Un caballo con alas... De la prehistoria!

Hace escasos días el Diari de Tarragona publicaba la siguiente noticia:

Hallazgo arqueológico "excepcional" en la Cova de la Font Major de l'Espluga de Francolí. Este viernes se ha anunciado el descubrimiento de un santuario paleolítico integrado por más de un centenar de grabados de hace unos 15.000 años, los más antiguos descubiertos hasta ahora en Catalunya.

Solo habían pasado unos días de la riada del 22 de octubre cuando un equipo del Instituto Catalán de Paleocologia Humana y Evolución Social (IPHES) y uno del Grupo de Investigación del Seminario de Protohistoria y Arqueología (GRESIPIA) de la URV empezaron una nueva intervención a la cueva para valorar el potencial arqueológico. "No sabíamos si quedaba margen para hallazgos, e hicimos un descubrimiento fortuito, extraordinario e inesperado. Fue una cosa que no buscábamos, ha admitido Josep Maria Vergès, autor del descubrimiento y director del proyecto de investigación sobre la Cueva de la Font Major.

El 30 de octubre los investigadores localizaron más de un centenar de grabados de hace unos 15.000 años que constituyen el primer santuario paleolítico catalán con representaciones de arte rupestre parietal figurativo y abstracto. El conjunto que se descubrió en las paredes corresponde exclusivamente a grabados, una cuarentena de los cuales son representaciones de animales -como por ejemplo ciervos, caballos y bueyes-, y el resto firmas y símbolos abstractos. Los expertos los atribuyen al Paleolítico Superior, concretamente en el periodo Magdaleniense, a pesar de que hay algunos que pueden ser algo más antiguos y otros que se relacionan con el neolítico y etapas más recientes.

El santuario descubierto en l'Espluga se considera un hito en la historia de la arqueología en Catalunya y, tanto por el número como por la calidad de las representaciones, es uno de los cuatro conjuntos más significativos de la llamada provincia paleolítica mediterránea. "En el contexto de Catalunya y el nordeste peninsular es excepcional, no hay nada igual", ha espetado Vergès. Además, el autor del hallazgo ha puesto en valor el hecho de que el santuario era todavía más grande de lo que se ha encontrado, pero que muchos grabados se han borrado por la acción humana. Y es que la cavidad había sido un punto muy transitado por rutas de aventura antes de museizarla y muchos visitantes, desconocedores de su existencia, tocaban las paredes e, incluso, las llenaron de grafitis.

Sin embargo, en la mayor parte de las reseñas de los medios de cumunicación se publicó la siguiente foto, lo que en sí denota un particular interés:

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Aquí vemos un caballo con lo que parecen dos alas, o una M, o dos llamas. A la izquierda volvemos a ver dichas “alas”, pero realizadas con mejor trazo. El caballo es realista, pero las alas son esquemáticas. Hay quien afirma que este símbolo (sean alas, una M o dos llamas) fue añadido posteriormente, porque está muy remarcado, aunque hay que tener en cuenta que el morro del caballo está igualmente muy remarcado.

Veamos dos imágenes más de dichos grabados en el interior de la cueva:

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En la primera vemos unas figuras muy simplificadas y estilizadas. En la segunda, una serie de símbolos que por su forma podrían tener parecido a los existentes en la Pedra de l’Home del bosque de Savassona (Tavèrnoles):

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¿Tal vez dicho grabado (las alas) es posterior al del caballo? Sea como sea sería muy antiguo, y tal vez estaría relacionado con aquellos representados en el bosque de Savassona. A este respecto, véase el artículo Brujería y tradición. El “bosque mágico” de Savassona.

Ahora centrémonos en el simbolismo de las alas (si de veras lo son) en el caballo representado en la cueva de Font Major. Es bien sabido que el caballo con alas caracteriza a Pegaso, un personaje de la mitología griega asterizado en el firmamento en la constelación de Pegaso. En la península ibérica el caballo alado era el símbolo más característico de la colonia griega de Ampurias, hasta el punto de ser representado repetidamente en las monedas acuñadas en dicha ciudad.

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Dracma griego de Ampurias.

Nótese la similitud entre el caballo de la cueva de la Font Major, en Tarragona, y el del dracma griego de Ampurias, en Girona.

Pero como hemos dicho, el caballo Pegaso era representado ya por los sumerios en su mapa de los cielos, para aludir al lugar de origen de los dioses, el Iku. En mi libro Ecos de la Atlántida escribo lo siguiente:

IKU es el nombre de la constelación celeste sumeria alusiva al caballo (actual­mente Pegaso), y es representado, en un sello babilónico, como una cuadrícula remotamente parecida al esquema descrito por Platón en su Atlántida (canales concéntricos, un lugar central, y otros canales que conectan el centro con las esquinas). Algunos autores, citados por Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend, consideran que IKU es el paraíso de los mesopotámicos. En un dibujo babilónico lo vemos rodeado por el mar, por lo cual hemos de considerar que IKU es una isla. Este recuadro, rodeado de pe­ces (¿una isla?), lo encontramos en el zodíaco de Dendera (aunque aquí la isla se convierte en un lago), así como en algunos signos a lo largo y ancho del mundo, como en Sumatra y América.

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Derecha, constelación de Pegaso. Centro, la “isla primordial” de los egipcios (representada por una piscina rodeada de peces). Izquierda, el Iku sumerio, junto a un toro alado.

Curiosamente, como hemos visto, las dos alas del caballo podrían representar unas llamas estilizadas. Los egipcios, tal vez por casualidad, llamaban su isla primordial la “Isla de las dos llamas”, de la que escribo en Ecos de la Atlántida:

Este lugar mítico, situado en el Este, que aparece en la literatura funeraria de los Textos de las Pirámides, está conectado con el mito de la creación del mundo, siendo el lugar en el que el Sol (Horus) derrota a sus enemigos (Seth), y posteriormente disipa las tinieblas del Nun con sus dos llamas (el Sol y la Luna). En la cosmogonía de Hermópolis (véase más abajo) es el lugar en el que el dios solar aparece en la «montaña primordial», rodeada por el Nun.Sea como sea, el mito hermopolitano es una escenificación del primero. Y en éste Ra y los ancestros nacen aquí, en una isla «de fuego» (o de llamas), situada en el Este. Si vamos más allá de su significado alegórico, todo indica que dicha «isla primordial» tenía volcanes (Indonesia los tiene).

Sí, ya lo sé, aquí he extrapolado el caballo de la cueva de Font Major, representativo –supuestamente- de un caballo alado, a la constelación de Pegaso, que para los antiguos representaba una isla, rodeada por el mar, que sería el lugar de nacimiento de los dioses. Y eso es mucho suponer (y especular). Es lo que se suele llamar "una cola muy larga para un perro muy pequeño".

Pero no perdamos de vista la posible caracterización de ese caballo alado –si lo es- como una constelación. En Lascaux, Francia, encontramos un toro representando –en eso sí hay consenso- la constelación de Tauro.

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Lascaux. Un uro (o toro), con las Pléyades a la derecha (1) y el Cinturón de Orión a la izquierda (3), con cuatro estrellas en lugar de tres.

Eso implicaría que ya desde el Paleolítico, en concreto, desde el período Magdaleniense, habrían perdurado ciertos signos del zodíaco expresados como animales (ello dio origen al término zoo-diaco). En el caso del toro de Lascaux eso parece evidente; ¿podría ser también el caso del caballo alado de Font Major?

El análisis comparativo de la mitología universal ha permitido identificar más concomitancias en diferentes corpus mitológicos por lo que se refiere a la configuración de sus respectivos zodíacos. He aquí algunos ejemplos, extraídos, nuevamente, de mi libro Ecos de la Atlántida:

Aquí nos encontramos ante la primera sorpresa, pues se da la circunstancia de que tanto Canis Maioris como Escorpio son aste­rismos conocidos en culturas muy distantes. En China, por ejemplo, al igual que en Egipto, Sirio es llamado «chacal celestial». Los che­rokees norteamericanos denominaban la Vía Láctea como el camino por donde corre el perro (Sirio), dejando caer la harina de maíz que roba a las «gentes del Sur». Esta misma tribu norteamericana pone en el extremo norte de la Vía Láctea a la «estrella espíritu» de Es­corpio (tal vez Antares), lugar donde emigran las almas; del mismo modo que los indígenas de Nicaragua hablan de la «madre escorpión al final de la Vía Láctea» como el lugar donde van las almas tras la muerte. Volvemos a ver a la «diosa escorpión» en el Códice Tro-Cortesiano maya (la «vieja diosa con la cola de escorpión»). En Ni­caragua y Honduras se la representa con muchos pechos, a la manera de la Artemisa de Éfeso. En Egipto hallamos asimismo una «diosa escorpión», con el nombre de Serqet, o Selket. Nótese que en el Medio Oriente, durante la Antigüedad, Escorpio y Canis Maioris fueron colocados en la misma posición en la que lo hicieron los che­rokees, los chinos o los mayas.

Distintas culturas, muy alejadas en el tiempo y en el espacio, colocaron un perro (Canis maioris), un escorpión (Scorpio), un toro (Tauro), una serpiente (Draco), un león (Leo), etc., en las mismas posiciones que hoy ocupan en el zodíaco. ¿Es ello casual? ¿O estaríamos hablando de una misma tradición, con origen paleolítico, que fue transmitida a lo largo y a lo ancho del mundo, en muy diferentes territorios, sociedades y culturas? ¿Podría ser éste el caso del caballo alado de Font Major?

No me atrevo a afirmarlo, en absoluto. Más bien, las alas –si es que realmente lo son- del caballo podrían aludir al concepto de velocidad: “caballo veloz”, puesto que esta idea ha persistido hasta el día de hoy en la expresión “no corre, vuela”. Al dios psicopompo Hermes-Mercurio se le representaba con unas alas en sus pies y en su casquete, para expresar su velocidad. Y se han escrito numerosos cuentos del tipo “las botas de las siete leguas”, que expresan la velocidad, o la capacidad de dar grandes saltos (en definitiva, de volar), de quien las calza.

En ese caso, las alas del caballo, expresando mediante este símbolo la idea de “caballo veloz”, podría estar en la base de la imagen mítica del caballo alado: de Pegaso. Si así fuera, dicha imagen mítica tendría origen en el Paleolítico, hace más de 15.000 años (en su caso), en pleno período Magdaleniense.

Y ello aludiría, una vez más, a la idea de la pervivencia de la tradición, que desarrollo en mi artículo El origen de los egipcios: nuevas evidencias.

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