pretensión de Walras de sistematizar el equilibrio general (en un precio de equilibrio) es la más pretenciosa de las quimeras. Pues aunque en una fracción de segundo este equilibrio se consiguiera, en la fracción siguiente se destruiría, para crearse otro equilibrio. El mercado es dinámico, y por lo tanto fugaz e inaprehensible. Es difícil, a partir de la “teoría de los juegos”, conocer las reacciones de dos jugadores en una tabla de decisiones (aunque éstos actúen de manera completamente racional). Cuando los jugadores son tres, es casi imposible. ¿Y cuando son millones? Se aducirá que en ese caso hemos de aplicar la llamada “teoría de los grandes números”, que simplifica en gran medida el cálculo. Sin embargo, éste sigue siendo, cuanto menos, poco de fiar. De ahí que hayamos de introducir otra serie de variables: “animal spirits” (instintos irracionales, o estado de ánimo), factores incontrolables (guerras, descubrimientos), etc. De nuevo volvemos al área de lo metafísico. La ciencia y el culto religioso se confunden en uno. Porque, ¿qué si no la fe nos hace confiar en unas previsiones económicas que si aciertan es por pura casualidad?
Volvamos a la esfera de la producción. Ésta, si no inamovible, es estable, pues estamos hablando de stocks: un país tiene tantos habitantes, tantas empresas, con tal potencia instalada, produce tantas piezas de tela o de vino, tiene tal o cual relación de intercambio con el extranjero, y su moneda vale tanto o cuanto en relación a la de un competidor. Éstos son hechos. (Aunque el valor de la moneda no es un stock, suele fluctuar en torno a una banda, por lo que a corto plazo es más o menos predecible; además, el valor de la moneda fluctúa en función de la relación real de intercambio, que viene dada por la “competitividad”, que a su vez viene dada por la productividad, la cual tiene bases reales).
Aquí no necesitamos encontrar quiméricos estados de equilibrio. Si nos centramos en un país, nos basta con valorar cuánto produce, cuánto invierte, qué productividad tiene, y cuánto crece. En función de todo ello, podemos intuir la relación de intercambio y el valor de su moneda, que depende de su “competitividad” en relación al extranjero. Estoy convencido de que, a no mediar causas políticas (rupturas de equilibrio entre las clases sociales), incluso los fenómenos monetarios se sustentan sobre bases reales (esta idea no es mía: fue anticipada por David Hume, durante el siglo XVIII). Creo que, si es cierta la teoría de la “paridad de poder adquisitivo”, en último término la tasa de cambio de las monedas está determinada por los precios relativos, que a su vez están determinados por las productividades de los países. También el “precio del dinero” (es decir, las tasas de interés) mantiene una estrecha relación con la tasa de beneficio “promedio” de la que hablé antes, tal como demostró Keynes. Y todo ello tiene sólidos fundamentos de economía real. Incluso los fenómenos inflacionarios tienen causas reales: como vimos en un apartado anterior, la inflación puede ser tanto de oferta como de demanda, pero en ambos casos está motivada por el estado real de la economía.
La insistencia en el influjo de la “economía monetaria” (la creencia de que la abundancia de moneda influye significativamente en la economía real) es una verdad a medias: la moneda influye en la economía real si el emisor de moneda quiere que influya (si emite más moneda de la necesaria), del mismo modo que existe superproducción de productos cuando los empresarios deciden producir más de la cuenta (en relación a la demanda), o hay excedente de intérpretes de trombón cuando hay más trombones que orquestas. Todo es relativo porque todo está a sujeto a medida, y una de las cosas que, en teoría, hemos aprendido de pequeñitos es que, cuando hay 6 personas y 5 sillas, una de ellas se va a quedar de pie. Esta trivialidad, sin embargo, ha hecho correr mares de tinta, y ahora más que nunca, genera enconadas polémicas.
Ahora volvamos a la esfera de lo tangible, de lo factorial (donde personalmente me siento más cómodo). Mi tesis, que mantendré a lo largo de este trabajo, es que la economía, en cualquiera de sus facetas, tiene bases reales. Con ello no trato de “descorrer el velo monetario”, que según algunos economistas la ocultaría. Creo que David Hume dio una respuesta atinada (compartida en lo fundamental por Marx): la cantidad de dinero “habria de venir” dada por la renta nacional dividida por la velocidad de circulación del dinero. Se me objetará: ¿cómo se calcula la velocidad de circulación del dinero? Mi respuesta: no lo sé. Pero usemos el sentido común: ¿queremos que la velocidad de circulación del dinero sea constante, para evitar que los desajustes monetarios provoquen inflación o deflación? La solución es muy sencilla: hágase crecer el dinero al mismo ritmo que la renta nacional y asunto solucionado (en ese caso, el cociente entre el incremento de la renta y el del dinero sería siempre uno).
(El lector habrá comprobado que uso indistintamente los términos “moneda” y “dinero”. Sé que el “dinero” es mucho más que la moneda o el billete acuñados; pero el lector me disculpará esta licencia.)
Así pues, recapitulemos: he intentado demostrar que tanto la inflación (o la deflación) como los desajustes monetarios, financieros, cambiarios, o de cualquier otro tipo, están íntimamente ligados a la evolución de la renta nacional (y de la productividad global). Por lo tanto, también estos fenómenos están sólidamente anclados en la esfera de la producción, de lo tangible, de lo real. Pasaré ahora a definir lo que entiendo por economía factorial: es la actividad económica desempeñada de forma inmediata (o directa) por los factores de producción (trabajo y capital), antes de impuestos y de transferencias. He de hacer tres observaciones:
1) Considero que la actividad económica ha de ser realizada de una forma directa, por lo que no caben ficciones como “trabajo acumulado”, o “expectación especulativa” (capitalización financiera). El “trabajo acumulado” está depositado en las máquinas, que generan productividad, en un determinado momento, con el concurso del trabajo humano. Así pues, la producción se compone de trabajo humano “vivo” (directo, actual) y de productividad (depósito de capacidad de producción acumulado en las máquinas o en las personas); pero esta producción se realiza de forma inmediata (y dependerá de la inversión relativa, en un momento dado, en capital y en trabajo).
2) Los factores productivos son básicamente tres: trabajo, capital, y recursos naturales. Sin embargo, sólo los dos primeros tienen voluntad. El tercero es inerme. Por lo tanto, hemos de considerar que los recursos naturales, como afirma Walras, también son capital (pues están en manos del capital). Es cierto que también los trabajadores consumen recursos naturales; pero supondremos que es a modo de subsistencia. Es decir, los trabajadores no acumulan, sólo consumen lo que ganan: como diría Sraffa, “los trabajadores gastan lo que ganan y los capitalistas ganan lo que gastan”.
3) No entraré en análisis “políticamente correctos”. No emplearé razonamientos para juzgar la conveniencia o la inconveniencia de la realidad. Me limitaré a describir la realidad tal como es (o al menos, tal como a mí me parece que es). Sólo al final de este trabajo (aplicación de la teoría) expondré mis propias opiniones sobre algunas cuestiones.
En el próximo apartado, presento la terminología fundamental que emplearé con profusión a lo largo de este trabajo. Estoy convencido de que los lectores considerarán cuanto menos chocante el sentido dado a algunos conceptos, empleados convencionalmente de manera muy diferente. Una reflexión ulterior, creo, les convencerá de que un cambio de teoría exige un cambio de vocabulario. Pienso que mi propia terminología se ajusta mejor a mi propio sistema. Queda por ver, únicamente, si mi sistema se ajusta mejor a la realidad. En último término, el lector habrá de juzgar por sí mismo.
Terminología
Nota: nuevamente recuerdo al lector que, por razones de comodidad, cuando hablamos de “incremento de” nos referimos a “la tasa de incremento de”.
Beneficios medios (productividad absoluta): son resultado del ritmo de incremento de la eficiencia global que iguala el ritmo de incremento de la inversión global, con un incremento del producto dado. Su expresión aritmética equivale a la mitad de la tasa de incremento del producto. (Por ejemplo, habiéndose producido un incremento del producto de un 4%, el valor del beneficio medio es de un 2%, pues, con este nivel de incremento del producto, el incremento de la eficiencia global de un 2% se iguala al incremento de la inversión global de un 2%.)
Beneficios totales: son la suma aritmética de los beneficios medios y de la eficiencia global.
Brecha del tiempo: representa el acortamiento del período de vida útil del capital fijo (a causa de un mayor desgaste) cuando un stock de capital, generalmente empleado a un ritmo de producción efectiva (a un nivel normal de uso de su capacidad) trabaja a un ritmo de producción potencial (es decir, al límite de su capacidad de producción).
Cambio técnico: en puridad, es la adición de capacidad productiva incorporada en el nuevo capital técnico, en el nuevo capital humano, en las mejoras organizativas de la producción, o en los avances de la gestión empresarial, que por lo general amplifica la eficiencia global.. Es decir, gracias al cambio técnico, la eficiencia global se incrementa a un ritmo superior al de la inversión global. Es por ello que, en este modelo, los conceptos cambio técnico y eficiencia global son equivalentes.
Coste marginal: es la incorporación de tasas negativas de productividad (a causa de redundancias en el uso del empleo del trabajo, del desgaste acelerado del capital, o de ineficiencias organizativas o técnicas) en la función de costes de una empresa o de un país. Supongamos que el incremento del empleo es la variable independiente y el incremento del capital y del producto son valores dados (análisis a corto plazo), y que el incremento del capital es inferior al del producto (más adelante se explicará el motivo de esta restricción). En ese caso, cuando el incremento del empleo supera el del capital, comienzan a producirse costes marginales. Cuando el incremento del empleo supera el incremento del producto, la productividad del trabajo es negativa (los costes marginales se igualan a los ingresos marginales en dicho punto). Por último, cuando el incremento del empleo llega al nivel en el cual la eficiencia global es cero, los ingresos marginales desaparecen: todo son costes marginales.
Diferencial del capital: en un contexto estático (con valores dados de incremento del producto y del capital fijo) expresa la capacidad de producción añadida en un año corriente por la incorporación relativa de capital técnico y de trabajo (su expresión aritmética es el residuo entre el incremento de la productividad del trabajo y el de la eficiencia global). (El diferencial del trabajo, con un incremento dado del producto y del trabajo, representa, por su parte, el residuo entre el incremento de la productividad del capital y el de la eficiencia global.)
Economía factorial: es la actividad económica desempeñada de forma inmediata (o directa) por los factores de producción (trabajo y capital), antes de impuestos y de transferencias.
Eficiencia global (o productividad global): A corto plazo (con el trabajo como variable independiente y con el capital y el producto como valores dados), representa la reserva de capacidad de producción acumulada (es decir, no corriente) en uso en un momento dado, en función de la evolución del empleo. A largo plazo (con todos los valores variables), es el residuo entre el incremento del producto global y el incremento de la inversión global (aunque también se puede calcular agregando las productividades ponderadas del capital y del trabajo). Es una medida de la eficiencia de una empresa o un país en relación a sus competidores.
Frontera de posibilidades de producción: es el límite de capacidad de producción resultante de sumar la reserva de capacidad de producción disponible en un momento dado, y la inversión corriente en capital y trabajo.
Ingresos marginales: es la incorporación de tasas positivas de productividad en la función de costes de la empresa. En un análisis a corto plazo (si el empleo es la variable independiente, con capital y producto como valores dados) esta función tiene pendiente decreciente. El límite de los ingresos marginales se encuentra (cuando el capital crece a un ritmo inferior al del producto) en el punto en el que la eficiencia global es cero (en ese punto, se agota la reserva de capacidad productiva acumulada).
Inversión global: es la agregación ponderada del incremento del empleo y del capital técnico en un año corriente.
Nivel de desempleo tecnológico: es el nivel mínimo de empleo, en el punto de reversión de fase (en la fase recesiva del ciclo). A partir de este punto, los niveles de empleo vuelven a aumentar.
Nivel de empleo natural: es el nivel máximo de empleo, en el punto donde la productividad del trabajo es cero (su mínimo razonable), y los costes marginales se igualan a los ingresos marginales (recordemos que, según los neoclásicos, cuando se igualan ingresos y costes marginales los beneficios se maximizan).
Optimum optimorum: es el locus donde el incremento de ambos factores productivos (capital y trabajo) se iguala al incremento de la productividad del trabajo. Es decir, es el punto donde el punto óptimo coincide con el punto de beneficios medios. En este locus: 1) el mercado de bienes de consumo y de inversión crecen a un mismo ritmo; y 2) la productividad del trabajo crece al mismo ritmo que el empleo.
Producción efectiva: representa la reserva de capacidad de producción empleada a un ritmo normal (generalmente inferior al ritmo de máximo uso de la capacidad productiva).
Producción potencial: representa el máximo nivel de producto dado por la reserva de capacidad de producción disponible en un momento dado (es decir, cuando se emplea el 100% de esta capacidad). Esta reserva varía (a largo plazo) en función de la inversión relativa en capital y en trabajo, pues generalmente el capital técnico corriente sustituye el stock de capacidad productiva redundante u obsoleto.
Productividad aparente: incremento positivo de la productividad del trabajo con destrucción neta de empleo.
Productividad estable: incremento de la productividad del trabajo mantenido estable en el tiempo, independientemente de la variación relativa del capital y del trabajo, o del incremento de la inversión y del producto.
Productividad marginal: generalmente este concepto expresa que, a corto plazo (es decir, con una capacidad productiva y un nivel técnico dados), cuando se incrementa el empleo, el producto crece menos que proporcionalmente. Se sobreentiende que a corto plazo el capital técnico no puede crecer significativamente; de ahí que la productividad del trabajo tienda a decrecer cuando el empleo se incrementa a corto plazo. Aritméticamente es el cociente entre el producto marginal y la inversión marginal.
Productividad negativa: incremento negativo de la productividad.
Productividad real: incremento positivo de la productividad con creación neta de empleo.
Productividad relativa: representa el valor absoluto de los beneficios medios (productividad absoluta) con signo negativo. En definitiva, expresa el valor de la eficiencia global que, añadido al de los beneficios medios, da un producto cero. Representa el mecanismo disparador que produce un cambio de fase del ciclo económico (punto de reversión de fase).
Productividad del trabajo: es el producto por trabajador. En este modelo está calculada restando el ritmo de incremento del empleo del ritmo de incremento del producto, con el empleo como variable independiente, y con el producto y el capital como valores constantes.
Punto óptimo: es el locus donde la tasa de incremento del factor variable (por ejemplo, el empleo) se iguala a la del factor constante (por ejemplo, el capital). En este locus el mercado de bienes de consumo (expresado como una función del incremento corriente del empleo) crece al mismo ritmo que el mercado de bienes de producción (expresado como una función del incremento corriente de la inversión en bienes de capital).
Punto de reversión de fase: es el punto donde los beneficios medios se anulan, pues la suma de beneficios medios y de eficiencia global (beneficios totales) da cero. En este punto se produce un cambio de fase del ciclo económico.
El cambio tecnológico es un residuo
El incremento de la producción corriente de un país (renta, desde el punto de vista monetario, o producto, desde el punto de vista físico) tiene dos fuentes: 1) el incremento de la inversión en un año corriente y 2) el de la productividad global, obtenido, en un año corriente, con el capital (técnico y humano) acumulado. O, expresado de forma alternativa, el incremento de la productividad global es el residuo entre el incremento de la producción corriente y el de la inversión corriente; o bien: el incremento de la productividad global es el rendimiento que se extrae de un capital (técnico o humano) acumulado, en un año dado.
Como expresa la noción “rodeo productivo”, de Böhm-Bawerk (que afirma que un capital es más productivo mientras más se alarga el proceso de producción), el rendimiento será mayor cuando el capital acumulado sea grande, y menor cuando el capital acumulado sea pequeño, porque el capital acumulado incorpora una determinada capacidad de producción (es un depósito de capacidad de producción), que varía en función del nivel técnico incorporado en él. Es decir: el incremento de la productividad global deriva del cambio tecnológico incorporado en el capital acumulado.
Expresaré lo dicho con un ejemplo: imaginemos una tribu primitiva que subsiste de la caza y de la recolección de alimentos. Imaginemos que estas fuentes de alimentación sean inagotables y estables en el tiempo. A esta tribu primitiva no le resulta necesario mantener una casta de “constructores de herramientas” en activo: le basta con que cada cual se construya sus propias armas o herramientas, que ni siquiera son transportadas cuando la tribu se desplaza; estos implementos se fabrican in situ en cada asentamiento. Ello es así porque los miembros de esta supuesta tribu no acumulan, sino que consumen su producto en el momento de producirlo (entendemos como producto de su esfuerzo las piezas cazadas o los tubérculos recogidos de la tierra, en el momento en que los necesitan).
Evidentemente, ésta es una abstracción ideal, puesto que en un sistema tan primitivo de producción existe un límite reproductivo que viene dado por la explotación extensiva del medio; es decir: esta tribu estará sujeta a determinadas restricciones demográficas y ecológicas, y muy posiblemente entrará en conflicto con otras tribus que le disputen el territorio. Su explotación extensiva hace inviable tanto la acumulación y el acopio (o almacenamiento) de recursos, como el crecimiento vegetativo más allá de un determinado límite ecológico.
En dicha tribu la productividad global es muy baja, pues la capacidad de producción acumulada en sus implementos es muy limitada (recordemos que los útiles y armas se construyen en el momento de ser usados, y no se preservan durante largos períodos). El horizonte temporal de dicha economía es siempre el corto plazo. Cuando se produce una ruptura del equilibrio ecológico, un incremento desmesurado de la natalidad, o una variación catastrófica del clima, la población de esta supuesta tribu tiene que adaptarse al nuevo nicho ecológico mediante una reducción drástica de sus efectivos, si no quiere perecer.
Ahora supongamos que, tal como indica Adam Smith, esta tribu inicie unas incipientes transformaciones en la producción y en la distribución del producto. Estos cambios los podemos reducir a dos: 1) la creación de una casta especializada de artesanos (que fabrican herramientas) y 2) el intercambio a larga distancia, con tribus especializadas en la producción de otros bienes no disponibles en el nicho ecológico de la tribu en cuestión (o bien, que se han especializado en ellos a cambio de productos suministrados por nuestra tribu, en un caso ricardiano de “ventajas comparativas”).
Supongamos que este intercambio sea del tipo “ciervos por castores”, o bien “arcos por pedernales”. En el primer caso, la especialización en la explotación de un determinado producto (ciervos, o bien castores), permite al cazador mejorar su rendimiento al concentrar su esfuerzo en una especie que conoce mejor, y al evitar los tiempos muertos producidos por el cambio de actividad (se supone que se necesita un período de concentración y adaptación para pasar de una actividad a otra). En el segundo caso, se produce un avance en el grado evolutivo de la especialización, pues además de la diferenciación existente entre la casta de los cazadores y la de los artesanos, hay que añadir la existente dentro de la casta de los artesanos (por otro lado, el razonamiento sobre la “especialización” dentro de la casta de los artesanos es el mismo que el expresado acerca de los cazadores).
Pero tal como dije anteriormente, a esta transformación en la esfera de la producción, hay que añadir un cambio no menos importante en la esfera de la distribución: la creación de una tercera casta, la de los “comerciantes”, es la que expresa un grado más avanzado de especialización del trabajo. Así pues, en nuestra tribu tenemos tres castas: los cazadores, los artesanos y los comerciantes. ¿En qué grado de desarrollo técnico se encuentra ésta? Grosso modo, podríamos afirmar, si la contemplamos desde el punto de vista tecnológico, que se encuentra en una etapa de desarrollo Magdaleniense, es decir, la que produjo las maravillas de Altamira y Lascaux, así como buriles, raspadores, agujas, hachas y otras herramientas que constituyen el grado de perfeccionamiento lítico más avanzado previo al Neolítico (es decir, al descubrimiento de la agricultura, la ganadería, la cerámica y el tejido).
Aquí nuestra tribu ha sufrido un cambio drástico. Tenemos una casta de “especialistas” (brujos y chamanes, artesanos de la piedra y del hueso, constructores de armas, cazadores, comerciantes, etc.) que proveen a la tribu de los bienes necesarios; tenemos intercambios a larga distancia atestiguados por la localización de piedras y otros objetos (conchas, por ejemplo) a miles de kilómetros de distancia de sus puntos de extracción. Sin embargo, si bien el rendimiento del trabajo ha aumentado, la productividad es aún baja. Si es cierto que posiblemente los implementos se conservan durante largas temporadas (ya no son producidos, de forma tosca, para su uso inmediato), y que se acarrean con la tribu (ya no son abandonados cuando la tribu se desplaza), aún no se ha llegado a un nivel acumulativo que permita romper el límite demográfico impuesto por el nicho ecológico; si bien, sin duda, este límite se habrá alejado un tanto.
Para que ésto ocurra, es necesario avanzar un paso más: se requiere almacenar el producto durante largos períodos de tiempo (hacer acopio, o acumular), lo que implica nuevos avances técnicos y nuevos implementos: cerámica, salazón o ahumado de la carne y del pescado, creación de silos, invención de la agricultura y la ganadería. Estos avances suponen, como es bien sabido, la sedentarización de la población. Por su parte, la invención del metal de aleación vino acompañada de las primeras culturas urbanas. Como vemos, esta evolución supone un alejamiento cada vez más considerable del límite demográfico (un crecimiento de la población) y una extensión y una diversificación cada vez más acentuada de la especialización productiva, si entendemos el concepto “producción” en su sentido laxo (es decir, si consideramos que es “productiva” toda actividad útil: tanto la transformación del material en bruto, como la distribución, como la organización burocrática de la producción).
Este repaso somero (e hipotético) me permite entrar más a fondo en un aspecto clave: el incremento de la productividad global (la eficiencia global) es equivalente al cambio tecnológico, porque aquél incorpora el cambio tecnológico. El incremento de la productividad global es el residuo entre el incremento del producto global y el de la inversión global; y esta última, así como el deposito de capacidad acumulada de producción al que se añade, tiene un nivel tecnológico incorporado. En definitiva, “incremento de la productividad global” y “cambio tecnológico” son sinónimos, y este último tiene carácter residual.
Volvamos a nuestro ejemplo histórico: ¿de dónde proviene el aumento del producto global y, por ende (con un aumento determinado de la población a largo plazo), de la productividad global? Indudablemente de la eficiencia técnica incorporada en los nuevos implementos y en los nuevos métodos productivos. ¿Y cuál es el origen de este avance técnico? Indudablemente, la especialización de los agentes productivos en ramas muy concretas de la producción, lo que les permitió prestar mayor atención a los métodos productivos, e idear a largo plazo nuevos avances técnicos para mejorar sus prestaciones.
El alargamiento del proceso productivo (el incremento del período de tiempo necesario entre el inicio del proceso productivo y la obtención del producto final) multiplica por un “factor x” (expresado por el cambio tecnológico) el rendimiento del esfuerzo inversor. Es decir, explica que entre el incremento del producto final y el del esfuerzo inversor exista un residuo, como resultado del avance técnico incorporado en el proceso productivo (el cociente entre el incremento del producto y el de la inversión es mayor que uno). Este residuo es el que diferencia una sociedad primitiva, con procesos productivos cortos, la cual obtiene un producto proporcional al esfuerzo realizado, de una sociedad progresiva, que amplifica, mediante el cambio tecnológico, el rendimiento de su esfuerzo inversor.
Con esta disertación creo haber demostrado que el incremento del producto está conformado, por un lado, por el de la inversión corriente, y por otro lado, por el de la productividad global (o bien, por el incremento de la inversión corriente y por el cambio técnico). O lo que es lo mismo, que el cambio técnico es el residuo entre el incremento del producto global y el de la inversión corriente.
Desde otro punto de vista, grosso modo, el producto global se suele interpretar como la adición de consumo y de inversión (o bien, entendiendo que inversión es igual a ahorro, de consumo y ahorro). Ésta es la asunción básica de la teoría de los macroagregados económicos, si obviamos el sector público y el comercio exterior.
Esta asunción no entra en contradicción con la primera (que afirma que el incremento del producto global es el resultado de la adición del incremento de la inversión y el de la productividad global). Una (la primera) se refiere al producto desde la óptica de las fuentes de la producción, y tiene carácter dinámico; la otra (la segunda) se refiere al producto desde la óptica de su distribución, y tiene carácter estático. Y desde este punto de vista podemos interpretarlo como “renta” (que será “neta” si sustraemos la parte de este producto que reemplaza el capital exhausto u obsoleto).
Mi interpretación, como señalé en un apartado anterior, se interesa por las fuentes de la producción: contempla la producción desde una perspectiva factorial y dinámica. En cambio, la interpretación que contempla el producto desde la perspectiva de la distribución se interesa ante todo por su reparto: qué parte del producto (en su expresión monetaria, o renta) se destina al consumo de bienes corrientes, y qué parte se destina al consumo de bienes de capital; o bien, qué parte se consume, y qué parte se ahorra o acumula.
Aquí entramos en un dilema. ¿Cómo se distribuye el producto global: en función de la ponderación dada a la participación de los factores productivos en el proceso productivo, o en función de la posición de fuerza de cada factor (de su poder monopólico) en el contexto del mercado capitalista? Hemos de entender que el primer caso supondría una atribución “técnica” de la renta entre el trabajo y el capital, y que el segundo caso representaría una atribución “política” de la renta entre los factores productivos (en último término, la política dirime las disputas concernientes a los juegos de fuerzas y poderes relativos entre las partes).
En este modelo voy a realizar una asunción, que ciertamente es objetable: consideraré que el reparto del producto (o de la renta, en su expresión monetaria) se fundamenta en una atribución “técnica”, no “política”, de los esfuerzos relativos del capital y del trabajo en la producción. Intentaré evitar cualquier noción que vicie en origen los resultados de este modelo (para poner un ejemplo, el incremento de la inversión en fuerza de trabajo se expresa como el crecimiento de los efectivos humanos empleados productivamente, no como el de las remuneraciones, porque esta última expresión tiene una fuerte carga “política”, que vicia el cálculo meramente “técnico” del modelo). Tengo la esperanza de que el lector hará el esfuerzo de desligar, por unos instantes, sus particulares credos o idearios políticos del análisis que le propongo.
Esta asunción no pretende ser “políticamente neutra”. Es únicamente un recurso exploratorio. El autor ha constatado que de algún modo es necesaria una base firme sobre la que trabajar, y las circunstancias políticas ad hoc no son ese soporte necesario. Pensar que cabe establecer generalizaciones científicas a partir de postulados políticos parciales o coyunturales es una tarea inviable: si se consiguen resultados verificables, serán fácilmente tachados de parciales y viciados políticamente; si no lo consiguen, se desacreditarán por sí mismos. En cambio, si se emplean asunciones técnicas (es decir, basadas en datos “técnicos”, tangibles, contrastables, verificables, o como se quieran denominar), se podrá viciar “políticamente” el análisis (se podrá considerar “acomodaticio”, conservador, etc.), pero no se podrá desacreditar su elaboración “técnica”. Por ello, considero “técnico” cualquier dato que es estadísticamente contrastable, preferentemente si no está viciado por circunstancias coyunturales o por disputas políticas; de este modo, el reparto de la renta entre los factores es un dato técnico, como lo es el incremento del número de trabajadores en activo y el incremento del capital técnico.
Desde este punto de vista, la atribución de la renta entre los factores productivos, implícitamente, indicaría la participación relativa del capital y del trabajo en el proceso productivo. La renta destinada al capital remuneraría la participación del capital en la producción: su inversión (o ahorro) corriente, y el producto dado por la capacidad productiva acumulada. La renta destinada al trabajo remuneraría la participación del trabajo en la producción: el trabajo directo y la acumulación de saberes, experiencias y pericias reunidas en el trabajador (su capital humano). Así, grosso modo, podemos afirmar que la renta destinada al capital remunera la productividad (de la inversión corriente y del capital técnico acumulado) y que la destinada al trabajo remunera el trabajo directo aplicado (que viene en buena parte dado por el capital humano incorporado en el trabajador).
(Para ilustración y solaz del lector diré que Charles Fourier consideraba que el reparto óptimo de la renta en sus utópicos falansterios debería ser como sigue: 4/12 para el capital, 5/12 para el trabajo, y el resto para la dirección técnico-científica. Este reparto no se fundamenta en criterios técnicos, por supuesto, sino en criterios estrictamente políticos.)
En términos marginalistas, podríamos considerar que los factores productivos tienen una remuneración proporcional a su respectiva contribución marginal en el proceso de producción; y que su expresión cuantitativa sería la porción de la renta que va destinada a cada uno de los factores. Es evidente que en este reparto cuentan también otro tipo de aspectos (políticos, coyunturales, demográficos); pero a largo plazo está demostrado que el reparto es bastante estable, y que en caso de producirse modificaciones éstas son extremadamente lentas. Por ello consideraremos que el reparto de la renta entre el capital y el trabajo es un dato técnico.
De momento este modelo parte de las siguientes suposiciones: 1) desde el punto de vista de las fuentes de incremento de la renta, cabe atribuir el incremento del producto al incremento de la inversión y de la productividad global; 2) desde el punto de vista del reparto de la renta, cabe desligar el producto entre el que va destinado al capital y aquél que va destinado al trabajo; y 3) cabe ponderar este reparto tomando como un dato “técnico” la parte relativa del producto que remunera a cada factor de producción. Con estas asunciones comprobaremos si el modelo es verificable o contrastable estadísticamente (con resultados positivos); y sobre todo si su implementación se ajusta a la lógica intuitiva de los fenómenos económicos (si es asumible por el “sentido común” de una persona práctica).
Si nos centramos en un enfoque estrictamente factorial tenemos que la inversión corriente (global) y la productividad global no son entidades irreducibles, sino que forman agregados: 1) la inversión corriente (global) se descompone en inversión en trabajo y en capital; 2) la productividad global se conforma con la agregación de la productividad del trabajo y del capital técnico.
Pero de nada nos sirve el conocimiento concreto de la productividad (en términos absolutos) si no la relacionamos con un baremo (del mismo modo que poco nos dice el concepto “grande” si no especificamos con qué unidad de medida lo comparamos: una barra de pan es grande en relación a una hormiga y pequeña en relación a una persona). Así, la productividad del trabajo (en términos monetarios agregados: cuando hablamos, por ejemplo, de una productividad laboral equivalente a 10 millones de um. por trabajador) poco nos dice si no la baremamos en el espacio (esta productividad será pequeña en comparación con un país donde la productividad del trabajo sea 20 millones de um. por trabajador) o en el tiempo (si, por poner un caso, el año anterior, la productividad fue de 9,1 millones de um. por trabajador, es evidente que se ha producido un incremento del 10 por ciento en la productividad del trabajo).
Es esta última expresión (la productividad en relación al tiempo) la que más nos interesa. Sería el equivalente de la ponderación del valor de un producto en relación a un baremo que sirve de unidad de medida. En el caso de la productividad, este baremo sería el valor de la productividad en el año anterior, o en un año base, entendiendo el término “productividad” como la relación simple entre producto e inversión; que, por supuesto, podemos desglosar entre inversión en capital e inversión en trabajo.
En definitiva, para efectuar un análisis factorial: 1) tenemos que desglosar la inversión y la productividad en sus factores constituyentes (capital y trabajo); 2) tenemos que conocer la parte relativa del producto que remunera a cada factor productivo; y 3) tenemos que conocer los ritmos de incremento de la renta, de la inversión y de la productividad en relación a un año base (que puede ser el año anterior, o cualquier otro año) para poder baremar su evolución temporal.
Con todos estos elementos se obtiene lo que los economistas denominan “contabilidad del crecimiento”, sencilla fórmula establecida por Robert Solow, y que pretende “estimar” el residuo entre el incremento del producto agregado y el de la inversión agregada, generalmente en largos períodos. Sin embargo, el autor considera que esta fórmula es también aplicable en períodos cortos y regulares, como intentará demostrar a lo largo de todo este trabajo. Su formulación matemática se expresa como sigue:
Q=xK+(1-x)L+CT (1)
Siendo:
Q= tasa de incremento del producto (=renta) en un período dado
K= tasa de incremento del capital técnico en un período dado
L= tasa de incremento del empleo en un período dado
x= porcentaje de la renta que remunera al capital
(1-x)= porcentaje de la renta que remunera al trabajo
CT= cambio técnico, expresión del incremento de la productividad global (o de la eficiencia global)
Hemos de entender que, por comodidad, en todo momento nos referiremos a tasas de incremento de las variables. En los escasos momentos en que consideramos cifras absolutas utilizaremos mayúsculas subrayadas (X).
En España la renta bruta se reparte, aproximadamente, entre un 50% para el capital y un 50% para el trabajo; la renta neta (de reemplazamiento del capital exhausto y obsoleto) se reparte, aproximadamente, entre un 40% para el capital, y un 60% para el trabajo. Es esta última cantidad la que nos interesa, puesto que es la renta neta la que se emplea convencionalmente para estudiar el reparto del producto entre los factores productivos.
La productividad del trabajo es la productividad del corto plazo
En el corto plazo el stock de capital técnico se mantiene invariable o sufre modificaciones poco relevantes. En cambio, el empleo de fuerza de trabajo o de materias primas puede sufrir variaciones importantes. Por ello, en el corto plazo, la productividad del trabajo es la variable estrella.
Para entender este punto, volvamos al ámbito de la economía real. Supongamos que en nuestras manos está la gestión de una empresa, y disponemos de un determinado equipo productivo. Por nuestras manos pasan unos capitales que, según el esquema marxista D-M-D (Dinero que compra Mercancías, que son transformadas y convertidas nuevamente en Dinero), retornan aumentados en forma de más capitales con su correspondiente rendimiento. El capital productivo (es decir, no financiero) dispone de unos equipamientos, unos implementos productivos y un know-how acumulado. Esta infraestructura, cuando el negocio está en marcha, no es flor de un día, sino que es producto de la acumulación de capitales durante largos períodos.
Es decir, a corto plazo, el crecimiento corriente del capital productivo es una fracción reducida del stock total del capital, producto de la inversión en años anteriores. Ello es así a pesar de que, como vimos en un apartado anterior, la inversión en capital técnico (en términos monetarios) sigue un comportamiento volátil de un año para otro, dado que los capitales retenidos son invertidos cuando existen mejores oportunidades de negocio. Pero a corto plazo podemos considerar que, en promedio, el capital técnico (neto de reemplazamiento de capital exhausto u obsoleto) tiene un incremento moderado.
¿En qué baso esta suposición? Como ya adverti anteriormente, el nuevo capital técnico incorpora nueva tecnología, que a su vez incrementa el rendimiento de dicho capital. Hasta el punto de que si, en términos monetarios (neto de reemplazamiento de capital exhausto u obsoleto), el capital técnico no se incrementara, muy probablemente su rentabilidad (en términos de productividad del trabajo) sí lo haría, dadas las mejoras técnicas incorporadas en el nuevo capital físico.
Los incrementos sustanciales de capital físico, muchas veces ligados a infraestructuras o a renovaciones radicales de la maquinaria, se producen generalmente en momentos expansivos. En momentos recesivos, sin embargo, se producen incrementos negativos del capital, sin que, como demuestran las estadísticas, se resienta la productividad del trabajo.
En términos estrictamente teóricos, podemos suponer que, a largo plazo, el capital técnico experimenta un incremento inferior al de la renta, puesto que en caso contrario la evolución de la productividad del capital tendría signo negativo. Y podemos suponer asimismo que, a corto plazo, el incremento del capital es el promedio del de los años anteriores. Así, en este modelo, a corto plazo, el incremento del capital: 1) es constante (igual al promedio de los años anteriores) y 2) es inferior al incremento de la renta.
Asimismo, en este modelo, a corto plazo, la renta experimenta un incremento constante, a un ritmo dado por el promedio de los años anteriores. Así pues, tenemos dos valores dados (incremento del capital técnico y de la renta) y otro variable (incremento del empleo).
¿Por qué considerar variable a corto plazo el valor trabajo? En economía neoclásica se considera “corto plazo” el período de tiempo en el que no se produce un incremento significativo del stock de capital técnico (o físico), y sí en cambio un incremento del empleo (y de las materias primas); y, a su vez, se considera “largo plazo” el período de tiempo en el que se produce un incremento significativo tanto del capital técnico como del empleo (por ejemplo, al ritmo del crecimiento vegetativo). Considero que ésta es una buena base de partida.
En este modelo la variación de capital técnico corriente se mide en unidades monetarias, y la del trabajo en personas empleadas. El stock de capital técnico, stricto sensu, sufre una variación anual igual al balance entre el capital dado de baja, en términos de potencia, y el capital que entra en funcionamiento en el año corriente. Y esta variación, grosso modo, se expresa en la capacidad productiva incorporada en el nuevo capital técnico, que únicamente puede ser medida en unidades de potencia. De forma similar, el stock de fuerza de trabajo varía anualmente con el saldo entre las incorporaciones y las bajas de trabajadores.
Como es imposible conocer tanto la capacidad productiva total en unidades de potencia, como la capacidad calculada en unidades monetarias, la variación del capital técnico se calcula estimando el incremento de la inversión monetaria en nuevo capital técnico del año corriente respecto al año anterior. En términos estadísticos, se expresa como la variación anual de la Formación Bruta de Capital Fijo (que será neta cuando se reste la parte que está destinada al reemplazamiento del capital exhausto u obsoleto).
Es decir, la variación de la inversión en capital técnico no tiene en cuenta la incorporación de nueva capacidad productiva (en unidades de potencia) en el stock de capital acumulado, sino su incremento corriente (en unidades monetarias). En este sentido, en el corto plazo, podemos considerar al capital técnico como un stock con un incremento corriente poco significativo, y al empleo como un flujo con un incremento anual, respecto a los efectivos totales, que puede llegar a ser sensible. Sólo a largo plazo el stock de capital técnico, medido en unidades de potencia, puede sufrir variaciones importantes.
La inversión corriente en capital técnico se añade a un stock previo de capital acumulado. Podemos considerar “reserva de capital acumulado” al stock de capital preexistente antes de la incorporación corriente de nuevo capital técnico. O, en términos de productividad, a la reserva de capacidad de producción acumulada en el capital técnico preexistente antes de la incorporación del capital técnico corriente, en un año dado. Evidentemente es imposible desligar, en un año corriente, qué parte del incremento de la productividad global deriva de la reserva previa de capital acumulado, y qué parte deriva de la incorporación de capital técnico corriente; y, por extensión, qué porción del incremento de la productividad global es atribuible a la reserva de capacidad de producción acumulada, y qué parte es atribuible a la capacidad de producción incorporada en el nuevo capital técnico. Como veremos después, ello tiene importantes implicaciones por lo que se refiere al análisis de la productividad del trabajo.
En el presente modelo, a corto plazo, doy como dado el incremento de la renta y el del capital técnico (en unidades monetarias), y como variable, en función de la coyuntura, el incremento del empleo (y de las materias primas). Con estas premisas, tenemos el típico caso ricardiano de rendimientos decrecientes, en el que la reserva de capacidad productiva (tanto la corriente como la acumulada) es limitada. Pero vuelvo a recordar que, a largo plazo, a diferencia del modelo ricardiano, no es necesario acudir a un incremento “extensivo” del capital técnico para incrementar la productividad, sino que basta con aplicar un incremento “intensivo” (una profundización de la productividad, con un capital, en términos monetarios, dado).
Ahora sólo queda dilucidar por qué, en el corto plazo, es más “significativa” la productividad del trabajo que la productividad del capital, o que la productividad global. Ello es así porque la evolución del empleo sigue pautas moderadas y procíclicas (varía en relación directa al momento coyuntural del ciclo), mientras que la inversión en capital (en términos monetarios), aunque tiene también una evolución procíclica, experimenta variaciones espasmódicas de un año para otro. A su vez, la evolución de la productividad del trabajo suele tener siempre signo positivo, aunque es anticíclica (crece más en momentos de crisis, y menos en momentos de auge), mientras que la evolución de la productividad del capital tiene un signo tan volátil (aunque con evolución anticíclica) como la del capital en sí. Y como por lo general el signo de la tasa de incremento de la productividad del capital (como veremos posteriormente) arrastra el de la productividad global, también esta última tiene una evolución volátil.
Así pues, el incremento de la productividad del trabajo nos indica la evolución tendencial, a largo plazo, neta de variaciones espasmódicas coyunturales, del ciclo de negocios. La evolución de la productividad del trabajo es el indicador básico empleado por los directores de empresas, y también por los economistas. Incluso las “escalas móviles”, que guían los incrementos salariales, tienen en cuenta este dato, además del de la evolución de los precios. El concepto “competitividad” descansa sobre la “productividad del trabajo”: la comparación de la productividad del trabajo entre países competidores es la clave que señala a los economistas si un país es más o menos competitivo; la evolución de los salarios en relación a la productividad del trabajo es la clave que indica si un país está perdiendo o ganando “competitividad”, o si acumula o no lo suficiente para incrementar su “competitividad” futura. Esta variable, por último, guía las decisiones empresariales: induce a los empresarios a disminuir los precios o bien a aumentar su margen de beneficios.
Por estas consideraciones (y por otras que sería prolijo explicar), la productividad del trabajo es una variable importante. ¿Pero por qué especialmente en el corto plazo? Porque, como dije en su momento, los salarios se determinan en el corto plazo, y la evolución del empleo es significativa en el corto plazo (mientras que, por lo general, la de la inversión en capital, en relación al stock total de capital, no lo es); y, fundamentalmente, porque, como dije antes, por definición en el corto plazo el capital técnico está dado (o sufre un incremento poco substancial); si no fuese así entraríamos en el ámbito del largo plazo. Es decir, grosso modo, la productividad del trabajo es la variable que mide la productividad en el corto plazo.
La productividad del trabajo es el cociente entre la producción corriente y el empleo corriente, en un momento dado. Su evolución en el tiempo viene dada por el período considerado (3 meses, 6 meses, un año). Pero cuando superamos el período del año natural entramos en el ámbito del largo plazo. Y a largo plazo, como sabemos, varía significativamente tanto el stock de capital físico como el empleo. En este caso, la evolución de la productividad del trabajo no nos sirve: hemos de calcular la evolución de la productividad global (en la cual tanto el capital técnico como el empleo son valores variables). Éste es un punto que desarrollaré más adelante. De momento, nos centraremos en estudiar la fórmula de la evolución de la productividad del trabajo.
La tasa de crecimiento de la productividad del trabajo, a corto plazo, es un residuo entre la tasa de crecimiento de la renta y la del empleo, con un incremento dado de la renta y del capital técnico. Como he reseñado anteriormente, esta manera de calcular la productividad del trabajo supone, en el corto plazo, un caso ricardiano de rendimientos decrecientes, con una capacidad inelástica de producción, dada por la agregación de la inversión corriente y de la capacidad productiva acumulada. La fórmula del incremento de la productividad del trabajo, a partir de la expresión (1), es la siguiente:
Q-L=x(K-L)+CT (2)
Q-L expresa que la tasa de incremento de la “productividad del trabajo” (Q/L), en un período dado, es un residuo entre la tasa de incremento del “producto” (Q) y la del “trabajo” (L). Esta expresión nos da el signo y el valor del incremento relativo de la productividad del trabajo en este período.
¿Pero qué expresa x(K-L)? K-L representa la evolución de la variable que en economía se ha venido a llamar “coeficiente capital/trabajo” (K/L), equivalente, grosso modo, al concepto marxista denominado “composición orgánica del capital”. Este coeficiente permite conocer la variación del grado de “capitalización” de la economía (y, por extensión, de su nivel de “tecnificación”). Sin embargo, nuevamente, hemos de recordar que no podemos confundir la capitalización “extensiva” (dada por el incremento cuantitativo del capital) con la capitalización “intensiva” (dada por el aumento cualitativo de la productividad del capital, expresada esta última en términos monetarios).
Por su parte, como sabemos, x representa el porcentaje de la renta que remunera al capital. Todo en conjunto, es decir, la expresión x(K-L), lo he denominado “diferencial del capital”. El diferencial del capital es el primer componente básico de la evolución de la productividad del trabajo, y representa el incremento de la productividad del trabajo resultante de la capacidad productiva añadida, en un año corriente, por la incorporación relativa de capital y trabajo (ponderada por la fracción de la renta corriente que remunera al capital).
El otro componente básico del incremento de la productividad del trabajo, a corto plazo, es la evolución de la productividad global, que como sabemos es la suma ponderada del incremento de la productividad del capital (valor dado) y de la del trabajo (valor variable). Es decir:
Q-I=x(Q-K)+(1-x)(Q-L)=CT (3)
En definitiva, la productividad del trabajo se puede expresar como sigue:
Q-L=x(K-L)+[x(Q-K)+(1-x)(Q-L)]
=x(K-L)+(Q-I)
=x(K-L)+CT (4)
El primer sumando de la derecha de esta igualdad representa el diferencial del capital, es decir, el incremento de la productividad del trabajo proveniente de la inversión relativa en capital y trabajo en un año corriente, ponderado por la porción de la renta que remunera al capital. El segundo sumando, por su parte, representa la evolución de la productividad global, es decir, la suma ponderada del incremento de la productividad del capital y del trabajo.
Podemos acotar aún más la definición dada de la “productividad global” si recordamos que los conceptos “evolución de la productividad global”, “eficiencia global” y “efecto cambio tecnológico” son equiparables. Es decir, si recordamos que el “cambio tecnológico” es una medida de la productividad incorporada en la reserva de capacidad de producción acumulada.
Explicaré este último aspecto con un poco más de detalle. Vuelvo a insistir en que, al referirme a la productividad del trabajo, el horizonte temporal considerado es el corto plazo. Cuando, a corto plazo, tenemos unos incrementos limitados de renta y de capital técnico (incremento de la renta y del capital técnico dados), aplicamos diferentes dosis de trabajo a un stock inelástico de capacidad de producción (constituido por la inversión corriente y por el capital acumulado). Y como la línea de la evolución de la productividad del trabajo tiene pendiente decreciente, siendo aplicable la ley de los rendimientos decrecientes, evidentemente la productividad del trabajo tendrá una evolución inversa a la del empleo. Es decir, a corto plazo, la productividad del trabajo disminuye cuando el empleo aumenta, y aumenta cuando el empleo disminuye, con un incremento de capital técnico y de la renta dados.
A medida que aumenta el empleo, con un stock de capacidad de producción dado (acumulado y corriente), disminuye la porción de capacidad de producción no utilizada. O dicho con otras palabras: a medida que se incrementa la fuerza de trabajo empleada, con un stock limitado de capacidad de producción, aumenta la porción de capacidad de producción en uso.
La evolución de la productividad del trabajo, a corto plazo, deriva del porcentaje de la capacidad productiva en uso como consecuencia de una evolución L del empleo, puesto que la productividad del trabajo decrece a medida que la reserva de capacidad productiva se agota. Y recordemos que esta capacidad productiva está compuesta por: 1) la añadida por la inversión (extensiva) corriente en un año dado (diferencial del capital), y 2) el stock de capacidad de producción acumulada (en el cual es depositado, asimismo, el cambio técnico incorporado en la inversión del año corriente).
A largo plazo, por su parte, la evolución de la productividad global deriva del porcentaje de la capacidad acumulada en uso como consecuencia de una evolución I de la inversión. (Recordemos nuevamente que, a corto plazo, únicamente la variable empleo es móvil, mientras que a largo plazo lo es tanto el empleo como el capital.)
Volvamos al corto plazo (con un incremento de la renta y del capital dados), en la determinación de la evolución de la productividad del trabajo. Si esta última deriva del porcentaje de la capacidad productiva en uso como consecuencia de un incremento L del empleo, podemos concluir que, en la expresión (4), el sumando [x(Q-K)+(1-x)(Q-L)=CT] representa el incremento de la productividad del trabajo derivado del nivel de uso de la capacidad de producción acumulada (evolución de la productividad global), como consecuencia de una evolución L del empleo.
En definitiva, en un análisis a corto plazo, podemos descomponer la evolución de la productividad del trabajo en: 1) la resultante de la incorporación corriente de nueva capacidad productiva (diferencial del capital); y 2) la resultante del nivel de uso de la capacidad productiva acumulada (evolución de la productividad global), con un incremento L del empleo.
Por último, a título puramente informativo, diré que cuando la variable independiente es el capital técnico, y no el trabajo, siendo el empleo y la renta valores dados, tenemos la siguiente expresión:
Q-K=(1-x)(L-K)+CT (5)
Ésta es la evolución de la productividad del capital. (1-x)(L-K) representa el “diferencial del trabajo”. La productividad del capital también se puede expresar como:
Q-K=-x(K-L)+CT (6)
Que como vemos expresa el carácter relativo de la productividad del trabajo y de la productividad del capital.
Para que la productividad global tenga una evolución positiva la renta ha de crecer más que la inversión
¿Qué sucede cuando un gerente da un fuerte impulso a la inversión en su empresa, en un año determinado? Supongamos que compra nuevas máquinas, más potentes y eficaces, y que contrata nuevos trabajadores, más instruidos y productivos. Supongamos que no da de baja el equipamiento antiguo, pues la coyuntura cíclica es expansiva y le interesa tener un margen amplio de capacidad productiva desocupada para cubrir las puntas de la demanda (y evitar “rupturas de stock”). Supongamos que, en relación al año anterior, la tasa de crecimiento de la renta no varía. Y supongamos, por último, que la coyuntura expansiva aumenta las remuneraciones de los trabajadores, y el reparto de la renta se desequilibra a favor de los salarios, en perjuicio de los beneficios.
Supongamos que esta empresa produce a un 80% de su capacidad productiva acumulada. ¿Qué ha sucedido en este ínterin?: 1) la nueva capacidad productiva ha hecho redundante parte de la antigua; 2) la productividad (tanto la del trabajo como la global) ha disminuido, puesto que un mismo crecimiento de la renta se ha producido con un incremento neto de la inversión; 3) la renta se reparte de forma diferente, pero sin que ello afecte a la evolución de la productividad global.
Ahora observemos la gráfica 1. En ella está representada la función lineal decreciente de la evolución de la productividad del trabajo (en un año corriente), con el incremento de la renta y del capital técnico como valores dados, y con el incremento del empleo como un valor variable. Comparémosla con la gráfica 2 (que representa la misma función un año después). Podemos observar que en este ínterin: 1) el incremento de la producción se ha mantenido estable (Q=3 en ambas gráficas); 2) la línea que representa la evolución de la productividad del trabajo (Q-L) no ha variado; 3) la inversión en capital técnico ha aumentado (K=2,5 en la gráfica 1 y K=4 en la gráfica 2); 4) la línea que expresa la evolución de la productividad global (CT=Q-I) se ha desplazado hacia la izquierda, lo que significa que, con una tasa de incremento del empleo igual a la del año anterior (L=2,5), ha disminuido la productividad global (CT=0,5 en la gráfica 1 y CT=-0,25 en la gráfica 2); y 5) por su parte, la línea que expresa el “diferencial del capital” (x(K-L)) se ha desplazado a la derecha, compensando la reducción de la productividad global.
En el análisis de estas gráficas hemos de distinguir el movimiento “en” una línea del movimiento “de” una línea. En el primer caso varía el valor de la variable dependiente (en la gráfica, el incremento de la productividad del trabajo), cuando varía el de la variable independiente (en la gráfica, el incremento del empleo); así pues, nos movemos “en” la línea de la productividad marginal decreciente del trabajo: el stock de capacidad productiva está dado (corto plazo). En el segundo caso la línea que expresa la evolución de la productividad global (CT) se desplaza horizontalmente en relación al eje de las ordenadas, porque cambia el valor del factor que tomamos como dado (en este caso, el incremento del capital). Con ello, la productividad global varía aun si el valor de la variable independiente (el incremento del empleo) es el mismo. En otras palabras, nos desplazamos “de” una línea CT a otra: el stock de capacidad productiva varía (largo plazo). Esta distinción es importante de cara al estudio dinámico de la productividad del trabajo.
De la comparación de estas gráficas podemos obtener dos importantes consecuencias: 1) con un incremento de la renta invariable respecto al año anterior, la línea que expresa el incremento de la productividad global (CT) se desplaza a la izquierda cuando la inversión en capital técnico crece más que el año anterior, y a la derecha cuando crece menos que el año anterior; 2) cuando el capital técnico experimenta un crecimiento superior al de la renta, un crecimiento del empleo a esa misma tasa provoca tasas negativas de productividad del trabajo, lo que es económicamente inviable (como veremos más adelante, el crecimiento “óptimo” del empleo es el que iguala el crecimiento del capital técnico).
Cuando el incremento del capital técnico es la variable independiente, y el incremento de la renta y del empleo son valores dados, la situación no cambia: con un incremento de la renta invariable respecto al año anterior, la línea CT se desplaza a la izquierda cuando el empleo crece más que el año precedente, y viceversa. Ello explicita el carácter relativo de la evolución de las productividades del trabajo y del capital (cuando el empleo crece relativamente más que el capital, con un incremento de la renta dado, la productividad del capital crece relativamente más que la del empleo), así como el carácter agregado de la función CT (pues es la adición, debidamente ponderada, de las tasas de incremento de las productividades del capital y del trabajo).
A partir de la comparación de estas dos gráficas podemos obtener otra conclusión: con un incremento de la renta invariable respecto al año anterior, un incremento del capital técnico superior al del año anterior liquida o da de baja parte del capital acumulado (exhausto u obsoleto); por lo cual la productividad global, derivada del nivel uso del capital acumulado, disminuye (el capital acumulado restante se emplea con mayor intensidad). Lo que es lo mismo que decir que, con un mismo incremento de la renta, el incremento de la productividad del trabajo derivado de la inversión corriente (el “diferencial del capital”) reemplaza el proveniente del capital acumulado (productividad global).
En definitiva: podemos considerar que el “diferencial del capital” representa la evolución de la productividad del trabajo atribuible a la inversión relativa corriente en capital y trabajo (con un reparto de la renta dado); y que la evolución de la productividad global (o “efecto cambio tecnológico”) representa el incremento de la productividad del trabajo atribuible a la variación en el uso del capital acumulado.
¿Qué quiero decir con ello? Que con un crecimiento invariable de la renta (es decir, igual al del año anterior), un incremento sustancial de la inversión en capital corriente, superior al del año anterior, provoca que parte de la reserva de capital acumulado deje de emplearse, y que parte de la productividad que deriva de la reserva de capital acumulado (CT) sea reemplazada por la proveniente de la inversión corriente (x(K-L)). (En definitiva, la línea CT se desplaza a la izquierda y la línea x(K-L) se desplaza a la derecha.)
Paralelamente, cuando la tasa corriente de incremento de la inversión en capital técnico supera la de la renta, la productividad del capital disminuye; y la reducción de la productividad del capital, si el incremento de la productividad del trabajo no varía respecto al año anterior, provoca una reducción de la productividad global (que puede llegar a tener signo negativo). En definitiva, cuando la tasa corriente de incremento de la renta es inferior que la del incremento de la inversión (monetaria) en capital técnico, la productividad del capital disminuye; y si la productividad del trabajo no compensa esta reducción de la productividad del capital, también lo hace la productividad global.
¿Podemos considerar que, con un crecimiento invariable de la renta (igual al del año anterior), una disminución de la productividad global es atribuible al abandono de la capacidad productiva antigua u obsoleta, y a su sustitución por capacidad productiva corriente? Sí, puesto que, por definición, la inversión en capacidad productiva corriente incorpora una mayor eficiencia técnica. Ésta habría de verse traducida en una mayor producción (y por ende, también en una mayor productividad). Si éste no es el caso, “algo falla”. Ésta es la llamada “paradoja de Solow”: buena parte del incremento de la eficiencia incorporado en el nuevo capital técnico y humano se ve neutralizado por ineficiencias de otro tipo (entre ellas, el desfase temporal entre la instalación del nuevo equipo y su optimización productiva). Y, especialmente, las consecuencias sociales y económicas de la implantación de la nueva tecnología pueden provocar, a largo plazo, una contracción del consumo, de la producción y, por ende, de la productividad global (este tema lo estudiaremos con más detalle en la segunda parte de este libro).
Una disminución de la productividad global, cuando la tasa de incremento de la inversión en capital técnico crece respecto al año anterior, y la de la renta se mantiene estable, puede ser atribuible a tres causas: 1) a la liquidación de capital exhausto u obsoleto como consecuencia de la incorporación de nuevo capital técnico (con lo cual se hace un uso más intensivo del stock de capacidad productiva acumulada restante); 2) a un desfase temporal entre la inversión de capital corriente y su “puesta a punto productiva” (es decir, a la “paradoja de Solow” antes mencionada); y 3) a la inexistencia de un mercado capaz de absorber la capacidad productiva asociada a los avances técnicos incorporados en el nuevo capital corriente (esta circunstancia la estudiaremos con más detalle en la segunda parte de este libro).
Ahora observemos la gráfica 3. ¿Qué sucede cuando modificamos el reparto de la renta entre el capital y el trabajo? (En la gráfica, cuando el coeficiente x pasa de tener el valor 0,5 a tener el valor 0,25.) Su repercusión en la productividad del trabajo es nula, independientemente del valor que adquiera el incremento de la variable empleo. La única diferencia vuelve a estribar en que cambia la cuotaparte de la productividad del trabajo atribuible a la evolución del diferencial del capital y de la productividad global. Pero a diferencia del caso anterior, estas líneas no se desplazan horizontalmente (respecto al eje de ordenadas), sino que rotan en torno a las coordenadas constituidas por: 1) la tasa de incremento del empleo que se iguala a la del capital técnico (L=K=2,5 en la gráfica); y 2) la tasa de incremento de la productividad del trabajo que corresponde a dicho valor de incremento del empleo (Q-L=0,5 en la gráfica).
Para resumir, de este análisis podemos extraer las siguientes conclusiones: 1) la línea del incremento de la productividad del trabajo, con un incremento de la renta dado (a corto plazo), no se desplaza cuando se produce un incremento relativo de capital técnico, o cuando cambia el reparto de la renta entre los factores productivos, pero sí lo hace la línea del incremento de la productividad global (horizontalmente, en el primer caso, y de forma rotatoria, en el segundo); 2) el punto anterior evidencia que un incremento sustancial del capital técnico que no se traduce en un crecimiento equivalente de la renta, provoca un abandono de parte del capital acumulado, así como una disminución de la productividad global; 3) la disminución de la productividad global, en un año corriente, puede estar provocada por un sobreuso del capital acumulado restante (después de la liquidación del capital exhausto u obsoleto), por un desfase temporal entre la inversión corriente en capital técnico y su “puesta a punto productiva”, o por la redundancia del capital corriente respecto al capital acumulado (cuando el nuevo capital productivo incorpora una "profundización de la productividad” que no puede ser absorbida por el mercado); 4) el incremento del capital, en el corto plazo, no debe superar el de la renta si se pretende mantener o aumentar la productividad del capital; y 5) la “productividad aparente” (la sustitución sistemática de empleo por capital para incrementar la productividad del trabajo) puede incrementar a corto plazo la productividad del trabajo, pero a largo plazo, si el producto no crece a una tasa suficiente, disminuye la productividad global del sistema.
En el próximo punto comprobaremos que, con un incremento de la renta y del capital dados, el incremento del empleo también tiene indudables repercusiones sobre la evolución de la productividad del trabajo.
La productividad del trabajo está sujeta a la ley de los rendimientos decrecientes
En el corto plazo, como ya sabemos, tomamos el incremento de la renta y el del capital técnico como valores dados, y el del empleo como valor variable. Ello da como resultado una función lineal (la evolución de la productividad del trabajo) con pendiente negativa, lo que significa que a medida que se incrementa la cantidad de trabajadores empleados: 1) se hace uso de una mayor porción de la capacidad productiva (acumulada y corriente); y 2) la productividad del trabajo disminuye en consecuencia (y también lo hace la productividad global y el diferencial del capital). Este proceso se invierte cuando disminuye la fuerza de trabajo empleada.
Si observamos la gráfica 4 (A), vemos cómo la función de la evolución de la productividad del trabajo tiene pendiente negativa, si nos movemos a lo largo del eje de las abcisas (es decir, a medida que se incrementa el uso de fuerza de trabajo); lo cual indica que, en el corto plazo, cuando crece el empleo, con valores dados de incremento de la renta y del capital técnico, la productividad marginal del trabajo disminuye, puesto que la capacidad de producción (acumulada y corriente) es limitada.
Podemos dividir el eje de las abcisas (la evolución del empleo) en los siguientes sectores:
1) Con una tasa de crecimiento del empleo negativa (es decir, hasta L=0), y con una tasa de crecimiento del capital técnico y del producto positivas (en la gráfica, K=2,5 y Q=4), existe un incremento positivo de la productividad del trabajo con un incremento negativo del empleo: éste es un caso de productividad aparente. En la vida real, cuando ello sucede, el mercado interno no puede absorber todo lo que el sistema económico produce; si no existe una salida exportadora de este producto, se genera un caso típico de superproducción (y de retención de “superbeneficios” por parte de los capitalistas), que no puede prolongarse indefinidamente (excepto en las economías subdesarrolladas con un sistema productivo orientado a la exportación).
En este caso, se utiliza una menor porción de la reserva de capacidad productiva acumulada, por lo que el incremento de la productividad global (expresado como CT en la gráfica) es alto. El diferencial del capital (x(K-L)) tiene signo positivo, lo que indica que el incremento de la fuerza de trabajo no ha agotado la capacidad productiva (extensiva) añadida por el incremento del capital técnico del año en curso.
2) Cuando la tasa de crecimiento del empleo es positiva, e inferior a la tasa de crecimiento del capital, la productividad del trabajo es positiva, aunque menor que en el caso anterior. La productividad del trabajo es real.
3) Cuando la tasa de crecimiento del empleo se iguala a la tasa de crecimiento del capital (es decir, cuando L=K):
a) Existe un equilibrio entre el mercado de bienes de consumo y el mercado de bienes de inversión (si establecemos que ambos mercados tienen una evolución equivalente a la de ambos factores productivos). Puesto que cuando L<K el mercado de bienes de inversión está más desarrollado que el de bienes de consumo, y viceversa cuando L>K. Éste es, por lo dicho, un punto óptimo.
b) La porción de la productividad del trabajo (y de los “superbeneficios”) derivada de la capitalización tecnológica de la economía (uso premeditado del capital técnico para disminuir la fuerza de trabajo empleada) desaparece.
c) El diferencial del capital desaparece (x(K-L)=0). Aquí, la práctica totalidad de la productividad del trabajo deriva de la productividad global (es decir: Q-L=Q-I). ¿Qué quiere decir ello? Que aquí el incremento del empleo agota el crecimiento “extensivo” de la inversión en capital técnico. A partir de aquí comenzará a producirse un sobreuso (y desgaste) del capital corriente (costes marginales). Los ingresos marginales, a partir de este punto, derivarán únicamente del uso del stock de capacidad productiva acumulada no utilizada.
En la gráfica, observamos que en el punto L=K el incremento de la productividad del trabajo se iguala con el incremento de la productividad global (Q-L=Q-I). Ello es así porque en ese punto la inversión ponderada (I=xK+(1-x)L) tiene la misma tasa de incremento que el capital técnico y el empleo (L=K=I). En este punto se agota el efecto “extensivo” que sobre el incremento del producto supone la inversión corriente. El residuo entre el incremento “extensivo” de la inversión y el del producto viene dado, como sabemos, por la evolución de la productividad global (Q-I).
En concreto, en el punto L=K, el incremento del producto (Q=4) viene dado por la adición del incremento “extensivo” de la inversión corriente (I=2,5) y de la productividad global (Q-I=1,5), a la que se incorpora la capacidad productiva derivada de las mejoras técnicas incorporadas en la inversión corriente.
Considero incremento “extensivo” de la inversión aquél que es atribuible al mero incremento cuantitativo (en términos monetarios) del capital corriente (técnico y humano); mientras que es “intensivo” aquel incremento de la inversión que deriva de la mejora cualitativa (en unidades de potencia) de la productividad del capital corriente (profundización de la productividad). Pues bien, el incremento del producto resulta de: 1) el incremento “extensivo” de la inversión; 2) el incremento de la productividad global derivado del nivel de uso del depósito de capital acumulado; y 3) el incremento “cualitativo” de la productividad del capital corriente que se añade al depósito de capacidad de producción acumulada (cambio técnico incorporado en un año dado).
Es evidente que en este modelo no he singularizado el efecto “cualitativo” (es decir, atribuible a las mejoras técnicas) de la inversión en capital corriente (técnico y humano). Éste queda subsumido en el depósito que he venido a llamar “reserva de capacidad productiva acumulada”.
4) Cuando la tasa de crecimiento del empleo se iguala a la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo (es decir, cuando L=Q-L) nos situamos en otro punto óptimo, puesto que cuando L<Q-L la productividad del trabajo no puede ser absorbida por el mercado de bienes de consumo, y viceversa cuando L>Q-L (el sistema productivo no puede producir al ritmo que demanda el mercado de bienes de consumo). Aquí, la porción de los “superbeneficios” que deriva de un incremento de la productividad del trabajo por encima de la remuneración de los trabajadores (que aquí, grosso modo, podemos equiparar al incremento del empleo) desaparece por completo.
5) Cuando el crecimiento del empleo y el del capital técnico se igualan al crecimiento de la productividad del trabajo (L=K=Q-L), nos encontramos en un optimum optimorum, puesto que: a) el mercado de bienes de consumo crece a la misma tasa que el de bienes de inversión; b) ambos mercados crecen a la misma tasa que la productividad del trabajo.
6) La tasa de crecimiento del empleo que se iguala a la del capital y a la de la productividad del trabajo (es decir, L=K=Q-L) es, en todos los casos, independientemente del reparto de la renta entre los factores, igual a la mitad del incremento de la renta (es decir, L=K=Q-L=Q/2). Éste es el punto de beneficios medios (o de crecimiento “neutral”).
Un ritmo de crecimiento “neutral” del empleo (y del capital técnico) garantiza un incremento “medio” (desde mi punto de vista: véase introducción) de los beneficios, exento de cualquier tipo de “superbeneficios”. Un empresario prudente considerará que ésta es la remuneración “normal” de su esfuerzo inversor (formará parte de los “costes de producción”). Por otro lado, estos beneficios permiten un nivel de ahorro (y de inversión) que garantizan un crecimiento futuro (de equilibrio) a una tasa anual igual a Q/2.
Explicaré este aspecto con un poco más de detalle. En su momento dije que la inversión (en términos monetarios) en capital técnico tiene, de un año para otro, carácter espasmódico, volátil. Ello es debido a la existencia de reservas de capitales ociosos. Estas reservas provienen de los beneficios acumulados en los momentos de retracción económica, en los que se producen “superbeneficios” a causa de la aplicación premeditada del cambio técnico (para disminuir fuerza de trabajo), o del poder monopólico que ejercen los empresarios sobre los trabajadores (para incrementar la productividad por encima de las remuneraciones).
Como hemos visto, ambos tipos de “superbeneficios” desaparecen cuando las tasas de incremento del empleo y del capital técnico coinciden con la de la productividad del trabajo (es decir, en el punto de beneficios medios). Más allá (es decir, cuando el empleo crece más que el capital técnico) aparecen costes marginales a causa del sobreuso del capital corriente. Así pues, el nivel de crecimiento “neutral” es aquél en el que tanto el empleo, como el capital técnico, como la productividad del trabajo crecen a la tasa Q/2. Esta tasa de crecimiento está libre de ineficiencias y de superbeneficios. Es una tasa de crecimiento económico sostenible y de equilibrio.
7) Cuando el empleo crece a una tasa superior a la del capital técnico (L>K), comienzan a producirse ineficiencias, a causa de la aplicación de la “ley de los rendimientos decrecientes”. Como ya sabemos, como la capacidad productiva es limitada a corto plazo, a medida que se hace uso de una mayor porción de este stock de capacidad productiva (acumulada y corriente), la productividad del trabajo disminuye consecuentemente. Cuando la tasa de crecimiento del empleo supera a la del capital técnico, ello supone que se está produciendo un sobreuso del capital técnico corriente (por unidad de capital), con los consecuentes costes marginales (ineficiencia, desgaste del capital técnico, redundancia del personal, desacoplamiento, etc.). A partir de este punto, los costes marginales comienzan su andadura. Un crecimiento del empleo sostenido a este ritmo provocaría una amortización acelerada del capital técnico.
8) Cuando el empleo crece a una tasa igual a la de la renta (L=Q) se llega al límite “económicamente razonable” de crecimiento de ese factor. Más allá, es decir, cuando la tasa de crecimiento del empleo supera a la de la renta (L>Q) el incremento de la productividad del trabajo pasa a ser negativa, lo que no es económicamente viable. En este punto, los costes marginales (expresados por x(K-L) con signo negativo) se igualan a los ingresos marginales (expresados por CT con signo positivo). ¿Sería equivalente al punto de “beneficios máximos” de los neoclásicos? Es difícil de afirmar.
9) Finalmente, cuando el empleo crece a un ritmo en el cual el incremento de la productividad global es cero (CT=0), los ingresos marginales desaparecen. Aquí se ha agotado el depósito de capacidad productiva acumulada: la máquina económica está trabajando a toda velocidad (productividad potencial), lo que supone que el tiempo de vida útil del capital técnico ha de disminuir (brecha del tiempo). El incremento de la productividad del trabajo (siempre que la tasa de crecimiento del capital técnico sea inferior a la de la renta) es netamente negativo. ¿Es posible alcanzar este punto? Me atrevería a decir que no; excepto cuando la inflación de demanda disfraza los datos económicos de tal modo que el estado real de la economía no se hace evidente. Sólo así se alcanza a agotar la capacidad productiva acumulada con un incremento tan considerable del empleo y con un incremento de la productividad del trabajo negativo.
A largo plazo, la tasa de incremento de la inversión no puede sobrepasar la de la renta
Como sabemos, cuando la inversión en nuevo capital técnico se incrementa más que la renta, se abandona capital exhausto u obsoleto, y la mayor parte del incremento de la productividad del trabajo (a corto plazo) deriva de la inversión en capital corriente (es decir, del “diferencial del capital”); en cambio, cuando el capital técnico crece menos que la renta, la mayor parte del incremento de la productividad del trabajo deriva del uso del capital acumulado (es decir, del incremento de la “productividad global”). En la gráfica 5 ello se expresa en un desplazamiento de la línea de la “productividad global” a la izquierda (casos A y B) o a la derecha (casos C y D) en función del valor de incremento del capital técnico.
Pero sea cual sea el incremento del capital técnico respecto al de la renta, los ingresos marginales se corresponden grosso modo con el rendimiento positivo de la inversión, y los costes marginales con su rendimiento negativo. Como vimos en el punto anterior, en un año corriente (con el incremento de la renta y del capital técnico como valores dados, y con un incremento del capital técnico inferior al de la renta), la inversión corriente en capital técnico y en trabajo tiene un óptimo en el punto L=K. Aquí: 1) el mercado de bienes de consumo y de inversión crecen a una misma tasa; 2) la tasa de incremento de ambos factores se iguala a la de la inversión agregada, por lo cual el incremento de la productividad del trabajo equivale al incremento de la productividad global (Q-L=Q-I); y 3) no existe ni subuso ni redundancia de fuerza de trabajo en relación al capital (es decir, no existe ni productividad aparente asociada a un uso premeditado del cambio tecnológico para disminuir fuerza de trabajo, cuando el sistema económico es capital-intensivo, ni un desgaste acelerado del capital cuando el sistema económico es laboral-intensivo).
Hasta ese punto (L=K) la línea de los ingresos marginales se corresponde con la de la productividad del trabajo. Pero cuando la tasa de incremento del empleo supera a la del capital (L>K) se producen una serie de disfunciones (especificadas en el apartado anterior) que generan costes marginales. Los costes marginales (cuando el factor dado crece menos que la renta corriente) son los rendimientos negativos provocados por un sobreuso del empleo (cuando el empleo es la variable independiente) o del capital (cuando ésta es la variable independiente) en relación al crecimiento del factor dado. Por ejemplo, cuando el empleo crece por encima del capital técnico, se produce un desgaste acelerado del capital corriente (y un mayor uso del capital acumulado), y otra serie de ineficiencias, que provocan la aparición de costes marginales que recortan el crecimiento de la productividad del trabajo. Éste, no obstante, continuará siendo positivo hasta el punto en el que los ingresos marginales se igualan a los costes marginales (CT=-x(K-L)), donde el incremento de la productividad del trabajo es cero (Q-L=0). Más allá, el crecimiento de la productividad marginal del trabajo será netamente negativo, aunque los ingresos marginales no se agotarán hasta que no se agote la reserva de la capacidad productiva acumulada (CT=0).
En la gráfica 4 (B) hemos representado la evolución de los ingresos y los costes marginales (con un incremento del capital técnico inferior al de la renta) a medida que crece la variable independiente (el empleo), en un año corriente (con la renta y el capital técnico como valores dados). En el punto A (L=K) se da inicio a los costes marginales (x(K-L)=0); en el punto B (Q-L=0) los costes marginales se igualan a los ingresos marginales (-x(K-L)=CT); en el punto C los ingresos marginales desaparecen (CT=0). El punto A es un punto de equilibrio, pues en el punto B: 1) la productividad del trabajo tiene un crecimiento cero; y 2) desaparece el margen de ahorro dado por el punto de beneficios medios (L=K=Q-L=Q/2), el cual permite un crecimiento “neutral” (sostenible) de la renta futura.
Pero, ¿qué sucede cuando, a corto plazo, el crecimiento del capital supera al de la renta? Para contestar esta pregunta hemos de acudir a la gráfica 5.
En las figuras A y B he representado una misma casuistica con dos variantes: en ambas, el capital crece más que la renta, pero en A el crecimiento del empleo iguala el crecimiento de la productividad del trabajo (L=Q-L), y en B el crecimiento del empleo es sólo ligeramente positivo.
Tanto en A como en B la evolución de la productividad del trabajo es positiva, porque el empleo crece menos que la renta corriente (aunque en B el incremento de la productividad del trabajo es algo superior que en A); en ambos casos los costes marginales tienen su origen en el punto donde la reserva de capacidad productiva acumulada se agota (CT=0); en ambos casos, en este punto (CT=0), el incremento de la productividad del trabajo es todavía positivo; y en ambos casos el incremento de la productividad del trabajo derivado del “diferencial del capital” predomina sobre el que tiene origen en el incremento de la “productividad global” (puesto que el capital corriente desplaza capital acumulado exhausto u obsoleto).
Cuando la inversión en capital técnico (en términos monetarios) crece más que la renta, el incremento de la productividad del trabajo tiene signo positivo cuando la reserva de capacidad de producción acumulada se agota. ¿Por qué? Ello parece un contrasentido, porque al invertir en nuevo capital técnico se incorpora nueva capacidad de producción al depósito de capacidad de producción acumulada. Pero hemos de tener en cuenta que en este caso una porción de capital acumulado (exhausto u obsoleto) es dada de baja; en caso contrario se produciría una redundancia del capital corriente, ya que el incremento de la capacidad productiva no podría ser absorbido por el incremento corriente de la renta.
Sin embargo, si no varía la evolución del empleo ni la de la renta corriente, la productividad del trabajo no tiene por qué variar. Así pues, cuando la inversión en capital técnico crece más que la renta, la capacidad productiva acumulada restante (tras su reemplazamiento por el capital corriente) es empleada con mayor intensidad (disminuye la productividad global), el nuevo capital técnico aún no rinde a pleno rendimiento (fenómeno conocido como “paradoja de Solow”), y la productividad del trabajo no varía: el depósito de capacidad productiva acumulada se agota (CT=0) con un incremento positivo de la productividad del trabajo.
¿Y por qué cuando la inversión en capital técnico crece a una tasa superior a la de la renta, los costes marginales se inician en el punto en el que se agota la capacidad productiva acumulada? Porque a partir de aquí (CT=0), sucesivos incrementos del empleo supondrán un sobreuso (y desgaste) del capital acumulado restante (tras su reemplazamiento por capital corriente), en aplicación de la “ley de los rendimientos decrecientes”.
En C y D he representado casos “típicos” (en los que el capital técnico crece menos que la renta corriente). En C el capital técnico crece al mismo ritmo que la productividad del trabajo, mientras que en D crece sólo un poco por encima de cero. En ambos casos el empleo crece muy por encima de la renta, por lo que la tasa de incremento de la productividad del trabajo es negativa (aunque en D es ligeramente inferior que en C); en ambos casos los costes marginales se inician en el punto donde el empleo crece a la misma tasa que el capital técnico (L=K); en ambos casos, cuando se agota la capacidad productiva acumulada (CT=0), el incremento de la productividad del trabajo tiene signo negativo; y en ambos casos el incremento de la productividad del trabajo derivado de la “productividad global” predomina sobre el proveniente del “diferencial del capital”.
Ahora pasaremos a estudiar las diferencias, por lo que se refiere a los ingresos y a los costes marginales, entre el caso C, en el cual el capital crece por debajo de la renta, y el caso A, en el cual el capital crece por encima de la renta: 1) en el caso C los costes marginales se inician en el punto donde el diferencial del capital se agota (x(K-L)=0), mientras que el caso A los costes marginales se inician en el punto en el que la capacidad productiva acumulada se agota (CT=0); 2) en el caso C predomina la productividad del trabajo derivada del incremento uso de capacidad productiva acumulada, por lo que en el punto donde se dan inicio los costes marginales (L=K) el incremento de la productividad del trabajo se iguala al de la “productividad global” (Q-L=Q-I), mientras que en el caso A predomina la productividad del trabajo derivada del incremento del capital corriente (en relación al empleo), por lo que en el punto donde se inician los costes marginales (CT=0) el incremento de la productividad del trabajo se iguala al “diferencial del capital” (Q-L=x(K-L)).
Así pues, con el incremento del empleo como variable independiente, cuando el capital técnico crece a un ritmo superior al de la renta (con un incremento de la renta dado), el desplazamiento de capital exhausto u obsoleto provoca: 1) una disminución de la productividad global (la línea CT se desplaza hacia la izquierda), y 2) la imposibilidad de un crecimiento “óptimo” del empleo (éste no puede crecer al nivel del capital, pues si lo hiciera la tasa de incremento de la productividad del trabajo sería negativa). Este caso, si bien tiene su importancia (en períodos expansivos, por lo general, el capital técnico tiene un crecimiento superior al de la renta), a largo plazo no es económicamente sostenible.
Para entender el por qué de este enunciado sigamos observando la gráfica 5 (casos A y C). Ésta demuestra que el crecimiento sostenido del capital técnico a una tasa superior a la de la renta no es viable a largo plazo: no es posible un crecimiento equilibrado, puesto que existe un desequilibrio entre el crecimiento del mercado de bienes de producción (dado por el incremento del capital) y el de bienes de consumo (dado por el incremento del empleo), que en un momento u otro se tendrá que corregir. Un crecimiento del capital por encima del de la renta no puede mantenerse indefinidamente, porque en ese caso el crecimiento “de equilibrio” (es decir, aquél en el que el mercado de bienes de consumo y el de inversión están en equilibrio) produciría tasas negativas de incremento de la productividad del trabajo, y ésto es inviable económicamente.
(En concreto, en el caso A, con un incremento del capital superior al de la renta, si el empleo tuviese la misma tasa de incremento que el capital, el incremento de la productividad del trabajo en ese punto tendría signo negativo; en el caso C, en cambio, con un incremento del capital inferior al de la renta, el incremento de la productividad del trabajo tendría signo positivo en dicho punto.)
En otras palabras: un crecimiento del capital técnico superior al de la renta tiene siempre carácter coyuntural y esporádico. Suele coincidir con oleadas de “optimismo inversor”. En estos períodos se invierte el capital acumulado en los períodos de retracción inversora. Pero sus consecuencias a medio plazo son crisis de superproducción, que desencadenan posteriores contracciones económicas. Éste es el origen del llamado “ciclo de los negocios”. Para que un crecimiento sea estable y sostenido tiene que ser “neutral”: los mercados de bienes de consumo y de inversión han de crecer al mismo ritmo; y ambos han de crecer al ritmo de la productividad del trabajo (punto de beneficios medios).
Pero sigamos observando los casos A y C. En A, como consecuencia de un crecimiento del capital técnico superior al de la renta corriente, la línea CT se desplaza a la izquierda (compararla con C). Ello implica que, con un mismo nivel de empleo (por ejemplo, L=Q-L=Q/2) la productividad global será menor. Pero si invertimos los valores de A y C (si los valores de L en A son los de K en C, y viceversa), la productividad global no varía, aunque sí la productividad del trabajo. (Hemos de advertir que aquí el valor ponderador de K es x=0,5. Si x tuviese cualquier otro valor, entonces la productividad global variaría en consecuencia.)
¿Qué indica ello? Que, en este modelo, si soslayamos los cambios de la productividad global que vienen dados por el reparto previo de la renta entre los factores (en concreto, en la gráfica, por el valor x que pondera a K), el incremento relativo de un factor sobre el otro (del empleo sobre el del capital, o viceversa), en aplicación de la ley de los rendimientos decrecientes, tiene una repercusión idéntica en concepto de productividad global.
En concreto, si observamos la gráfica (casos A y C), es indiferente que la tasa de incremento del empleo doble la del capital, o viceversa, puesto que, si soslayamos la ponderación dada a los factores productivos en el reparto de la renta, en aplicación del principio de los rendimientos decrecientes, el valor de la tasa de incremento de la productividad global no varía, aunque sí lo hace el de las respectivas productividades del trabajo y del capital.
En el próximo apartado estudiaremos otros argumentos que avalan mi convicción de que el punto de beneficios medios (L=K=Q-L=Q/2) es un punto de crecimiento “neutral”.
Un crecimiento equilibrado es económicamente “óptimo”
El lector debe recordar que todavía nos estamos moviendo en un ámbito ricardiano; es decir: 1) en el corto plazo; 2) con una reserva limitada de capital (acumulado y corriente); y 3) con rendimientos decrecientes. Se engaña quien piensa que la tecnología es el “bálsamo de Fierabrás” que lo resuelve todo. La tecnología, como todo en la vida, es tan limitada como el capital técnico o humano en la que está incorporada.
De ahí que debamos preguntarnos: ¿cuál es la tasa de crecimiento de la inversión tecnológicamente “óptima” (o más eficiente)? Sabemos por el apartado anterior que un crecimiento desequilibrado del empleo y del capital técnico crea ineficiencias: cuando el empleo crece más que el capital técnico, se produce un desgaste y una amortización acelerada del capital corriente; y cuando el capital técnico crece más que el empleo, se producen redundancias en el uso del capital corriente. Entonces, ¿cuál es el crecimiento tecnológicamente más “eficiente”? Por supuesto, el que se ajusta al punto de beneficios medios (crecimiento “neutral”).
En la gráfica 6 (A) he congelado la tasa de incremento de la productividad del trabajo, pues tenemos a la tasa de incremento del empleo y de la renta corriente como valores dados, y a la tasa de incremento del capital técnico como variable independiente. En esta gráfica, el crecimiento de máxima eficiencia se encuentra en el punto donde la tasa de incremento del empleo se iguala a la del capital técnico. Esta figura expresa que si abandonamos este nivel de inversión de equilibrio se producirán dos situaciones ineficientes:
a) Cuando el capital técnico crece a una tasa inferior a la del empleo, una fuerza de trabajo dada hará uso de menos capital corriente; con lo cual, con un nivel tecnológico dado: 1) se hace un mayor uso de la reserva de capacidad acumulada de producción, o bien 2) los bienes corrientes de capital son desgastados más rápidamente. El ingreso marginal dado por la reserva de capacidad acumulada de capital tiene que compensar los costes marginales producidos por el sobreuso del capital corriente. En definitiva, se debe utilizar más intensamente el capital acumulado.
b) Cuando el capital técnico crece a una tasa superior a la del empleo, una fuerza de trabajo dada tiene que usar más capital corriente, con lo cual, con un nivel tecnológico dado: 1) se dejan de utilizar bienes de capital exhaustos u obsoletos, que por lo común se liquidarán, para evitar “costes de marcha en vacío”; o bien 2) el nuevo capital corriente es redundante (y tiene carácter superfluo). El ingreso marginal dado por la nueva inversión en capital corriente ha de compensar los costes marginales producidos por el sobreuso del capital acumulado restante (cuando el capital exhausto u obsoleto redundante es liquidado), o por el desfase temporal entre la inversión corriente y su “puesta a punto” productiva (“paradoja de Solow”).
El lector ha de notar varias especiales circunstancias:
1) Aquí nos interesamos ante todo por la “eficiencia tecnológica” del nivel “óptimo” de crecimiento de los factores (L=K), y este nivel puede encontrarse en cualquier punto del intervalo entre L=0 y L=Q (incremento positivo de la productividad con creación neta de empleo). En esta gráfica un incremento óptimo de los factores no coincide necesariamente con el punto de beneficios medios (L=K=Q-L=Q/2).
2) Partimos de un nivel técnico dado, por lo que el incremento de la productividad será “extensivo”, y no “intensivo” (no existe una “profundización de la productividad”).
3) Los costes marginales, en el corto plazo (es decir, con el incremento de un factor y de la renta dados), son los valores negativos de la productividad del trabajo derivados de un incremento de la variable independiente (el otro factor productivo) por encima de un determinado límite, en aplicación del principio de los rendimientos decrecientes. En este caso la variable independiente es el incremento del capital técnico, y los valores dados son el incremento de la renta y del empleo. Así, con un incremento de la renta y del empleo dados, el incremento de la productividad del trabajo está representado por una línea horizontal (con un valor Q-L=1,5), resultado de la adición de los ingresos y los costes marginales para cada valor K. En la gráfica, únicamente en el punto en el que capital y empleo crecen a una misma tasa (L=K) no existen costes marginales. Una vez más se demuestra que el crecimiento equilibrado de ambos factores productivos (capital y trabajo) es productivamente eficiente.
4) El incremento de la productividad del trabajo derivado del incremento de la “productividad global” predomina en el intervalo en el que el capital corriente crece menos que el empleo, puesto que aquí se ha de hacer un uso más amplio del capital acumulado; mientras que el derivado del incremento del “diferencial del capital” predomina en el intervalo en el que el capital corriente crece más que el empleo, puesto que aquí se hace un uso más amplio del capital corriente. En un caso como en otro se producen costes marginales. El único nivel de crecimiento libre de costes marginales es la tasa de crecimiento equilibrado (L=K).
5) Cuando el empleo crece más que el capital corriente: o se usa una mayor porción del capital acumulado, o el capital corriente se desgasta con más rapidez. Cuando el capital corriente crece más que el empleo: o se liquida (o deja de usar) una porción del capital acumulado, o se produce una redundancia del capital corriente.
¿Qué nos dice esta gráfica? Que, nuevamente, el nivel de crecimiento de máxima eficiencia es aquél en el que el empleo y el capital técnico crecen a una misma tasa, puesto que: 1) no se produce sobreuso del capital acumulado (o desgaste del capital corriente), ni redundancia del capital corriente (o desuso del capital acumulado); y 2) existe un crecimiento del capital acumulado a un ritmo igual al de la incorporación neta de nuevo capital corriente (que a su vez crece a la misma tasa que el empleo, es decir, grosso modo, al ritmo de la capacidad de absorción del mercado de bienes de consumo).
Evidentemente, este análisis no es realista, puesto que es meramente “extensivo”. Así pues, tenemos que incorporar la “profundización de la productividad” (cambio técnico). ¿Qué sucede entonces? Analicémoslo con detalle:
1) El caso en el cual el capital técnico crece menos que el empleo es realista en términos de productividad del capital, puesto que ello implica que el nuevo capital técnico lleva incorporada una mayor carga de “cambio tecnológico” (de “profundización de la productividad). Es decir: el capital técnico produce más por unidad física de capital. Sin embargo, en términos de productividad del trabajo esta situación no es realista, puesto que por definición el capital técnico que incorpora “profundización de la productividad” es ahorrador de mano de obra.
2) El caso en el cual el capital técnico crece más que el empleo es realista en términos de productividad del trabajo, puesto que, como hemos visto en el párrafo anterior, el capital técnico es ahorrador de mano de obra. Pero no lo es en términos de productividad del capital, puesto que en ese caso no se produciría una “profundización de la productividad”, sino una mera “extensión física del capital” (es decir, el nuevo capital no incorporaría avances tecnológicos).
Aquí encontramos una aparente paradoja. Pero ésta se resuelve si hacemos una evaluación alternativa del incremento de los factores: el capital técnico no lo podemos medir en unidades de potencia, sino en unidades monetarias, mientras que el empleo no lo podemos medir en unidades monetarias, sino en incremento de sus efectivos. Por lo tanto, no existe una unidad de medida común para ambos factores. De ahí que hayamos de emplear un método residual para estimar el cambio tecnológico (y la eficiencia global).
Entonces, ¿por qué ambos factores (capital técnico y empleo) han de crecer a una misma tasa si existe un “factor x” (el cambio tecnológico) que perturba esta evaluación? Porque, como hemos visto, el análisis factorial ha de comprender dos enfoques: el estudio de la productividad del trabajo, y el estudio de la productividad del capital. En general, el capital técnico es más eficiente por lo que se refiere a la productividad del trabajo (es ahorrador de mano de obra) cuando es menos eficiente por lo que se refiere a la productividad del capital (es intensivo en la inversión en capital), y viceversa.
Veamos un caso particular: se dice que en términos agregados la aplicación del cambio tecnológico crea “paro estructural de origen tecnológico”. En la actualidad las empresas automatizadas utilizan mucha menos mano de obra, y en cambio se caracterizan por un uso intensivo del capital, que multiplica la productividad (aparente) del trabajo. Es decir, es compatible: 1) una disminución de la mano de obra (aumento de la productividad del trabajo); y 2) una intensificación del capital físico (disminución de la productividad del capital). La inversión masiva en capital técnico sobredimensiona el mercado de bienes de capital en relación al mercado de bienes de consumo; pero justo es reconocer que en parte también absorbe mano de obra excedente como consecuencia de la intensificación del capital técnico. Igualmente, hemos de tener en cuenta, en la estimación de la eficiencia global (cambio tecnológico), la serie de ineficiencias derivadas de la aplicación incorrecta del cambio tecnológico en el sistema productivo (“paradoja de Solow”).
Hagamos un estudio más profundo de la situación: este desequilibrio de base (disminución de la mano de obra, con una intensificación del capital) provoca una alta productividad del trabajo que no puede ser absorbida por el mercado. La dualidad entre ambos enfoques del estudio de la inversión se resuelve en un desequilibrio de partida: la mano de obra desocupada es el combustible que pone en marcha las expansiones económicas, y la reserva de capacidad de producción a que da lugar la aplicación del cambio tecnológico en el nuevo capital técnico es el comodín que permite a las empresas adaptarse a las circunstancias coyunturales.
La gráfica 6 (A) representa fielmente la gran paradoja del capitalismo avanzado: cuando es ahorrador en mano de obra es intensivo en capital, y viceversa. El cambio tecnológico, el “factor x” del que hemos hablado repetidamente, tiene un carácter ambivalente: es ahorrador de mano de obra, pero intensivo en capital; y es generador de productividad (aparente) del trabajo, pero deficiente en productividad del capital. La supuesta paradoja de la que hablé anteriormente es inexistente: como sabemos, la eficiencia global es la suma ponderada de los incrementos de la productividad del capital y del trabajo.
Pondré un ejemplo. En España, entre 1970 y 1993, si bien la tasa de actividad (registrada) ha variado en muy escasa medida (ha pasado de un 38,9 a un 40,6% de la población total), en cambio la productividad del trabajo (PIB/población ocupada) ha ascendido un 71%. En definitiva, se ha producido una acusada disminución del coeficiente trabajo/producto. En cambio, con un incremento bruto de la inversión en capital técnico (FBCF) de un 62%, la productividad del capital ha ascendido un escaso 6%: el coeficiente capital/producto se ha mantenido prácticamente inalterado. La productividad global (agregación ponderada de los incrementos de las productividades del trabajo y del capital) se ha incrementado en torno a un 45% durante dicho período (véase la tabla 1).
Así pues, el único crecimiento económicamente “sostenible” (aunque ello no implica que lo sea ecológicamente) es aquél en el que el empleo y el capital se incrementan a una misma tasa, que es la de la productividad del trabajo: si el capital técnico y el empleo crecen al unísono, siguiendo la senda marcada por la productividad del trabajo, se moderarán las situaciones de superproducción que provocan los clásicos vaivenes cíclicos del capitalismo. Y, por otro lado, este crecimiento será sostenible, equilibrado (sin creación de paro tecnológico ni de sobreproducción) y duradero.
Acabaré este capítulo haciendo notar que la gráfica 6 (B) representa la evolución de la productividad marginal del capital, donde el incremento del empleo y el de la renta corriente son valores dados y el incremento del capital es la variable independiente. Las conclusiones de esta gráfica son las mismas a las que hacíamos referencia al estudiar la gráfica 4 (A).
El crecimiento equilibrado modera los vaivenes cíclicos
Como he apuntado con anterioridad, si el sistema económico empleara la totalidad de su reserva de capacidad productiva acumulada, muy posiblemente se produciría un incremento negativo de la productividad del trabajo, si es que no se modernizaba el sistema productivo con nuevo capital técnico con un importante componente de “profundización de la productividad” (cambio tecnológico).
Supongamos que el capital técnico crece en todo momento a una tasa igual a la mitad de incremento de la renta corriente (K=Q/2). Si el empleo creciera también a dicha tasa, se produciría un crecimiento “neutral” (L=K=Q-L=Q/2). Pero supongamos que, contrariamente, el empleo creciera a una tasa que agotara la reserva de capacidad productiva acumulada (CT=0): los ingresos marginales se agotarían en consecuencia, y la productividad del trabajo tendría un crecimiento previsiblemente negativo. En ese caso, evidentemente, estaría actuando el mecanismo ricardiano de los rendimientos decrecientes.
Es decir, el agotamiento de la reserva de capacidad de producción acumulada (con un crecimiento del capital técnico inferior al de la renta corriente), a causa de una utilización intensiva de fuerza de trabajo, produce tasas negativas de incremento de la productividad del trabajo en aplicación de la ley de los rendimientos decrecientes. Éste es el típico caso del crecimiento económico con uso intensivo del empleo (el empleo crece más que el capital): con un incremento de la renta dado, la productividad del capital crece más que la productividad del trabajo.
En cambio, si se diese el caso contrario, es decir, una inversión intensiva en capital (el capital crece más que el empleo), los términos se invertirían: con un incremento de la renta dado, la productividad del capital crece menos que la productividad del trabajo. Pero como vimos más abajo, en aplicación de la ley de los rendimientos decrecientes, si soslayamos el efecto derivado de la ponderación dada a los factores en el reparto de la renta, la eficiencia global resultará inafectada (puesto que la eficiencia global es la suma ponderada de las tasas de incremento de la productividad del trabajo y del capital; y lo único que hacemos al invertir los términos, es invertir los valores relativos de las productividades de ambos factores, con un valor agregado idéntico).
Ahora veamos la gráfica 7. En ella he realizado un artificio gráfico para representar la evolución de las distintas variables en el tiempo (representado por su desplazamiento a izquierda o derecha en el eje de las abcisas): la renta corriente crece anualmente (con signo positivo o negativo) un 1% más que el año anterior; el capital técnico tiene un crecimiento anual (con signo positivo o negativo) igual a la mitad del crecimiento de la renta corriente (crecimiento “neutral”); el empleo crece cada año (con signo positivo o negativo) un 1,5% más que el año anterior. En esta gráfica, en todo momento, el sistema productivo está empleando la totalidad de su capacidad productiva. En un determinado momento (que más adelante especificaré) se produce un cambio de fase del ciclo: de una fase expansiva a otra recesiva, o viceversa.
Como el incremento de la productividad del capital tiene el mismo valor absoluto, pero con signo contrario, que el de la productividad del trabajo, y como el factor ponderador del incremento del capital técnico es x=0,5, la tasa de incremento de la productividad global es siempre cero. Ello equivale a decir que en todo momento el sistema trabaja al límite de su capacidad productiva (productividad potencial).
Esta gráfica pretende representar (pobremente, por supuesto) la evolución a largo plazo de las distintas variables. En ella están expuestos dos casos extremos: 1) un crecimiento “neutral” del empleo y del capital técnico (L=K), que como vemos da lugar a un crecimiento (o decrecimiento) sostenido de la productividad del trabajo (y de la productividad global) de un 0,5 por ciento anual; y 2) una evolución “maximalista”, caracterizada por un incremento límite del empleo, que agota la capacidad productiva acumulada y provoca tasas negativas de productividad del trabajo. Dicho crecimiento “maximalista” sería sólo posible cuando la inflación de demanda disfraza las ineficiencias productivas.
Cuando se experimenta un crecimiento “maximalista”, en un determinado momento (que más adelante estudiaremos), se inicia un período contractivo (crecimiento inferior al del año anterior), previo a otro recesivo (crecimiento negativo). Como vemos en esta gráfica, ello permite que la productividad del trabajo vuelva a tener signo positivo.
¿En qué se traduce esta contracción (y posterior recesión) económica? En una desinversión: primero de fuerza de trabajo, posteriormente de capital acumulado, y sólo en último lugar de capital corriente. ¿Qué se pretende con esta desinversión? Recuperar niveles positivos de productividad del trabajo.
En esta gráfica, la desinversión en capacidad acumulada de producción está representada por un movimiento de la línea CT hacia la izquierda de la línea de las abcisas, a medida que la evolución de la renta corriente (Q) tiene un movimiento en el mismo sentido. A partir del supuesto inicial, el capital técnico corriente (K) disminuye menos que la renta corriente, y el empleo (L) disminuye más que la renta corriente, a fin de incrementar la productividad (aparente) del trabajo (Q-L).
¿Qué significado tiene, en esta gráfica, este desplazamiento hacia la izquierda de la línea CT? Representa la liquidación y la desvalorización de parte del stock de capacidad productiva acumulada. Recordemos que cuando el incremento de la productividad global es muy bajo, con seguridad se está utilizando la casi totalidad de la capacidad productiva acumulada, y en aplicación de la ley de los rendimientos decrecientes, los ingresos marginales son muy pequeños (éstos desaparecen cuando se agota la capacidad productiva acumulada).
En definitiva, en esta gráfica, un desplazamiento a la izquierda de la línea CT ilustra una desinversión o una desvalorización del capital técnico acumulado. ¿Por qué se desinvierte en capital acumulado? Básicamente para reducir “costes de marcha en vacío”. Recordemos que éstos son los provenientes del mantenimiento de un equipamiento productivo ocioso cuando la producción disminuye: entonces, dichos costes fijos se reparten entre un número menor de unidades producidas. En estas circunstancias, es necesario desinvertir en capital exhausto u obsoleto, por lo que la capacidad productiva acumulada disminuye. El objetivo de esta desinversión consistiría en rebajar al mínimo la capacidad productiva no utilizada, a fin de reducir los costes operativos de la producción.
(No olvidemos que cuando, en épocas expansivas, la renta tiene una tasa de crecimiento inferior a la de la inversión en capital corriente, parte del capital acumulado es dado de baja para evitar “redundancias”. Si se produjese un incremento de la renta al menos igual al de la inversión, tal situación de “redundancia” no se produciría, y el stock de capacidad de producción se incrementaría al ritmo del incremento neto del capital corriente. Por otro lado, en épocas recesivas, una parte del capital se desvaloriza de forma “natural” cuando se vuelve obsoleta o redundante.)
Sin embargo, existe un límite en la desinversión, tanto en capital corriente como en capital acumulado: debe existir una reserva de capacidad de producción capaz de atender los momentos de relanzamiento de la demanda. Recordemos nuevamente que el incremento del capital fijo tiene una evolución lenta a corto plazo (en relación al stock total de capital), mientras que el del capital variable (básicamente empleo y materias primas), a partir del principio del multiplicador keynesiano, tiene una evolución más ágil en el corto plazo.
La desinversión en capital exhausto u obsoleto mejora los resultados económicos a corto plazo, pues reduce los costes fijos de carácter operacional, y ayuda a incrementar (cuando el empleo disminuye aún más considerablemente) la productividad global de la empresa. Ello implica que, con un crecimiento “maximalista”, tanto la evolución de la productividad del trabajo como la de la productividad global tienen un comportamiento anticíclico, mientras que la evolución de la inversión tiene un comportamiento procíclico. Sin embargo, según esta gráfica, el crecimiento a un ritmo “neutral” tiene signo procíclico. ¿Cómo se entiende ésto?
En esta gráfica está representado un ciclo más o menos típico, con un zénit (Q=4) y un nadir (Q=–2). Un crecimiento “neutral” del capital técnico y del empleo se ajustaría a los vaivenes del ciclo, por lo que tanto la evolución de la productividad del trabajo como la de la productividad global tendrían el mismo signo que el del incremento de la de la inversión (tendrían carácter procíclico). De este modo, como vemos, las oscilaciones estarían muy minimizadas: en la gráfica, tanto el incremento del empleo, como el del capital técnico, como el de la productividad del trabajo (y la global), oscilarían entre un zénit de un 2% de incremento y un nadir de un 1% de decrecimiento. En cambio, un crecimiento “maximalista”, del tipo representado por un incremento “elástico” del empleo (hasta el punto de agotar la capacidad productiva), provocaría oscilaciones muy grandes del empleo y de la productividad del trabajo, las cuales tendrían carácter procíclico y anticíclico, respectivamente.
(En concreto, en la gráfica, el incremento del empleo, con signo procíclico, oscilaría entre un zénit del 6% y un nadir del –3%; el de la productividad del trabajo, con signo anticíclico, tendría un mínimo del –2% y un máximo del 1%; y el de la productividad global se mantendría estable en un nivel cero, equivalente, como sabemos, al agotamiento de la capacidad productiva en cada año corriente.)
Ésta es, más o menos, la situación actual, en la cual las oscilaciones del capital técnico (en términos monetarios) son considerables y tienen carácter procíclico, y las oscilaciones de la productividad del capital (y de la productividad global) son también sensibles y tienen carácter anticíclico (véase la tabla 1). (Las oscilaciones de la productividad del trabajo no son tan considerables porque el trabajo se comporta de una manera “elástica” en relación a la renta.)
Un crecimiento de los factores a una tasa “neutral”, aun en el caso de que existiesen oscilaciones cíclicas coyunturales, reduciría sensiblemente los vaivenes del empleo y del capital, y minimizaría el alcance de la crisis a nivel social y productivo. Pero el sistema actual tiene un comportamiento oportunista (es arrastrado por las circunstancias coyunturales de los mercados) y a corto plazo (sin reparar en las consecuencias futuras de su actuación presente), lo que acentúa los vaivenes cíclicos de los que acabo de hablar. Ello supone una amplificación de los desajustes sociales y productivos de la economía (que se traducen en un comportamiento anticíclico de la productividad a costa de una acentuación del comportamiento procíclico de la inversión).
En esta gráfica hemos representado tres casos: 1) un crecimiento “neutral”, representado por un incremento de los factores igual a Q/2; 2) un crecimiento “maximalista”, de grandes oscilaciones (representado por el ciclo A), en el cual el empleo crece en todo momento al límite de la capacidad productiva acumulada; y 3) un crecimiento más “realista” (ciclo B), también con grandes oscilaciones, pero no tanto como en el caso “maximalista”. El ciclo A lo seguiremos estudiando (con más detalle) en el siguiente apartado.
La productividad global es la productividad del largo plazo
Anteriormente hemos comprobado que un proceso desinversor tiene tres motivaciones: 1) disminuir costes fijos (liquidación de capital exhausto u obsoleto); 2) evitar redundancias de capital técnico (cuando parte del capital acumulado es reemplazado por capital corriente); y 3) aumentar la productividad del trabajo (disminución de la fuerza de trabajo). Sin embargo, el caso A de la gráfica 7 adolece de dos grandes carencias: 1) no resalta el comportamiento anticíclico de la productividad global (CT), puesto que en todo momento la capacidad productiva acumulada es utilizada en su integridad; y 2) el incremento de la productividad del trabajo llega a tener signo negativo, cuando ello es económicamente insostenible. Esta gráfica, sin embargo, resalta el positivo resultado económico que supone crecer en todo momento a una tasa de crecimiento “neutral” (L=K=Q-L=Q/2); y también evidencia que para estudiar la productividad en el largo plazo necesitamos considerar la productividad de ambos factores productivos: la del capital y la del trabajo, no únicamente la del trabajo, como en el corto plazo.
El lector debe recordar que el largo plazo se caracteriza por la movilidad de ambos factores productivos (capital y trabajo), y que la evolución de la productividad (tanto la del trabajo como la global), en el contexto actual, tiene siempre comportamiento anticíclico: crece más en momentos recesivos y menos (o decrece) en momentos expansivos (véase la tabla 1).
El trabajo, a diferencia del capital (que tiene movimientos volátiles), a largo plazo sigue una tendencia dada por la evolución del crecimiento vegetativo (o por otras variables demográficas), mientras que a corto plazo tiene una evolución procíclica: crece más cuando la renta crece, y menos (o decrece) cuando la renta disminuye (o crece menos). A corto plazo, el trabajo tiene un comportamiento “elástico” para que la productividad del trabajo alcance unos valores (positivos) aceptables.
El capital, sin embargo, a largo plazo experimenta cambios sustanciales (de naturaleza cuantitativa y cualitativa), mientras que a corto plazo se sobreentiende como dado (es poco variable en relación al stock total de capital acumulado). Es decir, a largo plazo, en términos de potencia, el capital es altamente “elástico” en relación a la renta, y a corto plazo es altamente “inelástico” en relación a esta última variable.
Por lo tanto, a largo plazo hemos de tener en cuenta ambos factores (capital y trabajo); y ambos son variables. ¿Cómo expresamos este hecho? Gráficamente, con el artificio expuesto en la gráfica 7; aritméticamente, con la introducción de una nueva variable: la evolución de la inversión agregada.
En nuestro modelo, ésta es la suma ponderada de los incrementos del capital y del trabajo. Con la introducción de esta variable los óbices anteriores (tasa de crecimiento negativo de la productividad del trabajo y comportamiento no anticíclico de la productividad global) desaparecen. En la gráfica 8 se resumen las principales conclusiones en el estudio de la evolución de la productividad del trabajo y de la productividad global, en un contexto a largo plazo (es decir, con ambos factores variables en el tiempo).
En la gráfica 8 (A) se estudia el caso A de la gráfica 7. Como sabemos, en ésta el empleo crece cada año a una tasa que agota la capacidad productiva acumulada, desapareciendo los ingresos marginales. En la representación del caso A podemos observar con claridad el comportamiento anticíclico de la evolución de la productividad del trabajo en relación al de la renta (y al de los beneficios medios). Como comprobamos en el apartado anterior, si la tasa de crecimiento de los factores hubiese coincidido en todo momento con la tasa de crecimiento “neutral” (L=K=Q-L=Q/2), el incremento de la productividad del trabajo hubiese tenido comportamiento procíclico y su línea se hubiese solapado a la del incremento de la productividad global.
Como ya observamos con anterioridad, un crecimiento “óptimo” de los factores productivos (L=K) no tiene que coincidir necesariamente con una tasa de crecimiento “neutral” (L=K=Q-L=Q/2). En la gráfica 8 (B) se representa qué sucede cuando ambos factores (capital y trabajo) crecen en todo momento a una misma tasa (L=K). En efecto, en ese caso, todos los puntos son “puntos óptimos”. En definitiva, la línea Q-I se solapa a la línea Q-L: el incremento de la productividad del trabajo es igual al de la productividad global cuando todos los valores de la función son puntos óptimos (L=K).
El incremento de la productividad global se calcula sustrayendo la tasa de incremento de la inversión corriente (debidamente ponderada por el reparto de la renta entre los factores productivos) de la tasa de incremento de la renta. El incremento de la productividad global es la medida agregada de la eficiencia global, siendo el incremento de la inversión global la variable independiente.
La función del incremento de la productividad global (Q-I) equivale a la función del incremento de la productividad del trabajo (Q-L) sólo en el caso en el cual la tasa de incremento de ambos factores sea siempre óptima (L=K). ¿Qué quiere decir ello? Recordemos que la función Q-I tiene a ambos factores como valores variables, mientras que la función Q-L tiene un factor variable (el incremento del trabajo) y otro dado (el incremento del capital). Cuando igualamos el incremento de ambos factores (L=K), la función Q-L, de hecho, se comporta como la función Q-I, puesto que la tasa de incremento de los factores es igual a la de la inversión (L=K=I). Es decir, ya no se trata de un “caso parcial”, sino de un caso global (o agregado).
La aplicación de la función Q-I tiene otras ventajas añadidas: 1) la tasa de incremento de la productividad del trabajo puede ser siempre positiva (como sucede de hecho en la realidad) cuando la tasa de incremento del capital (en el largo plazo) tiene un comportamiento volátil; 2) se tiene en cuenta la evolución de las variables en cualquier período de tiempo (incluso en el corto plazo), sin la constricción que supone la aplicación de la función Q-L (circunscrita rigurosamente al corto plazo); y 3) la tasa de incremento de la productividad global puede tener carácter anticíclico (pues de hecho se ajusta a los vaivenes de la evolución del capital).
La función Q-I deja libre de restricciones el estudio de las distintas variables del crecimiento, y lo aproxima a la realidad contrastable. La tasa de incremento de la productividad global nos informa de la eficiencia del esfuerzo inversor, con un nivel de crecimiento de la renta dado.
Como sabemos, también la función Q-L nos informa del incremento de la productividad global en un año corriente (en la expresión CT=(Q-L)-x(K-L)). Y, en la función Q-K, si mantenemos inalterables las tasas de incremento del producto, del empleo y de la inversión en capital técnico, el incremento de la productividad global tendrá idéntico valor en la expresión CT=(Q-K)-(1-x)(L-K)).
(Con valores Q=3, L=2 y K=5, en un año corriente, el incremento de la productividad global tendrá un idéntico valor en las funciones Q-L, Q-K y Q-I, equivalente a CT=-0,5.)
No olvidemos que el incremento de la productividad global se puede calcular de dos maneras: 1) residual, si sustraemos la evolución de la inversión ponderada del incremento de la renta corriente (o, en la función de la evolución de la productividad del trabajo, si sustraemos el “diferencial del capital” del incremento de la productividad del trabajo); y 2) agregada, si sumamos el incremento de las productividades (ponderadas) del capital y del trabajo. Evidentemente, el primer procedimento es más sencillo. Pero en cualquier caso, si los valores de los distintos elementos (incremento de la renta, del empleo, y del capital) no varían, el incremento de la productividad global tendrá un valor idéntico independientemente de la fórmula utilizada (evolución de la productividad del trabajo, de la productividad del capital, o de la productividad global).
La función de la evolución de la productividad global es aplicable en el corto y en el largo plazo. Pero por definición, como sabemos, en el corto plazo el stock de capital técnico varía muy poco. Por ello, también por definición, la productividad global es la productividad del largo plazo. En el próximo capítulo descompondremos la productividad global en sus elementos (relativos) constituyentes.
El incremento de la productividad global es la adición ponderada de los incrementos de las productividades relativas del capital y del trabajo
La evolución de la productividad global es la suma ponderada de la evolución de las productividades relativas del capital y del trabajo, con ambos factores variables (es decir, en el largo plazo). Por lo tanto, no es un valor simple, sino compuesto. Los incrementos relativos de las productividades parciales del trabajo y del capital varían en función de la evolución relativa del empleo y del capital: cuando el empleo crece relativamente más que el capital, la productividad del capital crece relativamente más que la del trabajo, y viceversa. El incremento de la productividad global consistiría, pues, en la adición ponderada (por el reparto de la renta entre los factores) de los incrementos de ambas productividades parciales.
En la vida real, la evolución de la productividad del trabajo tiene generalmente signo positivo y es más o menos estable en el tiempo (con ciertas variaciones cíclicas). La de la productividad del capital, en cambio, refleja la evolución volátil (pero con carácter anticíclico) de la inversión en capital técnico. Como esta última variable puede sufrir sensibles variaciones de un año para otro (en términos monetarios), la evolución de la productividad global está afectada en gran manera (en función de la porción de la renta que remunera al capital) por la de la inversión en capital fijo. Es decir, mientras que la productividad del trabajo da estabilidad a la evolución de la productividad global, la productividad del capital le da dinamismo. Las variaciones de la productividad del capital tienen un importante impacto sobre la evolución de la productividad global; de ahí el carácter anticíclico de la evolución de la productividad global.
La productividad global, como un todo, se descompone en las productividades relativas del trabajo y del capital. La productividad relativa del trabajo es el cociente entre la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo y la de la productividad global, ponderado por (1-x) (factor ponderador de L):
PRL=1-x[(Q-L)/CT] (7)
Como un caso especial, siendo el empleo la variable independiente, cuando CT tiene valor cero (es decir, cuando se ha agotado la capacidad productiva acumulada), la productividad relativa del trabajo tiene valor igual a infinito. Ello es lo mismo que decir que, en el corto plazo (recordemos que la productividad del trabajo es la productividad del corto plazo), en último término existe un límite de capacidad productiva acumulada, representado por el punto CT=0. Traspasar este jalón es ineficiente y antieconómico.
La productividad relativa del capital, por su lado, es el cociente entre la tasa de crecimiento de la productividad del capital y la de la productividad global, ponderado por x (factor ponderador de K):
PRK=x[(Q-K)/CT] (8)
Igualmente, siendo el capital técnico la variable independiente, cuando CT tiene valor cero la productividad relativa del capital tiene valor igual a infinito, por la misma razón explicada más arriba.
La adición de la productividad relativa del trabajo y del capital tiene un valor igual a uno (siempre que el empleo o el capital sea la variable independiente), lo que es lo mismo que decir que la productividad global, como un todo, es la adición de las productividades relativas del trabajo y del capital, ponderadas por su participación en la renta global:
PRL+PRK=1 (9)
Estas fórmulas son indicadores fiables a la hora de conocer el grado de desequilibrio que sufre la economía (en la segunda parte de este libro comprobaremos que, en último término, este desequilibrio es la causa del ciclo económico, y por ende de las crisis económicas). Para que exista un crecimiento equilibrado, tanto la productividad relativa del capital como la del trabajo han de fluctuar en torno a los respectivos factores ponderadores del capital (x) y del trabajo (1-x), lo que supone que tanto el capital como el trabajo han de crecer a la misma tasa (L=K). Si no es así, se ponen en marcha mecanismos de retroalimentación que desequilibran fatalmente al sistema económico.
(El lector recordará que el crecimiento “neutral” se produce cuando ambos factores productivos, capital y trabajo, crecen a la misma tasa que la productividad del trabajo: L=K=Q-L=Q/2.)
Podemos observar este hecho en la gráfica 9. Podemos comprobar cómo cuando el sistema económico se encuentra próximo a un crecimiento equilibrado (es decir, cuando el empleo y el capital crecen a tasas similares, independientemente de si este crecimiento es real o no, es decir, de si hay creación neta de empleo o no), las productividades relativas del trabajo y del capital fluctúan alrededor de sus respectivos valores ponderadores (x y 1-x). En cambio, cuando las tasas de incremento de ambos factores (capital y trabajo) se alejan entre sí, ambos índices se desvían en consecuencia de sus respectivos valores ponderadores. En definitiva, mientras más alejados entre sí se encuentran los valores respectivos de la productividad relativa del capital y del trabajo, mayor será el desequilibrio económico referido.
Concretamente, en la gráfica observamos que durante la mayor parte de los años, excepto en los intervalos 1972-74 y 1985-90, hubo un nivel de crecimiento con tendencia al equilibrio (aunque no siempre con crecimiento neto del empleo). Sin embargo, durante los intervalos de tiempo aludidos, se produjo un alejamiento de las tasas de incremento del trabajo y del capital que se tradujo en una clara disminución de la productividad global. Este fenómeno es más claro en períodos expansivos: por ejemplo, en 1987, la tasa de incremento del capital (en términos monetarios) fue del 14%, y la del trabajo del 3,7%. Esta diferencia provocó, con un incremento de la renta de un 5,6%, un valor negativo de la tasa de incremento de la productividad global (-2,2%). Si observamos la gráfica, este valor negativo del incremento de la productividad global coincide con un amplio gap entre la tasa de crecimiento de ambos factores productivos.
Lo cual me hace pensar que, en efecto, un crecimiento desequilibrado de los factores productivos provoca ineficiencias de muy diverso tipo, que se traducen en una productividad global negativa (a corto plazo, la renta crece a una tasa inferior a la de la inversión). Y, por ende, ello tiene como consecuencia la acentuación de los vaivenes cíclicos. En el próximo punto comprenderemos la importancia que tiene el concepto “eficiencia global” en el análisis económico que propongo.
Los beneficios totales expresan el estado real de los negocios en un momento dado
Hemos de retornar a las conclusiones anticipadas en la introducción. Allí decía que los beneficios totales constituyen un índice compuesto que comprende dos items: por un lado, los beneficios medios, y por otro la eficiencia global. Los primeros, como decía más abajo, están expresados por el punto en el cual los factores crecen al mismo ritmo que la productividad del trabajo (en todo caso, Q/2). La eficiencia global, por su parte, es la tasa de incremento de la productividad global; es decir: el residuo entre la tasa de crecimiento de la renta y la de la inversión ponderada (Q-I), en un momento dado.
¿Qué sucede cuando esta adición da un valor cero? Como dije en su momento, el capitalista pierde todo estímulo para seguir invirtiendo (o desinvirtiendo, según el momento coyuntural). Es decir, unos beneficios totales iguales a cero suponen un cambio de fase del ciclo económico:
BT=Q/2+(Q-I) (10)
PRF (punto de reversión de fase)=(BT=0) (11)
Los beneficios totales representan el estado real de los negocios en un momento coyuntural dado, porque expresan la adición de: 1) la tasa de crecimiento de los beneficios que remunera de forma “normal” el esfuerzo inversor (beneficios medios), y 2) el rendimiento (en términos de productividad) que se obtiene del capital acumulado en uso, con un nivel de renta corriente. El primer item refleja la tasa de crecimiento de los beneficios considerada “normal” (es decir, que no supone ni superbeneficios, ni ineficiencias de ningún tipo, y que está internalizada en el “coste de producción” del capitalista). El segundo item refleja el estado corriente de la eficiencia global.
Llamo productividad relativa a la tasa de crecimiento de la productividad global que, añadida a los “beneficios medios” (Q/2), provoca un cambio de fase de ciclo (porque reduce a cero el incremento de los beneficios totales). Su expresión algebraica, así pues, es –Q/2.
En otras palabras, podemos afirmar, con un cierto grado de seguridad, que cuando el incremento de la productividad global alcanza un valor equivalente a –Q/2, es altamente probable que se produzca un cambio de fase del ciclo (de expansiva a recesiva, o viceversa). Llamo a esta expresión “productividad relativa” porque expresa un grado de eficiencia (con signo positivo) o de ineficiencia (con signo negativo) que está en relación (inversa) con el nivel de renta corriente. Por ello tiene carácter anticlico: tiene signo positivo cuando la renta tiene signo negativo, y viceversa.
Expresémoslo con un ejemplo. En un período recesivo, cuando la productividad global tiene una tasa de incremento (Q/2) que no es remuneradora para los capitalistas, puesto que a duras penas compensa la tasa de incremento negativo de la renta corriente (-Q/2), se pone en marcha el disparador de la reinversión (recordemos que, en un modelo de crecimiento “maximalista”, durante las recesiones se experimentan incrementos positivos de la productividad global; cuando esta última ya no es remuneradora llega el momento de reinvertir: véase el caso francés en la gráfica 10). En un período expansivo, en cambio, cuando un crecimiento negativo de la productividad global (-Q/2) anula un nivel corriente de incremento de los beneficios medios (Q/2), el empresario pierde todo incentivo para invertir. Se inicia un período contractivo, que, a partir del mecanismo del multiplicador keynesiano, desemboca en una abierta recesión (véase los casos británico y norteamericano en la gráfica 10). Ello demuestra que para conocer el estado real de los negocios, no basta con estimar el nivel de crecimiento absoluto de los beneficios medios (tal como los definí en su momento); hemos de averiguar asimismo la tasa corriente de incremento de la productividad global.
Como dije en su momento, a corto plazo existe una capacidad productiva limitada (acumulada y corriente). Invertir en nueva fuerza de trabajo a una tasa mayor que el incremento corriente de la renta provoca una productividad negativa del trabajo. Y como sabemos, el incremento de la productividad del trabajo no puede tener signo negativo. Sin embargo, el de la productividad global sí puede tenerlo: 1) por un lado a causa de la “paradoja de Solow” antes explicada (ineficiencias, a corto plazo, por un mal uso de la tecnología); y 2) por otro lado por el carácter volátil de la inversión monetaria en capital técnico (de un año para otro).
Por así decirlo, a largo plazo la reserva productiva crece al ritmo de la incorporación neta de capital corriente (y de los nuevos avances técnicos); pero a corto plazo la inversión en nuevo capital no se refleja en un incremento inmediato de la renta: es necesario un lapso de tiempo para que se produzca la “puesta a punto” del nuevo capital técnico. Por ello a corto plazo la evolución de la productividad global puede tener signo negativo, aunque a largo plazo la productividad global tiene tendencia a crecer, lo que se traduce en el hecho innegable de que esta variable rellena el gap entre el incremento de la renta global y el de la inversión ponderada.
El concepto “beneficios totales” es representativo, en cierto modo, del “balance de costes y beneficios” del sistema económico en un momento corriente. Y expresa, como dije en la introducción, el hecho de que éste aplica, básicamente, las mismas reglas que emplean los agentes económicos individuales (pero a nivel agregado). En otras palabras, los “beneficios totales” son la agregación de los resultados económicos de los agentes económicos individuales. Así se rompe la barrera entre las decisiones individuales y su repercusión en los grandes agregados. Es decir, desaparece la frontera entre la dimensión macroeconómica y la microeconómica.
En el próximo apartado comprobaremos que el sistema económico, como un todo, funciona en cierto modo como un organismo autorregulado.
El sistema económico funciona como un organismo autorregulado
Como hemos visto en el apartado anterior, el sistema económico tiene, en cierto modo, un mecanismo autorregulador que cambia automáticamente la fase del ciclo cuando las condiciones están maduras. Por ejemplo, un período de crecimiento lento de la renta con desinversión neta (aunque con incremento neto de la capacidad productiva a causa de la introducción del cambio tecnológico), que en términos económicos es denominado “período de atonía”, puede durar indefinidamente cuando los beneficios totales son positivos (y recordemos que éstos incluyen tanto los beneficios “medios” como la eficiencia global corriente). Sin embargo, cuando los beneficios totales desaparecen, los capitalistas cambian de parecer: invierten de nuevo cuando el período es recesivo, o desinvierten cuando el período es expansivo.
Este proceso suele coincidir con un crecimiento absoluto (positivo o negativo) de la inversión por encima de la renta. Por ejemplo, cuando en un período expansivo la tasa de incremento de la inversión supera la de la renta, el incremento de la productividad global tiene signo negativo, lo que significa que los beneficios totales tienen tendencia a reducirse; en cambio, cuando en un período recesivo la desinversión supera el decrecimiento de la renta, el incremento de la productividad global tiene signo positivo, y los beneficios totales tienen tendencia a aumentar. En ambos casos, la tasa de incremento de los beneficios totales igual a cero supone un punto de inflexión del proceso inversor o desinversor.
En la gráfica 10 (a, b, c y d) analizamos la evolución de la variable “beneficios totales” en España (a), Estados Unidos (b), Reino Unido (c) y Francia (d). En ella observamos dos límites virtuales, uno inferior y otro superior, del incremento de la inversión en función del incremento de la renta. Ambos límites operan tanto en períodos expansivos como recesivos, y permiten entrever el proceso autorregulador del que hemos hablado. (En el caso de España, hemos de considerar que la evolución de la renta está infravalorada en al menos un 25% de su valor real.)
Es decir, el incremento de la inversión corriente está ligado al de la renta corriente: la inversión no puede crecer más allá del límite expresado algebraicamente por 3/2Q. Sobrepasado este nivel de crecimiento, se produce automáticamente un cambio de fase del ciclo.
De esta constatación podemos obtener varias consecuencias:
1) Una tasa económicamente sostenible de crecimiento de la inversión, en relación a la renta, viene dada por el nivel de crecimiento “neutral” (L=K=Q-L=Q/2). Cuando el sistema económico sobrepasa este nivel de crecimiento de la inversión, entra en un proceso de crecimiento “no sostenible”, en el cual la productividad global tiene un comportamiento anticíclico. Cuando el sistema económico se mantiene en todo momento en una senda de crecimiento “neutral”, la productividad global tiene en todo momento comportamiento procíclico. Incluso en el caso de que existan vaivenes cíclicos coyunturales, éstos no tienen carácter dramático para el empleo o para la productividad global.
2) El análisis trimestral de las principales variables económicas (básicamente la evolución de la renta, el empleo y la inversión en capital) puede advertir a las autoridades económicas del estado corriente del ciclo. La variable “beneficios totales” es un buen indicador del grado de riesgo (o esperanza) de una inflexión hacia una fase recesiva (o expansiva) del ciclo. El estudio de este indicador se tiene que contrastar con los datos empíricos, pues son posibles muchas situaciones intermedias entre la simple recesión y la simple expansión (el estado de atonía es un caso peculiar; la denominada “estanflación” es otro ejemplo). Pero en todo caso se puede afirmar que un índice de beneficios totales próximo a cero es indicador de un próximo cambio de fase del ciclo económico.
3) Es posible prevenir los vaivenes cíclicos si se aplica una política económica inteligente, destinada a evitar los desequilibrios producidos por un comportamiento volátil de la inversión respecto a la renta. En la gráfica 11 se demuestra que un incremento de la inversión muy superior al de la renta provoca desequilibrios caracterizados por un comportamiento anticíclico de la productividad global (caso C). ¿En qué se traduce este comportamiento de la productividad global? En un comportamiento volátil de la inversión en años futuros.
En cambio, en A (crecimiento de la inversión a tasas inferiores a las de la renta) el comportamiento de la productividad es procíclico (puesto que la inversión crece a una tasa “neutral”). ¿En qué se diferencian los casos A y C? Fundamentalmente, hemos de reparar en las repercusiones de la evolución de la productividad global de cara a la acumulación futura. En A, como vemos, el incremento de la productividad global tiene signo positivo, así como los beneficios medios; todo en conjunto produce unos beneficios totales positivos, y un crecimiento positivo del ahorro. En C, sin embargo, el incremento de la productividad global tiene signo negativo, que más que compensa los beneficios medios, por lo que tanto los beneficios totales como el ahorro son negativos. Aquí se ha invertido el capital acumulado en años anteriores, de tal modo que, a corto plazo, la evolución de la productividad de esta inversión (la eficiencia global) tiene signo negativo. En definitiva, un comportamiento anticíclico de la productividad supone que las inversiones explosivas en los años expansivos se financian con los ahorros retenidos en años de atonía, de crecimiento moderado, o incluso en períodos recesivos, cuando generalmente el incremento de la productividad global tiene signo positivo.
En la segunda parte (dinámica) de este libro estudiaremos las repercusiones de este mecanismo autorregulador del sistema económico en la evolución de la renta, de los beneficios, y del empleo.